Skip to main content

We will keep fighting for all libraries - stand with us!

Full text of "El embrujo de Sevilla; novela.."

See other formats


This is a digital copy of a book that was preserved for generations on library shelves before it was carefully scanned by Google as part of a project 
to make the world's books discoverable online. 

It has survived long enough for the copyright to expire and the book to enter the public domain. A public domain book is one that was never subject 
to copyright or whose legal copyright term has expired. Whether a book is in the public domain may vary country to country. Public domain books 
are our gateways to the past, representing a wealth of history, culture and knowledge that's often difficult to discover. 

Marks, notations and other marginalia present in the original volume will appear in this file - a reminder of this book's long journey from the 
publisher to a library and finally to you. 

Usage guidelines 

Google is proud to partner with librarles to digitize public domain materials and make them widely accessible. Public domain books belong to the 
public and we are merely their custodians. Nevertheless, this work is expensive, so in order to keep providing this resource, we have taken steps to 
prevent abuse by commercial parties, including placing technical restrictions on automated querying. 

We also ask that you: 

+ Make non-commercial use of the files We designed Google Book Search for use by individuáis, and we request that you use these files for 
personal, non-commercial purposes. 

+ Refrainfrom automated querying Do not send automated queries of any sort to Google's system: If you are conducting research on machine 
translation, optical character recognition or other áreas where access to a large amount of text is helpful, please contact us. We encourage the 
use of public domain materials for these purposes and may be able to help. 

+ Maintain attribution The Google "watermark" you see on each file is essential for informing people about this project and helping them find 
additional materials through Google Book Search. Please do not remo ve it. 

+ Keep it legal Whatever your use, remember that you are responsible for ensuring that what you are doing is legal. Do not assume that just 
because we believe a book is in the public domain for users in the United States, that the work is also in the public domain for users in other 
countries. Whether a book is still in copyright varies from country to country, and we can't offer guidance on whether any specific use of 
any specific book is allowed. Please do not assume that a book's appearance in Google Book Search means it can be used in any manner 
any where in the world. Copyright infringement liability can be quite severe. 

About Google Book Search 

Google's mission is to organize the world's Information and to make it universally accessible and useful. Google Book Search helps readers 
discover the world's books while helping authors and publishers reach new audiences. You can search through the full text of this book on the web 



at |http : //books . google . com/ 



^; '-sjvV;;^ 



Digitized 



by Google 



Digitized 



by Google 



EL EMBRUJO DE SEVILLA 



í 



Digitized 



by Google 



Digitized 



by Google 



CARLOS REYLES 

EL EMBRUJO 
DE SEVILLA' 



NOVELA 



l.OOO 



MADRID 
1922 

Digitized by VjOOQ IC 



T'¡C 



e 



ES PR<J PIEDAD 
COPYRIGHT 1922 BY 
CARLOS REYLES 






¡ 

Talleres Poligbápicos 

íl 
I 



Digitized 



by Google 



/ 



LA atmósfera tibia y espesa de «El^fonío», café 
de cante y baile flamencos, olía a claveles y 
MTiosto jereteno. La palabra tfonío suena triunfaSl- 
mente «n el oído del pueblo andaluz. Es así como 
una de las diez categorías aristotélicas de su en- 
tendimiento, una ecuación de su voluntad, un 
summum de su deseo. Sintetiza el poder, la maje- 
za y el rumbo. Tiene la sugestión y el imperio de 
la N napoleónica, rayo con las alas plegadas. Por 
eso, muy sutilmente, han puesto al café de rompe 
y rasga bajo la advocación de tal nombre. Y a eso, 
sin duda, se debe que suene tanto y se vea siempre 
tan concurrido.* A ciertas horas de la noche, el 
humo' de los cigarros puede cortarse. La sala en- 
tera parece sumergida en un vaso de ajenjo. El pol*- 
villo tértüe que levantan, don sui^ trenzados y eíco- 
biUa^, los pies dé las bailadoras, asciende, perezo- 
so, del tablao al lechó y se dora a fuego a la luz 

i 
53S:}73 



Digitized 



by Google 



- :\\ :'\'l : i /;. ^CARLOS R E Y L E S 

de los picos de gas, cuyas llamas, de un amarillo 
clorótico, se estremecen, al igual de los corazones, 
con los roncos bordoneos de las guitarras y las vo- 
ces, ya libertinas, ya quejumbrosas, del cante hon- 
do, válvula por donde escapa, en tierra andaluza, 
lo que la raza de Don Pedro el Cruel y Felipe II 
tiene aún de violenta, fanática, triste y lúbrica. 

Los parroquianos de tanda, que así les llaman a 
los que concurren diariamente al establecimento, 
ocupan ciertas mesas, las mejor ubicadas. Sin pre- 
guntarles cosa alguna, los mozos les sirven una 
taza de humeante café y la consabida copa de Ca- 
zalla. Rute o Chinchen. Los buenos sevillanos 
acódanse sobre los amarillentos mármoles, y coj 
ei mondadientes en la boca y el cordobés sobre I 
ojos gitanos o en la nuca, hablan, por lo general^; 
de toros, amoríos y valentías, acompañando las paí^ 
labras con ademanes y gestos como sacados de qui-, 
cío por el perpetuo bullir de la sangre, siempre 
pioza. Frecuentemente se oyen sonoras palmadas, 
estrepitosos ruidos de sillas, risas y juramentos. 
Pero nadie se alarma. El meter bulla está en el or- 
den/ y no puede ser por menos, dada la composi- 
ción de la concurrencia. AbuiKian los rasgos qu^ 
védeseos, lo§.. trazos velazquefíosi. las pinceladas 
goyescas. Vense muchas coletas de diestros y de 
novicios, tufos relucientes de la Macarena, rostros 
rasurados del Mataer o, gachos de Triana, niños de 
la Cava, hábiles en las astucias de. los . Alfaraches, 
los Cortadillos y los Ciñeses; algunos menest^a- 

8 



I 



Digitized 



by Google 



EL EMBRUJO DE SEVILLA 

les que, con detrimento del garbanzo, se dejan allí ^ 
las dos pesetas ganadas en el día sobre los anda- 
míos o detrás del obrador ; tal cual señorito de nim» 
bo, y no pocos comerciantes, labradores y tratantes 
de bestias, circunspectos, bien trajeados, pulcros, 
aficionados al buen café y al buen cante, y que apu- 
ran lo uno y oyen lo otro con unción' cuasi religio- 
sa. Estas dignísimas personas no prorrumpep en 
alegres cdes cuando se arrancan los del cante, ni 
jalean a las bailadoras, ni se corren a convidar a 
los artistas con unas caüas al descender del tabku) 
;y desperdigarse por las mesas de los amigos, para 
apurar el gasto, entre cuadro y cuadro. Les son- 
ríen al pasar, y a punto seguido, cambiando repen- 
tinamente de fisonomía, como quien se quita una 
careta y se pone otra, hablan, plegadas las cejas 
<te astracán sc^re los ojos inquisidores, de la alza 
o la baja del aceite, de las perspectivas halagado- 
ras o malejas de las cosechas, de la peste de ios 
martHtos cochinos, de las pn^imas ferias de Mai- 
rena, de Carmona, de Utrera...* Son gentes graves, 
de peso ; dan la impresión de l^s*c<*a» bien acomo- 
dadas a su fin, y de arraigar en lo.i^^l y necesario, 
como las peñas en la playa. Junto a ellos, los otros 
semejan los granos de arena que arrastra el viento. 
"EL^^'Qllfa>^ f>fi^,j^i> q 4lr\ ln \íi^a f^í^lj rfíyfjf^ toque 
y baile flamenco3, donde se C9nservan las viéjasT 
tradicicHies de ese extjcafio arte o acrisolan sus nue- 
vas modalidades, sino también una ^pecie de lon- 
ja, en la que se cotizan los méritos de la gente de 



*.. 



Digitized 



by Google 



CARLOS R E Y L E S 

coleta y los artistas del tablao, y negocian, al mis- 
mo tiempo, entre trago y trago, y copla y copla, 
mostos, aceitunas, jumentos y bestias. Los empre- 
sarios firman alli muchas contratas ; chalanes, co- 
rredores de granos, vinos y aceites, y hasta agen- 
tes de banca y usureros, tienen abiertas, cada cual 
en su respectiva mfesa, las oficinas de sus nego- 
cios, la cual da pie, durante el día, a un bullicioso 
salir y entrar de gentes de todas clases y catadu* 
ras, que dilatan luego por toda Sevilla, y aun por 
buena parte de España, la influencia económicos- 
artística del café. Éste ocupa un vetusto edificio de 
techo de teja, cubierto de jaramagos y verdín, bal- 
conada de hierro y ancho patio de mármol blanco, 
con alicatado de desvanecidos azulejos y columnas 
de capitel mudejar. En el centro del patio ríe una 
fuente diminuta, de mármol también, rodeada dé 
tiestos de flores. Un chorrito de agua retozón sur- 
ge de la fuente, se abre a un metro de altura y cae 
como una lluvia de diamantes en el tazón sonoro. 
La luz entra por una claraboya de cristales colorea- 
dos, cerrada en invierno, abierta e interceptada con 
un toldo, que imita una manta jerezana, en los ri- 
gores de la canícula ; por ese arte, el patio se con- 
servaba luminoso y tibio en la estación fría,, velado 
y fresco en el verano. Y en el ancho patio de pa- 
redes enjalbegadas de cal, bajo los corredores que 
forman abajo las galerías altas, y frente a frente, 
se hacen guiños y prestan mutua y eficaz ayuda el 
tablao y el mostrador, la gracia y el negocio. El 



10 



DigitizedbyVjOOQlC , 



\ 

EL EMBRUJO DB SEVILLA 

resto del espacioso recinto lo ocupan las mesas. 
Los gabinetes reservados están instalados en el 
piso alto y disponen de tina porción de la galería^ 
apañada a manera de palco. Desde alli se. puede 
presenciar recatadamente el espectáculo del tablao 
y la concurrencia de la sala. A esos gabinetes mis- 
teriosos, para 1<^ hcqueras^ y granujillas cielos del 
profeta, se asciende por la escalera principal, ubi- 
cada en un ángulo del patio, y también por otra 
secreta, (xm entrada propia por el fondo del edifi* 
cío, que da a una callejuela estrechísima y sombría. 
Cuando concluyen los cuadros en el caf^ princi- • J^ 
pian las juergas a puerta cerrada en los gabinetes. '^ ^^ 
Las hembras de la casa suben a ellos por la esca- r 
lera principal ; otras de fuera, solas o acompañadas, 
hacen lo propio; algunas gachís de trapío y tal 
cual tapada, recogida la pollera, el rastro oculto en 
el embozo del mantón o los pliegues de la manti- 
lla, ascienden furtivamente por la angosta escalera 
del fondo, mostrando unos ojos de huríes, unos 
dedos cuajados de sortijas, unos pies arqueados y ; 
como tendidos siempre para disparar la amorosa 
flecha. 

El mozo de guardia, muy solícito, las hace entrar 
a uno de los gabinetes; ellas toman posesión de 
él, y> suspirando, preguntan, poco más o menos, 
lo mismo : 
. — ¿ No ha venido ese charrán ? 

— Entoavía, no; pero no se azare usted, que ya 
está al caer. 

II 

Digitized by VjOOQ IC 



CARLOS R E Y L E S 

— ¿ Cómo lo sabes ? ¿ Te ha dicho algo ? a^M. 

— Me lo da el corasón — responde el granuda, son- 
riendo con los ojos, y se va, y vuelve luego con 
una batea de cañas y algunas cosillas para hacer 
boca: aceitunas, anchoítas, camarones... 

La sala está de bote en bote. No hay ni una sola 
missa desocupada. Los palquillos también rebosan 
de gente. Las mujeres lucen más flores en la ca- 
beza, y los hombres sus anchos y sus ternos de las 
grandes solemnidades. Mantones de Manila y re- 
bocillos de colores fuertes ¡jonen aquí y allí unas 
pinceladas vivas y gozosas. Oros afiligranados, 
diamantes, sellos antiguos y morrudos dijes bri- 
llan en las pecheras y los chalecos. j Es Sábado ^de 
Gloria i^el^Señor ha rosu citado.jv los sevillanos se 
diííponen a ahogar en vino y jolgorio las supues- 
tas abstinencias y peniyas de la Semana Santa. 
Después de las impresiones dolorosas de la Pa- 
sión, la alegría de vivir recobra sus fueros. A las 
misas solemnes, los Pasos y las saetas, siguen las 
ferias, las corridas y los tangos. Termina la osten- 
tación de las lágrimas y empieza el derroche de risa 
y la furia de gozar, ya con el vino, ya con la san- 
gre, ya con la vida, ya con la muerte. Doble nú- 
mero de sedientos acude a los cafés, las ventas y 
los colmaos^ algunos buscando el olvido de la em- 
briaguez, otros la embriaguez del olvido. Sevilla, 
como su poeta, tiene '^^^gn la ^'-^^^^^y^ ILll!^ ^^ 
vino». La pena está en el fondo de la copa, y la 
copa en el fondo de la pena. ¡Beber, beber! En 



Digitized 



by Google 



EL EMBRUJO DE SEVILLA 

esos días el sol reverbera en las paredes blancas y 
arde en los tejados ; la manzanilla corre a ríos, las 
ventanas florecen, las casas cantan, las hembras 
dejan al pasar un rastro perfumado. La ciudad en- 
tera huele a vino, a claveles y a ropa blanca de 
mujer. Suenan por todas partes guitarras, casta- 
ñuelas y organillos. Los botones, las yemas, los 
capullos, las coplas, revientan en los patios, y en 
las bocas He las mocitas estallan los besos. Por las 
noches las rejas hablan. La primavera, cargada 
de aromas y cantares, viene de los jardines, las 
huertas y los campos; alegra los tugurios som- 
bríos, las sórdidas callejuelas y transforma, con sus 
artes mágicas, la fealdad y la miseria en donosura 
y esplendor. El añil del cielo tómase azul rabioso. 
Los azulejos fulguran. La luz viste la Giralda de 
sangre y fuego, reanima los revoques muertos de 
la Torre del Oro y del Alcázar y hace del Guadal- 
quivir moreno un río de plata viva. Las gentes, 
ebrias de sol, circulan sin reposo por las calles so- 
noras ; ríen, bromean, requiebran a las g<ichís de 
polleras almidonadas, que pasan derramando sal, 
y entran en las tabernas. 



Como todos los años por Feria, «El Tronío» ha 
doblado el námero de mesillas y reforzado el cua^ 
dro con algunos artistas de fuste, entre ellos, esta 
vez, la famosa «Tria nera)) . Tomaba al café des- 

Digitized by VjOOQ IC 



CARLOS R E Y L E S 

pues de tres años de .ausencia. Salió de Sevilla po- 
bre, desconocida y en iaarapos, y volvía célebre y 
cubierta de joyas. Mil hablillas y especies corrían 
sobre su rara fortuna, fantástica historia en la que 
intervenían, como en la de Lola Montes, la Bella 
Otero, Anita Delgado y tantas otras, reyes, prínci- 
pes indios, duques rusos, lores, banqueros y po- 
tentados de diversa calaña. Pero de cierto nada se 
sabía, sino que era una real mujer y la mejor bai- 
ladora de España. «Cuando la Trianera echa los 
brazos al cielo, se vienen abajo del cielo los sera- 
fines», decían los hiperbólicos cronistas de Cádiz, 
Jerez, Málaga y la misma villa del Oso y del Ma- 
droño. Los parroquianos de «El Tronío» recorda- 
\ ban, sí, a la ckavaliya sin formas de mujer aún, 
(^que, al pisar el tablax), ya se traía muchas cosas 
bailando; cosas propias, cosas que le salían de 
adentro y le imprimían a su baile, ektremadamente 
apasionado, más gracia y más intención a la vez. 
Había mucho interés por verla. La aparición de 
una bailaora o un cantaor con puntas y ribetes de 
original, sólo tenían parangón con el surgimiento 
de algún fenómeno del arte tattrino,^j:,fi^ ano las 
novedades del tablax) no le iban en zaga a las no- 
vedades del ruedo, donde iban a torear en compe- 
tencia el ídolo cordobés y el ídolo sevillano, y a 
tomar la alternativa y alternar con matadores de 
cartel Paco Quiñones, el fa*aoso novillero. Éste 
era un señorito deTla' aristocracia que, al verse 
arruinado a la muerte de su tío y tutor, se había 

14 



Digitized 



by Google 



EL EMBRUJO DE SEVILLA 

echado a la Plaza, como' Wft un trabuco pudiera 
haberse echado a los cammos, contestándoles a los 
parientes y amigos que intentaron disuadirlo de 
su descabellado propósito, haciéndole observar el 
desdoro y riesgo de aquella prof^ión, que <(la mi- 
seria daba más cornadas que los toros», y que cda 
mayor de todas las yergüenaas era no tener una 
peseta». El señOfito traía revolucionada a media 
España, .porque metía al pie, y sin escupifse, sin 
echarse fuera, dejaba unas estocadas hasta las 
péndolas, coosumando la arriesgadísima y difícil 
suerte de matar recibiendo, olvidada después del 
gran Domínguez. 

^¿¡^jQJk^Íúa^j:ii§¿Q^jih^^ ds-JíOLipros. Su 
tío posciia wíía. dehesa de reses bravas a orillas del 
Guadalquivir. De chiquillo toreaba y acosaba en 
las tientas de la casa^ y de mozo iba. con sus ami- 
gos de «La Garrocha» a derribar reses o capotear^ 
las a los cortijos de Miura, MocUbe, Orozco, mar- 
qués del Saltillo y oíros ganaderos con los cuales 
tenía muy bueixas relaciones o estaba emparentado. 
En todas partes lo qui^rían bien, porque era campea 
chano, alegre, decidor, rumboso y extremadamente . 
sociable: un verdadera andafeiz, sin Jos flamenquis- 
mos ni las gitanerías que adulteran la gracia primi- 
genia de la especie jU^ singularísimo don de gen^ 
tes^ fllLie l^.ív^nía, §in duda, de haber f r^flu^tado las 
bajas y las ajtas^esf^r^s so^i^les, hivcíai que se enocm- 
trase ^ sij^ ^nchaSv lo mismo entre lateiegcxs que en- 
tre seftcjritos, siqque en$í:eré?.tos a a(jUíé^lo6 dejASQ ^ 

15 



Digitized 



by Google 



CARLOS R E Y L E S 

ser lo que era siempre : un mozo crudo y un cum- 
plido caballero, sin más defectiílos que el acendrado 
amor por las cosas de la tierra, buenas o malas : el 
vino, el jueg ;^J[as. mujer^ Sy 1^ ralyíllo R y los toro s. 
Chapurreaba el inglés y el francés ; había leído un 
poco y viajado algo por el extranjero ; pero ni ma- 
terial ni intelectualmente le gustaba salir del am- 
biente sevillano. Le parecía que el hombre sólo es- 
taba bien montado en una jaca andaluz^, o para* 
do, con estoque y muleta, frente a un toro. Sus 
caballos de campo o de paseo tenían fama por lo 
hermosos y bien adiestrados; su silla vaquera, su 
manta jerezana, sus sajones eran de lo más pri- 
moroso y gitano que se conocía. Y cuando en las 
dehesas derribaba un becerro y echaba pie a tie- 
rra para darle unos mantazos, o toreaba de capa 
y de muleta a las vaquillas en los muchos tenta- 
deros a que concurría, nadie, ni aun los toreros de 
profesión, los hacían más frescos y ceñidos que él, 
Sin embargo, no había toreado nunca en las bece- 
rradas que, con presidentas de mantilla y pollera 
corta, celebraban periódicamente los señoritos de 
Sevilla. No le gustaban las mogigangas. Pero por 
calaverada y con nombre supuesto, lo hizo ya a 
pie, ya a caballo en muchas plazas de los pueblos, 
donde los empresarios de malas entrañas, solían 
echarles a los pobres maletas, que exponían el pe- 
llejo por cuatro duros, unos toros como catedrales 
i y que, al decir de las gentes, sabían griego y la- 
|tín. Allí el peligro era real y a Paco le gustaba 

f6 



Digitized 



by Google 



E L EM B RU J o DE SEVILLA 

afrontarlo. Bromeando y desternillándose de risa 
hacía cosas que les ponía a sus camaradas los pe- 
los de punta. Una vez dio un quiebro con un pró- 
jimo a babuchas; otra, en que los matadores se 
negaron de irse al bicho por ser muy grande y ase- 
sino, Paco se tiró del caballo en que hacía de pi- 
cador, cogió los trastos y con monas y todo lo mu- 
leteó hasta dejarlo con la lengua colgando, echán- 
dolo luego al otro mundo de una estocada mayús- 
cula. Volvió a la fonda entre una pareja de la 
guardia civil y la escolta del pueblo, que lo acla- 
maba. El caso se supo en Sevilla y aumentó los 
prestigios del mozo, ya muy popular por otras 
hombradas semejantes, líos amorosos y reputación 
de excelente caballista. Sus amigos de «La Garro- 
cha» y del «Círculo de Labradores», al conocer la 
aventura, le dijeron palmeándolo cariñosamente : 

— LEres mucho Paco j 

Y los granujillas al verlo pasar en su jaca tor- 
da, haciendo piernas y desempedrando las calles, 
le gritaban : 

— ¡Ole, los señoritos!... 

Él los saludaba a cada uno por su nombre, les 
tiraba un puro y seguía su camino sin sonrojarse 
ni envanecerse, recibiendo aquellos homenajes 
como la cosa más natural del mundo. Aunque arre- 
batado por temperamento poseía ese ostentoso do- 
minio de sí o burlona entereza que admiran tan- 
to los andaluces, sin que la suya degenerase en 
desahogo o arrestos de matón, como suele aconte- 

17 

CRmYLfM: El embrujo íU Sevilla. -' 

Digitized by VjOOQIC 



?" 



CARLOS R E Y L E S 

cer generalmente. Tomaba las cosas como venían, 
con musulmana aceptación del destino, sin inquie- 
tarse, sin preocuparse, dejándose correr; pero si 
hacía falta resolverse lo hacía metiendo el pecho 
y cortando por lo sano. «Los derrotes de la for- 
tuna y los derrotes de los toros no se esquivan 
juyendo, sino parando))^ decía. Por eso cuando los 
ejecutores testamentarios de su tío le dijeron y de- 
mostraron con documentos a la vista, que aquél 
había disipado sus bienes propios y también los 
que su hermana, la madre de Paco, le confiara, 
añadiendo que era necesario vender las propieda- 
des para pagar a los acreedores y sanear un pe- 
queño capitalito, él se quedó tan fresco, y por toda 
respuesta los invitó a tomar una copa de vino. 
Después de apurar la suya encendió un pitillo, 
echó una gran bocanada de azulado humo y dijo 
reposadamente : 

— Sabía que estábamos muy entrampados, pero 
no creí que llegase a tanto. Bueno está. No tengo 
nada que objetar a lo que ustedes dicen. Vendan 
los cortijos, los ganados y todo lo que haya que 
vender, salvo esta casa. Ésta me la quedo. Aquí 
naciqíos Rosarito y yo, jr de aquí sólo saldremos 
con los pies por delante. 

— Pero hijo — observó uno de aquellos graves se- 
ñores — ¿cómo vas a componértelas para sostener- 
la, si apenas te alcanzará lo que queda para cu- 
brir su importe? 

— Eso es cuenta mía — resjíondió sonriendo — . 

iS 



Digitized 



by Google 



EL EMBRUJO DE SEVILLA 

Aseguraba el gran Cuchares que los toros tienen 
un criadero de duros en los morrillos. Allí iré a 
buscarlos yo. 

— ¡Torero, tú!... 

— Torero ... Apretado por la necesidad como yo, 
¿no se ha hecho cómico un Grande de España? 
¿Nó alancearon toros el Cid Campeador, Carlos V 
y Don Juan de Austria? ¿No rejonearon Pizarro 
el Conquistador, el du q ue de Medina Sidonia y el 
conde de Puñoenrostro? ¿No fué torero de profe- 
sión un noble descendiente de Guzmán el Bueno? 
¿ Yo mismo, no cuento entre mis antepasados a 
aquel famoso vizconde de Miranda, mrrqués de 
Torre Cuéllar, que mataba toros compitiendo con 
los estoqueadores de profesión? El que un espa- 
ñol de buena casta sea bapdidt^j ronauistador o 
torero^^está en el orden. Además, aquí, para no 
morirse de hambre, hay dos caminos que seguir: 
o políticQ o torero. Lo segundo es másdecente y 
también para lo único que sirvo yo. El trabajo 
obscuro, el ahorro placiente, los renunciamientos 
de la miseria no se han hecho para este fraile ; d 
peligro y el rumbo, sí. Qué quieren ustedes, así 
me parió mi madre. Tengo veintiún años. Soy 
fuerte y ágil. No me falta corazón. Sé andar al- 
rededor de los toros, porque entre ellos me crié, y 
sé también a ciencia cierta que, con el estoque en 
la mano, las muías arrastrarán lo que me echen 
por la puerta del chiquero, y eso, créanme uste- 
des, es lo bastante para ganarse miles de duros y 

19 



Digitized 



by Google 



CARLOS R E Y L E S 

vivir como yo lo entiendo. Por otra parte — agre- 
gó dejando traslucir cierta emoción — no quiero que 
Rosarito, mi pobre hermanilla, descienda ni en 
un ápice de lo que fué. 

Y no hubo más. Se dejó crecer el pelo, vistió de 
corto y desapareció de los centros sociales, que an- 
tes frecuentaba asiduamente. Sólo se le veía de 
tarde en tarde a caballo, de vuelta de algún corti- 
jo, el ancho sobre los ojos negros, el barboquejo 
sobre los labios rojos. Su rostro, de facciones re- 
gulares, aunque un tanto duras, se hizo más hue- 
soso y afilado ; su mirada, más firme, y casi provo- 
cadores d gesto y la actitud. Tenía el arrogante 
continente del mozo andaluz, mucho de señoril y 
no poco de bandolero, sobre todo cuando iba en 
su jaca luciendo la indumentaria campera : los sa- 
jones, las polainas serranas y el marsellés. Un 
pliegue profundo le rugaba el ceño y partía la 
frente, antes tersa y pequeñita como la de una mu- 
jer ; otro desdeñoso le bajaba los ángulos de la 
boca, grande y sensual. Apenas transcurridos tres 
meses de haber tomado la extrema resolución .de 
echarse al redondel, rompía su compromiso de ma- 
trimonio, vestía el traje de luces y toreaba, con 
grande escándalo de la sociedad sevillana, en Huel- 
va, luego en Alcalá, después en Murcia. Y empe- 
zaron a lloverle contratas. Las Empresas se lo dis- 
putaban. Entusiasmaba a los públicos ver a un 
señorito de la nobleza matando toros. Los perió- 
dicos venían llenos de su nombre. El culto del 

20 



Digitized 



by Google 



EL EMBRUJO DE SEVILLA 

pueblo por el valor y la bizarría tuvo un ídolo más 
a quien levantarle altares ; el amor de lo pintoresco^ 
y lo romántico sedujo a la aristocracia y la burgue-0 
sía. Se supo que había amores contrariados y una^ 
niña muy bella que suspiraba... Se villa nq neces itó' 
más. Paco se hizo célebre. Los cafttadorfisj£jconi-| 
pusieron coplas y tangos, los ciegos letrillas, las^ 
cigarreras canciones. Aunque novillero, llegó a ga-| 
nar tanto casi como los matadores de más cartel. 
Y cuando toreó por primera vez en Madrid sus 
amigos de «La Peña»*, sintiendo que obraban cas- 
tizamente y que hacían lo que España pedía, se 
mostraron con él por todas partes, en los teatros, 
en los paseos, en la calle. Y Paco se dejaba que- 
rer. Lejos de ocultar su nueva condición, hacía 
alarde de ella ; vestía de corto siempre, aunque 
la moda iba cayendo en desuso ; exageraba la nota 
pintoresca de su indumentaria como una reacción 
contra el señoritismo grotesco de la torería, y lle- 
vaba la coleta baja para que todo d mundo se en- 
terare... Por lo demás, seguía siendo el simpático 
PA Quiribilis^ jdesiempre. aunque algo menos ma- 
nirroto, perosiempre'^tfispuesto a correrla en toda 
ocasión y a jugársela también. Nunca estaba solo, 
y donde quiera que estaba, las miradas se dirigían 
a él. Esa misma noche, a pesar de encontrarse 
en la sala algunas celebridades del toreo, la mesa 
de Paco era la más concurrida. Además de sus acó- 
litos de Sevilla, a| pó^*^ r^^^^n^^ ^>^j¡^j^gj^r^ 
y el picador^^Tabardillo, lo acompañaban varios 



Digitized 



by Google 



C .1 R L O S R E Y L E S 

señores y pollos de Madrid, que habían venida 
expresamente para verle tomar la alternativa. En 

f aquella mesa se solía hablar tanto del firpblema 
español^ que andaba de boca en boca perpetua- 
fñeñde,^ sin que se resolviera nunca, como de pin- 
tura, mujeres, toros, caballos y cante hondo. Cuen- 
ca elevaba el tono de la conversación a lo gene- 
ral y transcendente. Su imaginación de artista y 
espíritu razonador lo llevaban a establecer fan- 
tásticas relaciones ehtre realidades sin afinidad 
alguna en apariencia, sin parentesco, a veces an- 
tagónicas, y a verlo todo bajo el aspecto metafí- 
sica. Kant, Hegel y sus discípulos lo mantenían 
en perpetua ebullición cerebral. Además había leí- 
do muchos librotes viejos y raros ; muchas cróni- 
cas peregrinas ; muchos volúmenes de miniadas 
mayúsculas, y tenía sobre la pintura, el arte po- 
pular y las tradiciones españolas de toda laya una 
especie de erudición preciosa, que condimentaba 
para mayor incentivo de sus disertaciones, con las 
sales de los filósofos. Así, en aquel ambiente re- 
fractario a las cosas espirituales y sutiles, sonsfcan 
los nombres de Platón, Séneca, Santa Teresa v 
otros más insólitos aún, barajados con los de artis- 
tas flamencos y lidiadores. El andalucismo d«^ 
Paco, las tendencias conservadoras de Míguez y 
el amor de las antigüedades de Tabardillo, que por 
detrás de la iglesia lo casaban con la historia y la 
tradición, hacían que los tres avesen a Cuenca corv 
embeleso, festejaran sus fantasías y adoptasen en 



Digitized 



by Google 



EL EMBRUJO DE SEVILLA 

las charlas catfeteras el espíritu crítico-filosófico del 
pintor. Éste no parecía sevillano. Tenia las barbas 
y el cabello casi rojos, por lo cual algunos le lia- 
mf^tifín H Jara ; los ojos azules, la mandíbula in- 
ferior saliente, coriio los príncipes de la casa de 
Austria, y el cuerpo cenceño, anguloso y desgar- 
bado; pero en Su alma florecían todas las gracias 
de la tierra andaluza. 

— Pero vaya un capricho el tuyo, no haber 
querido torear aquí, donde naciste y tanto te quie- 
ren, y ¿por <iué? — le pTeguntó a Paco D. Gaspar 
del Busto, personaje muy conocido por ser el abo- 
gado de la Empresa dé Madrid. 

— Yo mismo no íó sé, D. Gaspar ; acaso por 
soberbia, ataso por humildad. El hecho es que 
desde un principio me dijís : <(No Rearas erí Se- 
villa hasta que estés cuajado y puedas quedar como 
Dios manda.» 

— Vamos, que querías estrenarte con un escán- 
dalo. 

— Yo creo que sí — respondió el torero riendo. 

-¿V?... 

—Y en eso estamos. 

— Te saldrás cort la tuya, Paco. Yo lo deseo con 
toda el alma. 

— Vaya, que si saldrá. Yo soy un mal picador, 
un mal ceramista y un mal anticuario — ase veró Ta - 
bardillo, qué, en efecto, era las tres cosas a la vez — ; 
pero en el tendido chanelo, veo lo que pocos ven. 
Y yo le digo a usted, D. Gaspar, que en España 

23 



Digitized 



by Google 



CARLOS R E Y L E S 

ninguno de los que gastan coleta echa más carne 
abajo que éste. 

— Pero, ¿es cierto que recibes, Paco? — interro- 
gó D. Gaspar, entre asombrado e incrédulo—. Ya 
sabes que cuando toreastes en Madrid estaba malo 
y no pude verte. 

— Eso dicen las malas lenguas, D. Gaspar. 

— Tendría que ver, un señorito de familia no- 
ble haciendo lo que la gente de pelo en pecho no 
ha podido hacer nunca; porque eso que aseguran 
los libros de Romero, Curro Guillen, Montes, el 
Chiclanero y el tuerto Domínguez deben de ser 
cuentos, como las invenciones de José Cándido y 
Martincho vaciando los toros con la mano o el 
castoreño. Pamplinas ; yo he visto intentar la suerte 
muchas veces a Frascuelo, a Cara-Ancha ; pero eje- 
cutarla sin echarse fuera, nunca. 

— Ahora lo verá usted — afirmó con absoluta con- 
vicción T^tbardillo. 

Luego hablaron de los toros que iban a correrse 
al otro día y que esa tarde habían examinado en 
Tablada, después de haber asistido muy de ma- 
ñanita a la prueba de caballos. £stas atraían bas- 
tante gente, no tanto por el espectáculo en sf, sino 
por las animadas reuniones que se formaban y 
las cosas que se oían mientras los picadores con 
gravedad suma y haciendo alarde de maneras y pu« 
janza, ensayabarl los pencos, asestando formida- 
bles puyazos con ^1 regatón de la garrocha en 
cierto muro de la Plaza, a fin de hacerles la boca, 

24 

Digitized by VjOOQ IC 



EL EMBRUJO DE SEVILLA 

enseñarlos a revolverse sobre las patas y salir 
de la suerte. Después de algunos tanteos metían el 
palo en la pared, haciendo sentar de garrones a los 
jacos con el encontronazo ; gritaban, recalcando fu- 
riosamente la última sílaba: ¡torooo!, cual si, en 
efecto, estuvieran conteniendo un berrendo de gran- 
de poder, y salian volviendo el palo y corriendo las 
espuelas, como después de una vara en los me- 
dios del ruedo. Y entre las pruebas de caballos, el 
examen de los toros en Tablada, el encierro el 
día de la corrida y los comentarios en el café, se 
les iban a los aficionados los días y las noches de 
la temporada sevillana, sin ocuparse en otra cosa 
ni hablar de otra cosa que de toros, lo cual los 
preparaba y ponía en punto de caramelo para ex- 
perimentar intensamente las emociones y los esca- 
lofríos del espectáculo, cuando sonaba el clarín, se 
efectuaba el paseo de la cuadrilla entre oles y pal- 
mas y saltaba a la arena el primer toro con la 
muerte en los cuernos y la fortuna y la gloria en 
los morrillos. 



Digitized 



by Google 



V 



Digitized 



by Google 



/ 



II 



EN ^ las mesas de « El T ronío» se hablaba apa- 
sionadamente del encuentro sensacional de 
dos matadores rivales, los más célebres de la épo- 
ca ; de la alternativa de Paco Quiñones y de la 
revolución que estaba armando en el baile la «Tria- 
nera))/Los que eran presa de la magia del ruedo, 
sólo por excepción escapaban a la magia del ta^ 
blao. Los dos embrujos crecían a compás de las 
exigencias emotivas del pueblo y se estimulaban 
mutuamente. Aquel público que cpnocía al dedi- 
llo las variadísimas suertes del toreo; las divi3as, 
los hierros, la historia de todas las ganaderías y 
el arte de cada uno de los diestros en particular, 
distinguía también los géneros y estilos del arte 
flamenco ; penetraba sus arcanos, aquilataba sus 
matices, sus primores y buscaba acaso en el ía- 
blao, aparte de la lírica penilla, el trasunto de las 
valentías de la Plaza, y en la Plaza la encarnacióa 

27 



Digitized 



by Google 



CARLOS R E Y L E S 

real de los desplantes soberbiosos y la majeza del 
, 'tablao. La correlación de las dos aficiones y las 
j íntimas correspondencias de éstas con la juerga y 
i el amor, hacíanse más visibles en los profesiona- 
les del toreo^^Los toros traen el vino, el vino el 
cante y el cante las fatigas del querer», decía el 
pintor Cuenca. Y, en efecto, la necesidad de ador- 
mecer las ansias del miedo y del amor entraba 
por mucho en el gusto de las gentes de coleta por 
el jolgorio y el arte de los Canarios, los Brevas y 
los Chacones, que a su vez, acendraba el culto de 
la valentía y la blandura sentimental, no ya de 
los placeadores, sino de todo el pueblo andaluz. 

— ¿Y a ti, Paco, qué te echan? — preguntó 
D. Gaspar. 

— Un orozco y un míguez. 

— Y a propósito del míguez, ¿es cierto qué di- 
jiste a D. Antonio que sólo criaba bueyes de mala 
intención? — preguntó D. Gaspar aprovechando 
la oportunidad de haberse levantado Pepe, el hijo 
de aquel ganadero, para saludar a un amigo — . 
¡ Mira que tachar de bueyes a los toros de más 
cuidado que en España se crían ! Y decírselo al 

1 mismo D. Antonio, que tiene más orgullQ que 
Don Rodrig o en la horca. Menudo enemigo te 
echaste encima. Don Antonio es el amo de las 
Plazas de Andalucía y puede hacerte mucho daño. 
No anduviste listo en eso, Paco. 

— Lo sé, D. Gaspar — respondió P&co cruzando 
la pierna y sobándose el botín al modo de los va- 

2S 



Digitized 



by Google 



EL EMBRUJO DE SEVILLA 

queros — ; pero qué quiere usted, el hombre estuvo 
muy descomedido. Hablábamos aquí mismo del 
conflicto entre los picadores y los ganaderos, sobre 
si las puyas debían tener dos líneas más o dos líneas 
menos, y él, olvidando la amistad que le unía a 
mi tío y que yo gasto ahora coleta, se desbocó y 
dijo que ya no había quien tuviera vergüenza to- 
rera, que los matadores sólo querían torear babo- 
sas y los trató de jindamas y ladrones. Ya sabe us- 
ted cómo las gasta D. Antonio. Yo, al principio, 
con muy buenas palabras, le hice las obserracio- 
nes del caso, pero como siguiera tirándome chi- 
nitas y propasándose, me cargué y le dije lo que 
usted ha oído, y algunas cosillas más, entre otras 
que mis picadores picarían a sus toros con el re- 
gatón para que llegasen enteros al último tercio, 
y que yo después les daría de patadas en íos hoci- 
cos. Ahora siento haber hablado así ; pero lo dicho 
está dicho. 

— Hiciste bien, Paco — afirmó el pollo Salcedo — . 
Sernos o no sernos. Recuerda aquello de : 

«Procure siempre acertarla 
el honrado y principal ; 
pero si le acierta mal, 
defenderla, y no enmendarla.» 

— Eso... 

En aquel instante los artistas subían al tablao 
y ocupaban los clásicos banquillos, disponiéndose 
en círculo y en el orden acostumbrado : los toca- 

29 

Digitizedby Google 



CARLOS R E y L E S 

dores en el centro, los del cante a derecha de ellos 
y los del baile en los extremos. Interrumpiéronse 
las conversaciones. Reinó el silencio. Los ojos se 
clavaron en el círculo mágico donde el corazón del 
pueblo andaluz sufría el embrujo de las malague- 
ñas y los tangos, las soleares y las seguiriyas. Los 
artistas, más circunspectos y emperejilados que de 
costumbre, cambiaron algunos saludos con los ami- 
gos de la sala ; las guitarras, después de un flori- 
do preludio, entraron en materia, y empezaron los 
rasgueos como redobles, las palmas y los acompa- 
sados taconeos. 

— ¡Venga de ahí, venga, venga!... — gritó un 
bailador, y dando un salto cayó en el medio del 
tablao; pegó media docena de vigorosas y rítmi- 
cas patadas, que parecían decir, «aquí estoy yo», 
y se quedó como electrizado en una postura gra- 
ciosa y petulante. 

En seguida, moviendo los brazos a compás de 
las piernas y castañeteando los dedos, ejecutó unos 
pasos de baile muy pulcros, cuasi académicos, 
llenos de presuntuosa finura, que fueron compli- 
cándose cada vez más y haciéndose cada vez más 
movidos e intencionados hasta entrar en el disloque 
del tango, cuando uno de los niños del cante en- 
tonó la primera copla de la Billetera y redoblaron 
las palmas y los jaleos. 

— ¡Ay, qué bien, ay, qué bien!... — le gritó una 
bailaora, dislocada ya con lo que se traía éT'gi- 
taño. ^^ 

Digitized by VjOOQ IC 



EL EMBRUJO DE SEVILLA 

Pero el Ñáñe no oía. Poseído por el demonio del 
amor propio bailaba con piernas, brazos, vientre, 
ojos y boca, con todo el cuerpo. Se-retoreía-4eJps 
pies a la cabeza, ondulando siempre las caderas ; 
se estiraba, se encogía, caía al suelo y tornaba a 
levantarse sin que sus pies dejasen de herir el so- 
noro tablado con matemática precisión, siguiendo 
punto por punto las notas de la guitarra v li voz 
del cantador. La chaquetilla corta y el pantalón 
entallado le modelaban el cuerpo magro, flexible y 
derecho como un estoque. LaTxiitnera le había 
dicho: ^ ^^ 

— Te llevo a Sevilla para que les quites los 
moños a todos los bailaofes. Con que... muchas 
patas y poco aguardiente. 

Y el hombre se aplicaba. Su rostro, de color acei- 
tuna, habíase vuelto carmesí; el renegrido jopo 
le caía en mechas sobre la angosta y nudosa fren- 
te : los enjabonados tufos se le habían despren- 
dido de las sienes y le tapaban las orejas, largas 
y amojamadas. Realmente, poseído por una es- 
pecie de furia dionisíaca, hubiera muerto de un so- 
focón allí, si uno de los tocadores no le dijera : 

— Vamonos ya... — para que terminase la danza 
con el efecto final, un endiablado repique de pies, 
en el que el^^afie ponía todo su orgullo de baila- 
dor, con doble vuelta sobre sí y una parada en seco. 

Lo aplaudieron. Un parroquiano le tiró la gorra ; 
otro, una breva ; un tercero se subió al tahlao y 
quiso besarlo. 

Digitized by VjOOQIC 



CARLOS R E Y L E S 

— Se apetece, se apetece — repetía el Ñañe le- 
tantando los brazos y dejándolos luego caer a la 
manera de los matadores después de una estoca- 
da piramidal. 

El amo del café, a quien llamaron en sus buenos 
tiempos de cantador el rey de las seguiciyas, atra- 
vesaba radiante de gozo la sala, palmeando a los 
buenos clientes y afanándose en responder a las 
preguntas que de todos lados le llovían sobre el 
bailador. Sin perder ripio iba acercándose a la 
mesa del novillero, a quien tenía que darle un re- 
cado. 

— Siéntese usted, Silverio — le dijo D. Gaspar 
dándole la mano y ofreciéndole una silla con la 
afectuosidad y llaneza típicas del señor madrile- 
ño — . Sabe usted que ese niño se las trae bailando. 

— ¡ Vaya, que si se las trae ! ¿ Han visto uste- 
des, señores, qué modo de meterse en harina? 
Cuando contraté a la Trianera, me dijo : «Mi bai- 
laor tiene veinte años en todo el cuerpo y un siglo 
de baile en cada pata, y se llama diez duros por 
noche, ni una peseta menos.» 

— I Qu^f Puriya ; siempre tan graciosa y contun- 
dente ! 

— Sí que es graciosa, y como tundetUe, también. 

Rieron ; el viejo cantador, sin sospechar la cau- 
sa, les hizo coro. Después de algunos instantes. 
Tabardillo, que tenía cierta semejanza con un ga- 
llo de riña, a causa del rostro afilado, la nariz 
picuda y el cuello rojo, rugoso y largo, lo estiró 

Digitized by VjOOQIC 



) 



EL EMBRUJO DE SEVILLA 

cuanto pudo, a fin de acercarse a sus cantes, y 
dijo, como quien hace una revelación de suma im* 
portancia: - 

— Esa niña va a revolucionar «! baile. La vi. en 
Córdoba, ¡ un escándalo ! Lo que hacen la WT^jora- 
na, la Macarrona y tantas otras son juegue -Úé 
niños junto a lo suyo. A^onda,^ agit^tíá el barUi, 
como el Pitoche el cante. '^ t 

— ^Es muy verdad «so que dicesj Tabarcja— ^a^h- 
tió el pintor — . ¿No lo han obsei*V*do usteétes? lia 
malagueña en ¿oca. del Pitoche ádqtfiéire te ipro- 
fundidad, las tonalidades <^a€áy^d^lás'sól6ái^ ^ 
las seguiriyas. No es ya dulce qiíeja^ áín6'y:feniií 
do, amargura, entrañas rotas... / ■' ' j 

— ^Claro — exclamóSilyerio ^ri la au tártdftd que 
le daba su viejo tltufo de rey del tíáfiíité gitano, pofe 
excelencia — , se puede decif d^ PítSóché'*<lo.^üé 
no sé quién ha dicho del Qt^cón : u^e ¿te lá^AW 
tura de la seguiriya sobre la mala^tfefta Ü0n*(9'€* 
águila sobre su presa». - 

— A mí se me figura más bien que íótíúñdo, Í& 
gitano, viene de adentro, de ábáj<y-^t^tic^^Giiéá^ 
ca — . La seguiriya es como el tiburón, que feíflbe 
a pique del fondo del mar a la superficie, >cogfe Étí 
presa y se vuelve a las profundidades;'- ^ ' 

— Bien dicho. ' ' 

—Y todavía hay <5^ienes le niegaíi al canté tódé,* 
hadta que sea mifeica, porque no^ está ¿ujetí^a ¿íéW 
tes cán<»i^, porcjúe es pura libertad y eitprésión 
directa. 1^ Oibs me perdone si digo una herejíáA 

, . • 33 

i 

t >RzTLEs: Bl tmbrujo de Sevilla, 3 

Digitized by CjOOQ IC 



CARLOS R E Y L E S 

pero a mí^ ninguna música, fuera de la música de 
Beethoven,^ me remueve las entrañas como .ese 
lloro de gitanos, porque ninguna es tan pueblo, 
tan miserable, tan humana... 
Ss^j^^T-Pues de adentro, de abajo, del fondo del mar 
vifene el baile de la Pura — interrumpió Tabardi- 
llo—. A lo^ tangos y las alegrías, a lo que se 
llaman juguetes, les ponQ ella una salsa de pasión, 
un^ furia gitana que los trueca, como si dijéra- 
mos, en baile hondo. 

Aprovechando la ^tención que le prestaban sus 
amigos [^ los eruditos discursos de Cuenca y Ta- 
b^dillo, ÍQt^rrogó Paco bajando la voz : 

— ¿ Le preguntó a usted por mí ? 

-T-En cuanto me vio. Me dijo que sabía la ruina 
de s\k casa y que se había usted dejado crecer el 
pelo, pero que ignoratba si Rosarito estaba con- 
tenta; si seguía ustied hablándole a la Pastora y 
Otras cosas así. 

— Fuimos muy buenos amigos, ¿usted recorda- 
rá ?. iDespués de los cuadros se venía siempre a 
mi vera y me constaba las desazones que le daba 
ese arrastrao del Pitoche. ¡ Pobre chiquiya, cuán- 
tas fatigas le cuesta el querer I ¿ Y ^stá bonita ? 

— Ahí anda con la Virgen delVatlJe. Ya la verá, 
dentro de un rato ; pero antes es preciso que lo pre- 
§§|^t^^;iLi3íed «al Califa. Traigo uri recodo 4fe él: 
aJQüen ^5. Quiñones, me dijo, qu« tendría mucho 
gtisto en-conocerlo, y que lo invito a tpmar café en 
njU coíBpañíarf» Conque, ¿si a ustf^ le j^reqe?... : 



Digitizedby Google "•" V 



^^ 



EL EMBRUJO DE SEVILLA 

— ¡ No me ha de parecer I, vamos andando — res* 
pondió Paco. 

Y junto con Silverio, repartiendo saludos a 
diestra y siniestra, se dirigieron a la mesa 
del Calií ¿ k. % i c u aU al verlos venir, se levantó y les 
safio al encuentro con el calafíés en la mano. Eso 
causó asombro gfeneral, porque tenia fama de 
tosco y engreído. Vestía de moños : chaquetilla y\ 
chaleco de terciopelo verde, faja de seda roja, pan- \ 
talón lila; en el dedo meñique lucía un solitario, * 
en la historiada pechera, dos; en el chaleco, col-/ 
gando sobre la faja, una gruesa cadena de oro- 
mate con dos sellos antiguos. Esta presuntuosa 
vestimenta^ que jamás ostentaban los toreros la 
víspera de torear, y menos en Sevilla que en nin- 
guna otra parte, sino después de la corrida y sólo 
en el caso de quedar muy bien, se les antojaba a 
todos algo así como un orgulloso cartel de desafío 
lanzado a los toreros sevillanos y al público. Y se 
proponían hacerle pagar caro tan inaudita arro- 
gancia. 

— Aquí tiene usted al señorito que mete el pie — 
exdimó Silverio a modo de presentación. 

El amo del toreo le tendió la mano a Quiño- 
nes V le dijo, metiéndole los ojos en los ojos : 

— ^Lo he oído a usted sonar mucho. 

Miradas brillantes de admiración y codicia se 
fijaron en ambos diestros. Eran finos, esbeltos, 
hietiiiphá'ntsuiQs y vestían con igual presunción^ 
aunque menos lujosamente el novillero que el ma- 

í DigitizedbyVjOOQlC 



€ A R L o S R E Y L E S 

tadof • Por encicaa 'de la sevillana del uno y la cha- 
quetilla del otroy irreprochablemente oortadady las 
pecheras prcmoitosas y los paMalonas altos, adivi- 
nábanse los recjos miisculos, los tórax anchos, las 
ciiituras flexibles de los apuestos mozsos. El públi- 
co se los comía con los ojos, admirando a regar 
ftadientes ea el heredero del gran Rafael^ al fa* 
mcKso matador que le daba a Córdoba, 4onde im^ 
bía nacido, la supremacía del toi^eo sobre Sevilla, 
y en guiñones al noviSiiero de agaUas, que podría 
arrancarle d óttTO del arte a la ciudad de J09 Ca» 
ufas para entregárselo a la ciudad de los Rayes*. 
La vieja y enconada rivalidad cfntfe SeviUa, la sa*^ 
piente, y Córdoba, la noble, floírecía en -el redon- 
del y apasionaba, no sólo a dos pueblos, - sino a 
toda Acbdaluoía. . 

-^iQué t«riplao íes este chtc6 — ccHisideró don 
Gaspar — . Observen ustedes cómo se deja admi- 
rar por el público, sm la menor sombra de enco- 
gimiento* { Y cuántas cosas en las miradas de esos 
novicios y maletillas, que lo examinan embebeci- 
dos t iQné ejemplo para «lfós!el de ese n^90€), ayer 
desconocido y pofaore, hc^ oéléj^e y tíco ! i Aán- 
ta tristeza en los ojoS(óe4os que no han podídVlle- 
gar y saben que no llegarán I ] Cuántas ansíM en 
ios ojos de los que, aun IIeiK)s de dudas y i^ro- 
res, nó se declaran vencidos I iQué poema ^n el 
pecho de unos y -otros n Sin dUda, el torero célebre 
es, aunque píaresca -paradtíja o enomto diálate^ el 
profesor de energía é ideaUsmo d)e nuestras muí- 

Digitizedby Google /" I 



EL EMBRU la DE SEV ILLA 

titudes. Él les habla el let^^aje; qu^ ellas entien-i 
den y tes llena el í^ma- de; apetenciashiíie iw> y 
. aiasbieión de gk>fia. Es un estimulante, el único 
que poseen. Exisí?en, a no dudarlo, otras influe^ 
cias más nobles, pero ninguna llega al pueblo^ y 
éste, sin el lidiador, que condenan a ciega^ ios 
moralistas, se quedaría ayuno de todo alimento es- . 
piritwail. ^ . :. . , .. -— ' 

. U^iQ d^ los ppUo^ de Madrid, qge era abogado, 

(jí — I4attina cine ese eatímulante engendre, tam- 
Wén el flan>eiiqvis«ip, el matonisWiQ^.y otra» i^m^ 
diete*^tes. Sin e^o w jittftují} ^^(^ i^íin^t^le^ 
mente.'Satio y provechosok^Yo soy muy amante de 
los toros, pero... 

— Es el reverso deja. medalla, ¿pero qué cosa 
no lo «tiene? Ademá$ el cargo me parece gratuito. 
EniEspafta siempre hubo vcúi^ntes, y flamencos, 
con otro nombre, también^ Nuestro teatro clásico 
y nuestra novela picaresca tebosan ád unos y de 
otros. ¡Cuántos sambenitos se le cuelgan al art^ 
del valor y la gracia I, porque el toreo no es sin^ 
eso. Muchos sociólogos de chicha y nabo, le in-i 
cu^n el atKa^o de España, sin echar de ver quq 
hay regiones atrasadísimas de ésta, donde la afi-* 
ción no tiene ínQuencia aigima. j8i la tuviera se* 
rían alU las gentes menos inertes y brutas. La 
emulación del lidiador es desperezo y limpieza. 
Cuando supe que Paco se babia hecho torero^ lo 
sentía pero Ineg^^ pensando en qMe podía enajte* 

Digitized by VjO^Q IC 



CARLOS R B Y L B S 

cer el arte y s^r para el pueblo tin ídolo más no- 
ble que sus colegas, me alegré. No está demás que 
un señorito áiuestre que la sangré brava corre aún 
por las venas de la nobleza. ¿Pero es cierto, Ta- 
bardillo, que Paco mata tanto como dicen? 

^Una barbarídál... 

•^¿Y toreando? 

— Mete miedo, D. Gaspar. Parece que los to- 
ros lo van a coger a cada paso, y na. Es un toreo 
muy seco, sin adornos, todo verdad. En una pa- 
labra: jam ón^s olgao. Con la muleta aguanta lo 
que nadie, y cuando se abre de brazos con el ca- 
pote, no lo mueve ni un ciclón. Luego se echa la 
escopeta a la cara, y por las abujas, hasta los 
dedos. 

— ¿Y usted qué dice, Cuenca? 

— Lo mismo que Tabarda. Paco pisa siempre el 
terreno de los toros y se apodera de ellos como ño 
lo ha hecho nadie. Torea entre los cuernos, y los 
derrotes nb llegan nunca. Y con eso las reses su- 
fren tal destronque, que a los dos o tres muleta- 
zos, no parece sino que se entregan y le piden 
gracia. 

' — Me .asombra lo que ustedes aseguran; ¿pero 
de dóhde sacó ese chico tales cosas ? 

— Déi pfecho de la áiadre, D. Gaspar — repuso 
Cuenca sonriendo-^. Lo que él' hace ño se apren- 
de de nadie ni está escrito. 

'\_*LCon eso y cdh todo, miicho'me temo qué pá- 
slatío mañana, entre ios dos fenómenos actuales' del 

3« 



Digitized 



by Google 



EL EMBRUJO DE SEVILLA 

toseo, no^ueda quedar tan bien como yo quisieml 

Tabardillo replicó : 

— Quedará como las propias rosas* Pre|>árese 
usted para recibir emociones' fuertes. Los otros 
harán más monerías, pero el hipo lo quitará éK 

El cordobés salió del café en compallta de 'ddá 
amigDSy que lo seguían adondequiera que torease 
y no lo dejaban ni a sol ni a sombra. Cinco minu- 
tos de^^més hacían lo propiot los banderilleros y 
los picadores de su cuadrilla. 

— Vamos a ver cómo quedamos mañana — le3 
dijo alguien, al pasair. í>. r i 

^— Será lo^que Diod ifoierá — respondió uho de 
ellos. ' 

Paco vohió a su* mesa. El temple de ün'omta* 
dof hizo que los ojos..se volvieran al iablao. Cómo 
por ensalmo cesó el ruido. Los rostros se ensom- 
brecieron las emoción del cante hondo <filató los 
pechos. El novillero apoyó los codos sobre la 
mesa, cogióse la cara entre áokbas nianos y esctí^ 
chó. Como la generalidad de los andaluces sentía 
el (Cante y discernía, por el temph, el estikii, el 
cuño, la ñsónónrfá propia que los 'grandes canta- 
dores le habían impreko a ^la quefumbrasa malá^ 
güeña, a la altanera soleá, a la tefríblé ségtfirija? 
El cantador que^ se tem^fiába en aquet itistáitie, éí 
Pkoohc, reunía en su ebtilo muy^persónal, sin eifíí 
bargoi el brillo' triunfante) dfeí Canario, el tífísiwo 
dei Breva y la hondum y potencfecíter Cfiaicdffl 
Báco no podía oírlo^ y lo oía'aimfertúdo,Tfl^rt''iW« 

S9 



Digitized 



by Google 



CARLOS REY LES 

üt üaa^eapecie de desg^arramiento inteior, una cot 
silla que subía y que bajaba dentro del p^cha, un 
S9fi(>i?fi^ turbión c^m xf^oviA ea los hcmdoiies de 
8U ^ma las Instetas^.d^ia alegría andaluza. Bn 
Wxtkráisñf devPacd s6 hablaba jpor extenso y ana-r 
lóiabaii .|tfo!)jameQÉe las extragas emocáonds del 
camáé hon^o, SI ariio del.cáfé^ cuando np Ij^ibia 
nrachacgente.en hn sala,. /s^enía á hacerles cOHipa*^ 
ñía>(y dadfis paliquiSy ii^alándoae en la me$a como 
entre iguales y tomaiwio lo. suyo como cualquier 
qiiisq^t6¿. Paco te: tiraba de la lengua, y^rentonces 
el viejo cantador les hablaba .det.estik) de otras épo^ 
cfaSf de tos iablaos y los cantadores de antaño, re- 
firiéndoles la vida y milagros de todos los arti»» 
tai^iq^ebaitfa^itt^tado en.su laiig^ carrera. Así co- 
OQfX)^>QA el t^lcv los dk>9^ las pasiones vóltáni-^ 
cas, los 'drenas terribles y las miserias de aquellos 
qiÉese ttabfan pasado la ! existencia lanzando co»- 
plas^ y alegrando las juergas^ y a quienes la in- 
fluencia ^aorbosa del cante, afinándoles el senti- 
miento y «quebrándoles la voluntad^ hacía víctimas 
de l9{ pastim ^imofOssi.; Miochos habían muerto a 
manos cte airados rivales u ofendidos esposos ; 
ottiQ»^ ooiifltlmidos por los celos y él aguardiente ; las 
coates de tódOA, antiguos 'o mocienlosf traslucían 
los doloresf acerbos del amot . El profundo conod- 
Qiienik) que Silverio tenia de su arte y la emoción 
con que hablaba dé ét le comunicaban a su lenguaje, 
muy figurado y sabroso, aunque rudo, un* encantó 
particular que por veces frisaba en la elocuencia, 

49 



Digitized 



by Google 



EL EMBRUJO DE SEVILLA 

sobre toclp^ cuan^Q q;^ería fe^cerles comprender a 
sus oyentes lo que ¿Lsentía cantando* -^. ^ 

— T^mf lañóme y ponerme a sufrir era todo uno — 
decfakrr-, y eso le paaii atóeos los guanos cantaores. 
^J:.£ant40r. $i5pk sufrimiento es una guitarra sin dot^ 
¿aje : baQ^ji iiíkvj^o na sueñaTXaá géfttesTTCen; 
por lo fc^lar^ que los^^yes y garganteos son pre- 
sumid^ jad9i;f^>(5i^.^iUdades^ floreos : mentiía^ sori 
gemidos, y por eso, asegún lo que sufre cada cajH 
taor, estruja y moldea las coplas para darle la forma 
de su queja y el sabor de sus lágrimas^ El Ghato de 
Jerez, cuando cantaba solo, lloraba; Conchiya la 
Pe^ianda m^has vecesy al descender del tdblao^ 
sníx^ unas arrancas de llanto que partían d alma. 
Los o^ntaores derseguiríyas, particularmente, por 
\s^ difipultíades bocales que ese cante ofrece y el 
desborde de dolor qide en él se hace^ concluyen con 
la laringe destroza o Iosp tímpanos rotos o el corasón 
9. los pulmono^ deshechos. Yo mismo llevo ecá 
— aseguraba, poniéndose el índice sobre el cora. 
zán — ^una estocaíya honda y atravesá, de esas qué 
no perdonan. Y es que nosotros no somos máqui- 
nas de em;itir sonidos^ como lo$ tenores, sino cria* 
turas que sufrimos y que, por no llorar, cantamos ; 
cantamos nuestra pena. Cuando Anilla la e Ron- 
da pasaba fatigas por el hombre que la había aban- 
donao - y cantaba aquello de : 

«Yo no siento que te vayas, 
k> qtjtt sientoí es que te lleves 
lü sailgre de mi» entrañas.» 



41 



Digitized 



by Google 



CARLOS R E Y L E S 

él público, que estaba en antecedentes, venía al 
café, no a oírla cantar, sino a verln sufrir. 

Y desfilaban los dramas y las tragedias, cuyo 
desenlace era, por lo común, la puñalada trapera o 
el hospital. Paco y sus amigos se pasaban las horas 
oyendo salir de la negra boca del cantaor, como de 
un antro misterioso, las historias y las coplas, que 
hablaban siempre de amor, tortura, sangre y 
nnierte. 

((¡ Ay !, no me habías de conocer.» 

rompió a cantar el Pitoche, y soltó una copla nue- 
va, inspirada, sin duda, por la presencia de su an- 
tigua querida. La voz pastosa, que tenía por veces 
tonalidades obscuras, se abría en la mitad de cada 
verso como si la dilatase la onda de la pasión ; se 
desgarraba al final de ellos en prolongados sollo- 
zos y suspiros y convertía en llanto lo que en 
la antigua malagueña eran sólo pasos de garganta. 
Y mientras Paco escuchaba, experimentando sensa- 
ciones que le hacían mucho bien y mucho mal, allá, 
debajo del tablao, la bailadora, que iba a hacer su 
salida y ensayaba «us desplantes frente al espejó, 
se detuvo, como sobrecogida, y escuchó también... 
A quella voz le recordaba la h iél y la miel jde si j p 
primeros amores ! las juergas en Eritaña, el'pasap- 
je de la Magdalena y los gabinetes-de Juanito Cas- 
tañedo ; las meriendas a orillas del Guadalquivir ; 
el pescado frito por las noches, a la salida del café ; 

Digitized by VjOOQ IC 



EL EMBRUJO DE SEVILLA 

las horas de frenesi erótico en la alcoba pequeñita 
y blanca; y luego las riñas, los celos, los insultos, 
el engaño, la soledad, la miseria... 

Después del Pitoche cantaron y bailaron otros 
artistas, sin que el público, ansioso por ver a la 
Trianera, les prestara mayor atención. Una can» 
ta(k>ra, color tabaco, con los ojos cerrados e inmó» 
vil, lo cual le daba cierta semejanza con un dormi» 
do lechuzón, dejó oír su voz ronca y áspera en las 
sombrías o^rceleras ; otra, que no era gitana, pero 
que queria parecerlo a fuerza de peineciUos, aros 
y pulseras de coral, se arrancó por soleares; un 
bailador se dio d^s pataitas con bastante gracia, 
imitando en el torito las atribulaciones y espantas 
del torero medroso. Hubo una pau^. Los tocado-' 1^ 
res verificaron él temple, las guitarras sonaron con 
más brío, y por el fondo del tablao apareció la Tria- ^ 
ñera', envuelta, como en un capote de paseo, en su 
pañolón de Manila, el ancho sobre la oreja, el piti- 
llo humeante en la boca. Oles, vivas y aplausos 
atronadores U saludaron. Por su provocativa be- 
lleza, picante gracia, ojos gachones y presumidos 
andares, a los parroquianos se les antojaba aquella 
primorosa muñeca la encarnación viviente, no ya 
de la maja graciosa y brava, sino de la mismísima 
Andalucía. Taconeando levemente y mirando de 
soslayo, cótno si mimase el cadencioso paso de la 
andaluza, dio dos vueltas al tablao, ejecutando así 
su especial salida por alegrías, que las gentes ha- 
bían dado en llamar e^ paseo d¿ la Pura. Luego, 

43 




Digitized 



by Google 



C A R L O^S R E Y L íí & 

désete' el fondo, se viso sobre el póblico» acentúan? 
<k> el toconea, hírienda las tabkui cada yes coqí 
más precisión y nervio, y cuaildo U^ó al borde 
del tahla9 dkS ima rapidteima vuelta sobre ^ des- 
pojándose al propio tiempo del pañolón» el <ix>rdQ* 
bes y el pitUo, y quedó clavmte fr^ite al. público, 
en jarras^ la cabeza echada soberbiamente bacta 
atrás, los ojos entornados, provocantes los lirip»^» 
7 menudos piechos, la boca sonriente^ hútoeda;, rojat,» 
brindando amores y pecados, ooi»^ una r^ncg^ásk 
abierta su pMlpai sang^uínea. Estallaron los oles ; d^ 
gunos sombreros rodaron a los pies db la bailado» 
ra. Esta cambió bruscamente <^e opresión) 'y de 
postura, púsose gravea echó las manos a la alto, en 
vivo revoloteo, y empezó a ondular las caderas de 
\ un modo apenas perceptible, mientras los brazos, 
serpientes tentadoras, dibujaban en -el aire graclo 
%os arabescos, perezosas caricias, espasmos eróticos* 
Parecía ritmar los ruegos y las ansias del amor na- 
^ ci^ite, sentido por una hembra de Triana. Poco a 
i poca la maja de Goya se desvanecía y surgía la gi- 
I tana de arrullos de paloma y prontos de fiera. En el 

Í' blanco crudo de la pared, sobre el que, agranda^ 
da, so diseñaba v^orosamente la retorcida silueta 
de la Pura, las curvas de su cuerpo se hacían más 
^voluptuosas, las ondulaciones más lúbricas. 
'^ Un cantador, con mucho aparato de gestos y sa^ 
cudimientos de hombros, cantó : 

c(Es mi ñifla 
La flor y canela de Addftiiida.» 



Digitized 



by Google 



EL ^ M B R U] O DE SEVILLA 

y principiaron los oles, los jaleos y las palmas en^ 
contras. La Triánera, sintiendo ya arder su san- 
gre de bailadora con las ansias violentas que leía 
en los rostros coogestionaálos de los hombres, aoen^ 
tuafaa los arrestos yjk>s de^flanies, e imprimiéttdole 
con las piernas. y las caderas sacudidas y estueme^ 
cimientí>s j«almente camales a las faldas de:£dmlaes 
gitanos y aqipüa ooia> encogía y estiraba M. smerpo 
dásticc» y echaba .^ci^ame A empeine con impiídácp 
brk) ai avahuai* tacaneando; retrepaba el opulento 
busto, ipaifüíaserieiii fímse y. volvía a comeiucar el 
Pa ta pém, ,pá tá fpan, obsesante, )om láriguidamen- 
te, ora aprisa, jen "tanto que mimaba oon pasmosa 
virtuosidad, no ya las ansias y los rtiegos del diviso 
deseo, sina los knpetos y los dessoayos de la- batalla 
- amorosa, subrayajido óon gpuiíios, >a0nrisa8 y gefetos 
la intencióti de las paradas y i los contrasta. 

Fuera de sí la g^te de brohct, píxwrumpía en 
gritos de un tntnsiaAmo, láitad Hbtditiosov'iiintad 
matón. Atjuel' baile,, trasunte j Fiel 4e4a rvote ptucBi*» 
dad mor^ y del orgullo espaíiol> 1«5 revolVíaTeírTod 
^SDOi» iüés !i'»tl)fldileM»- del aírala k>s iéstíntob<ibs^ 
curo$, la^ le^roduras extrañas de abandonolje tmpCN 
rio, de d^r y jdacer, de vida y áiuwrte qüé/ferf-l 
mentan en el foHtío-dfe todo ^rotismti. : > f 

£ntre tanto, di cantador, con yoií cada vei máá 
cálida y pujante, seguía desgranando su óofife :Y 

t/Mi compaftera, cuando va andando, 
Rosas y lirios, n* 

Rosas y Unos, 

45- 

Digitized by VjOOQ IC 



CARLOS R E Y L E S 

Rosas y lirios, 

Rosas y lirios va derramando.i» 

Al concluirla terminaron también los rasgueaos 
y dieron principio las falsetas y los fililies de las 
guitarras, que la bailadora seguía con su pie puli* 
do. El mantón entallado, rojo como el clavel que 
se mecía en el moño de la Pura, y la boca de nieve 
y sangre, fascinaban tanto como los primores del 
pie o el fuego de los ojos de aquella flor de Triana. 

«Ahora mismo la Pura est4 diciendo con esas 
primorosas escobillas lo que no han sabido decir de 
España ni los historiadores ni los psioSlogos», pensó 
Cuenca, que la miraba con los ojos entornados, 
como hacía ddante de los lienzos para tamizar la 
luz y apreciar mejor tos colores y las líneas. «Esos 
vudos del pie expresan la presunción y la gracia 
de la sevillana, su casuística amorosa, su femenis- 
mo, su perversidad, su arte de atormentar a los 
hombres y burlarse de los males», y siguió mirando 
«ktasiado, mientras imaginaba un fondo para el 
baile de la Pura, caótico, patético, espeluznante, 
como los cidos del Greco, sobre el cual desfilarían, 
encarnados en figuras ya tétricas, ya rientes, ora 
límpidas, ora borrosas, los Santiago matamoros, 
los Quijotes, los Torquemadas, los Don Juanes, 
los Fígaros y los Sanchos de la quimera española. 

Y sonó otra vez, más violento, el toque ras^ 
gueao ; las palmas hiciéronse más aturdidoras, el ta- 
coneo más vivo y más estridente ^l-cmiie. El baile 
llegaba al paroxismo de la locura. Era una agonía 

46 



Digitized 



by Google 



EL EMBRUJO DE SEVILLA 

rabiosa, un frenesí dioniaiaco que se comunicaba a 
todos los asistentes. Los quiebros de cintura, los 
golpes de cadera, los desplantes provocadores, los 
trenzados arabescos de los pies, el aleteo de las ma- ' 
nos, arrancaban gritos delirantes en la sala y en el 
tablao. Los acompasados golpes de bastón hacían 
oscilar las copas ; las luces parecían borrachas. Los 
tocadores golpeaban las cuerdas con las guitarras 
puestas de punta sobre las rodillas y el cuerpo hecho 
un epiléptico garabato. Y la Pura seguía el ritmo 
de la frenética música, pálida, desencajado el ros- 
tro, crispados los labios, revueltos los ojos. De 
repente, adelantándose hacia el público y levan* 
tándose las faldas hasta más arriba de las rodillas 
con un brusco manoteo, se puso en jarras, la cabe^ 
za caída hacia atrás como en un desmayo, el cue* 
lio estirado, arqueado el pecho, y así permaneció 
algunos instantes, casi inmóvil de medio cuerpo 
arriba, mientras los pies ejecutaban un rítmico re- 
pique que sólo dejaba descender la blanca pollera 
poco a poco, como un telón... 

El tabioo quedó literalmente cubierto de sombre- 
ros ; muchos parroquianos se habían subicto sobre 
las sillas y hasta sobre las mesas, y aplaudían ra- 
biosamentejUno de ellos gritaba, golpeándose el 
pecho cCíTlos puños cerrados : \ 

— ¡ Esto es el acabóse^ el disloque, el mediterrá- 
neo!,.. 

Paco Quiñones, muy pálido, pero sonriendo, se 
adelantó hacia la bailadora con una caña de man- 

47 

Digitized by VjOOQ IC 



CARLOS R E Y L E S 

zaniUa ; la refrescó, arrojando el liquido al aire y re- 
cogiéndolo sin verter una gota, y ofreciósela, en* 
tre los oles de la concurrencia. La Trianera tor- 
nó a refrescarla con igual limpieza y más garbo 
aún, apuró el contenido de un golpe, y al devolverle 
el vaso, fe dijo : 

-^Gracias, Paco ; me daba el corazón que estabas 
en la sala. 

— ^Vine sólo para verte... y hablar contigo, Pu- 
riya. 

— ¿Cuándo podrá ser? 

— Est3t misma noche. En la puerta chica te espe- 
ro, ¿ quieres ? 

-^hoea — contestó ella, tendiéndole la mano. 

El éltlmo cuadro había concluido. Los artistas 
descendieron del tablao y se diseminaron por las 
mesas de los amigos, ansiando refrescar el seco gaz- 
nate. Estaban extenuados. Hasta las bailadoras par- 
ticipíüüan del entusiasmo general y alababan sin re- 
servas a la Pura. 

La superioridad de ésta como artista era tan 
grande y estaba, como mujer, tan por encima de 
eHas, qiie no sentían los escozores de la envidia. 

-*--No cabe más — as^uraban — ; es una bailadora 
de una vez, la sal en rama del baile. 

La Pura había desaparecido. No tenía" obliga- 
ción de alternar en la sala. Los ojos extraviados 
del Pitoche en vano la buscaron. Silverio sonreía 
con toda la caFa detrás del mostrador. 

En la mesa de Paco el asombro había paraíi- 

48 



Digitized 



by Google 



EL EMBRUJO DE SEVILLA 

zado las lenguas ; nadie acertaba a expresar lo que 
sentía de otra manera que por medio de breves y 
cortadas exclamaciones. Pero los rostros resplande- 
cían. Por fin, Cuenca, como resumiendo lo que 
venía pensando desde media hora atrás, sentenció 
solemnemente : 

— La Pura será la Doctora de Avila de itablao. 

El novillero apuró una caña y se ensimismó en 
extrañas imaginaciones. Le parecía que había visto, 
no a una soberbia bailadora, sino a la mismísima 
alma de^villa con toda su gracia y toda su pasión. 
Y por las mientes dt sus amigos pasaban, confusas 
y en tropel, ideas semejantes. De pronto, pretex- 
tando que iba a meterse entre mantas, despidióse y 
salió. 

El Pitoche vagaba por entre las mesas como un 
sonámbulo. 



C. Kktles: BI embrujo de StvUla. r^ * i 

Digitized by VjOOQ IC 



Digitized 



by Google 



III 



PACO dio la vuelta a la manzana, y en la puerte- 
cilla trasera de «El Tronío» se detuvo y esperó. 
Por la angosta callejuela, tan angosta que abriendo 
los brazos podían tocarse los muros fronteros, no 
transitaba ni un alma. Pero entre las flores de algu- 
nas rejas brillaban los ojos de las mocitas que, a 
hurto de los padres, pelaban la pava con los gala- 
nes de gorra y blusilla, recostados a los barrotes 
en presumidas posturas. De algunas ventanas altas 
salían tenues claridades que alumbraban, de tre- 
cho en trecho, los maceteros de las ventanas opues- 
tas ; ventanas pequeñas,* ventanucos angostos, cuya 
exigüidad y sordidez disfrazaban los claveles, los 
geranios, las rosas. Los avances de los balcones, 
aleros y tejadillos, y los ángulos y traveses de los 
techados ponían aquí y allá unas pinceladas rem- 
branescas en las piedras redondas de la calle, cor- 

Digitized by VjOOQIC 



r 



CARLOS R E Y L E S 

tada por el viejo edificio de la taberna, que hacia 
esquina, en donde la macilenta luz de un farolillo 
alumbraba el siguiente anuncio : «Aquí gustan de 
lo güeno, como güenos, los güenos.» Aquel rincón, 
con sus barridas albas sobre las negras tintas de los 
muros, parecía un aguafuerte de Goya. Mirando 
hacia lo alto percibíase un retazo estrecho de 
cielo como una bambalina iluminada por detrás. 
De pronto un hombre salió de la taberna dando 
traspiés ; se apoyó en el muro, quitóse el sombrero, 
y exclamando «¡Josú, la gran borrachera I», echó 
a andar haciendo eses. 

A poco llegó la Pura. Paco le tendió las manos. 

— ¡Puriyal... 

— ¡Paco!... 

En el angosto portal se contemplaron algunos 
instantes sin proferir palabra. 

— ¡ Pero, chiquiya, qué fina y qué guapa estás I 

— ¿Te parece?... 

—¡Vaya!... 

— Pues, mira, todo es mío— contestó ella abrien- 
do el mantón y dando una vuelta sobre sí — . i Y tú, 
qué mocetón te has hecho y qué canil Te estoy 
viendo y no lo creo. ¿Pero eres tü mi Paco, el 
Paco que, de tiempo en tiempo, me prestaba cinco 
pesetas, sin pedirme na? ¡Ay, qué ganitas tenía 
de verte! 

— Lo mismo yo ; continuamente pensaba en iti, 
Puriya. 

— Corriendo por esas tierras de Dios, la única 



Digitized 



by Google 



EL EMBRUJO DE SEVILLA 

persona que recordaba con gusto eras tú. Fuistes 
muy bueno para mi cuando pasaba las moras, y 
yo soy muy agradecida, sabes, pero mucho. En 
todas partes procuré saber de tu vida. En París me 
enteré que te habías hecho torero. | Torero tú, Pa- 
co, y célebre, porque dicen que matas una barbari- 
dad! ¡El sobrino del marqués I ¡Quién lo había 
de decir 1 

— Así es el mundo : yo, torero, y tú la mejor bai- 
laora de España y la gachí más allá nm eso que han 
visto estos ojos. 

— ¡Embustero I... 

— Por estas, que son cruces. 

— ¿De veras, te gusto tanto? La verdad e^ que 
he mejorado bastante. Antes no sabía de moños^y 
de perendengues; ahora sí. 

— Déjame que te admire, Puriya — ^agregó el no- 
villero, echándose hacia atrás para exminarla me- 
jor — . Nada, Silverio dijo verdad : ahí andas con 
la Virgen del Valle. 

— No seas guasón, y cuéntame cómo fué eso de 
dejarte crecer el pelo. 

— Primero hablemos de ti ; ¿ quieres que suba^ 
mos? Arriba podremos estar tranquilos — propuso 
él, ofreciéndole el brazo. 

— No puede ser, me esperan. 

— ¡Ahí... — exclamó Paco con visible contra- 
riedad. 

—¿ A que no sabes dónde ? Pues en lá freiduría de 
la tía Curra. Tengo unas ganas locas dé comer chu- 

53 

Digitized by VjOOQ IC 



CARLOS R E Y L E S 

rros, buñuelos y chorizos envueltos en papel ; cho- 
rizos de esos que ladran, ¿ sabes ? 

— En ese caso, te dejo. 

— ¿ Cómo que me dejas ? 

— ¿No dices que te esperan?... 

— Sí... los churros, los buñuelos, los chorizos y el 
gachó del arpa. 

— ¿ Quién ese ese feliz mortal ? 

— ^¡ Pues tú, mala sombra f ¿ No recuerdas lo 
que te dije en lai misma freiduría la noche antes 
de irme? «Cuando vuelva, dentro de dos o tres 
años, a la salida del café donde baile la primera 
noche, nos vendremos aquí y la correremos soli- 
tos los dos, y tú me contarás tus penas y yo Jas 
mías.» 

— Puriya, eres la más salada de las morenas. 

— Conque... andando. Esta noche convido yo; 
prométeme que has de darme gusto en todo. 

— Prometido. 

Cogidos del brazo, hablando y riendo abandona- 
ron la obscura callejuela. A la vuelta de la esquina 
esperaba la mañuela o manóla de Paco, como se 
dice en Sevilla. El cochero, de ancho y sevillana, 
dormía en el fondo del coche. 

— ¿ Es Covacha ? — preguntó la bailadora— i Ve- 
rás qué sorpresa le voy a dar I — y poniéndose jun- 
to al farol, de modo que la luz le diera en la cara, 
gritó — : ¡ Arza, Covacha I 

— ¡Josú, la Virgen del Carmen! — exclamó el 
chulo asombrado, mirándola, y saltó del coche. 

54 

Digitized by VjOOQ IC 



EL EMBRUJO DE SEVILLA 

— ¡Anda, tumbón, baja la capota, y llévanos a 
la casa de la tía Curra I — ordenó, riendo, Paco. 

Subieron, y el coche arrancó al trote pinturero 
de las dos jacas jerezanas. 

— Paco... 

-Qué. 

— ¡Qué bien, pero qué bien estoy ahora mis- 
mol... 

Él la cogió la mano y se la oprimió dulcemente. 

Covacha, sin que hubiera necesidad de ello, y 
sólo para que las jacas híci edi ylpiernas y lucir él su 
maestría de automedonte, hacía restallar el látigo a 
un lado y a otro, arriba y abigo, como si tuviera 
en las manos los rayos de Júpiter. 

— I Ay, qué bien huele la Seviya de mi alma I-*- 
exclamó la bailadora, respirando con fuerza el aire 
embalsamado por los penetrantes aromas de azahar 
y los efluvios olorosos de los patios, las rejas y los 
balcones — . Este olor trastorna, emborracha — ^agre- 
gó, experimentando un mareo delicioso. 

Hacía calor. Los transeúntes llevaban los anchos 
en la nuca o en la mano, y avanzaban hablando a 
gritos e interpelándose de acera a acera. Algunos 
canturreaban las sevillanas del Reverte. Muchos 
iban entre dos luces. Al pasar el coche frente a los 
grupos estacionados en las esquinas llovían los oles 
y las flores sobre la jacarandosa pareja. Paco son- 
reía, y la Pura daba las gracias con los ojos. Re- 
corrieron calles amplias, obscuras callejuelas y has- 
ta sombríos callejones. Desde algunas partes al- 

55 



Digitized 



by Google 



CARLOS R E Y L E S 

canzaban a ver la torre mauritana, el alminar de 
Yakub ben Yasuf , o s^Ja-CifaWar graciosa y 
prfó^tilliiiUi como una maja. 

— ¡ Mírala qué salada, qué garbosa, qué flamen- 
ca es ! — repetía la Pura. 

Iba contenta como colegiala que vuelve del con- 
vento a la ciudad natal. Frente a las grandes mo- 
les de las iglesias y los edificios públicos hacía 
detener el coche y miraba extasiada, refiriéndote a 
Paco mil anécdotas de cuando era una bala per- 
día, o de su niñez miserable, pero libre. ((En aquel 
pórtico dormí muchas veces. Allí, una viejecita te- 
nía un puesto de castañas y me daba una por cada 
recado que le hacía. Por aquella calle iba todas las 
mañanitas a la fábrica.» E>espués callaba. De tiem- 
po en tiempo Paco la oía murmurar en medio de 
un hondo suspiro : 

— ¡Seviya de mi alma!... 



En la trastienda de la freiduría la tía Curra ha- 
bía cubierto la mesa de los clientes privilegiados 
con un mantel lleno de zurcidos, pero muy limpio, 
y dispuesto sobre él la cañera, dos platillos de acei- 
tunas aliñas, dos botellas de N. P. U., el jerez 
preferido de la Pura, cuchillos y tenedores, amén de 
un búcaro de las ollerías de Triana, cargado de 
claveles borrachos, rosas de pitiminí y azules cam- 



Digitized 



by Google 



EL EMBRUJO DE SEVILLA 

panillas. La pieza, amueblada pobremente, era muy 
pequeñita. Tenía dos puertecillas laterales que la 
ponían en comunicación con la cocina y los dormi- 
torios, y Qtra, grande, de acceso a la sala. Frente 
a esa puerta, en la pared del fondo, veíase un ven- 
tanillo que caía al patizuelo, cubierto enteramente 
por la copa lustrosa de un naranjo. Las sillas eran 
de pino pintado, con asiento de enea. Debajo del 
ventanillo había un sofá, cuyos elásticos crujían 
dolorosamente a la menor presión. Adornaban las 
paredes algunos cartelones de las corridas de Pas- 
cua y próxima Feria, dos jaulas de canarios, que en 
las horas de sol colgaban de las ramas del naran- 
jo, y el retrato de la tía Curra y su consorte, entre 
dos palmas de Ramos, recién bendecidas. Parada 
sobre una silla, en un ángulo de la pieza, veíase la 
guitarra. 

Cuando la bailadora y el novillero entraron en la 
trastienda, la tía Curra abandonó la cocina, las hi- 
jas el mostrador y las tres vinieron a saludarlos. 
Ambos eran antiguos parroquianos de la casa, muy 
frecuentada por gente de coleta, artistas del tablao 
y señoritos flamencos. La tía Curra estaba casada 
con el señó Brageli, antiguo desbravador y chalán 
de caballos ; tenía un hijo corredor de tabacos, 
muy conocido entre los ganaderos y la torería, y 
una hij^ cantadora, lo cual explicaba las vinculacio- 
nes de aquella clientela con los amos de la tienda, 
aparte del gancho de Amparo y Loliya, dos sevilla- 
nas »feuch^ pero con mucho ángel, que ejercen 

57 



Digitized 



by Google 



CARLOS R E Y L E S 

de peinadoras en las horas hábiles, y ayudabaa 
por las noches a la buñolera en las tareas de la 
freiduría. 

— Pero, Puriya, ¿qué es esto? — exclamaba, Ue- 

1 de alborozo, la zalamera tía Curra — . No parece 
sino que le has robao la cara a la mismísima Soleá... 
¡ Várgame Dios, y qué parmito y qué trapío 1 Don 
Paco, ¿recuerda usted? Yo lo decía a too el que 
quería oírme : «En cuanto esa niña se entere de lo 
que aviyela y lo sepa lucir, va a quitar el sentío.» 
¡ Y acerté, vaya ! J. Como que tengo aquí dos ojos 
que son dos ojos, y no dos nueces. Déjame que te 
rea, Puriya. 

— Pero oiga usted, doña Curra, ¿era yo tan 
fea? — exclamó la bailadora, riendo a carcajadas. 

— No ; fea nunca lo fuistes ; sosilla, sí. Estabas 
sin cuajar : no sabías componerte, eras poco presu- 
mía y las penas te tenían paliducha y seca. Mien- 
tras que ahora eres pura canela fina. Déjame que 
te bese como cuando eras chiquiya y te parabas en 
esa puerta, con una perra gorda en el ojo,- pa mos- 
trarme que tenías con qué comprar guñuelos. 

Las chicas la besaron también efusivamente, y 
Loliya, cogiéndole las manos y examinándola de 
pies a cabeza, le dijo : 

— La verdad es que no tienes desperdicio, Pura. 
No puedes imaginarte cuánto nos hemos alegrao de 
tu buena suerte. Aquí toas te queríamos... 
; — Eso sí que es chipén — afirmó Amparo, despo- 
jándola del pesado mantón — . Y siempre creímos 

58 



Digitized 



by Google 



EL EMBRUJO DE SEVILLA 

que serías una bailaora de punta, la mejó del 
mundo. 

— ^Y lo es ; yo soy vieja, he visto mucho y pueo 
decirlo : bailando no tienes comparación. 

— ¿Pero me habéis visto? 

~¡ EHgo... como que me iba a quedar yo sin ese 
gusto 1 A la hora precisa cerramos la tienda y pu- 
simos un letrero en la puetta que decía : <<NosJ]te- 
jno§.ido--a^vej;^^'aJia,,Xrinnern i 'ya-gorvethos.» Y an- 
dandito. Cuando llegamos empe2Kibas tu baile. No 
había dónde meterse, y te vimos desde la cance- 
la. A mí se me caían las lágrimas, y a éstas la baba. 

— ^Tu madre sí que no tiene desperdicio, Ampa- 
ro — exclamó la Pura, dándole a la buen mujer unos 
cariñosos estrujones — . j Ea, bebamos a la salud de 
todos nosotros ! — y ella misma vertió el vino en las 
cañas, y cogiendo de la batea con una sola mano y 
mucho estilo cinco de ellas a la vez, las repartió 
donosamente. 

La tía Curra se fué a poco a darle una vuertecita 
al pescao; Amparo y Loliya acudieron a la sala, 
donde nuevos parroquianos llamaban impacientes. 
La Pura y Paco tomaron asiento frente a frente, y 
al mirarse se echaron a reír sin saber por qué. El 
torero picó una aceituna con el tenedor y se la al- 
canzó a la bailadora; ésta la cogió con la boca, 
rió y dijo : 

— Paco, ¿te has enterao que la estamos co- 

aAlLo veo y me parece sueño. 

59 



DigitizefJ 



by Google 



CARLOS R E Y L E S 

•^Escucha, Paco, nosotros tenemos que ser muy 
buenos amigos ; pero no asi como así, sino amigos 
de veras. Tengo necesidad de que alguien me quie- 
ra bien y a quien yo pueda querer del mismo mo- 
do, sin recámara ni trastienda. De lios estoy hasta 
la coronilla. Ahora sólo quiero trabajar, pensaar mi 
baile, vivir tranquila. No; nada de lios. El que 
me busque por ese ladQ no encontrará en mi sino 
colmillos y uñas. 

— ¿Tan mala eres? 

— Soy como los hombres me han hecho, Paco. 
Tú sabes las que pasé por *>g#*t(g m^fa ypigrr^ 
Él me perdió, se lo di todo^ le tuífiel, no le costé 
ni una peseta, lo quise más que a las niñas de mis 
ojos, viví a su lado sin quejarme de los malos tra- 
tos que me daba y las marranadas que me hacia, 
y, a lo mejor, en pago de todo eso, la pata, y 
a otra cosa. ¡ Cuántas lágrimas de sangre, cuántas 
fatigas de muerte, cuántas noches sin dormir, 
cuántos días sin comer ! Para vivir tuve que hacer 
lo que hacen las que no quieren morirse de ham- 
bre, y pasando ducas y tragando saliva, compren- 
dí que el cariño no lleva a ninguna parte, como 
no sea al hospital ; que necesitaba, no corazón, 
sino sentía; no verdad, sino coba; no sencillez, 
sino rumbo y ruido, porque los hombres aprecian 
sólo lo que relumbra, aunque sea oro falso, y en- 
tonces me propuse cambiar de marcha y trcLérme- 
las. Y salí de Seviya con cinco pesetas y J^J^B^- 
tenciones de un miura. Bailé en Cádiz, en Jerez, 

T* 6o 



Digitized 



by^Google 



EL E M BRU J O DE SEVILLA 

en Málaga. Aprendí algunas cosiyas. Tomé de 
ésta y de aquélla lo que se prestaba a fundirse con 
lo mk). Pensé mi baile, lo ahondé, como dicen por 
ahí. Ga6té lo que ganaba en postín y darme pisto, 
y un buen día me las guiyé con un empresario de 
casinos madrileño que se chaló por mí y me lanzó 
en París, Londres, Moscou, donde me encontré con 
la Macarrona, ] habías de ver tú a la Macarrona 
en Moscou!, y, por último, en Nueva York. Allí 
conocí al gachó que me regaló en una comida, es- 
condidas en dos conchas rellenas de un pescao muy 
fino, estas perlas que ves aquí. ¡ Lfl qU6 pás2> "por 
mí cuando les metí el diente y diquelé lo que eran 1 . . . 
Desde que lucí perlas, los hombres acudieron a 
mí como las moscas al dulce. Y tuve coches, la- 
cayos y joyas, y tendría ahora un dineral si no 
me hubiera gustado tanto verlas venir, los naipes 
malditos. Pero, ¿qué quieres?, eso me consolaba 
del cariñito perdió, porque, te diré, después del 
Pitoche, no pude querer a nadie. Quizá están en 
lo cierto quienes aseguran que las gitanas de lo s 
^gtanoc soTi. concluyó rugando el ceño. 

Paco la oía observándola atentamente. Como 
muchas trianeras, tenía el cabello de color caoba, 
los ojos verdes, claros, y la tez ligeramente cobri- 
za. La nariz, los pómulos, algo pronunciados, y 
íú boca delataban la sangre gitana; la frente, un 
tanto bombada, y el óvalo murillesco del rostro 
eran típicamente sevillanos. Distaba mucho la 
Piira de ser una belleza perfecta, pero el extraor- 

6i 



L 



c.^ 



Digitized 



by Google 



CARLOS R E Y L E S 

dinario fulgor de los ojos, engarzados en el som- 
brío cerco de las pestañas, como dos absidianas en 
un aro de negro esmalte ; el juego gracioso de la 
I boca, que parecía un pimentón partido mostrando 

!las pepitas blancas, y el no sé qué de la expre- 
sión, entre voluptuosa y retadora, atraían con fuer- 
{ zsi irresistible, prometiéndole a los sentidos, más 
i que al alma, cosas muy dulces. Paco observó que 
í tenía los dientes muy cuidados y las uñas pulidas, 
y que toda su gracia gitana había sido como pa- 
sada por un fino tamiz. Sus ademanes y sus ges- 
tos eran más mesurados que antes, su lenguaje 
' menos ordinario, aunque lleno de los giros peculia- 
res y las sabrosas expresiones del pueblo andaluz, 
y la pronunciación casi perfecta. 

— ¿Y esos chorizos, seña Curra? — gritó de 
pronto, interrumpiéndose. 

— Ya están sartando en el plato — respondió la 
buena mujer, asomando la cabeza por la puerta de 
la cocina, de la que salió como un cálido aliento 
de aceite frito, ajo y azafrán. 

Cuando estuvieron los chorizos sobre la mesa, 
la bailadora hundió la nariz en la fuente y aspiró 
con delicia el olorcillo de la vianda recién salida 
del fuego. 

— Se me hace agua la boca; tres años sin pro^ 
barios. ¡Han visto ustedes una barbaridad seme- 
jante I — y luego, llena la boca, y masticando con 
ella muy abierta para no quemarse, agregó, vol- 
viéndose hacia la tía Curra, que esperaba el dic- 

6í» 



Digitized 



by Google 



EL EMBRUJO DE SEVILLA 

tamen con las manos puestas en las caderas y los 
ojillos picarescos saliéndosele de la cara — : Están 
de rechupete, vaya una cañita. 

— Se me va a subir al moño... ¡Josú, qué vinol 
— exclamó la buñolera, paladeándolo — . Parece 
que le entra a uno la mismísima gloria en el cuer- 
po — luego, secándose la boca con el revés de la 
mano, volvió a sus anafes y a sus sartenes. 

Paco abrió el ventanillo del patizuelo, y los aro- 
mas del naranjo en flor inundaron la estancia. La 
Pura, sin cesar de comer, reanudó su charla : 

—Así pasé del tablao al teatro. Algunos pinto- 
res españoles, a quienes serví de modelo en París, 
Barcelona y Madrid, me enseñaron a vestirme y 
peinarme para la escena como la3 majas de rum- 
bo deGoyB. y Fortui^y , ¡ Lo que saben esos tíos 1 
El figurín para el traje que me vestí anoche me 
lo dibujó un pintor vasco muy joven, que, a mi 
modo de ver, les va a quitar los moños a todos. 
Yo nó chanelaba mucho entonces de pintura; 
pero, cámara, los lienzos de aquel tío me tiraban 
de espaldas. Es un chico muy salao y un artista 
de una vez. Siente y expresa lo andaluz en su pin- 
tura como, por instinto, lo siento yo y quisiera ex-- 
presarlo bailando. Con él hablamos mucho de V 
cante y baile, de toros y procesiones. La Andalu- 
cía de pandereta lo apesta lo mismo que a mí. 
Y tiene en muy poca estima a los artistas que la 
pintan con agua de rosas y jarabe. Es una cosa 
muy rara, no te lo pddría decir. Él ve pintando 

63 



Digitized 



by Google 



CARLOS R E Y L E S 

los colores que yo bailando veo. Lo andalu z es 
para él rojo, negro y amariyo; para mí, sangre, 
pasión y sol embotellado. Cuando bailo pienso que 
soy no una mujer, sino la misma Seviya: un na- 
zareno, un torero, una maceta de flores, una caña 
de manzaniya y una gcúchí con navaja. Y venga 
\de ahí. "^"^^ 

—Tienes mucha gracia, Puriya — exclamó Paco 
riendo — » Nada más lejos de lo andaluz que la An- 
dalucía de cromo. Tu baile habla de la otra, de 
\la honda, de la Andalucía que lo es todo a la vez, 
triste y alegre, fanática y descreída, orguUosa y 
humilde, mística y sensual, pobre y rica. Ayer, 
justamente. Tabardillo, que tú conoces, y Cuenca, 
a quien le llaman el pintor de la España negra, 
hablaban de eso en mi mesa del café. Cuenca, 
después de verte, dijo que serías la doctora de Avi- 
la del tahlao, 

— ¿Y quién es esa señora? 

— ¡Santa Teresa, chiquiyal... 

— ¡Vaya con Diosl... 

— Y, burla burlando, dijo verdad. Tú quieres 
manifestar claramente lo que los otros sólo mumu- 
ran ; tú intentas darle al baile su significación to- 
tal ; expresar, por medio de él, la pasión y el sen- 
timiento del pueblo andaluz ; mostrar su alma tor- 
turada y gozadora, ulcerada y florida... 

— Eso, eso... 

— Y sin quererlo vas a dictar en el arte Reglas y 
a fundar órdenes como la Santa en la religión. 

64 



Digitized 



by Google 



EL EMBRUJO DE SEVILLA 

— Pero qué bien hablas, Paco..., ni Castelar. 

— Repito poco más o menos lo que ¿ecí^ el pin- 
tor.^ 

— ^Ya ardo en deseos de conocerlo. ¿ Me lo pre- 
sentarás, verdad? Con los pintores hago. muy bue- 
nas migas. Me gusta verlos trabajar y discurrir 
sobre su arte. La mayoría son chalaos. En el ta-^ 
11er (Jel vasco pasaba yo muy buenos ratos. Le 
serví de modelo para una Carmen que vendió muy 
bien. Y ¡que aprendí poco oyéndolo hablar 1 Yo 
no tenía idea siquiera de las majas y las manólas 
de antes, ni de los bailes antiguos,, como el bolero 
de Antón Boliche, en el que tanto lucía la Caram- 
ba; el zorongo, caballo de batalla de /la Mariana 
Márquejfc ; el ole, la zarabanda^ el vito,' ni, .sospe- 
chaba lo que era arte. Escuchándolo y mirando 
sus cuadernos de apuntes y colecciones de retra- 
tos, dibujos y estampas, se me ocurrió la ide^, de 
trajear castizamente mis bailes y llevarlos a 1?^ es- 
cena con el aparato que eso requiere. Así 1q hice, 
y me salió al pelo. Pero yo soy muy amhi/6^silta,> 
Paco,' y quiero más--confesó mirando ^1 trasluz 
el sol jerezano — . Quiero hacer de cada baile un 
cuadro, lo que llaman por allá un balé, y de cada 
cante una interpretación coreográfica con su deco- 
rado propio y música típica. ¿ Chanelas ? ... 
Imagina lo que sería interpretar ^ bailando el alma 
de la saeta, mientras desfilan por las calles obs- 
curas de Seviya los Pasos, los nazarenos, las mu-, 
chedumbres; mimar la malagueña en un patio 

.65 • 

C. RwYi.híi: El embrujo de Sevill:', 5 

Digitized by VjOOQ IC 



CARLOS R E Y L E S 

andaluz ; la soleá, en la cocina de un cortijo ; la 
seguiriya en una barraca de gitanos. Calcula lo 
que podrían ser las decoraciones, los trajes, los 
bailes y la música. ] Una cosa tremenda, como di- 
ce mi pintor, tremenda ! Yo lo veo, ¿ sabes?, lo veo 
como ahora mismo te estoy viendo a ti. Un día 
de éstos te mostraré algo de lo que he pensado 
para la malagueña. ¡ Ay, Paco, si yo pudiera bai- 
lar lo que tengo aquí!— concluyó,- poniéndose el 
índice en la mitad de la frente. 

— Estás hecha una artistaza, Puriya. ¡Qué fue- 
go, qué pasión, qué fiebre I 

-—Qué quieres, Paco, «La fuente vieja se ha al- 
borotao.» Algún día había de ser ; el que tiene 
un duro, lo cambia. No creas, los del tablao so- 
mos grandes artistas, muy grandes, pero con muy 
poco pesqui. No sabemos na de na. Así y todo 
algo siempre se inventa. Mira el cariz que está 
tomando el cante y el baile. 

— Lo que no comprendo es cómo, acariciando 
tales propósitos, has vuelto a España y al tablao. 

— Pues para refrescar mi baile, empaparme bien 
del asunto, y pasarlo vivito y coleando del café al 
teatro. Ya he formado mi cuadrilla ; tengo tocaor, 
bailaor, cantaor. Ahora me falta un músico y un 
cagatint as que sepa escribir lo que yo piense. En 
esta vida hay que hacer algo gordo, Paco; tener, 
como quien dice, una ilusión, un deseo grande, 
una chalaura cualquiera que te haga andar pa lan- 
te. ¡Si vieras cómo son por allá! Todos tienen 

66 



Digitized 



by Google 



EL EMBRUJO DE SEVILLA 

SU chalaura; todos quieren ir lejos, cada cual en 
lo suyo. Nosotros, no, y por eso nos vamos que- 
dando atrás. 



Trajeron los dorados buñuelos. Paco ordenó que 
le sirviesen a Covacha lo que apeteciera. La Pura 
siguió hablando de sus fantásticos proyectos y él 
escuchándola realmente asombrado de ver todas 
las cosas que, al contacto de las gentes extranje- 
ras, habían nacido y bullían en la linda cabecita 
de la bailadora. Paco, como la generalidad de los 
andaluces de sujcondición, no tenía otros propó- 
sftos ni otras ambiciones que satisfacer sus gus- 
tos y caprichos, y vivir lo más regaiáSiTrnente* po- 
sible. Los cálcüTos^ prolijos, la actividad reflexiva, 
nO" e'sfában en sus libros. No le faltaba voluntad 
firme ni los arrestos que piden ciertas empresas, 
pero le faltaba la aspiración superior, el estímulo 
del ejemplo, el acicate de la necesidad. Era capaz, 
en toda cosa de la arranca, del pronto andaluz, 
pero no del esfuerzo inteligente y continuado. No 
se mofaba de los propósitos levantados, pero tam- 
poco los tenía en particular estima. Los grandes 
afanes entraban para él en el dominio dfe las gui- 
lladuras. Comprendía y admiraba la vida inten- 
sa de yanquis, ingleses y alemanes, pero prefe- 
ría el dej arse correr sevil lano. Había visto las 
exposiciones agrícolas de Inglaterra y Francia, y 

67 



Digitized 



by Google 



CARLOS R E Y L E S 

conocía las excelencias de los ganados y culti- 
vos de los dos países, pero, por amor a la tradi- 
ción y natural desidia, jamás se le ocurrió, como 
no se le había ocurrido nunca a su tío, que se po- 
dría cambiar el arado de madera por el de hierro, 
ni las ovejas churras por las lincoln de gran des- 
arrollo y espléndido vellón. Más que el resultado 
económico, lo que le agradaba en las faenas cam- 
pesinas era el colorido, el detalle pintoresco, la 
destreza, la arrogancia. En el fondo, el afán de 
perfección material y el afiebrado ajetreo de las 
modernas civilizaciones, le parecían grandes ab- 
surdos; las inquietudes de los buscadores de oro 
o de gloria, también. Y, sin embargo, lo^ ambicio- 
sos planes de la bailadora lo avergonzaban un po- 
quitín, porque, indirectamente, ^ le liáclan sentir 
la superficialidad egoísta y la chatura **de sus 
querencias de áhdáTiT^r- Después de comer los bu- 
ñuelos encendió un soberbio puro, se echó al co- 
leto una caña y, con ese desenfado peculiar de los 
señoritos de la nobleza, dijo: 

— No sólo los del tablao, sino todos los andalu- 
ces somos así, Puriya; no sabemos na de na, ni 
queremos saberlo. Y todo el que nazca en esta 
tierra bendita así será. Y ¿cómo había de ser de 
otra manera? ¿Qué ejemplo seguir? ¿A quién 
imitar? ¿A los catalanes?, ¿qué sevillano se cam- 
biaría por un catalán? Por lo demás, nuestra ma- 
nera de entender la vida es un perpetuo deleite, 
que en otras partes se busca apasionadamente y 

68 



Digitized 



by Google 



EL EMBRUJO DE SEVILLA 

cuesta muy caro producir. Luego, ¿ por qué había- 
mos de cambiar? ¿Qué utilidad verdadera po- 
dría reportarnos? Aquí, el que bebe una caña 
de jerez, bebe y come; el que trabaja, juega; el 
que sufre, goza ; el que llora, canta. Con unas re- 
jas, unos azulejos y unas macetas de flores logra- 
mos obtener el hechizo que buscan, y no siemp^re 
logran, las grandes capitales, con la aparatosa os- 
tentación de su trabajo, su ciencia y su riqueza. 
Nuestra despreocupación es nuestra miseria y 
nuestro tesoro. No tenemos voluntad, pero la tie- 
ne por nosotros Nuestro Padre Jesús del Gran 
Poder. Dios no nos da la c iencia, per o nos da la 
gracia ; no sabemos trabajar, pero sabémos"3n)^- 
ntíníds. ^Oífos labrican locomotoras, nosotros, cas- 
tañuelas, y como todos nos encaminamos al se- 
pulcro, sería cosa de averiguar si es mejor hacer- 
lo pasando las de Caín y aprisa, o lenta y ale- 
gremente. ¿ Crees tú que es más útil y noble crear 
riquezas que engendrar goces? ¿Que así no se 
puede vivir? Infundios, así vamos viviendo muy 
guapamente. Cada uno lo suyo. Somos diferentes, 
pe.ro. no inferieres a^ los demás hombres. Cuando 
voy en mi jaca montao o le entro a un berrendo 
corto y con fatigas, no me cambiaría por el rey 
de la tierra. ¿Que se perderán las colonias?, ade- 
lante pon los faroles. ¿Que el mundo se hunde?, 
palmas y luces. Y yo te digo, Puriya, que un pue- 
blo que desprecia el pellejo, el trabajo, la riqueza 
y el saber, y ama el tronío, la*^ valentía, la gracia 

69 



Digitized 



by Google 



CARLOS R E Y L E S 

y el goce, no está de más en este picaro mundo. 
Venga vino y peliyos a la mar. 

— ¡Ay, Paco de mis entrañas, qué andaluz 
eres I-— exclamó ella, admirando a su vez. 

— Lo que tú intentas está muy bien pensado, es 
una obra magna que te dará gloria y dinero. Si 
en algo puedo ayudarte cuenta conmigo. En cuan- 
I to a mí, te diré que si me arrimo y le doy a los to- 
• ros de patas en los hocicos, como dicen los revis- 
/ teros, no es por la gloria, yinp por el Parné. j Me 
gusta, s(, que me toquen las palmas ; me embriaga 
el triunfo, me atrae el peligro, pero sin las locuras 
de mi tfo, que Dios tenga en su santa gloria, y la 
ruina de mi casa, no se me habría ocurrido echar- 
me al redondel. La gloria, ¡phss!, me tiene sin 
cuidado. La gloría es para mí los buenos vinos, 
los buenos puros, mis caballos, el desahogo de 
mi casa y mil pesetas siempre en el bolsillo para 
alternar con quien quiera que sea donde quiera 
que esté. 

— I Ole I... Pero, dime, Paco, ¿no sientes allá, 
muy adentro de ti, haber dejado de ser seño- 
rito? 

— No — contestó él caíegóricaniente — , antes no 
era nadie y ahora soy algo. El torero^ aparte de 
/ ser un artista como cualquier otro y más noble 
que los otros, si tú quieres, porque, arriesgando 
a cada instante la vida muestra lo que valen el 
coraje y la inteligencia, lo cual tiene sus bemoles, 
es una cosa que ej instinto de la raza produce, 



Digitized 



by Google 



EL EMBRUJO DE SEVILLA 

porque alguna neoesklad muy grande lo recl^^,^^^^ 
ma. Somos un pueblo macho y necesitamos emo*- | 
Clones fuertes para no caer, para no bastardear- 
nos. Si las viejas virtudes españolas no han muer- 
to ya por falta de empleo, es quizá porque la ma- 
gia del redondel las galvaniza y conserva. La bi- 
zarría y la majeza, que no podemos poner en la 
industria y el comercio, la ponemos en el arte tau- 
rino, el más viril y arrogante de todos, arte exclu- 
sivamente español coino no podía menos de ser, 
siendo el más arrogante y viril, hecho con nues- 
tros nervios y con nuestras entrañas, y por eso 
el único que les habla al alma a todos los espa- 
ñoles castizos. Lo que el pueblo adora en el ruedo 
no es lo que dicen los periodistas, sino la gloria 
del pasado, la bravura, los desplantes donjuanes- 
cos, el tronío, el cogote tieso, la sal y la pimienta 
de la razaTjSe ha dicho y repetido hasta el can- 
sancio qu^no pudiendo matar herejes, matamos 
toros ; que la Plaza es un trasunto de los quema- 
deros; las procesiones, la encarnación religiosa 
de nuestros instintos» crueles ; el cante hondo, un 
derivativo de nuestra ingénita necesidad de sufrir 
y de hacer sufrir. ¡Papas para canarios 1 Nos* 
otros hemos inventado las corridas de toroSí^Ja^.f^Or 
f radías y el arte ^^^nr^rirn ir!'X'!* Jin tfn^flmof",;;;'"^- 
yos mundos qye conquistar coma.«n..la.4po€a Sk 
los Reyes Católicos. Ni más ni menos, ni meno6 
ni más. Mientras los otros países progresan y 
se roen el alma con el progreso, y se queman la 

71 



Digitized 



by Google 



CARLOS R E Y L E S 

sangre para obtener una cantidad de bienes inúti- 
les, nosotros amasamos alegrías y fuerzas que, 
llegado el momento, nos permitirán volver a ser 
lo que fuimos. Cuenca asegura que la solución del 
/^problema español, el ser españoles o el ser euro- 
I peos, no es asunto de los políticos ni de los filoso- 
/ fos, sino del pueblo, y que éste va a encontrarla, 
, no en el Palacio Real, ni en los libros, sino en el 
' redondel. Si el poderío de Inglaterra ha salido de 
los campos de foot-bal, ¿por qué no había de sa- 
lir el poderío español de las Plazas de toros? 
¿Crían aquéllos acaso más enjundias y más aga- 
llas que éstas? Mira, Puriya, no debemos renegar 
de lo nuestro; no debemos avergonzarnos de ser 
tú bailadora, yo torero. Yo siento que los dos, sien- 
do lo que somos y haciendo lo que hacemos, es- 
tamos muy bien, pero muy que requetebién. 

— Paco, tienes la gracia del mundo. 

— ¿ No te parece cierto lo que digo ? 

— Vaya, que si me parece. En el extranjero sien- 
to orgullo de ser seviyana y bailaora. Y entre los 
hombres que traté, puedo decirte, Paco, que nun- 
ca vi ningufto tan salao ni tan eche usted pa elante 
como tú. 

Él le cogió las manos, púsose repentinamente 
serio, y, mirándola con los ojos entornados y di- 
latadas las ventanillas de la nariz, dijo : 

— ¿Sabes, Puriya, que te me vas metiendo en 
el alma? 

Ella lo miró como si quisiera leerle los pensa- 

Digitized by VjOOQ IC 



EL EMBRUJO DÉ SEVILLA 

mientos y hacerle, al mismo tiempo, una dulce re- 
convención ; luego, sus párpados se cerraron lán- 
guidamente, y al volver a abrirlos murmuró con 
voz quebrada y cariciosa : 

— Paco, quiéreme bien, ¿sabes?, bien, Paco... 

Él la atrajo hacia sí, y avanzando el cuerpo 
por encima de la mesa recostó la cara contra la 
cara de ella. Así permanecieron algunos instantes, 
presa los dos de un mareo dulcísimo. 

Bebieron ; al dejar el vaso en la cañera pregun- 
tó la Pura: 

— ¿ Y cómo has podido cuajarte tan pronto, Pa- 
co? Tú fuiste siempre muy templao; dos veces te 
vi en el cortijo capotear becerros y vacas; pero 
de eso a ganarse la vida con los toros... 

— Pues arrimándome, Puriya. Siempre creí que 
metiéndose entre los cuernos, el peligro era menor 
y el lucimiento más grande. Ensayé, y salió lo 
que yo pensaba. Los toros, de cerca, pueden poco. 
El busilis está en meterse en su terreno. Allí, dónde 
parece que está la muerte, está la seguridad. En 
cuanto a lo de matar, siempre lo traje hecho. Si 
entró al volapié lo hago desde muy corto y sin 
ningún cuarteo, pero cuidando de empapar bien 
al toro en la muleta y vaciar mejor ; cuando tira el 
derrote ya estoy yo fuera de cacho. Si recibo, cito 
indicándole al toro con el cuerpo la salida, como 
quien va a dar un quiebro, lo traigo con la cara 
tapada hasta el estoque y trato de herir cuanto 
antes. Hasta los bichos más bravos, al sentirse 

73 

Digitized by VjOOQ IC 



CARLOS R E Y L E S 

heridos, se escupen un poco o derrotan tarde. 
Yo he vaciao muchos toros con el estoque. 

— Y, la verdad, Paco, ¿nunca has tenido mie- 
do? 

— Miedo de quedar mal, si ; miedo de resultar 
cogido, no. Si lo pensara, no me arrimaría. Y yo 
sólo sé torear arrimándome mucho. Si me diera 
por huir, me cogerian todos los toros — ^y mostran- 
do la doble hilera de sus dientes anchos, pero 
regulares y blanquísimos, añadió: — ¿Qué quie- 
res, Puriya? ; tengo confianza en mi estrella, ade- 
más de saber que en el toreo acontece lo que en el 
amor: elj[ue no teme, domina siempre. 

— Y ahora que hablas de amor, ¿qué hay de 
Pastora ? 

Una nube de tristeza ensombreció el rostro fran- 
cp y radiante del novillero. 

.—Eso se acabó — dijo entre dientes, y quedóse 
contemplando el humo de su veguero, graciosas 
espirales de las que, a cierta altura, se despren- 
dían ondulantes arabescos. 

— ¡Pelíyos a la mar, Paco I— exclamó la Tria- 
nera, yendo a sentarse en el sofá — . Ven aquí, a 
mi lado, y cántame dos coplas. 

La tienda ya estaba cerrada. Las chicas se ha* 
bían recogido. En la cocina, la tía Curra barría, 
fregaba y lo ponía todo como los chorros del oro, 
mientras el señó Bragali y su hijo, en pie, engu- 
llían los últimos buñuelos. Paco cogió la guitarra, 
como quien toma en los brazos a una miyei;^ la 

74 



Digitized 



by Google 



EL EMBRUJO DE SEVILLA 

sienta sobre las rodillas* Después de un preludio 
muy afiligranado entró en la selva negra del can- 
te, en la seguiriya gitana. Las manos pintureras 
parecían acariciar voluptuosamente el mágico ins- 
trumento. Tocaba como con sordina, grave, el ceño 
ligeramente fruncido, la respiración contenida. El 
rictus doloroso que le crispaba los labios y baja- 
ba y subía los ángulos de la boca, traducían hon- 
áa y sincera emoción. La Pura, acurrucada junto 
a él, escuchaba con los ojos entornadosl Tan pron- 
to seguía las manos magas que le arrancaban 
a las cuerdas ayes y sollozos, como admiraba 
por entre los cedazos de' las pestañas el ma- 
chismo y el garbo del tocador. Ambos sentían el 
gozo de la tristeza, la voluptuosidad de sufrir. Ex- 
perimentaban, sin pensar en nada fijo y sí en mu- 
chas cosas fugaces a la vez, un dulce mareó se- 
mejante al del vino, y la lírica pena que ensancha 
el pecho y aprieta la garganta. Y cuando él en 
voz baja, redonda y melosa^ entonó esta copla: 

«Desde que te apartaron 
de la vera mía, 
me daban tacitas e caldo, ^ 
yo no las quería.» 

metiendo en ella las ducas que le andaban por 
dentro, la Pura cerró del todo los ojos y dulce- 
mente recostó la cabeza en el hombro de Paco. 
Después dejó oír su temple, ronco y acariciador 

75 



Digitized 



by Google 



CARLOS R E Y L E S 

'como el arrullo de la paloma, y mondando el pe- 
cho, cantó la famosa copla de la Sarneta : 

«Recuerdo cuando puse 
Contra tu cara la mía 
Y suspirando te dije : 
Serrano, ya estoy perdía.» 

Y continuaron lanzando coplas, alternando las se- 
guiriyas con las malagueñas, las soleares y los po- 
los, segiin la emoción del momento. De vez en 
cuando bebían una caña en silencio y luego ella 
tornaba a su postura y él a su guitarra. Así los 
sorprendió la aurora. 



Cuando salieron de la freiduría, el sol radiaba 
en la ardiente turquesa del cielo. Covacha se pa- 
seaba por la vereda, levantado el cuello de la ame- 
ricana, las manos hundidas en los bolsillos del 
abotinado pantalón. Las jacas, habituadas a hacer 
largas estaciones nocturnas a la puerta de las 
tabernas, dormitaban con las riendas sueltas so- 
bre los fornidos cogotes, y los ríñones cuidadosa- 
mente cubiertos por las mantas, dobladas en cua- 
tro. 

— Ahora, a San Jacinto— exclamó la Pura — ; 
quiero rezarle una avemaria a la Virgen de la Es- 
peranza. Es una promesa. Luego me llevarás a la 

76 



Digitized 



byGooQle 



EL EMBRUJO DE SEVILLA 

Giralda. Tengo unas ansias locas de ver a Sevi- 
ya toda entera desde lo alto; ansias de respirarla, 
de bebería, de metérmela en el alma. 

— ¡Caprichitos del santo!... 

— Tú no sabes lo que es, para una seviyana 
como yo, estarse tres años fuera de Seviya. 

La manóla avanzó hacia el barrio de Triana. 
Circulaba muy poca gente. Las fregonas, reco- 
gidas las sayas, arremangados los brazos, barrían 
las veredas ; las comadres de patillas acaracoladas 
y mofíete chismeaban en las esquinas ; vendedores 
de muy diversos artículos, a pie o sentados en las 
angulosas ancas de los borriquillos morunos, pasa- 
ban haciéndoles guiños y diciéndoles tonterías a 
las domésticas que trajinaban en los balcones. 
Cierto vendedor de alfajores los pregonaba con 
un canto garganteao de lo más fino. Enseñándo- 
selo, dijo Paco: 

— Ahí tienes a Merengue. ¿No lo conoces? Es 
un artista del pregón. No grita, canta su merca- 
dería. Pasa todos los días por mi casa, y aunque 
no se le compran alfajores, los pregona cantando, 
y todo porque Covacha y Gazpacho lo jalean. No 
busca los cuartos, sino las palmas. Es un hombre. 

Después de atravesar el famoso puente de Tria- 
na el espectáculo de las calles se hizo más atrac- 
tivo, más pintoresco. Como era Domingo de Resu- 
rrección, los esparteros, los albardoneros, los re- 
mendones, no trabajaban en los soportales de las 
casas o a la puerta de ellas, ni lucían, colgadas de 

77 

Digitize* by VjOOQ IC 



CARLOS R E Y L E S 

clavos y cordones, sus pintorescas noercaderías ; 
pero las calles, limpias y blancas, las casitas di- 
minutas como juguetes, las rej^ floridas, las per- 
sianas verdes, las jaulas de pájaros, los rostros 
rientes de los chiquillos que, por docenas, jugaban 
en medio del arroyo, encantaban los ojos y re- 
frescaban el alma. El coche se detuvo en la puerta 
lateral de San Jacinto. La Pura se arrodilló frente 
a la Virggn^de la Esperanza, obra no de Ordoñes, 
como muchos aseguran, ni de Montañés, como 
afirman otros, sino de alg^ún escultor más moder- 
no, pues sólo así se conciba „auaJaiyÍejr|i.4í«-4»^ 
lo para tallarla a la mujei: de.iUl antiguo lidiador. 
En el tiempo de Ordoñes y de Montañés no había 
toreros de profesión. Es la Imagen venerada de los 
trianeros, menos torera, sin embargo, que la sa- 
ladísima Virgen. dcL. fállenmenos salerosa tam- 
bién que la Macarena, pero más mujer que aque- 
llas dos. Sus ojos lloran de verdad, sus labios tiem- 
f blan, su fisonomía se crispa de dolor, no por el 
divino esposo, sino por el esposo de carne y hueso 
\ que le han traído de la Plaza con el corazón roto 
, de una tremenda cornada. La bailadora sabía mu- 
\ cha gramática parda, pero muy poco catecismo; 
no creía en los curas; nunca había asistido, ni 
aun de niña, a una misa completa; los Divinos 
Oficios y los Dogmas de la Iglesia le parecían pa- 
memas...; pero tenía por la Virgen de la Her- 
mandad dé los Marineros una especie de supersti- 
ciosa adoración, en la que entraban como compo- 

7S 



Digitized 



by Google 



EL EMBRUJO DE SEVILLA 

nentes principales, si no únicos, su esperanza de 
mujer ignorante y su amor propio de trianera. O^ 
los ojos llenos de misticas lumbres y el rostro 
como iluminado por dentro, contemplaba extática 
a la Divina Señora. Oraba a su modo, sin plega^ 
rias hechas, sin oraciones aprendidas, mostrándole 
a la Virgen el alma desnuda, y pidiéndole, sin 
sutiles artificios, como a una madre bondadosa, 
perdón y amparo. Paco la miraba con amorosa 
delectación, comparando, sin querer, los ojos cla- 
ros de la bailadora con los negros de la Virgen. 

A la salida de la iglesia, ella, colgándose del 
brazo del torero, exclamó : 

— ¡Ay, Paco, no puedes figurarte lo contenta 
que estoy I Es una cosa rara : me parece que acabo 
de nacer. 

Y luego, camino de la Giralda, muy arrimadita 
a él, agregó : 

— fte he pedido a la Virgen por ti y por mí, y la 
muy simpaticonaza me sonreía. 

— ¡Ay, Puriya, Puriya I— -exclamó Paco — , sien- 
to que te voy a querer una barbaridad. 

— Y yo siento — repuso ella — que te voy a dar 
lo que a nadie di. 

— ¿Qué es ello, Puriya? 

Mirándolo con los ojos agrandados y como hú- 
medos de rocío, contestó ella gravemente : 

— El alma, Paco... 

Frente g^ 1a g^f,\Q^ llQh ^ I^ Catedral, levan- 
tada con el soberbio ánimo de que las edades futu- 

79 

Digitized by VjOOQ IC 



-^ CARLOS RE Y LES 

ras tuvieran por locos a los autores de tamaña em- 
presa*.-se* imaginaron que estaban al píe^3e una 
montaña toda entera tallada como una piedra pre- 
ciosa ; mas presto sus miradas se prendieron a la 
torre galana y ascendieron por ella, deleitándose 
en la contemplación de los balconcillos de mármol, 
graciosos ajimeces y ajaracados atauriques que la 
adornan y le ponen como una salerosa mantilla de 
maja. Luego, cogidos del Brazo y de üh tiróriT^- 
iSierón hasta la plataforma del último cuerpo gre- 
corromano, embebeciéndose allí en la contempla- 
ción del apretado caserío de la capital andaluza 
con sus callejuelas tortuosas, vetustos alminares, 
conventos sombríos, jardines risueños y lejanías 
y horizontes que le cantan al espíritu una evocado- 
ra canción. Llena de infantil alborozo indicaba la 
Pura, con el brazo tendido, los edificios, los luga- 
res y los panoramas que iba reconociendo : 

— ¡Mira, Paco, los Alcázares, Ja n _ pobre s y ce- 
ñudos por fuera, tan ricos y risueños por dentro I 
¡T^anConjaT^reserTaSET^ 

una viuda vestida a la inglesa ; la Fábrica de Ta- 
bacos, donde estuve dos años tragando polvo, y 
allí, San Telmo, con su soberbia portada, que le 
va al edificio como a la cabeza de las mozas la 
rumbosa peina ! ¡ Mira, mira el puente de Triana I 
¡Ay, qué bonito!..., y los borriquiyos que van y 
vienen cargados de todo. ] Ellos son los que hacen 
y deshacen a Seviyal ¡Pobreciyos, tan duros, tan 
pacientes! Desde ese puente, más de una vez. 

So 



Digitized 



by Google 



EL EMBRUJO DE SEVILLA 

cuando anduve pasando hambre y fatigas, pensé 
tirarme al río. Y ¿a que no sabes por qué no lo 
hice? Pues porque comprendía que te tiraba y 
que algún día... Mira la torre de Santa Ana, el 
rojo frontis de San Jacinto, rojo de vergüenza de 
verse tan feo, y allá lejos los pueblecitos de Coria, 
Gelves, San Juan de Aznalfarache, Castilleja de 
la Cuesta, Camas, y, a la derecha, Santíponce... 

— Es verdad que me tirabas — interrumpió Paco, 
pasándole el brazo por la cintura — ; pero no lo 
sabía. Cuando te fuiste de Seviya lo supe. Me 
faltaba algo, andaba como sin sombra, y si co- 
gía la guitarra y cantaba, era pensando en ti. 

La bailadora respiró una gran bocanada de aire 
y, cerrando los ojos, murmuró : 

— 4 Ay, Paco, qué bien se viaja en primera!... 

— ^Te quiero, Puriya— exclamó él oprimiéndola 
dulcemente. 

— Yo también a ti, Paco— suspiró la moza. 

Luego, abriendo los ojos, y como poseída por 
súbita inspiración, no ajena quizá al N. P. U. que 
habían bebido, agregó parpadeando mucho : 

— ¡ Tú torero célebre, yo bailadora de rumbo ! 
Seviya es nuestra, Paquiyo. Tendida ahí nos abre 
los brazos. Vamos a conquistarla, a hacerla vibrar 
como una cuerda de violín, a quitarle las mordazas 
que no la dejan decir lo que quiere, a embriagarla 
y a emborracharnos con los propios zumos de ella. 
¡Ay, Paco de mis entrañas!, qué cosas te diría 
ahora mismo si supiera hablar, y supiera lo que 

8t 

C. RiTLSS: Bi tfkkrujo d* Snilla, 6 

Digitized by VjOOQ IC 



CARLOS R E Y L E S 

sabes tú de los sucesos de otras épocas! Lo que 
dice ese Alcázar, ese Archivo de Indias, esa Torre 
del Oro, esos alminares de las antiguas mezqui- 
tas, esta catedral famosa, que encierra tesoros, ese 
caserío de gente pobre .y de jjelo en pecho, aque- 
yas dehesas amariyas donde pasen los toros bra- 
vos y aqueyas huertas siempre verdes, donde se 
dan los naranjos y los limoneros. 

f' — ¡ Tierra rica y tierra pobre ; tierra alegre y tie- 
rra triste; tierra de hechizos incomparables y de 

j_ realidades sórdidas! — añadió Paco vibrando a su 
vez — . Mirándola contigo desde estas alturas la 
veo como nunca la vi, Puriya. ¡Cuántas cosag, 
'""cuántas cosas!...; los Sultanes, los Reyes, los 
Conquistadores, los majos, los claveles, los tore- 
ros, la manzaniya, las soleares, Don Pedro, Don 
Juan... Aquí oró Colón, allí murió Hernán Cortés, 
más allá está enterrado Guzmán el Bueno, en 
aquel sitio escribió Cervantes «El Quijote», en 
'aquel otro hajjitó Santa Teresa. ¡Vaya canela y 

/ venga gloria TEn Sevilla todo es así, todo habla al 
alma y a los' sentidos, todo es hechizo, sortilegio, 
, encantamiento jMuere un bandido, y el escultor 
Gijón hace delS un maravilloso Cristo, que el pue- 
blo reconoce y llama por su nombre : el «Cadho- 
rro» ; las niñas ponen unas macetas y unas jaulas 
en los balcones, y, como por arte de magia, true- 
can en alegría la miseria de la ciudad ; los vinos de 
oro convierten la pena en fiesta, el lloro en canto, 
el canto en lloro. Sí, aquí todos son círculos má- 

82 



Digitized 



by Google 



EL EMBRUJO DE SEVILLA 

gicos : el sol, la& calles embrujadas, los patios 
soñadores, las coplas quejumbrosas, las procesión 
nes trágicas, los tablaos dislocadores, tierra gorda 
en la que florecen todo el año los claveles rojos 
de la pasión y del salero. Y el más grande de to- 
dos los círculos mágicos ése que ves ahí : la Plaza 
de Toros, el redondel divino. Míralo : la arena 
amarilla parece un topacio luminoso, y ese topacio 
es un crisol donde se funden y aparecen, limpias 
de escorias, las broncas virtudes de la raza ; un mis- 
terioso espejo, un espejo brujo en el cual los es- 
pañoles nos vemos como quisiéramos ser, como fue- 
ron los Grandes Capitanes, los Conquistadores, los 
Misioneros... Dentro de algunos días me verás ahí 
jugando con la muerte, mostrándoles a catorce mil 
espectadores la hermosura del valor. Tienes razón, 
Puriya : Sevilla nos tiende los brazos ; vamos a 
conquistarla* A tu lado me acometen ímpetus de 
hacer cosas grandes, barbaridades gordas. Tú tam- 
bién eres un embrujo, Puriya. 

— Hagámoslas, Paco. 

— Hagámoslas, Puriya, y la primera será querer- 
nos una barbaridad. 

Esparciendo la mirada en derredor, exclamó la 
bailadora con el pecho agitado y los ojos llenos de 
lágrimas : 

— ¡Paco de mi vida! ¡Seviya de mi alma!... 



Digitized 



by Google 



Digitized 



by Google 



IV 



EL recinto formado por el hueco del tablao y el 
muro del corredor que pasaba por detrás del 
tinf m(K) y conducía a las dependencias del café, lo 
llamaban ora la saleta de los artistas, porque alli 
se reunían éstos antes de dar comienzo el primer 
cuadro, ora el dormidero de las brujas, porque en 
él se refugiaban las mamas que acompañaban a 
sus hijas, bailadoras o cantadoras, al café y les 
servían de dueñas y criadas. El Pitoche , con la ca- 
beza caída sobre el pecho, se paseaba por el corre- 
dor. No había podido hablarle a la Pura la noche 
del estreno. Mientras bailaba, no lo miró ni una 
sola vez ; parecía no haberse dado cuenta siquiera 
que él, su antiguo ^acK ó, estaba allí haciéndole pal- 
mas y jaleándola, y eso le mortificaba grandemen- 
te. Su amor propio de hombre favorecido por las 
hembras y habituado a que, como artista, sus co- 
legas le rindieran parias, sufría de aquella falta de 
consideración y acatamiento, sobre todo por venir 

85 



Digitized 



by Google 



CARLOS R E Y L E S 

de la que fué, más que manceba, una cosa suya, 
algo así como un utensilio de su uso privado. La 
aparición de la Trianera, toda enjoyada y resplan- 
deciente de hermosura, le produjo la impresión de 
un r^^«^j[;j|lpp »" mmUnr^ An\ pnr^p Quedóse sus- 
penso, alelado, contemplándola sin creer casi lo 
que sus ojos veían. Luego el arte y el éxito de la 
bailadora concluyeron de deslumbrarlo y removerle 
en los pliegues más recónditos del alma los rescol- 
dos del viejo amor, los légamos del antiguo cari- 
ño, fangal que de nuevo daba flores, metiéndole en 
él corazón además, con el desvío, desazones y re- 
concomios que el Pitoche no conocía. 

Esa noche bailaría la Pura en el primer cuadro 
y en el último ; debía, pues, llegar temprano. El Pi- 
toche la esperaba fumando ávidamente cigarrillo 
tras cigarrillo, arqueadas las cejas, sombrías, como 
envueltas en crespones las miradas, desencajado el 
rostro negroso y cenceño. Un sofá de crin, una vie- 
ja mesa redonda de caoba enchapada y varias sillas 
pintadas de verde con florecillas rojas amueblaban 
la saleta. Clavados sobre uno de los tabiques del 
tinglado, que era de madera sin cepillar, veíanse 
numerosas fotografías de artistas flamencos anti- 
guos, algunos de ellos desaparecidos ya, como los 
bailadores Perrendengue y Miracielo, los célebres 
cantadores Curro Pablas y el Canario, muertos a 
manos airadas, y el no menos célebre tocador Pa- 
quirriqui, fallecido en el Saladero; otros de aque- 
llos personajes vivían enterrados en los hospitales, 

S6 



Digitized 



by Google 



EL EMBRUJO DE SEVILLA 

los manicomios o los presidios, epílogo frecuente 
de la vida picara, y los más arrastraban una e^cis- 
tencia miserable, después de haber conocido la 
abundancia y el triunfo. El amor de la juerga, la 
imprevisión y la carencia absoluta de las cualida- 
des que reclama la lucha económica traían irremi- 
siblemente para todos el mismo y triste fin. Orna- 
ban el tabique opuesto los retratos de los artistas 
modernos que habían pasado por <(E1 Tronío», 
entre los que figuraban, rodeando a Silverio, rey 
de las seguiriyas y dueño del café, el Breva, Cha^ 
con, loco Mateo, Chato de Jerez, Fosforito, y tam- 
bién algunas cantadoras de fuste, como la dulce 
Conchilla la Peñaranda, la bravia Andocda^ la 
arrebatada Sarneta. 

El Pitoche se detenía frente a ciertos retratos, los 
miraba un instante, como interrogándolos, y tor- 
naba a sus paseos. Cuando oyó la voz de la Pura, 
que entraba conversando con la doméstica, le dio 
un vuelco el corazón. <(¡ Mardita sea mi arma ! ¡ A 
que se me va a trabar la lengua I», se dijo, salién- 
dole al encuentro, mientras trataba de recordar las 
chuscadas que tenía pensadas de decii-le para ha- 
cerla reír y desarmarla. 

—I Hola, Pureta ! Benditos sean los ojos que te 
ven tan guapa, tan salerosa, tan... — y se interrum- 
pió, porque la mirada glacial de ella lo hizo como 
caer de las nubes. Cambiando de tono pudo aña- 
dir tartamudeando — : Quería saludarte, darte la 
bienvenida. 

«7 

Digitized by VjOOQIC 



CARLOS R E Y L E S 

— Gracias, me alegro de verte bueno — contestó 
la bailadora sin detenerse, y siguió adelante, en- 
trando luego en el camarín que le habían desti- 
nado. 

Ninguno de los otros artistas gozaba de ese inu- 
sitado privilegio. Frente al espejo que había en la 
saleta, un espejo de luna empañada y marco de con- 
cha, se arreglaban el peinado y ponían polvos las 
mujeres, y esa era toda la compostura de que ha- 
bían menester, porque no usaban adobes, cebillos 
ni coloretes, y venían de la calle ya vestidas, disi- 
mulando con el mantón la pollera de amplia cola 
y jacarandosos volantes. Los hombres, aunque pre- 
sumidos^ no se miraban al espejo siquiera. 

«Me ha dfcspreciao», se dijo el Pitoche, y ru- 
miando su despecho fué a sentarse en el sofá, fren- 
te al camarín de la bailadora. La puerta había que- 
dado a medio cerrar, y los ojos del cantador reco- 
rrieron atónitos los muros de la alcoba, recién en- 
calados y ornados con grandes cartdes en colores 
de la Pura, panderetas pintadas y rumbosos man- 
tones de Manila. En medio del lienzo de pared que 
divisaba veíase una psique de tres lunas, entre un 
diván muy bajo, cubierto de muelles almohadones, 
y un tocador muy cuco con neceser de plata.' Sobre 
el pequeño mueble, dos búcaros de cristal tallado 
contenían claveles y rosas. La Pura sentóse frente 
a la mesilla y empezó a pulirse las uñas, mientras 
la criada disponía sobre el diván el traje de raso 
amarillo y negros madroños, y la mantilla blanca 

88 



Digitized 



by Google 



EL EMBRUJO DE SEVILLA 

que iba a lucir la bailadora en las sevillanas del 
primer cuadro. 

El Ñañe, vestido de moños, entró y la saludó 
respetuosamente. Ella lo examinó de pies a ca^ 
beza^ hizo que se pusiera el calañés, que el baila- 
dor traía envuelto en un periódico, y le dijo : 

— Bien está, Ñañe; anoche parece que ha que- 
dado usted como las propias rosas ; hoy, bailan- 
do conmigo, hay que echar el resto. Sonría usted 
una'miajita, haga hablar los ojos y la boca; de 
otra manera, aunque las manos y los pies vuelen, 
el baile resulta desaborío, patoso,.. No olvide us- 
ted decirles a los de la guitarra que me toquen las 
sevillanas del Reverte, y que haya arreglo y ani- 
mación. 

Después de salir el Ñañe cerróse la puerta. El 
Pitoche oyó que echaban el cerrojo y corrían las 
cortinas. El lujo, los hábitos señoriles y el re- 
finamiento de la Pura lo despampanaban y po- 
nían receloso. Parecíale que todo aquello la colo- 
caba fuera de su alcance, que ahondaba el foso ca- 
vado entre ella y él por los caprichos de la for- 
tuna. El considerarse inferior a la bailadora le ha- 
cía mucho daño, lo descorazonaba y encorajinaba 
a la vez. I Costábale creer que aquella gachi de 
tronío, que aquella hembra soberbiosa y sacudi- 
da fuese la misma Pureta, dócil y humilde, que 
é^ desl^onró nrímem v arroíó a^ jirrovo rjftsnii¿s 
como una bota usada. Pesábale su inicuo proce- 
der, no porque se arrepintiera y le doliese el mal 

«9 



Digitized 



by Google 



CARLOS R E Y L E S 

que le había hecho a ella, sino por el daño que, 
sólo con desdeñarlo, podía hacerle ella a él. Sin 
darse cuenta cabal del caso, le concedía el supre- 
mo poder de hacerlo sufrir, y sin darse cuenta 
también adoptaba la actitud sumisa del creyente 
ante el ídolo que obra milagros. «Pero vamos a 
ver — preguntóse fastidiado — ; ¿estoy yo chalao 
por esa niña infundiosa? ¿Qué ha pasao. Pitoche, 
qué ha pasao ? Ayer no la camelaba ni me acordaba 
siquiera del santo de su nombre. La tenía misma- 
mente borra de la memoria, y hoy... me trae de ca- 
beza. Tiene gracia, hombre.» Y recordó la torpísi- 
ma historia de su lío con la Pura, los malos tra- 
tos que le daba y las granujadas que le hacía. Cort 
todas, por temperamento y por escuela, fué el Pi- 
, toche inconstante y duro. Creía, y así estaba escri- 
to en el evangelio del majo, que se era tanto más 
hombre cuanto más se hacía sufrir a las mujeres, 
y que éstas querían más al que más tormento les 
daba. Su especialísima idiosincrasia de gitano le 
permitía ser, sin esfuerzo -alguno, insensible y des- 
castado en materia de amores, y derrochar senti- 
miento y pasión en su cante, compuesto, como él 
decía, de peniyas hondas. Cuando amaba era cruel ; 
cuando cantaba, ternísimo. Llamábase José UUoa, 
como el famoso gitano de quien descendía, cono- 
cido más generalmente por el sobrenombre de Tra- 
gabuches, matador de toros primero y después ban- 
dolero de la famosa cuadrilla de los Niños de Éci- 
ja, un mozo crudo, que al sorprender a su esposa, 

90 



Digitized 



by Google 



EL EMBRUJO DE SEVILLA 

bellísima cantadora, en brazos del sacristán del pue- 
blo, llamado Pepe el Listillo, degolló a éste y arro- 
jó por el balcón a la infiel, enterrándose luego para 
siempre en las broncas soledades de la sierra. Aque- 
lla sañuda venganza prestábale cierto timbre y fus- 
te de sombría grandeza al nombre del cantador, 
y era como un abolengo de pasión y sangre del 
cu^ se enorgullecía él no poco. Entre su reperto- 
rio de coplas figuraba ésta, atribuida al terrible 
Tragabuches : 

«Una mujer fué la caus^ 
De mi perdición primera. 
No hay perdición en el mundo 
Que por mujeres no venga.» 

Y tanto la cantó, y tanto le chupó el tuétano, 
que hubo de parecerle, más que copla populachera, 
versículo del Evangelio. 

El pico de gas que tenía enfrente le ponía al 
cantador una máscara de cobre y acentuaba la ex- 
presión, exótica, el gitanismo de su rostro, adobado 
y buido por la sensualidad y el alcohol. De perfil, 
con la boca entreabierta y los párpados caídos, 
aquella expresión tornábase crapulosa y estúpida. 
A pesar de ello, los ojos negrísimos y aterciopeía- j^ 

dos, y la sonrisa de niño perdió, atraían cyno ima-^Z^r 
nes las miradas de las gachisí. Tan ^teor^Bo esta- 
ba él Pitoche, que no echó de ver la llegada de 
Curro Arguello. Éste lo contempló algunos instan- 
tes, siguió la mirada dormida del cantador, y en 

91 

Digitized by VjOOQ IC 



'/ 



7" 



CARLOS R E Y LES 

puntillas fué a sentarse a su lado. Existía entre am- 
bos una de esas sombrías rivalidades que sólo se 
ven en los tablaos y que, dog^eran comúnmente 
en odio feroz. Frisaba XrgüeyQ/en los cuarenta^ y 
sentía decrecer sus facultades. El público lo aplau- 
día menos : pasaban noches y más noches sin que 
la gente alegre y adinerada se lo llevase de juerga. 
En cambio, no podía ir a Eritaña, ni a casa de 
Juanito Castañedo, ni al Pasaje de la Magdalena, 
sin oír en alguno de los gabinetes la voz de su ri- 
val. A éste, como a él antaño, todos lo traían en 
palmitas : los señoritos, la torería, los mozos jun- 
cales. Lo que más le envenenaba la sangre era el 
constatar que los admiradores incondicionales que 
tenía, los que hasta allí habían preferido su cante 
al de cualquier otro cantador, abandonaran sus filas 
y fueran a engrosar las del Pitoche. Y se pasaba la 
vida vendiéndole amistad e* invitándolo a beber 
para quebrarle la garganta y vencerlo, si no con la 
voz, con el aguardiente. Era jerezano, alto, fornido 
y bien plantado. Se las daba de valiente; en sus 
mocedades había enfriado a un prójimo en buena 
ley; presumía de rumboso, calavera y afortunado 
en amores, y caminaba con mucho braceo y ciertas 
pausas en el andar, que eran como adornos o esta- 
ciones para lucir el cuerpo. El amor propio exage- 
rado y el carácter violento lo tenían siempre dis- 
puesto a reñir por quítame allá esas pajas. Cuando 
montaba en cólera se le escondían los ojillos, re- 
dondos y negros, y le salían de la boca, desmesu- 

s 
9« 



Digitized 



by Google 



EL EMBRUJO DE SEVILLA 

radamente abierta y crispada} al modo de los mas- 
carones trágicos, una retahila de blasfemias y soe- 
ces juramentos, en los que salían a relucir Dios, la 
yirgen, los ángeles, el copón y la hostia consagra, 
con el consiguiente rosario de ajos, cebollas y coles. 

— ¿Con que... — exclamó de repente Argüeyo pe- 
gándole una palmada en el muslo a su colega — ^a 
ti también te ha dao el opio la niña de los peren- 
dengues? 

— ¿De qué niña hablas?; — respondió el Pitoche 
fingiendo sorpresa. 

— ^¿De quién ha de ser, asaúra, sino de esa que 
está ahí embreta? 

— Pues, mira, pensaba en eya como en el gayo 
de la Pasión. Me estaba durmiendo. 

— Con los ojos abiertos y puestos en aquella guer- 
tecita, ¿verdad? 

— Bueno, ¿y qué? 

— Que te apures, vas a llegar tarde : otro gavilán 
la ronda, y ése no se anda con chicas, que. les en- 
tra a las mujeres como a los toros, corto y por de- ] 
recho — . Y acercándose más a Pitoche, agregó — : 
Esta mañana, al volver a casa, la vi pasar en co- 
che con el señorito Paco, ¿estás? 

El corazón del Pitoche empezó a Iqtir precipita- 
damente. El otro contifiuó : 

— Iban muy. amelonaditos y con cara de haber- 
la corrió. Si te lo cuento es porque los hombres 
nos debemos esas consecuencias. Hoy por ti, ma- 
ñana por mí. 

93 

Digitized by VjOOQ IC 



CARLOS R E Y L E S 

— Se agradece — contestó el Pitoche haciendo alar- 
de de desparpajo para disimular su turbación — ; 
pero no hay caso. ¿ Crees que soy como los perros, 
que güerven a comer lo que han gomitao? Antes 
que me parta un rayo. Tú no me has mirao la cara, 
Argüeyo. La Pura me gusta muchísimo como bai- 
laora ; como mujer, ni esto : no me dice na. No es 
a este fraile a quien va a deslumhrar la muy pam- 
plinosa con los briyos, los hunios y el postín. Lue- 
go, está tan subía, que para hablarle hay que po- 
nerse la banda de general. 

-^Ya se ve; ¡aviyela tanta guita!... Vaya unas 
arracás de diamantes, y unos brazaletes, y unas sor- 
tijas que lucía anoche. Lo menos llevaba encima 
cincuenta mil duros en hfiyos. Y que no eran joja- 
na, ^ue relampagueaban como soles. Si se dejase 
camelar, cómo te ibas a poner el buche. Pitoche. 
¿ Pudiste hablarle ? 

— Le di hace un instante la bienvenida, como era 
mi obligación. Cambiamos sólo dos palabras, y 
finiqtUtrúculis. Fuera del tablao, no volveré a de- 
cirle por ahí te pudras. 

—Allá tú, Pitoche. Yo sólo quería ponerte al 
tanto, cumplir contigo. ¿Y será verdad que le pa- 
gan veinte duros? 

— Más verdad que el Evangelio. 

— Y a nosotros veinte roñosas pesetas. Mira tú 
lo que es tener la cara bonita y buenos trapos. ¡ Ma- 
las púnalas me peguen ! ¿ Por qué no. Itítbré yo 
nació mu jé? 

94 

Digitized by VjOOQIC 



EL EMBRUJO DE SEVILLA 

— Etesde hoy gano yo cinco duros — interrumpió 
el Pitoche respirando orgullo y suficiencia — . Pedí 
aumento y me lo dieron... por la cuenta que les 
tiene. 

Argüeyo pensando que él también lo había pe- 
didOy aunque infructuosamente^ enrojeció de ira y 
despecho. 



Unos tras otros fueron llegando los demás ar- 
tistas. Las mamas de las mozas traían al brazo 
una canasta con la ensalada de pimientos y los con- 
dumios que acostumbraban a comer de madrugada 
sus hijas cuando no había invite en el café. Las 
humildes viejecillas, mientras aquéllas bailaban, 
cantaban o se juergaban, dormían apiñadas en el 
sofáv las bocas abiertas, los brazos caídos, las ca- 
bezas volcadas sobre los hombros o el pecho como 
unos pobres peleles desarticulados y rotos. Alguna 
de ellas habían pertenecido al tablao y conocido las 
embriagueces del triunfo y del amor ; otras habían 
pasado por la Fábrica de Tabacos y por muchos 
oficios antes de caer en la miseria total ; las ínás 
sufrían, sin quejarse, las consecuencias del egoísmo 
y la intemperancia de los hombres, «que se bebían 
los cuartos ganados por ellas sudando tinta, y da- 
ban, en cambio, gofetás de cueyo vuelto». 

Las mozas cambiaron los rebozos por los manto- 
nes de rumbo y se fueron a la sala. Los hombres 
las siguieron. Iba a empezar el primer cuadro. 

95 



Digitized 



by Google 



CARLOS R E Y L E S 

Como la noche anterior, el café rebosaba de gente. 
Cuenca y Pepe Míguez ocupaban la mesa de Paco. 
£ste y Tabardillo, después de la corrida de esa 
tarde, habían tomado el tren para Barcelona, don- 
de tenían que torear. Cuenca había bebido algunas 
cañas y estaba muy verboso y más parabcdano que 
de costumbre. Hablaba de las grandezas y las mi- 
serias de España, del renuevo espiritual de los paí- 
ses que habían exahumado a Platón, del Renaci- 
miento italiano, de la tradición castiga y del arte 
popular, relack>nado todo, naturalmente, con los 
/vastos planes que acariciaba. Se proponía, volvien- 
./ do a los procedimientos clásicos, revolucionar la 
pintura, y por medio de la pintura, la política, la 
mentalidad, las costumbres y, en fin, la vida es- 
fpañola. Para él no había pintor más grande que el 
? ^jjgco, y luego, entre los modernos, Go^su» De los 
I dos procedía directamente su pintura realista y mís- 
\ tica a la vez, plástica y literaria al mismo tiempo ; 
(pintura extraña, inquietante, tenebrosamente cari- 
í catural y acerbamente crítica, que los Jurados de 
las Exposiciones rechazaban y el público no com- 
prendía. Vendía poco y mal. Los grandes lienzos 
de la serie <( España» se iban amontonando en la 
aband<>nada cochera que Paco le había cedido en 
un momento de apreturas pecuniarias, y donde ef 
pintor se instaló d^nitiVamente. Allí vivía con sus 
lienzos como el hidalgo mandiego con sus libros. 
Paco, Míguez y Tabardillo pasaban con él muchas 
tardes viéndolo pintar u oyénddo discurrir, y a 

96 



Digitized 



by Google 



EL EMBRUJO DE SEVILLA 

veces le servían de modelo. La luz entraba por dos 
ventanas que caían a la calle y dos anchas puertas 
de tableros que daban al patio de la cuadra. Cuan- 
do el sol declinaba y el ruinoso recinto se entene- 
brecía, los personajes de los lienzos, hidalgos en- 
golados y pordioseros astrosos, pintiparadas mar- 
quesas y procaces majas, gentiles caballeros y gen- 
tes maleantes de toda laya: toreros, manólas, chu- 
los, guapos, gitanos, chalanes, hampones, se alar- 
gaban, se movían y cobraban la fantástica existen- 
cia de los engendros de la noche. En aquellas telas, 
semejantes por lo caótico y dramático de la compo- ' 
sición a las aguafuertes (j e^Goya, predominaban los 
blancos cadavéricos de Zurbarán, los negros sordos 
de Velázquez, los rojos vinosos, d e Riber a, los 
amarillos lívidos y las tintas violáceas del Greco. 
Tanto en su técnica pictórica como en el procedi- 
miento psicológico, Cuenca huía de las modas, de 
lo accesorio, de lo contingente, y buscaba lo sin- . 
tético del Arte y de la tradición. Del individuo le 
intersaba lo típico, lo que él llamaba el ¿í5?5íLX^ 
t ^%tí?^-^-?9d§-^l!!?¿J^ las formas, el espíritu ; 
del detalle costumbrista, lo que era revelador de 
la raza. Mofábase del impresionismo, del pleinair, 
del ambiente; del colorido, y pintaba como un clá- 
sico, siendo, de cierta manera, moderno hasta la 
medula de los huesos. 

«Yo sería un hombre de otra edad^ — aseguraba — , 
un místico, un teólogo, un inquisidor, un fósil, 
como casi toáoslos españoles, si el concepto épico 

97 

C:. ^WYi.v.s: ElembujodeScvillr, 7 

Digitized by VjOOQIC 



CARLOS R E Y L E S 

que tengo de la realidad económica y el gusto de 
la acción no me reconciliasen Qon el industrialismo, 
«1 mercantilismo y demás hierbas de nuestra edad 
materializada..., que tiene más enjundia anímica de 
lo que generalmente se cree. Eso me salva de hun- 
dirme hasta la coronilla en el quijotismo y también 
en el sancbopancismo de mi raza, negadora de la 
cultura europea y emperrada en conservarse cerril 
y mostrenca, y me convierte de horno apagado qt^ 
como español soy, en hoguera cuyo combustible es 
la leña seca del espíritu reaccionario, y el fuego, 
el amor de la vida, que siempre e^ instinto de do- 
minio, progreso, creación, y, por lo tanto, fuerza 
y gozo». 

Estas teorías y otras más complejas y avanzadas 
que el pintor se había fabricado y fabricaba diaria- 
mente para su uso particular, no le impedían ser 
muy tradicionalista, muy andaluz y muy amante de 
/ las cosas de su tierra, sin excluir la Inquisición, 
i que, no siendo católico, defendía, por haber pro- 
/ ducido, según él, almas grandes y mantenido in- 
; contaminada del pensamiento europeo en descom- 
I posición a la mística española, «fuente adonde irían 
a beber las generaciones venideras el agua pura del 
renacimiento espiritual». Por un orden de ideas sin- 
gularísimo, extravagante, pero no dei^ir Qvisto de 
miga, este renacimiento no le parecía incompatible, 
en lo esencial , con el mercantilismo y las doctrinas 
filosóficas que salían de los laboratorios, de las cua- 
les era él grande admirador. 

98 



Digitized 



by Google 



EL EMBRUJO DE SEVILLA 

Síiiij;>9t9 de la t^ir^m^ y 1^ filosofía de Cuenca era 
el «Don Quijote y Sancho», tela de grandes dimen- ^' 
siones, que ocupaba por entero una pared del taller. ! 
En ella aparecían, dibujados con singular firmeza^ 
y pintados tétricamente, el más quijotesco de los; 
Quijotes^ el más sanchopancesco de los Sanchos, elj 
más rodil de los Rodaaüíes y el más pollino de los! 
asnos. Hidalgo asceta y sensualista escudero, rocín 
patético y humilde borriquillo aléjanse mustios y 
melancólicos de la grandiosa urbe, que se levanta 
resplandeciente en el horizonte, y se internan en 
las yermas soledades de la Mancha... Don Quijote 
se adelanta con los ojos fijos en las desoladas le- 
janías de la tierra sórdida y áspera, dojgi^e „ya no 
hay gigantes que embestir, ejércitos que vencer 
1m"'gaIéotes''''que"libe^^^ Sancho vuelve la cabeza 
y mira tristemente la encantada ciudad, manadero 
y emporio de los bienes y goces que tanto apetece. 
Y aquello parece decir, en medio de un ventarrón 
que golpea la faz : «la nobleza y reciura de ^a raza 
es la misma ; lo que falta es la materia de la gran- 
de empresa, <jue sólo creemos digna de nosotros. 
El sonambulismo español, después de haber engen- 
drado ilusiones fecundas y durables, no acierta a 
ietenerse y hacer posada en la moderna aventura 
del trabajo, cosa fútil y huidera, y, desdeñoso, vuel- 
ca hacia atrás, se hunde en sí, se aferra tozudamen- 
e a lo que fué. En torno suyo todo es tristeza v 
desolación. El sol, que no se ocultaba nunca en 
os dominios de Castilla, se ha extinguido ; ningu- 



.99 

Digitized by VjOOQ IC 



CARLOS R E Y L E S 

na estrella polar alumbra en el cielo manchado de 
trágicos nubarrones ; los pueblos dormidos igno- 
ran que la consigna de la civilización es producir 
o perecer..., y van pereciendo. Pero el andante 
caballero no se arredra y busca. ¿ Qué busca ? Una 
( nueva locura, una nueva ilusión, otra Dulcinea que 
) lo incite a convertir los males en esperanzas y lo 
\ empuje a bregar otra vez, como él lo entiende, por 
I la libertad, la justicia y el amor». 
I La tela había sido rechazada en la Exposición 
anual de Madrid y "exftiBlflil lUtf^U, eii suH^^ejpro- 
testa, en un escaparate de la calle de Alcalá, contra 
eTcual el pueblo, indignado, disparó algunas doce- 
nas de tomates. Los periodistas tacharon a Cuenca 
de antipatriota; los críticos dijeron que cubría sus 
lienzos de betún y bermellón, a fin de que parecie- 
ran algo ; mas aquel escándalo mayúsculo sacó al 
j pintor de la obscuridad e hizo que los espíritus in- 
1 dependientes empezaran a descubrir en las obras 
del artista sevillano algo gordo, una fuerza caótica 
que entraba en el arte y la cultura de España como 
I un ciclón. 

En algunas mesas se discutía a gritos. Las inter- 
jecciones tonitruarites y los juramentos estallaban 
como cohetes. La exaltación y la efervescencia de la 
Plaza recorrían las calles de Sevilla entera e inva- 
dían los cafés. En la discusión los rostros se con- 
gestionaban, los ojos tenían fulgores de navajas, 
las manos les retorcían el cuello a las palabras. A 
veces, no se sabía bien si las gentes bromeaban o 



s 



Digitized 



by Google 



EL EMBRUJO DE SEVILLA 

reñían. Diriase comúnmente esto último si, de tiem- 
po en tiempo, una ocurrencia, una salida graciosa, 
una puya, que iba rodando de mesa en mesa, no los 
hiciera reír a todos a. mandíbula batiente. Cuenca, 
forsíando la voz para hacerse oír de su -amigo, dijo : 
. — La verdadera psicología del alma española la 
han hecho los maestros del pincel, y a simismo los 
maestros de la pluma, que con la novela picaresca 
más hondo penetraron en la entraña del pueblo^ Si 
Cervantes píc¿ m¿s alto que los otros fué porque, 
a fuerza de sorberle el tuétano a lo propio e ínti- 
mo nuestro, reveló, no y^ la lopura españo la, sino 
^^Inriira iilinjyrTIffff ^^ I^on Quijote es la visión 
más profunda y completa que un artista haya te- 
nido de la condición humana, de esa condición mi- 
serable y divina al mismo tiempo que nos hace vi*- 
vir engendrando espejismos, fantasmas y fuego^ 
fatuos, tras los cuales, desatentados, corremos. 
Pero de ahí, y eso no lo dijo Cervantes, nos viene 
nuestro mal y nuestro bien : las ilusiones nos Uei 
nan de desencantos. . . y de esperanzas ; nos extras- 
vían... y nos llevan a encontrar mil ocultos cami- 
nos ; nos enloquecen... y nos hacen darle a la exi^ 
'tencia una finalidad razonada que, sin la locui 
del hombre, la existencia no tendría. Sí, Pepe ; 
que le da sentido a la vida y legitima las aspira 
ciones superiores de la Humanid ad es la locura in 
curable del ^ombre. Algo de esta concepción, que 
es mía, que me pertenece y que es muy profunda, 
aunque me esté mal el decirlo, la he puesto yo en 



Digitized 



by Google 



CARLOS R E Y L E S 

mis cuadros. ¿Cómo los críticos se han arreglado 
para no verlo? ¿Cómo las gentes han podido no 
sentirlo? Es el colmo de la ceguera y la estupidez. 
Y aquella concepción trae aparejada una manera 
nueva de encarar el problema del Arte y de la cul- 
tura. ¿Cuál es nuestra locura y en qué concurre 
y en qué no concurre a los bienes que persigue 
la locura universal ? He ahí el verdadero problema 
español y el tema que debemos sensibilizar los poe- 
tas y los artistas españoles, y para ello hay que 
empezar por hundir el bisturí en lo genuinamente 
nuestro : los tipos, las costumbres y los sentimien- 
tos populares. Los que quieran palpar el alma de 
Sevilla sin la Plaza, el tablao y las procesiones, no 
saben lo que se pescan. 

Pepe Míguez torció la conversación hacia los ma- 
les de España, cosa que insensiblemente los llevó a 
discurrir luego sobre política. Cuenca cogió de la 
azucarera tres terrones de azúcar, y dijo, sin asomos 
de burlas, mientras los iba colocando sobre la mesa : 

— Este es Cánovas, est e Sagasta y este Caste- 
]^j^ expiic¿ las'''evolucionén5gffl «^ T ^ 
uno de aquellos señores, al mismo tiempo que mo- 
vía los blancos cuadradillos de un lado para otro, 
como si fuesen las piezas de un ajedrez. 

Los artistas subieron al tablao. Cuenca interrum- 
pió su interesante demostración. Los ojos claros, 
que a veces parecían vacíos, se le llenaron de vi- 
siones. 



Digitized 



byGoogTe 



EL EMBRUJO DE SEVILLA 

Después que la Pura bailó las sevillanas, con el 
mismo éxito que la noche anterior las alegrías, 
Cuenca, por intermedio del amo del café, la invitó 
a tomar trnas Gáikusi. 

— Dígale usted — aftadió — que somos los amigos 
de Paco, y que yó, particularmente, tengo un re- 
cado de él que darle. Es el palquillo para la corri- 
da extraordinaria de mañana ; me encargó entre- 
gárselo en propia mano. 

Silverio volvió a p>oco acompañado de la baila^ 
dora, que atravesó la sala suscitando pintorescas 
exclamaciones de admiración. Sin ceremonias ni 
cumplidos ocupó la cabecera de la mesa, y los tres 
se pusieron a charlar amigablemente. De cerca al 
pintor y a Míguez les pareció la Pura mucho más 
bonita f salerosa. Poseía en grado máximo esa 
gracia suave y trayente que los andaluces llaman 
dngelf y también mucho gancho, mucho aquel y 
cierta di^inción de maneras y noble prestancia 
que no dejaba transparentar en su figura lo que el 
garbo tiene dé ordinario y vulgar. Su sonrisa, en- 
tre angelical y barbiana, era una promesa de ine- 
fables venturas. Cuenca la contemplaba con ojos 
de artista, y Míguez, como conocedor que aprecia 
el género. Para cada cual, por razona diferentes 
y en diferente sentido, la bailadora se les antoja- 
ba una cosa única, utláí norma, más aún, una en- 
telequia. Ella se dejaba admirar sin coquetería ni 
turixición, como mujer acostumbrada al homenaje 
y rendimiento de los hombres. 



103 

Digitized by VjOOQ IC 



CARLOS R E Y L E S 

Cuenca, después de darle el palco, le dijo : 

— Cuánto he gozado hace un momento viéndola 
a usted bailar 1 Sus sevillanas son tan originales 
y sabrosas como las alegrías con, que nos regaló 
los ojos ayer. ¿ De dónde ha s^ca4o usted ese sen- 
tido profundo del baile andaluz? 

— No lo sé. Probablemente, de, ver a las gen- 
tes andar, y también de oirías discurrir. Lo sien- 
to así : siento que somos. , como bailamos, y que 
cuanto más se diga bailando lo que somos tanto 
más hondo y mejor es el baile. 

— Justo ; yo, después de observar, leer y meditar 
mucho, he llegada a la misma conclusión. Es ad- 
mirable cómo su instinto de artista ha ido recto 
y rápido a lo que yo di tantos rodeos pa^a encon- 
trar. Sí, el baile andaluz muestra lo que son los an- 
daluces. Interpretado por usted, muestra mucho 
más : es un tratado de psicología ; muestra no sólo 
lo que son, sino lo que quisieran ser los andaluces. 
A su escuela, Pura, iremos todos los artistas. Ayer 
se lo dije a Paco : usted será la doctora de Avila 
del tablaiQ. 

-r-Me lo contó, tiene gracia — contestó la Pura 
riendo—. ¿ Y no le dijo algo sobre mis guiyaduras 
de bailaora? 

Al reír se le formaban dos g^racipsos hoyitos en 
las mejillas. «De buena gana n:ie ahogaría yo en 
esos pocitos», pensó Míguez notándolo* 

— Hoy h^Uümos en la Plaza entre toro y toto. 
Interpretar bailando el alma de la saeta, de la so- 

104 

Digitized by VjOOQIC 



EL EMBRUJO DE SEVILLA 

lea, dé la seguiriya... Puede resultar estupendo. 
¿Cuándo nos va a mostrar algo de eso? 

— Cuando usted quiera ; el día que visite su ta- *" 
Uer. Paco pronodtió llevarme ; pero antes de hacer- 
lo quería yo recibir su invitación. ¿Me invita 
usted ? 

— ¡Vaya si la invito; y si me atreviera!... 

— ^Me pediría usted que le sirviese de modelo, \ 
¿eh? Es la de todos los pintores. Bueno, •con- i 
cedido. 

El rostro de Cuenca, que a veces parecía el de 
un San Francisco, a veces el de un silvano, se 
iluminó. 

— ¿ Verdad ? ¿ Cómo pagarle a usted tan grande 
favor? Para el cuadro flamenco que estoy pintan- 
do me hacía, falta la bailaora arquetipo. Usted me 
cae como llovida del cielo. 

El Pitoche pasó y volvió a pasar, procurando 
atraer las miradas de la Pura. Se había puesto un 
temo flamante y estaba muy currutaco. Pero ella 
hizo que no lo veía, y él concluyó por sentarse allí 
cerca en la. mesa de unos amigos que siempre lo 
invitaban. Míguez habló de la corrida, haciendo 
grandes elogios del diestro cordobés, que se habia 
llevado en el pico al sevillano. Como Cuenca, era 
muy entendido en materia de toros, pertenecía a 
la Sociedad de «La Garrocha», y tenía fama de 
buen caballista. Desde pequeñito acosaba en las 
tientas de la casa ; peno sólo como div^rs«5n le 
gustaban las faenas camperas. Lo que tocaba real- 

I05 



. Digitized 



by Google 



Á 



CARLOS R E Y L E S 

mente a la administración y negocio de la dehesa 
no lo divertía. Y el divertirse constituía para él la 
cosa más importante y el objetivo más serio de la 
vida. Había recibido, a la muerte de su madre, al- 
gunos dilatados olivares y tierras de labranza, que 
D. Antonio administraba, y cuyas rentas se gasta- 
ba él alegremente con toreros, cantadores y gachís 
de tronío. El haberse educado en Alemania no le 
impedía ser uno de los más flamencos señoritos se- 
villanos. En el .ex,t ;;anjero, por reasd í^n contra el 
ambiente sin luz y sin alegría, se acentuó su anda- 
lucismo. Su habitación de estudiante estaba llena 
de revistas taurinas, cromos de escenas andaluzas, 
panderetas y castañuelas, y aunque en Sevilla no 
había usado jamás capa ni navaja, las usaba en 
Berlín para dislocar a las grechens, según decía. A 
veces salía a caballo de ancho; marsellés de code- 
ras y sajones. Vivía en broma : se burlaba de todo, 
y sólo atendía las observaciones y los consejos de 
Pastora, su hermana, y Rosarito, su novia, por 
las cuales sentía entrañable cariño y una especie 
de religioso respeto. Los profesores y los estudian- 
tes lo tenían por medio loco, pero lo estimaban, 
porque en el fondo, era un muchacho de exce- 
lente corazón y muy mano abierta. 

La bailadora lo oía con grande atención. 

— ¿Y cree uáted — le preguntó inquieta — que 
junto a ese coloso quede bien Paco? Ardo en de- 
seos de verlo torear y a la vez quisiera que ese 
día no llegase nunca. Paco tiene mucho amor 

fo6 



Digitized 



by Google 



EL EMBRUJO DE SEVILLA 

propio, y Seviya tiene los ojos puestos en él. To- 
dos son^ a encelarlo, y temo que, por no dejarse 
quitar las palmas, haga alguna barbaridad. 

— De eso esté usted segura — aseveró Míguez — , 
barbaridades las hará. Considere lo que represen- 
ta para él la corrida del i8. Es la primera vez 
que torea aquí ; toma la alternativa ; se juega el 
porvenir; debe probar que las trae; que no son 
infundios de los amigos lo que se dice de su va- 
lor temerario. Por mucho menos se echa Paco a 
lo hondo. El Califa es un torerazo, pero el toreo 
de Paco no tiene comparación con ningún otro. 
Haciendo lo que él hace, lo suyo, nadie puede 
quitarle las palmas. 

— Tengo un miedo atroz... 

— Nosotros también. Siempre que torea nos 
pasa lo mismo. En la Plaza estamos con el Je- 
sús en la boca. Cuando entra a matar cerramos 
los ojos. Nos parece verlo ya dando volteretas por 
el aire ; pero los toros no lo cogen y le salen de la 
mano rodando como pelotas. 

Dio principio el segundo cuadro. La Pura se- 
guía el espectáculo embebecida, Al ofr el temple 
del Pitoche^partó los ojos del tablao y los puso 
en el suelo. Cuenca notó que el pecho de la bai- 
ladora subía y bajaba aceleradamente. No podía 
remediarlo ; la voz del cantador, preñada de so-* 
Ilozos, la conmovía. Quería no oír y escuchaba, 
escuchaba sintiendo ya violento encono, ya pie- 
dad ternísima. El Pitoche lanzó su copla nueva : 

107 

I 

y DigitizedbyCiOOglC á 



CARLOS R E Y L E S 

«Si me trataras de nuevo, 
¡ Ay ! , no me habías de conocer. 
Que tengo distinto genio 
Y otro modo de querer 
Más cariñoso y más guano.» 

La Pura sintió que todas las miradas se clava- 
ban en ella. Por decir algo, afirmó : 

— Este muchacho ha ganado mucho cantando. 

Y ocurriéndosele que quizá tuviera el desahogo 
de pretenderla nuevamenté7 frunció el ceño y su 
alma se llenó de secura. 

Cuando descendieron los artistas del tablao, la 
Pura se despidió de Cuenca y Míguez para ir a 
vestirse, y pasó junto al Pitoche cual si estuvie- 
se a mil leguas de él. Mirándola alejarse, dijo 
Cuenca : 

— Mira qué andares, Pepe. ¿Cómo no ha de 
ser un prodigio bailando la mujer que anda así? 
¡Y cuántas cosas de nuestra historia y de nues- 
tro carácter dice ese andar, gracioso y retador!... 
Pensando en que la voy a tener de modelo, las 
manos me tiemblan. Siento, Pepete, que voy a 
dar una nota aguda. Veremos si el público se en- 
tera, por fin, de que es un tenor el que canta — . Y 
después, pensando en el poco éxito de sus cua- 
dros, agregó con resignada tristeza : — Mas no, no 
se enterará. 

Estaba todavía ba>o la deprimente impresión de^ 
su último fracaso. La ceguera, la mala f e y l¿e a 
estupidez radical e incurable de los críticos, phomr* 

io8 

Digitized by VjOOQ lÚ 



EL EMBRUJO DE SEVILLA 

ticularmente, lo ponían fuera de sí. No alcanza- 
ba a comprender cómo podían ser tan ignaros, 
tan obtusos, tan alcornoques. <(Que discutan la 
calidad de mi pintura — decíase — , está en el or- 
den ; qué les irrite la acerba crítica que entrañan 
mis telas, lo comprendo ; pero que no sospechen 
siquiera los valores estéticos y los elementos mo- 
rales de que rebosan, es un summum que no me 
cabe en la cabeza.» 



El Pitoche dejó pasar alguno^ minutos y luego 
se escurrió disimuladamente por la misma puer- 
tecilla que había desaparecido la Pura. Las pala- 
bras insidiosas de Argüeyo le escocían, irritaban 
el deseo, que de súbito se tornó imperioso, de 
hablarle a la bailadora y hacerse escuchar de ella. 
¿Qué iba a decirle?, no lo sabía bien. Lo único 
que sabía era que necesitaba hablarle, desahogar- 
se, echar afuera los reconcomios y entripados 
que le andaban por dentro y le hacían mucho 
daño. La idea de llegar tarde acallaba las protes- 
tas de su orgullo y lo ponía en el disparadero de 
cometer toda suerte de disparates e ir a Roma por 
todo. La Pura acababa de sentarse frente al toca- 
dor cuando el Pitoche, muy pálido, apareció en 
la puerta del camarín. 

«Ya empieza el niño a meter la pata», se dijo 
la Pura. 

109 

Digitized by VjOOQIC 



CARLOS R E Y L E S 

— Pureta — exclamó el cantador — , he corrió tras 
de ti para felicitarte ; no quiero giierva a repetirse 
lo de anoche, que no pude echarte la vista enci- 
ma, después del último cuctdro. Tu baile, tan gi- 
tano y tan fino, es el acabóse, Pureta. Les has 
quitao los moños a todas las bailaoras de España. 
Nadie ha dicho nunca bailando lo que tú. ]Vaya 
arte y vaya calor 1 ¡Si supieras cuánto me ale- 
gro!... Mismamente como si el triunfo fuera mío. 
Porque yo, Pureta, te guardo constancia. He sío 
mu perro, peiK) mu perro contigo, por bruto, por 
ignorante, pero quererte, siempre te quise de chi- 
pén, y entoavía, a pesar de los pesares... ¡Ay, 
Pureta!, yo no sé lo que me pasa. Desde que te 
diquelé, too aquello ha vuelto a vivir y me ahoga. 
Estoy loco perdió. 

Poco a poco se había ido introduciendo y 
ya estaba sentado en el diván. La Pura lo oía 
impasible. Sin dejar de mirarse al espejo, con- 
testó : 

— Te agradezco tus buenas palabras... y ahora 
te pido que me dejes, porque me voy a vestir. 

— Por lo que tú más quieras, Pureta, permíte- 
me que te hable... Tengo necesidad de hablarte. 
Tú no sabes, tú no puedes saber lo que pasa 
por mí. 

La Pura hizo un gesto de impaciencia, y mi- 
rando al cantador fijamente, replicó : 

— ^Te equivocas. Pitoche, lo sé quizá mejor que 
tú. Te veo venir ; veo que empiezas a dar vuel- 

IIO 



Digitized 



by Google 



EL EMBRUJO DE SEVILLA 

tas en tomo mío, y como eso me desagrada pro- 
fundamente, me apresuro a poner las cosas en su 
sitio y atajarte el pasmo con tiempo. Aquello se 
acabó y requetíeacabó, ¿sabes?. Soy otra mujer 
muy distinta de la que tú conociste ; una mujer 
que no e^ a tu alcance, Pitoche. Si tienes dos 
dedos de frente, debes compíenderlo así y dejar- 
me en paz. No quiero, óyelo bien, no quiero te- 
ner ninguna clase de relaciones contigo. Buenos 
días, buenas noches, y aquí paz y después gloria. 
Que no se te olvide el encarguito. 

— Pero si yo no pretendo ná, Pureta; sólo 
quería decirte que sufro de haber sío tan charrán ; 
que me remuerde la conciencia, y que no me con- 
denes sin oírme. Déjame que te pida perdón. 

— Ya lo has hecho ; quedas perdonado. No te- 
nemos más que hablar. Con que... ahueca. 

El Pitoche, palideciendo más aún, insistió : 

— No tengas malas entrañas... Merezco que me 
escupas en la cara, lo sé ; escúpeme cuantas veces 
quieras ; dame dos gofetás ; pégame una pu- 
ñalaíta en mitad del corazón, pero no me despre- 
cies, porque eso no lo pueo resistir. 

— ^Tendrás que resistirlo, Pitoche, porque eso 
es lo único que yo puedo darte, desprecio, y eres 
más que tonto si te imaginabas otra cosa. 

Quedó el cantador silencioso y ensimismado al- 
gunos instantes; luego, haciendo un esfuerzo, re- 
puso con voz temblorosa: 

— Has dicho que me perdonas y la verdad es 
III 



Digitized 



by Google 



CARLOS R E Y L E i 

que me aborreces. De otro modo no me trataría! 
tan malamente. Y eso no está bien, Pureta. Que 
yo haya sío malo no es razón pa que tú lo seas. 
Yo ignoraba lo que hacía, ¡ mardita sea mi alma !, 
y tú lo sabes. Ten piedá, mu jé; ¿no ves las fa« 
tigas que estoy pasando? ¿Quieres que me pon- 
ga de rodiyas? ¿Quieres que bese la tierra que 
pisas y trague el polvo que levantas? Lo haré 
para darte satifasión. 

— No se trata de eso. Pitoche ; tú estás mal de 
la cabeza. Yo no quiero que te humilles, ni que 
beses la tierra que yo piso, rii cosa parecida. Lo 
que quiero es que no me importunes, porque se« 
ría en balde, aparte de que yo no me dejaría im- 
portunar. Sigue tu camino, déjame a mí el mío. 
Te perdono el daño que me hicistes ; no te guar- 
do rencor ; no te deseo ningún mal, y me parece 
que es bastante, Tampoco te prohibo que me ha- 
bles, si lo deseas, en la sala o en el tablao, pero 
aquí no vuelvas a poner los pies. 

— No me dejas entonces que te explique... 

— No — respondió ella rotundamente. 

El Pitoche bajó la cabeza; luego quiso decir 
algo, no pudo, e incorporándose, salió del cama- 
rín arrastrando los pies y encorvado, como si lle- 
vase sobre los lomos una carga muy pesada. 

La Pura cerró la puerta y empezó a desnudar- 
se frente al espejo, mientras se decía : «¡ Pobre 
Pitoche, qué conmovido estaba ! Me pesa haber 
sido tan dura, pefo, qué remedio ; si me ablando 



112 



Digitized 



by Google 



EL EMBRUJO DE SEVILLA 

no me lo saco de encima en una eternidad. Ahora 
le toca a él pasar las moras..,, que las pase». Y 
cambiando de pensamientos, al contemplarse des- 
nuda y apreciar la belleza soberana de su cuerpo, 
añadió : «Todo esto será para ti, Paco.» I 



C. Rbtlbs: El embrujo de Sevilla. ^ 8 y 

Digitized by VjOOQ IC 



Digitized 



by Google 



RosARiTO dejó el chocolate sobre la mesilla de 
luz y corrió las cortinas de la ventana, poco 
a poco, al principio, y luego de un golpe, cuan- 
do se enteró que su hermano estaba despierto. 

— ¡ El gran día, Paco ! ¡ Mira qué cielo, qué sol 
y ni una miaja de viento I ¿ Has dormi<to bien ? 

— Como los ángeles, ¿y tá? 

— Yo, así, así — ^y después de besarlo se sentó 
a los pies de la cama, como de costumbre, mien- 
tras él se desayunaba, y añadió — : Estaba nervio- 
silla. Una balumba de cosas me andaba por la ca- 
beza. Pensaba en ti, en Pastora, en mí, en la co- 
rrida de hoy, ¡qué sé yol... Me levanté, volví a 
pedirle a la Virgen por nosotros, escuché a tu 
puerta, y «desde que te sentí dormir como un bendi- 
to, me tranquilicé y pude conciliar el sueño. 

— He dormido doce horas de un tirón. 

— i Q^^ cuajo ! Por supuesto, haces bien en te- 

Digitized by VjOOQ IC 



CARLOS R E Y L E S 

ner confianza. Yo también la tengo. Saldrás de 
esta prueba decisiva como dp las otras. Tú tienes 
Dios aparte, Paco. Esa idea no me deja pensar 
nunca que los toros puedan darte un disgusto. 
Cuando te veía en los pueblos salir de la fonda para 
la Plaza, con el puro entre los dientes, y meterte 
en el coche como si fueras a darte un paseíto por 
las Delicias, me decía : <(La suerte y las mujeres 
siempre serán de ese perdió.» 

Él la atrajo hacia sí, la acostó sobre su pecho, 
y acariciándola mientras hablaba, le dijo : 

— ¡ Ay, qué hermaniya más zalamera tengo ! 
Pues mir^, cuan^ veo estos cachetes, que dan 
ganas de coo^rios, y e^tft. nariz, que no se diría 
sino que está a todas horas oliendo claveles, y esta 
boquita, que sabe decir cosas tan dulces, y estos 
ojos travijBsos, m^ digp : cpn i^na heirmantya tan 
salada y qv^ tapto reza por m/, no hay desdicha 
ni toro que me eche^^ mano. 

Rosarito mentía. Lejos de estar tranquila, vivía 
llena de zozobras y pesadumbres, que le ocultaba 
cuidadosamente a su hermano. Desde que éste le 
comunicó, tres años antes, su extrema resolución, 
y comprendiendo cuan inútil y pernicioso habría 
sido afligirse o contrariarlo, se propuso prestarle 
el arrimo de amor que su instinto de mujer le de- 
cía iba a necesitar el novel torero para sobreponer- 
se a los sinsabor^3 que le esperaban, vencer en la 
lucha y llevar a buen término su propósito. De la 
noche a. la mañana cambió ; la cigarra convirtió- 



Digitized 



by Google 



EL EMBRUJO DE SEVILLA 

se en hormiguita ; el pájaro cantor, en mujer hacen- 
dosa, sin dejar de ser por eso la alegría de la casa. 
Cantaba todo el día, pero siempre mientras hacía 
algo. Aminoró la servidumbre y redujo los gas- 
tos, dejó de surtirse de ropas, sombreros y per- 
fumes en las casas de Madrid ; renunció, no sin 
pena, a su viajecito a la Corte, en invierno, y a 
San Sebastián, en el verano, y por no exponerse 
a sufrir un desaire o sentirse humillada, no quiso 
seguir concurriendo a los bailes ni a las grandes 
reuniones de Sevilla. Como Paco, dejó de hacer 
visitas, pero recibía a las personas que, a pesar de 
la ruina, primero, y del escándalo, después, se 
mostraron deseosas de conservar las relaciones ton 
ellos. Por último, le devolvió a Pepe Míguez, su 
novio, la palabra de casamiento que él le había 
dado. Pepe, que era muy noblote y la quería de 
la entraña, puso el grito en el cielo, y le hizo mil. 
protestas de csariño, pero ella permaneció erre que 
erre, terminando la entrevista con esta declara- 
ción : 

— Seguiremos hablándonos, Pepe; pero quiero 
que seas libre, que no te creas obligado por tu 
palabra. Tü rto eres solo. Tü padre, aunque esti- 
ma mucho a Paco, se opone formalmente a t[ue 
su hija sea la novia dé un torero, y yo me figuro 
que tampoco querrá para novia de su hijo la her- 
mana de aquél, y aunque lo quisiera, yo, én tales 
bondiciones, no lo querría. 

Nada sabía Paco de todo esto, ni de otros sa- 



117 



Digitized 



by Google 



CARLOS R E Y L E S 

criñcios de Rosarito, ni de las atribulaciones que 
pasaba desde que ^1 exponía la existencia en las 
'^ Plazas, para poder vivir con el desahogo de an- 
tes ; pero, seguramente, lo sospechaba, porque 
muchas veces, sin venir a pelo, le cogía la cara 
entre las manos, la miraba enternecido, y le de- 
cía con voz ronca : 

— j Hermaniya, hermaniya,* tienes un corazón 
que no te cabe en el pecho I La que mata toros, 
eres tú, no yo. 

Los paliquea a la hora del desayuno eran para 
Paco y Rosarito un verdadero regalo. A veces so- 
naban las once en la iglesia de San Marcos, y to- 
davía estaban de charla. Paco se reía nnicho con 
ella, porque tenía salidas muy ocurrentes y una 
manera categórica y desenfadada de juzgar, que 
movía a risa, por lo ingenua y sorprendentemente 
suspicaz a la vez. Cuando hablaban de cosas gra- 
ves, Paco la oía con mucha atención, admirando, 
no pocas veces, la justeza con que discurría ella 
sobre asuntos extraños por completo a su experien- 
cia de la vida y que le hacían preguntarse a él de 
dónde sacaba tanto y tan cabal discernimiento. Se 
lo preguntaba, y ella le respondía siempre lo mis- 
mo, señalando el corazón. 

— De aquí, Paco — ^y luego explicaba^ — : Tene- 
mos dos maneras de juzgar, como tenemos dos 
maneras de cantar : una, de cabeza, y otra, de pe- 
cho; los hombres juzgan con la cabeza y con el 
pecho las mujeres. No sabemos nada y lo sabe- 

ii8 



Digitized 



by Google 



EL EMBRUJO DE SEVILLA 

mos todo. Si no lo comprendes eres un tonto de 
capirote, un lila borrao. 

Después ctel chocolate, con churros, Paco apu* 
ró un vaso de teche ; al dejarlo vacío en el vda- 
dor, pr^^ntó: 

— Siempre vas a los toros con Pastora y su fa- 
milia, ¿ellos vienen por ti, no es eso? 

— Ellos, no; eUa sola... — corrigió Rosarito, y 
riendo del asombro de él, repuso — : Quiere darte 
un apretón de manos antes de la corrida. Sábelo 
todo de una vez : P^tora está loquita por hablar 
de nuevo contigo. Siempre te quiso ; si ha con- 
servad la amistad conmigo y me busca y me za- 
randea, es por ti. 

— ¿Y los chicoleos con?... 

— Tonterías, ha tenido mil pretendientes, y en 
serio no le ha hecho caso a nadie. Coquetea para 
mostrar que tus devaneos no le dan frío ni calor, 
pero a mí no me la pega. Y túj Paco, haces mal 
en darle achares. Ella no tiene la culpa de lo que 
piense el pa|>á, además que el papá piensa bien. 
Ponte en el caso de él. ¿Qué habrías hecho tú si 
mi novio hubiera salido un día con la tripa rota 
de hacerse torero? 

— Le habría dicho : ¡ Ole los niños barbianes 1 

— {Mentira! Lo habrías enviado a tomar el 
fresco. 

— Eso sf que es verdad. 

— ¿hó ves?... Ella no pudo hacer otra cosa que 
ío que hace : tragar saliva, ¿}üercrte en silencio y 

119 



Digitized 



by Google 



CARLOS d^ E Y L E ^ 

esperar. Y aunque no me lo dice, porque es muy 
orgullosa, yo sé que pasa muy malos ratos. Cuan* 
do toreas^ no vive ; a cada minuta manda pregun- 
tar si no se ha recibido el telegrama que tú me 
pones siempre, después de las corridas^ con el fa- 
moso «sin novedad)}. ¡Si vieras lo bonita que 
está! Con razón la llaman, como a la Virgen, la 
¡Divina Pastora. Y tú la quieres mucho, ¿verdad, 
Paco ? 

— No lo sabes tú bien, Rosarito-^murmuró él 
cerrando los ojos* 

Entró el mozo de espadas. Traía los estoques 
para que el matador los examínase, como tenía 
por costumbre hacerlo antes de vestir el traje de 
luces. 

— ¿Están bien afiladiyos?^ — preguntó Paco. 

— Cortan un pelo en el aire — respondió el mozo, 
y como si cumpliese una ceremonia litúrgica, so- 
lemnemente, los fué sacando de la vaina uno a 
uno y enseñándoselos a su amo. 

Dos de aquellas hojas llevaban los gloriosos 

í nombres dé las dos espadas del Cid, tantas veces 

I teñidas en sangre de moros, y célebres en la His- 

\toria, no sólo por lo hazañosas, sino también por 

i haber formado parte de los ricos presentes que les 

hizo el de la barba bellida a los Infantes de Ca- 

rrión, cuando casaron con sus hijas. La más pe- 

sada se llamaba Tizona y la otra Colada. A la 

tercera llamábanle la Joyosa, en recuerdo de la 

tajadora que esgrimió Carlomagno. El cuarto es* 



Digitized 



by Google 



EL EMBRUJO DE SEVILLA 

toque era más pequeño y liviano, un verduguillo, 
y así se le designaba. Paco lo usaba sólo para 
descabellar. Éste tanteó el filo y luego la punta 
de las pesadas y relucientes hojas ; miró si tenían 
bien acentuada^ como él quería, la curva, que los 
toreros llaman la muerte del estaque, y dio su 
aprobación. 

•^¿Qué traje estrenamos, Rosarito? El que tú 
elijas me traerá buena suerte. 

— El borra de vino y wo viejo ; de los tres nuevos 
es el que te va mejor* 

— Ya lo sabes, Gazpacho. Anda y prepáralo todo. 

Roaarito salió seguida del mo2x>. El novillero 
cruzó las manos detrás de la nuca, clavó los ojos 
en la labrada viguería del techo y se quedó pen^ 
sando. La estancia amplia, sonorosa y solemne era 
la antigua alcoba del marqués de Torre Cuéllar. 
Los muebles que la adornaban, incluso la cama por* 
tuguesa, de columnas y cumplido dosel, le habían 
pertenecido. Paco no quería desprenderse de aque- 
llos venerables objetos. Vendió por intermedio de 
Tabardillo, a fin de completar lo necesario para 
quedarse con la casa y disponer de algún dinero, 
las curiosas colecciones de cacharros antiguos y 
azulejos de fábrica sevillana, y los cueros de Cór- 
doba que desde tiempos remotos venían transmi- 
tiéndose de padros a hijos en la faiAilia ; se deshi^^- 
zo también de todos los cuadros de escuela flamenca 
y gran parte del suntuoso, pero muy destruido 
mueblaje que adornaba la sala y el comedor, y sólo 

121 



Digitized 



by Google 



CARLOS R E Y L E S 

se reservó lo necesario para que no quedasen las 
habitaciones completamente destartaladas, amén de 
lo contenido en el dormitorio del marqués. Los 
pesados cortinajes y los paños de danuisco, des- 
coloridos y rotos en partes, que tapizaban las pare- 
des, casaban muy bien sus tonos desmayados y en- 
fermos con la vieja alfombra de Alcaraz, la roja 
baqueta de Moscovia de las sillas y las maderas pu- 
lidas por el uso del historiado bargueño, la cómoda 
italiana con profuso adorno de concha y nácar y el 
escritorio salamanquino que ocupaban los espacios 
comprendidos entre las puertas. En los muros 
veíanse sólo dos cuadros, un Cristo del Mulato y 
un monje, amarilloso y tétrico, atribuido a Zur- 
barán. 

Después del desayuno, en la recogida n^iá luz 
de la alcoba gustaba Paco ajustar cuentas consigo 
mismo -cuando Rosarito no estaba allí. En aquel 
instante, como el alpinista que llega a una cumbre, 
avizoraba las lejanías y los horizontes que a sus 
ojos descubría el porvenir. De un vuelo había lle- 
gado a la cúspide de su arte, sin recoger en el tra- 
yecto recorrido, aparte de algunos trompicones y 
varetazos de los toros, otra cosa que provecho, 
aplausos e impresiones placenteras. La suerte le 
sonreía ; la fama se le entregaba sin defensa, como 
una mujer seducida; el dinero le llovía como un 
maná del cielo. El recuerdo de los contrariados 
amores con Pastora era la única sombra de su di- 
cha y el único tormento de su amor propio. No le 



Í22 



Digitized 



by Google 



EL EMBRUJO DE SEVILLA 

podía perdonar a la moza que se hubiese mostrado 
tan sumisa a la autoridad del padre, ni a éste que le 
hubiera dicho en cierta ocasión : «Paco, yo te esti- 
mo mucho; pero si te haces torero renuncia a la 
mano de mi hija.» A lo cual él, que era tan 
susceptible como voluntarioso, contestó secamente : 
«Délo usted por hecho desde ahora mismo», y 
quedaron cortadas las relaciones, que se volvieron 
muy tirantes con el ganadero después del alterca- 
do de marras. Dejaron de saludarse. Lo dicho por 
Paco en «El Tronío» tenía irritadísimo al soberbio 
señor de media Andalucía, que ponía todo su or- 
gullo y hasta su honor en la bravura de los toros 
que criaba. Por otra parte, ejstaba habituado a que 
nadie le llevase la contra y a que todo el mundo le 
bailase el agua, particularmente los toreros, por 
la necesidad que de él tenían y el miedo al mal que, 
si se le antojaba, podía hacerles dentro y fuera de 
la Plaza. La arrogancia del novillero lo ponía fuera 
de sí, y se propuso humillarlo, haciéndole públicos 
desaires. Paco a éstos contestaba con otros mayo- 
res, y así se estableció entce aquellos dos caracte- 
> res altivos, recios y rijosos, una guerra sorda de 
\orgullo a orgullo en la que el poderoso señor tuvo 
la nobleza de no mezclar a Pastora ni a Pepe ni 
jampoco a Rosarito, ahijada y protegida suya. Él, 
4an autoritario "y duro con los extraños, era bon- 
dadoso y hasta débil con sus hijos. Los quería en- 
trañablemente, satisfacía sus menores caprichos y 
juzgaba que por ser hijos de él tenían derecho a 

123 



Digitized 



by Google 



CARLOS R E Y L E S 

todo. Las calaveradas y disipaciones de Pepe, lejos 
de enojarlo, lo llenaban de secreto orgullo. La be* 

; Ueza y la gracia de Pastora halagaban sobrema- 
nera su vanidad de papá andaluz. El que todos 
reconociesen que en los bailes y las fiestas fuera 
siempre Pastora la primera le placía tanto como el 
que sus toros quedasen por encima de los otros 
en las corridas. Salvo en muy contadas circunstan- 
cias, dejaba obrar a Pepe y a Pastora con entera 
independencia y hacer lo que les diese la real gana. 
Por eso después del altercado con Paco, no se le 
ocurrió siquiera inmiscuirlos en sus cuentas con 
aquél, ni la trató a Rosarito con menos cariño. Las 
relaciones de familia siguieron hiendo las mismas ; 
pero desde que se rompió el compromiso oficial 
entre él y la hija del ganadero, Paco dejó de ir a 
la casa. A hurtadillas siguió viendo a Pastora. Ésta 
no se atrevía a desacatar abiertamente la autoridad 

y paterna ni a romper definitivamente con el novio, 
y esperaba que Paco a última hora renunciase a 
sus proyectos tauromáquij^os. Cuando toreó por 
la primera vez con el escándalo consiguiente, ri- 
ñeron. El padre se llevó la moza a Madrid, donde 
fué muy festejada y requerida por los principales 
chicos de la nobleza. Pastora tuvo muchos noviaz- 
gos, y Paco muchos ruidosos líos. Pasaron dos 
años. Algunas veces se encontraban y no sabían 
qué decirse. Pero los ojos hablaban. Paco recorda- 
ba aquellas entrevistas fugaces, que sin poder dis- 
cernir la causa secreta, le dejaban lleno de reconco- 



I«4 



Digitized 



by Google 



EL EMBRUJO DÉ SEVILLA 

míos. Ella se hacía la ¡i>diferente y él también. El 
mozo sentía que allí, debajo del corpino de raso y 
encaje, latía un corazón tan altanero como el suyo. 
Y por igual lo acometían ímpetus de decirle ya co- 
sas dulces, ya cpsas acerbas. Frecuentemente en 
los últimos tiempos, la veía en el «Paseo de las De- 
licias» o en los jardines del Alcázar, donde casi to- 
das las mañanas iba a pasearse Pastora en compa- 
ñía de Rosarito. Paco no las detenía para darles 
palique ; las saludaba afectuosamente y seguía su 
camino sin volver la cabeza. Pastora palidecía y 
apretaba los labios. 



«Peliyos a la mar», se dijo de pronto tirándose 
de la cama, y después de vestirse a la ligera, se 
echó al bolsillo algunos terrones de azúcar y bajó 
a la cuadra. Covacha había concluido de lavar el 
coche y canturreando unas tarantas muy gargan^ 
teas limpiaba los coUarones de cascabeles, los me- 
tales y los bordados cueros de las guarniciones je- 
rezanas. El mozo de cuadra, idívahién .templándose 
por lo bajo, adornaba la crin y la cola de los ca- 
ballos con vistosos cordones y borlas de color ama- 
rillo y rojo. Cuenca andada dando vueltas por allí 
como de costumbre lo hacía todas las mañanas an- 
tes de coger los pinceles. En la cqadra a esa hora 
encontrábanse habitualmente los dos amigos. El 
amor al caballo era otro lazo de unión entre ellos. 

Digitized by VjOOQIC 



CARLOS R E Y L E S 

Cuenca no tenía ninguno, pero montaba los de 
Paco, y los regalaba y quería como si fuesen pro- 
pios. 

— ¡ Hola, Cuenca 1 — ^le gritó Paco al verio. ' 

El pintor se acercó a su amigo, le puso las ma- 
nos sobre los hombros y luego, contemplándolo un 
instante, lo abrazó sin proferir palabra. 

— Gracias, Jarete — murmuró Paco, comprendien- 
do lo que aquella muda demostración de cariño sig- 
nificaba. 

Observaron un momento el trajín de Covacha ; 
examinaron detenidamente el correaje amarillo y la 
gala del arreo jerezano y se fueron a los pesebres, 
solazándose en palmear los morrudos cogotes de 
las jacas y darles algunos terrones de azúcar. Eran 
cinco hermosas bestias, apenas con tres o cuatro 
dedos sobre la marca, robustas de lomó, anchas de 
pecho y muy finas de remos y cabeza. Todas ellas 
se ataban y montaban. Dos, las que usaba el no- 
villero como jacas de campo, tenían fama en los 
cortijos de* Sevilla por lo valientes y bien educadas. 
Con la Perica acosaba Paco sin freno ni mando 
alguno, y había que ver cómo el inteligente animal 
adivinaba las intenciones del jinete; cómo arre- 
metía en cuanto la garrocha se clavaba en el anca 
del toro, y cómo cuarteaba cuando éste se revol- 
vía o se salía de entre los pitones con un salto de 
costado, pero sin huir, dando siempre la cara, aun 
en los casos de más grave peligro. Además poseía 
Paco un potro que Brageli le estaba adiestrando. 

126 

Digitized by VjOOQIC 



El. EMBRUJO DE SEVILLA 

Preguntaba por el hermoso bruto cuando entró el 
desbravador de vuelta del paseo que le daba todos 
los días. El potro traía la boca llena de espuma y 
los ijares rayados por las espuelas. 

— ¿ Cómo va esO) Bragelí ? Veo que ese tunante 
ya se deja pegar. 

Brageli contestó acentuando cada afirmación con 
un ademán. 

—El caballo tiene la boca como una sea; se re- 
vuelve bien ; echa atrás, da el paso de costao, pero 
entoavía no conseguí ponerle la cabeza en su sitio ; 
por eso no le he quitao la cerreta. Y aluego no se 
eleva andando lo que él puede y yo quisiera. Véalo 
usted. 

Y empezó a caminarlo por el reducido patio y 
a revolverlo a derecha e izquierda, explicando al 
mismo tiempo los defectillos que tenía y cómo 
iba a corregírselos. Brageli era un desbravador de 
primera; caía en la montura con garbo; gustaba 
lucir su destreza, su brío y sus hechuras, y no 
hacía ningún movimiento que no acusara empa- 
que, maneras, la presunción estilizada del caba- 
llista andaluz, hábil, gracioso y bravo. A los dos 
amigos les placía verlo correr las espuelas con los 
arrestos clásicos del bandolero de Sierra Morena 
y adornarse, luego de revolver el caballo, como 
un matador a la salida de un quite. 
. — Ahí tienes a otro artista de la bizarría y la 
majeza— decíale el pintor a Paco entre burlas y 
veras, mientras Brageli mostraba sus habilida- 

127 

Digitized by VjOOQ IC 



CARLOS R E Y L E S 

des — . En este nKmiento nuestro hombre se cree 
un José María, acaso e} Cid Campeador. Por sus 
venas bulle ahora mismo la sangre generosa de 
los caballeros, capitanes, caballistas, bandidos y 
diestros que bregaron en ios cosos, los campos de 
batalla, las sierras y los redondeles. No hay que 
darle vueltas, Paco, todos somos unos. Nosotros 

^ hemos heredado, más integralmente que otro cual- 
quier pueblo de España, el culto de la valentía. 

V No hay sevillano que no quiera ser valiente y majo, 
sea con el estoque, las espuelas, la guitarra o la 

Y^ sartén. Ese buen Brageii que ves ahí es un émulo 
del conde de Pufíonrostro, del duque de Veragua 
y de tu pariente el vizconde de Miranda, marqués 
de Torre Cuéllar, aquél que tenía celoso con sus 
hazañas en la arena al mismísimo Pedro Romero. 
Mira, Paco, cómo retrepa el busto; fíjate con el 
ímpetu de matón que achucha la jaca y las mira- 
das de navaja fría que les lanza a invisibles es- 
pectadores a fin de meterles 'bien en el alma qué él 
es mucha eantiá de . hombre. Porque nosotros lo 
reconozcamos, si no le dices que se apee, se va a 
estrellar. 

— Quieres callarte jra... — exdlamó Paco riendo — . 
Si se entena Brageii te arma una bronca. ¡Bueno, 
Brageii, bueno! — le gntó luego al desbravador, 
que, en su entusiasmo, estuvo a punto de hacer 
costalar al caballo varias veces. 

Brageii se apeó; pegóse un par de tirones de 
la chaquetilla con mucha sacudida de hombros, y 



Digitized 



by Google 



EL EMBRUJO ÚS^ JS E V I L L A 

¿fíÁpués tie darl^ wta' sQnom palmada ea «1 anca 
át potroi (ftte iHd' ttn bote y: tomóndl ¡camíiio del 
peseb>F0, fué a saluctefía^os dop amigo^. 

Paico, luego de alabarle su habilidad y ofrecerie 
mía topa de^Rilte f(íta mdkn el guscmoy le pre» 
gfvtitó por la familia. 

— Gurrá y las chicas, bien— contestó íBrageti — ; 
en cuanto a la Pulida, cada vez- peor. El granuja de 
Ai^üeDo, no comehto ^xm mangarle cuanto gana, 
4a avergüenza en publico como mujer y como can- 
taora^ la muele a golpes, y por quítame allá esas 
pajas, la echa del cuarto en camisa. Ayer misma- 
mente ttos^lle^ó en pafíos menores y con un ojo 
negí^. 

Y úoA bt maycñr naturatidad, como si se tratase 
de tá odsa más corrietíte del m^undo, les reñrió mil 
pofnt^inídt^ de la apertei^^ exii^encia de su hija 
y del caiitador.^ Hacia diez años que vivían juntos 
en una reducida y mal aireada habitación del corral 
de las /a&am/te, casi exclu^vamente habitado por 
artistas del tabiaé. Lo que anibos ganaban can- 
tando se lo gastalia él en vino y postín, cosa que 
ella encontraba muy justa porque lo quería y la 
enorgullecía sobne toda ponderación que sü hom- 
bre aUernase y luciese. A veces no había para el 
garbanzo. La Pulida, como bt fuese dé elU fe cul- 
pa, pagaba los vidrios rotos. Las tfeyertte eran 
frecuentes. Oíanse juramenítos, áyes y gritos. Los 
inquilinos, habituados a taíes escenas y sabiendo 
por experiencia propia cómo terminaban, salían al 

C. Rbtlks: El embrujo de SeviHa, 9 

"^ DigitizedbyVjQOQlC 



1 <:arlosreyles 

:patiOi0 a^ l<!ii>,oQ^redores y had^n palmas y ruido 
para qmt. la bronca no se c^^sc^ c|e$de la caltet pero 
no se les pilaba por laés ,mi^ntes inmiscuirse en 
los asuntos déi lAYSjimo, por aquello de cada cual 
^u su c^sa y Dis^ ea ia de^<to4Q3;iEr^ la ley d^l 
corral ; violarla exponía a serios 4idgu5tos ; al que 
:se metía a, redentor-salí^ infeliblement^ crucifica- 
do, «Ya escampa^, se jdftcíaji.al concluir la bata- 
.holdj y tornaban a. sufif wevas tr^nquiliimente;vEn- 
toncesrun síleiiLcio eq^traño-^- una quietud misteriosa 
^reinaba en la habitacidn de^i Argüía y la Pulida, 
•^spüchando atentamente percibíase s<Ho algún ca- 
ricioso murmuUor Mgún desmayado suspiro, I^a 
luzy contra lo ordinario, no alumbraba la estancia 
hasta, la hora 4^ ir al? café r Juntos y qogidos del 
brazo, como dc^ >aiBanelado$ novios, Argüeyo>*y 
la Pulida^ ganaban la calle. ;Pero no siempre con- 
cluían las peleas. así> Poje Ms nocb^, cuando el 
cantador volvía tíoit nti^ copa de mái^i lais cosas to- 
maban otro cari«. Eíiárflcundom^jo^ arrojaba a ^m 
.chula- de la alcoba y cprrab^ la puerta con llave. 
Ella se quedaba alíí tiritando de frío y gimiendo. 
Al cabo de un buen ratOt él, Heno de magnanimi- 
dad, abría, le arrojaba una manta y se acostaba 
de nuevo, dejando la puerta cerrada, esta vez sólo 
con el pestillo. Cuando lo sentía dbrmir, la Pulida 
entraba y sigilosamente se metía en el lecho, tibio 
y como ;aromado por el cuerpo del cantador. Aque- 
lla tibieza, aquel aqre tufillo le producían un de- 
leite punzante, áeido, que en secreto gozaba con 

130 

Digitized by VjOOQIC 



EL EUrB^RU ] ai^E SÉV ILLA 

fruición y -rcrgüetiza a' la vez. Pera, desde algún 
tiempo á aquella parte, desde > que el Pi^pche le 
quitaba las 'p^^ibas en d Uibla»^ ei fca i Aclfif de 
Ai'güeyó habíase tornado tan dísoUo y agresivo, 
que a 4a Ptflída le iba ya síendp imp^sibic vivir 
con él. Se oótoptecía ©n ofenderla y mortificarla 
en su d^Uo de mujer y ád arista, llamándola gua- 
sona y patosa a cada paso, y echándole en cara lo 
que precisamente el público deci^ de él: que no 
tenía estilo prcqiio; que imitaba, a ést^ y al otro; 
que en su canletoáa era mentira. Una vez que la 
oyó canturrear distraída una malagueña del Pito- 
che, estuvo a punto d^, matarla. 
. — Yo estoy decidió a intervenir, y 31 yo inter- 
vengo* . .— rconcluyó Brageli , 

La llegiada 4e los banderilleros de Paco I9 inte- 
rrumpió.. Venian a, saludar al motoi^r ^ntes de la 
.corrida. Eran dos maletiUas que antes toreaban 
por los pueblos y a quienes Paco había sacado de la 
obscuridad y hecho toreros. Les llamaban la pareja 
relámpago porque le adornaban los morrillos a los 
toros con cuatro pares, de rehiletes en un abrir y 
cerrar de ojos. Bregando siempre estaban en su 
sitio. Metían un capote cuando hacía falta me- 
terlo,^ y no, se cansaban nunca. Iban siempre muy 
currutacos; tenían sus dije;s, sortijas, botones de 
brillantes, y aunque pequeños y feuchps, .presu- 
mían de guapos y afortunados con las mujeres. 
Cuando pasaban frente a un escaparate, ambos se 
empinaban, a fia de parecer el uno más alto que 

Digitized by VjOOQ IC ^ 



CARLOS R E Y L E S 

el, Otro. La primer vez que Paw los ^có a torear 
Íes pagó veinte duiKN», una fortuna para ^Uos, que 
se gastaron inmediaiameiUje en fnfe^s y calcetines 
de seda. Desde, entonces vivian en el quinto cielo, 
sin más preocupactón que la de ludr dentro y 
fuera de la Plaza y gastar alegremíMte el dinero 
que ganaban arriesgando la vida. Pero esjto último 
no les quitaba el sueño. 

Licuaron luego Tabardillo y su compattero el pi- 
cador Alegre, a quien llamaban todos respetuosa- 
áiente D. Juait, por^que frisaba ya en los cincuenta 
y había sido, en sus buenos tiempos, un jinete 
consumado y el pi<^dor más hábil y duro de toda 
España. Era muy presuntuoso y disipado, y aun- 
que estaba ya en plena decadencia y se acercaba 
el día de quitarse de los toros, no pensaba en aho- 
rrar para la vejez. Cuando alguien le hacía alguna 
amistosa observación sobre el asunto, de un iingui^ 
kaífo se echaba el sombrero a la nuca, se ponía 
en jarras, encorvaba salerosamente el cuerpo ha- 
cia adelante y decía : 

— Me gustan tres cósase el vino, el juego y las 
mujeres. En eso me gasto siempre hasta la última 
peseta. Y cuando se acaba el dinero, a la cara de 
los toros a por él. Mientras pueda picar too irá 
al pelo. Él día que no pueda, al hoyo, y que me 
quiten lo baila o. 

Formóse en t\ patio de la cuadra, empedrado al 
modo moruno, animada reunión. Covacha escan- 
ció fel viejo jerez, rojo de puro viejo, que Paco gus- 

Í32 



Digitized 



by Google 



EL EMBRUJO DE SEVILLA 

taba tomar como aperitivo. Las diestros sólo apu- 
raron una copa de aguardiente; los días que to- 
reaban no: bebían. 

Mata&r, nos echa» jun iwarrajo (fe Miguen; que 

es como la catedral de Burgos — dijo Alegre—, 
¡ Josú ! I Vayan arrobas y vayan pitones ! ¿ No lo ha 
visto usted eo Tablada ?> pues en los chiqueros ps^- 
reda más gfánde. Don Antonio se ha de^)^chaa a 
su gusto. 

— Pues verá usted» Alegre, cómo a la catedral 
de Burgos t^imbién la arrastran las muías — crespón- 
di6 Paco sonriendo* 

— Eso lo tengo o}vidao de puro sabio. 

— Lo que no debe usted olvidar, ni tú, Tabarjda, 
tampoco, es que hay que volverle el palo, darle el 
primer puyazo con el regatón, que será lo mismo 
que arrearle una bofetada al ganadero. Así se lo 
prometí y urge cumplir la palabra empeñada. 

— ¡ Menudas caídas nos va a dar I — exclamó Ale- 
gre — ; pero se hará lo que usted mande, mataor — 
y poniéndole la mano a Tabardillo en el hombro 
agregó — : i Compare, hoy se quedan las boticas sin 
árnica ! 

Siguieron bromeando con ese buen humor un 
tanto jactancioso de los placeadores que no cono- 
cen aún el miedo. Aunque no ignoraban que la 
corrida sería de prueba, los cinco diestros esta- 
ban tranquilos y ardiendo en deseos de lucirse, 
cada uno en lo suyo. El mismo Alegre, que ya 
sólo picaba con muchas camándulas y echando 

133 



Digitized 



by Google 



t 



CARLOS R K Y L E S 

mucho palo for delante, se proponía dar esa tarde 
algunos puyazos de los suyos clásicos, ccmio ha* 
cía siempre, para conservar el cartel, eh las Pla- 
zas (te M^rid y Sevilla, De pronto Paco se in- 
corporó, cesó de reir y dijo: 

— ¡Ea, caballeros r, Jja llegado la' hora de ves- 
tirse. Hoy tomo la aüémativa, y quisiera no sólo 
quedar bien yo, sino que quedase bien toda mv 
cuadrilla. Con que... apretarse los cordones. 

Unoís tras otros los banderilleros y los picado- 
res, descubriéndose, estrecharon efusivamente la 
mano del matador, le desearon buena suerte con 
sentidas palabras y se fueron braceando y lucien- 
do él cuerpo con esa soltura, presumida y gracio- 
sa, que hace en Sevilla del caminar un arte sutil. 



Digitized 



by Google 



VI 



A eso de las dos empezaron a^ Uc^gar k>s amU 
gos, los partidarios, los admiri^dores' que ven 
nían a ver V estirse al torero. Para mUfiíos, para 
casi todos ios a£qonadós^ '" eso eraí algo adí eomo. 
una parte integrante^ o preáJmbiilQ de la corrida. Si 
a éKno asistían, el ei^3Hectá¿alo les resultaba incom- 
pleto. Pero esa ^ vez la afluencia' de curiosos era tah<^ 
ta, que la mayoría tuvo que contentarse eon estre*- 
char la mano del señorito torero y partir. Las ha-< 
Mtacíones, los cortüectores y el patio *<P€A>09abán de 
gente. Diríaise que Sevilla entera, sin esLCluir a sus 
autoridades, se había dadb cita allí para acompa- 
ñar con sus votos al mó20 de rmnbó y de chapa 
que esa tarde iba a inscribir un nombre más en 
los gloriosos andes del tcMféo/de ese arte dd valor 
que, según léC copla popufáfj venía del ciete^ Cuen- 
ca y Mígué¿ tuvieron que hacer ilespejar la alco- 
ba del antiguo marqués de Torre CuéHar' para que 



Digitized 



by Google 



CARLOS R E Y L E S 

SU descendiente pudiera vestirse. Quedaron sólo en 
la pieza, por especial privilegio, los amigos ínti- 
mos de la Corte y de Sevilla. Paco, que había sa- 
lido para lavarse, volvió ya afeitado y peinado. 
Con el impudor característico de los atletas, se 
despojó de la bata y apareció desnudo. Parecía 
tallado en madera dura. La epidermis morena, mate 
y sin vello casi, cubría, como una malla de seda 
cruda, el cuerpo fino y de músculos apenas dise- 
ñados en el reposo, pero que adquirían extraordi- 
nario resalte al menor movimiento. Sus amigos lo 
contemplaban como se contempla a un pursang. 
Gazpad^,^tímy ^lícito^ lo ayudó a ponerse la j^- 
misetái di^^íjcdaí vfiilwiciána, hiégo los calionciMok 
cortos de )l}ld finísimo, después las media» blancas, 
sobre ellas bts de color carne y por último, las za- 
patillas iiui^isasv que átó'con puotijo cuidado* í 

— ¡ Vaya daneia, Patío ir-€acrti»iió D. Gaspaír e&a* 
minando <»o'deleetación amorosa el' ifii;e dé htí^s 
tendido^sDbre la cama-^. ¡Y eí chipote L.. ¿Quiéft 
te ha bordado' esta mafaviUa, chico ? 

— Una9*<monjita6, 'D. Gaspar, que me quíecen 
mucho» ¿íLcígusta aiwsted?, h0y)to. estreno. 

•— Es de p«riitt(»aK Si.í3Of0as domo te vistes, les 
vas a quitar l«fe dmoñfeos ^í^ todos los. que gastan co- 
leta. , • ' . ' i ' r .. . «.• ' ^' ' 

P^<>=íliQ»tfe^pí^díó*o^lft^íbiíi$^3!«híí^.í^^^ y 
peliaguda .icárea de poi^erse la l^gídsima faja. 
GazpachQ ;}2^ fc^a tirante por u^.^Ktremo, mien- 
tras él, tgiraavdo) aobre sí, se iba envolviendo en 

Digitized by VjOOQ IC 



EL EMBRUJO DE SEVILLA 

ella. A cada vitelta, a) principio, se d^twía y aco- 
mcidab^ los pli^uea* Ctftando. faltaron s<Mo dos 
metros di6 unas ciiantas v4ii»lta$ láRidas, sin de- 
tenerse, yi la faja quedó puesta^. , j . 

— ¡Ni pintada I-^-^aseveró Cuenca 4 

Antes de ponerse la peaada y joyante <:ha<me- 
tiUa, se cok^ó la montera, cogiéndola por Iqs bor^ 
Iones o machos con ambas manos, y apretando^ 
sela mucho. Al verlo ya vestido^ realis^d^a la esbel- 
tez del cuerpo poír la seda, el oro y te pedrería, 
tan arribante, ,tan, gallardo, tan majo» a D. Ga^ 
par se le^aptoj^ ^e jaquel |no20 era la encarná-l 
ción viviente; y la cifra, de Ja gracia y del o^adii^ , 
mo andaluz; un símbolo. i^ lo más hondp y en^ 
jundioso del alnaa sevillana ; u;ia granazón xun>- 
plida de la raz^ que.fbabia c^^P ^ niundo lo? Gon^ 
zalo de Córdoba, los Pizarrón los Cort^s^, y le-^_^ 
yantando en alto la c<5jpaí de, Jere^r que bebfca, ex- 
clanaó, entre ri^u^Ap^ y cpniíxpvido : . 

— P^CQ, tú vas a ^revolucionar eVafte; tú vas 
a revolucionar a España; tú vas fi remover mu- 
chos rescoldos de nuestra ti^^^,, y quizás hag^s 
(iirotar de las cenizas alguna llama, j Salv^^/Páco ! 

— ¡ Bien dichp, D. Ga§par, biexi dicho— -pro- 
rrumpió Cuenca radiante — . y¡o estaba pensan- 
do en lomi^n^o. ¡Saluf^ Paqol 

— Es rgarigjso^ ^ly yo tai^é^— añadió Mí^ez. 

— Por favor, señores; no me hagan ustedes 
creer qupivvoy a salvaf a España, qomo Pelaya^ 
en Cqypdonga. , * ""--""■'"'"' ""■ "" 

Digitized by VjOOQ IC 



CARLOS R E Y L E S 

— Hay muchas maneras de Covadongas en la 
vida de un pueblo, Paco¿ En m «sfera puedes 
ser, y eres ya, un hombre catastrófico. El que sólo 
vea en ti un señorito torero no ve más allá -de sus 
narices — repuso Cuenca gravemente. 

Rosarito entreabrió la puerta de la caleta, que 
separaba sus habitaciones de las de Paco, y pre- 
guntó t ' ^ 

— ¿Necesitas algo? 

*^— Sí, hertnaniya... besarte er hociquito mono. 
Ahda, muéstf ameló por éhtre lafe cortinas. 

— No seas guasón y ven un instante, si puedes., 

El torero salió. En la saleta encontróse de ma- 
nos a boca con Pastora. 

— Paco, quería desearte buena suerte, aunque 
no lo mereces; yo siempre pienso en ti, con ca- 
riflo, con mucho cariño. En cambio, tú... 

Él la cogió las dos manos, las apoyó contra 
su pecho, y le dijo, ejifórzándose pOr sonreir: 

—Mira,* Pastora ,- mira cómo salta el que está 
ahí dentro. ¿No 1ó sientes? Ese tac, tac, tac, está 
diciendo: «Te quiero, te quiero»... 

— ¡Paco, Paco!... --^murmuró ella, mirándolo 
tierna y a la vez desesperadamente. 

Paco comprendió. 

— No, no me diga¿ nada; no ñie téconvengas 
con 'esos ojos, qué meten miedo de j^uro her- 
mosos. * '^ ' 

— ^Juegas con tu corazón y con eí mío; es pe- 
ligroso, Paco. Entre la fama y yo, degistes lo 

fi3 



Digitized 



by Google 



EL EMBRUJO DE SEVILLA 

primero, sin necesidad, por capricho, por el 
mero gusto de jugar con la vida. Ese traje se me 
antoja la mortaja de aquel cariño tan grande que 
nos tuvimos 

Su voz era como un canto con. sordina; su ros-^ 
tro, el de uha Concepción de Murülo ; sü conti- 
nente, el de una maja de Goya. Los ojos, negros 
y aterciopelados, despedían vivos fulgores, cuan- 
do hablaba, y, entonces, una onda de carmín te- 
ñía la tez pálida, pálida y mate, como la hoja de 
la magnolia. Las cejas, los ojos y el cabello, re- 
negridos, hacían resaltar aquella extraña blan- 
cura de virgen, en la que ponían los labios áé^ 
fresa un toque sensual. 

— ¡Pastora, Divina Pastora!... 

— ¡Para lo que me sirve!... 

— ¿No eres dichosa?... 

— ¿Y tú me lo preguntas?... ¡Qué malas en- 
trañas tienes, Paco! Tú sabes muy bien que vivo 
sufriendo por tí. Mira que ya no puedo más; 
mira que voy a hacer una barbaridad... Escu- 
cha, es preciso que hablemos. Me pasan cosas 
muy graves. Ve esta noche al baile del «Círculo 
de Labradores». Allí te las diré. ¿Irás? 

— ¡Vaya si iré! 

— Señorito, es la hora^advirtió Gazpacho des- 
dé tí otro lado dé la puerta. 

En aqueT Instante entró Rosarito, vestida de po- 
llera dé medio paso, mantilla de madroños y gran' 
peina. )unto a Pastora parecía más menuda y 



Digitized 



by Google 



CARLOS R E Y L E S 

pequeñita. Csta dijo, procurando ocultar su emo- 
ción : 

— Paco... — iba a decir «Paco mío», y se con- 
tuvo — hasta luego. Con toda el alma te deseo 
huen^. suerte. 
- Rosarito exclamó, toda pálida y temblorosa: 

— El corazón me dice que vas a quedar como 
un Dios. 

£ly sin poder hablar» les tendió los brazos a 
las dos» y la^ dp§ apoyaron la cabcfza en el for^ 
nido pecho del torero. Jpnto^ la alcoba de Ro- 
sarito, ep upa pie«^. muy reducida, se encQiUrai- 
ba el oratorio, y en él penetraron las mozas. Las 
largas y amarillosas velas del altar estabaii en- 
cendidas. Una virgen, de talla antigua y corona 
de plata, mostraba el corazón atravesado por las 
siete espadas del dolor. Pastora y Rosarito, so- 
llozando, cayeron de rodillas. En la lobregfuez 
. solemne del recinto, los vivos chores, y la ale- 

Ígría del traje andaluz, hacian que parecieran dos 
ramos de flores, colocados al pie del alt^. 
Entre tanto, el novillero, descendía las escale- 
nas repartiendo apretones de manos. En la puer- 
ta de la calle había una gran aglomeración de 
gente; en las rejas y los balcones, muchas moci- 
tas de mantilla y jacarandosos atavíos. Paco, con 
el capote sobre el hombfQ izquierdo *y. el puro en 
la boca, afectando serenidad y despreocupación, 
ocupó el prinpipal asiento del coche ; a su lada 
se colo^ D. Gaspar, y en los asientos fronteros 

140 



Digitized 



I by Google 



EL RMBRVJO DE SEVILLA 

Mágitez y Cuebc^. Todos sentían como un mareo 
de gozo y ansiedad. Gazpacho saltó al pescante, 
donde ya había colocado las espadas y los ca- 
potes. Covacha, luciendo cordobés y terno nue- 
vos, ^requirió el látigo de iargá tralla ; tanteó las 
riendas, y el coche partió entre los aplausos y los 
oks de la concurrencia. Las jacas parecían ufa- 
nas bajo la gala del arreo andaluz y martillaban 
el suelo con ritmo brioso y gallardo. El sol es* 
plendente le ponía estofas y recaoios de oro, ya 
fúlgidos, ya mates, al pelaje sedoso de los nobles 
brutos; cabrilleaba sobre los bordados cueros, las 
hebillas y las borlas de los arneses y extendía sobre 
todas las cosas un espeso barniz de luz. Numero- 
sos coches seguían al de Paco, iormando alegre 
cortejo* Cuando entraron en la calle de los Reyes 
Católicos^ de las floridas rejas, de las munoias que 
pasaban veloces,. de los trenes, llovían oles y vivas. 
El torero iba de continuo con la montera en la ma- 
no, saludando. Aquella pompa y alarde de arro- 
gancia, que en otro cualquier diestro hubiera pa- 
recido inc^KHtuno y petulante, se lo aplaudía el 
público a Paco porque había sido siempre un se- 
ñorito de tronío, y era, en aquel momento, el de- 
l chado del mozo crudo y además la esperanza ocul- 
1 ta de Sevilla en el ruedo. Causaba gracia y emo- 
I ción a una que fuera a medirse con los fenómenos 
del arte, haciendo soberbia ostentación de su or- 
gullo y valentía, y como diciéndoles a las gentes : 
jftf^^uí va el que mete el píe y el que quita el hipo.» 






Di^itized 



by Google 



CARLOS E E Y L E S 

— ¡Vaya rumbo y vayan hígados I — se d^an 
los sevi)la'»os al v^lo pasar, fumaado su soberbio 
•veguero,, como si tal cosa. 

— ¡Arza, Perica, arza I— g^ritaba de tiempo en 
tiempo Covacha, ii^ciendo restallar el íii^go. Las 
niñas majas que pasaban en carroza volvían la 
cabeza para mirar al torero. Algunas^ le sonreían. 
Brageli, que iba a caballo^ más ufaiio >en su silla 
que un emperador en su trono, le gritó a la pa- 
sada, quitándose el ancha en medio deí una cor- 
beta: i. 

— ¡ Viva el lujo y quien lo trujo! 

Paco sonreía, quitábase la montera, saludaba 
con la mano. Experimentaba con fuerza inaudita 
el orgullo de vivir. Las manifci^aciones de simpa- 
tía del pueblo, la admiración de los hombres, las 
sonrisas de las mujeres lo embViagSaban. Iba diá- 
. puesto a fio dejarse quitar las palmas ni por el mis^ 
misimo beato Pablo ; dispu^to a meter miedo, a 
volver. loca a Sevilla, a ofrecerle, jugando con la 
muerte, un espectáculo inolvidable, único. Y, sin 
embargo,, estaba tranquilo. En el sentimiento de 
plenitud gozosa que lo embriagaba no entraba 
• ninguna sensación dqprimentc. Sabía que, por 
grande que fuese reí alarde heroico que le pidiera 
-a su valor, éste habría de responder. No se le pa- 
saba por las mientes siquiera que pudiese quedar 
mal. Confiaba. en su estrella — había elegido para 
sí- Ja más grande del firmamento,, y sentía, no con 
la fe supersticiosa del jugadca-, sino Con la segu- 

14a 



Digitized 



by Google 



EL EMBRUJO DE SEVILLA 

ridad\de la conctenci^, justa y neta del propio po- 
.der, qqie el triunfo serte suyo« 

— ¡Arza, Pericaiy arza!,,,— rseguía gritando Co- 
vacha, que en aquel instante no hubiese cambiado 
su fusta por el (^tro del rey. . . 

/Un coche , arrastrado por ^^^ sqherbio tronco 
de tordos rodados, que lucían el hierro de Romero, 
se adelantaba. rápidamente. La maja de rumbo que 
lo ocupaba iba como en sueños, con los ojos gan- 
chosos fijos en la manóla de Paco. Al pasar, sacó 
el esbelto Busto fuera de la victoria, y saludando 
al torero con el ajbanico gritóle, vibrante y jubi- 
losa : 

— ¡Buena suerte, Paco!... 

— ^¡ Aiáiós*, Puriya ! — contestó éste quitándose la 
montera e inclinándose luego con eÚá^^puesta so- 
bre el pecho ; y, sintiendo emociones muy dulces, 
siguió con ojos lumbrosos la mantilla que se ale- 
jaba aleteando como una paloma^ blanca i Después^ 
pensó en Pastora, a tiempo que contemplaba dis- 
traído las casas floridas, las hileras* de árboles, 
los vehículos que pasaban entre restallidos de lá- 
tigos y miiisica de cascabeles. Griupos de gentes 
■§^ozosas y bullangueras se dirigían a la Plaza. Los 
vendedores de agua, helados, cacahuetes calenti- 
tos, ^veílítfitSis, almendras^ garapiñadas y pasteles 
rellert¿ife aturdían con sus pregones; los gritos 
de los cocheros les hacían cof o. 

— jAHá váaa, axzaaal— ry pasaban llevándoselo 
todo por delante* 

143 

Digitized by VjOOQ IC 



CARLOS R É Y L E S 

Los ártiotes vestían nuevas ^hofas, y el sol tam- 
bién parecía nuevo por la fuerza con que brillaba. 
Alegré y T^arda, vestidos ya de picadores y a ca- 
baltOy avanzaban con airoso continente y gesto 
despreocupado, por el medio de la muchedumbre, 
el barboquejo sobre la boca, la mano derecha so- 
bre la ladera. 

— ¡Allá va eso!... ¡Arza, Perica, arzaaaa!... 
— continuaba vociferando Covacha. 

En la puerta del callejón que conduce a los chi- 
queros y al patio de caballos se detuvo el coche. 
Paco les dio un fuerte apretón de manos a sus ami- 
gos, y diciéndoles: 

— Aquí nos encontraremos al sfalir ; j abur, seño- 
res I — entró en la Plaza seguido de Gazpacho, car- 
gado con las espadas, las muletas y los capotes. 

— De esa madera se hacían nuestros héroes — re- 
flexionó O. Gaspar. 

— ^Y también nuestros santos y nuestros bandi- 
dos — ^añadió el pintor, riendo. 

— Las astillan que necesitamos ahora, según di- 
cen : los baAqueros> los industriales, los capitanes 
modernos, ¿podrán sajir de ese palo? — interrogó 
Míguez. 

Don Gaspar contestó poniéndose m^iy^ serio: 

— Paco, a su manera, es un estimulante de ener- 
gías; un hombre .providencial. 

•^^Nadie sabe lo que nos hace falta — aseguró 
Cuenca — ; pero suscitar entusiasmos, fiebres, ar- 

144 

Digitized by VjOOQIC 



EL EMBRUJO DE SEVILLA 

dores, no ha sido ni será nunca tarea baladí. A 
otros les corresponde encauzar esas fuerzas. 

— He ahí el problema. ¿Qué nos hace falta? Si 
lo supiéramos, otro gallo nos cantaría — suspiró 
D. Gaspar. 

Y los tres, discurriendo así, se mezclaron a la 
muchedumbre, torrente humano que corría impe- 
tuoso al mar del redondeL 



Ocuparon sus barreras del tendido número 2, 
que venían a quedar donde los toreros colocan los 
capotes de lujo después del paseo de la cuadrilla. 

— ¡ Vaya un lleno ; no cabe en la plaza ni un al- 
filer 1 — ^aseg^ró Cuenca paseando sus ojos ávidos 
pK)r las gradas y los palcos. 

Y como siempre, trató de equilibrar en su retina 
las masas de color que se le ofrecían a la vista : 
abajo, el amarillo y rojo del ruedo ; en el medio, la 
abigarrada coloración de la muchedumbre ; en lo 
alto, el azul rabioso del cielo, tamizado aquí y allá 
por nubes tan tenues y transparentes, que pare- 
cían finas puntillas sobre la seda del espacio. Las 
mantillas de negros madroños o niveo encaje, las 
peinas jacarandosas, los claveles y las rosas de fue- 
go, los ojos gachones, las bocas de sangre y nieve 
derramaban en los palquillos la sal y canela de 
Andalucía. Sobre los antepechos de éstos, los man- 
tones de Manila, extendidos, parecían arriates de 

145 

C. Retlbs: El emb ujo de Sevilla. 10 

Digitizedby'GoOgle 



CARLOS R E Y L E S 

ftores. Miradas pegajosas como moscas revolotea- 
ban alrededor de los cuellos frágiles y los descotes 
mórbidos. El sol caía a plomo sobre la arena. Oíase 
como un zumbido de abejas. De vez en cuando una 
exclamación graciosa, un dicho oportuno hacía 
reír a 4a plaza entera. El aire hervía. Los abanicos 
aleteaban en los palcos, y en los tendidos de sol 
las botas de vino circulaban de mano en mano. 
Por aquella parte, la sombra de los anchos les 
ponía negros antifaces a los rostros de los hom- 
bres. Los mantones de talle y las blusas de las 
hembras destacaban sus colores rotundos sobre 
la masa del público ; los rebozos de espumilla negra 
tenían reflejos tornasolados; las cabezas, cargadas 
de claveles reventones, parecían vivas mariposas. 

Desde la bóveda del patio de caballos Paco 
contemplaba el imponente espectáculo de la Pla- 
za. Los otros toreros que discurrían por allí, fu- 
mando y riendo, examinaban con respetuosa cu- 
riosidad al señorito que metía el pie, y que tenía 
fama de traérselas dentro y fuera del redondel. 
Su condición social, carácter enterizo, fama de 
rumboso y hasta la manera de expresarse, firme 
y categórica, les inspiraba alta consideración y así 
como un acatamiento tácito. Hasta el mismo Ca- . 
lifa, al hablar con Paco, se sentía cohibido, sin-* 
tiendo, a pesar de su natural soberbioso, que el 
más fuerte no era él, sino el chico de la ncbleza. 

«Ahora entra Pastora», se dijo Paco; «qué bo- 
nita está ; no hay maja de Goya* ni de Fortuny 

146 



Digitized 



by Google 



EL EMBRUJO DE SEVILLA 

que se le iguale», y vio que la garrida moza, Ro- 
sarito y otra señorita, que no conocía, ocupaban 
la delantera del palco, mientras el famoso gana- 
dero se sentaba detrás. Paco frunció las Q^jas. 
<íA ése necesito yo meterle los monos en el cuer- 
po», pensó, y apartando la vista siguió recorriendo 
los palquillos hasta divisar a la Pura. Luego se 
abstrajo en sus pensamientos y cesó de ver. Pen- 
saba en mil cosas a la vez, y, sobre todo, en la 
rápida carrera que había hecho, barajando el re- 
cuerdo de las luchas y las desazones de su peli- 
groso arte con los dulces nombres de Pastora y 
% la Pura. <(Pero vamos a ver», se dijo de pronto, 
I «¿las quiero acaso a las dos? A Pastora no hay 
1 que hablar ; siempre la quise y consideré como 
I novia. Y" la sigo queriendo a pesar de la oposi- 
Ición del padre. ¿Qué se habrá figurado ese tío? 
¿Por qué se obstina Pastora en que me corte la 
coleta, sabiendo que yo nece^wto dinero, mucho 
dinero, entre otras cosas, para poder casarme con 
ella? ¡Yo de príncipe consorte, en la vida, y con 
los humos del papá!..., primero que me aspen. 
La Pura no exige nada. Estoy seguro que me 

I querría, fuese yo lo que fuese. Eso es querer, lo 
demás... Y yo, ¿la quiero?, sí, no, no sé; es otra 
cosa, pero me tira, vaya si me tira, más que...» 
y pasando a otros pensamientos, prosiguió : «Con 
tal que el migueno no sea un buey asesino. ¡ Bah !, 
de cualquier manera, le echaré al otro mundo de 
una estocada hasta el pomo.» 

«47 



Digitized 



by Google 



CARLOS R E Y L E S- 

A las cuatro, el Presidente ocupó su asiento. 
Sonó el clarín. Por todo el público pasó como una 
corriente galvánica. Paco sintió el estremecimien- 
to, no del miedo, sino del coraje, y arrojando el 
puro que todavía fumaba, se persignó, volviéndose 
después hacia sus compañeros. 

Los alguaciles, vestidos con la ropilla del tiem- 
po de Feli pe ly ^ saludaron al Presidente y fueron 
a ponerse a la cabeza de la cuadrilla, ya formada. 
Sonó un paso doble muy alegre y popular, y em- 
pezó el clásico paseo entre los aplausos y los gri- 
tos de la concurrencia. El Ídolo de Sevilla iba a 
la izquierda, a la derecha el ídolo de Córdoba, y 
en el medio, Paco, que, desde luego, llamó la 
atención por el tipo, la manera graciosa de liarse 
el capote y el paso arrogante y garboso. 

— Mire usted qué bien camina, D. Gaspar. 

— ^Ya lo veo ; parece que fuera diciendo : «a tem- 
plao no me gana nadie». 

— Y es verdad — añadió Cuenca — . Quiera Dios 
que la suerte lo ayude hoy y siempre para que 
cuajen las cosas serranas que ese, muchacho lleva 
en sí. Observe cómo balancea el brazo y saca el 
pie. ¡Vaya sal y señorío! — y no pudiendo repri- 
mir su entusiasmo gritó, poniéndose las manos 
junto a la boca para reforzar la voaf 

— ¡Ooole los señoritos valientes 1... 

— ¡Ole, olel — repitieron en algunos puntos de 
la Plaza. 

Pastora y Rosarito lo veían adelantarse pálidas 



Digitized 



by Google 



EL EMBRUJO DE SEVILLA 

y trémulas. La Trianera se había puesto en pie 
y lo miraba respirando ansiosamente. Él avan- 
zaba con la cabeza erguida, el ceño un tanto frun- 
cido y los ojos clavados en la Presidencia. Al 
llegar bajo de ésta, los matadores, juntando los 
pies y quitándose la montera, hicieron una pro- 
funda cortesía; los banderilleros los imitaron; 
los picadores quitáronse el castoreño, mostrando 
los rostros de mozos crudos, los tufos relucientes, 
los jopos gitanos. Y vino el cambio de los capo- 
tes de lujo por los de brega. Paco le envió el suyo 
a Rosarito. Ésta y Pastora lo extendieron sobre 
el antepecho del palco, y el público, que obser- 
vaba a dónde iba a parar el capote del señorito, al 
verlas tan bonitas y saladas, las aplaudió respe- 
tuosamente. Ellas se pusieron como dos granadas ; 
luego sonrieron y tornaron a sentarse. 

Los picadores de tanda requirieron las garro- 
chas, y al galope desarticulado de los pobres pen- 
cos dieron una vuelta al ruedo. Volvió a sonar el 
clarín ; hubo algunos instantes de ansiosa expec- 
tativa, y saltó a la arena el primer bicho, un cár- 
deno de Orozco de regulares libras y muchos pies. 
Era el toro que el ídolo sevillano le cedería a Paco 
para darle la alternativa. Éste lo observaba con 
esa atención intensa con que los espadas exami- 
nan las bestias que les corresponde matar. El toro, 
después de algunas carreras, se paró en los me- 
dios, desafiando. Paco, adelantándose, lo citó, ha- 
ciendo flamear el capote, y el toro se arrancó co- 

149 

Digitized by LjOOQ IC 



CARLOS R E Y L E S 

mo una exhalación ; él lo dejó Uegarr, y le dio un 
quiebro con el capote al brazo. Manoliyo intentó 
pararle los pies coii algunas verónicas muy ceñi- 
das, pero él tbro, demasiado boyante, se le fué ; 
Paco lo recogió muy oportunamente, lo lanceó de 
i capa sin darle casi salida, y lo dejó en suerte con 
^ una medía verónica en que parecía llevar el hocico 
del cornúpeto cosido a los pliegues del capote. Es- 
tallaron los aplausos. Sin volver la cara el toro to- 
mó ocho puyazos y despanzurró tres jacos. Los 
matadores entraban a los quites con mucha valen- 
tía, y desde un principio el público comprendió que 
se disputarían las palmas encarnizadamente. 

«Los trps se las traen))^ se decían los entendi- 
dos. ^ 

En la última vara. Tabardillo cayó al descu- 
bierto; los matadores acudieron al quite, pero no 
había por dónde entrar. El toro estaba entre el 
picador, el caballo y la barrera, y volvía el temi- 
ble testuz ya hacia el uno, ya hacia el otro. De 
proBto se arrancó sobre el picador. Paco, con 
grande exposición, le tapó la cara con el capote 
y lo volvió hacia el caballo a fin de sacarlo por 
allí; pero el bicho hundió los cuernos en el vien- 
tre de la acémila, la levantó en alto, la dejó caer y 
se revolvió otra vez contra Tabarda, que daba 
vueltas sobre sí, procurando alejarse del peligro. 
Entonces el Califa saltó por encima del penco, le 
pegó una sonora palmada al toro en el anca, lo 
hizo volver y girar pegándose a las costillas del 

Digitized by VjOOQ IC 



Eí EMBRUJO DE SEVILLA 

cornúpeto, y abanicándolo con el capote se lo 
llevó a los tercios, donde, después de un ceñidí- 
simo recorte, que dejó al toro como clavado en la 
arena, le volvió las espaldas casi entre los cuernos, 
y sin cura de lo que dejaba detrás echó a andar 
lentamente hacia la barrera, entre los aplausos 
atronadores del público. 

En un periquete los banderilleros de Paco le 
adornaron al toro el redondo morrillo con tres pa- 
res de rehiletes. Tocaron a matar, Manolo se di- 
rigió al novillero con el estoque y la muleta para 
cedérselos, según el rito acostumbrado, y darle, 
con aquella ceremonia, la alternativa de matador 
de cartel. Paco le salió al encuentro. Cuando es- 
tuvieron frente a frente, se cuadraron y quitaron la 
montera. 

— Señorito Paco— dijo el ídolo sevillano presen- 
tándole los trastos de matar — , que tenga usted 
mucha suerte con los toros, y que no le den sino 
gloria y dinero. 

— Gracias, Manolo ; lo mismo te deseo a ti — con- 
testó el mozo, tomando la espada y la muleta. 

Luego se dieron un fuerte apretón de manos, y 
Paco se dirigió a la Presidencia para brindarle 
su primer toro. 

Al verlo plantado casi debajo de su palquillo, y 
en trance de ir a jugarse la vida, Pastora pali- 
deció y cerró los ojos. 

— j Por Dios, no te pongas así, mira que te ve I 
— le dijo Rosarito cogiéndole una mano. 

151 



Digitized 



by Google 



\ CARLOS REYLES 

t 

Pastora se la oprimió nerviosamente y cubrién- 
dose el rostro con el abanico, murmuró: 
— ¡Rosarito, Rosarito, me siento morir !•.. 
— Yo también, Pastora ; pero hay que tener valor. 
Cuando Paco, después de brindar, tendió el bra- 
zo con la montera en la mano y describiendo un 
rapidísimo círculo la arrojó a lo alto por detrás, 
dando una violenta vuelta sobre sí para lanzarla 
con más ímpetu, las dos señoritas majas, haciendo 
de tripas corazón, se incorporaron y aplaudieron. 
Salero y el Templaíto corrieron al toro y lo deja- 
ron en suerte. Paco avanzó hasta el cárdeno y se 
cuadró frente a él, con los pies juntos. Lentamen- 
te, haciendo alarde de valor y confianza, retiró el 
estoque de la muleta, y desplegándola en la cara 
del bicho, aguantando mucho y llevándolo siem- 
pre empapado en el trapo, sin abrirse de piernas 
casi, le dio un pase redondo en el que pareció liar- 
se el toro al cuerpo como una faja, rematando con 
otro de pecho forzado que levantó al público y 
lo hizo prorrumpir en delirantes exclamaciones. 
En medio del tumulto se oyó una voz estentórea 
que decía: 
— ¡Apareció, al fin, el gachó del arpa!.,, 
— ^¡ Pero qué valiente y fresco es este chico 1 — ex- 
clamó D. Gaspar — . Tenía usted razón, Cuenca; 
su toreo no se parece al de nadie — ^y viéndolo mu- 
letear siempre metido en el terreno del toro y sal- 
vándose de I9S derrotes como por milagro, añadió : 
— Verdad que mete miedo. Yo nunca he visto f)a- 

15a 



Digitized 



by Google 



,r\ 



EL EMBRUJO DE SEVILLA] 

rarle así a los toros. Mire usted, el torero y el toro 
hacen un lío. Que lo va a coger... jOlel, otro pase 
de pecho..., un natural, un molinete entre los cuer- 
nos. ¡Jesús, qué barbaridad!... 

— ¿Y eso?, ¿y eso? — repetía Cuenca a cada 
pase. 

El toro quedó igualado. Paco lió la muleta. Al- 
gunos aficionados se 'pusieron en pie compren- 
diendo que iba a suceder algo gordo. 

— ¿Recibe hoy el señorito? — gritó un guasón. 

Paco, sonriendo, volvió la cabeza e hizo un sig- 
no afirmativo. Los dos fenómenos del toreo salie- 
ron de la barrera, dando visibles muestras de in- 
quietud. Intensa emoción se apoderó del público. 
Reinó un silencio preñado de ansiedad. Paco se 
pernio como si estuviera delante de un espejo, 
levantó el estoque a la altura de la cara, inclinó 
un poco la cabeza sobre el hierro, y después de 
algunos instantes citó resueltamente, adelantando 
la pierna izquierda y metiéndole al toro la muleta 
en los mismísimos hocicos. 

—¡Anda, valiente!..! 

El toro se arrancó empapado en la muleta. Paco; 
juntando los pies y haciendo la clásica cruz, Ici 
vació con extraordinaria limpieza, dejándole en 
los rubios una estocada hasta la taza que hizo ro- 
dar al bicho como una pelota, mientras él que- 
daba innjóvil y con el brazo derecho levantado en 
actitud gladiadora. Y la masa humana estalló en 
un tumultuoso clamoreo. Los cigarros y los som- 



Digítized 



by Google 



CARLOS R E Y L E S 

breros caían a los pies del novel matador, que, pá- 
lido, pero sonriente, se dirigía a la Presidencia, sa^ 
ludando a uno y otro lado. 

— Apareció el gachó del arpa, boca abajo too er 
mundo — repetía la voz estentórea. 
/• — Sevilla tiene un matador de toros — ^vocifera- 
ban otros. 

Rosarito y Pastora se cubrieron el rostro con 
el abanico para ocultar las lágrimas, lágrimas de 
gozo, lágrimas de amor... 

— ¡Paco, Paco, Paco!... — murmuraba la Pura 
extenuada. 

Cuenca y Míguez habían enronquecido a fuer- 
za de tanto gritar. 

— Señores — exclamó D. Gaspar radiante de jú- 
bilo — , si pudiéramos meter en la vida esta emo- 
ción, esta fiebre!... ¿Qué tendrá este redondel má- 
gico para exaltarnos así? 

— Yo lo siento, lo sé ; pero no encuentro pala- 

:^bras para decirlo — respondió el pintor — . Ese círcu- 

1 1 lo nos transfigura, nos sublima porque reviven en 

él acaso las energías y las virtudes de nuestro 

heroico pasado; todo aquello que nos hizo gran- 

' des y fuertes. 

— En este momento todos deliramos, todos nos 
sentimos cai>aces de cargarnos al mundo y sus 
arrabales — agregó D. Gaspar, aquilatando el en- 
tusiasmo del público — . Mire usted esos rostros. 
Sólo a los héroes y a los grandes artistas les es 
f dado suscitar emociones semejantes. 

^ IS4 



Digitized 



by Google 



EL EMBRUJO DE SEVILLA 

— Sí, SÍ ; esto no es jojana; esto no es cosa bala-) 
di ; de aquí puede que salga un día el trueno gor- 
do, lo que va a despertarnos de un largo sueño. 
Tienes razón, Cujenca. Los que suponen que este 
delirio es sólo barbarie son unos pobres menteca- 
tos — aseguró Míguez contemplando la alborotada 
turba. "^ 

Mientras las muías arrastraban al toro y a los 
caballos muertos, Paco, montera en mano, daba 
una vuelta al ruedo, saludando a la multitud que 
lo aclamaba. Ya había salido el segundo toro, 
y todavía duraba la ovación. Paco saltó la barre- 
ra y se acercó a sus amigos, que le estrecharon la 
diestra efusivamente, 

— Darme un trago, que me muero de sed. 

Cuenca le alcanzó la bota, muy pequeña y cuca, 
que siempre llevaba a la Plaza. 

— Paco — le dijo D. Gaspar — , has quedado como 
los propios dioses. Por fin puedo asegurar que he 
visto recibir con todos los sacramentos, como está 
escrito en la biblia del toreo. Chico, te debo una 
tarde inolvidable. 

— El toriyo era muy noble, D. Gaspar — contes- 
tó negligentemente Paco, fijando los ojos en el 
Califa, que en aquel instante remataba una larga 
de gran lucimiento — . Vaya un torerazo, ¡qué 
hecho se lo trae todo! Digan ustedes que no ha 
habido un torero más completo desde que se li- 
dian toros. Y no olvido a Frascuelo ni a Lagartijo. 

A todas luces, el Califa venía dispuesto a de- 

155 » 

Digitized by VjOOQ IC 



CARLOS R E Y L E S 

mostrarle a Sevilla que él era el amo. Toreaba en- 
tre los pitones, saliendo limpio y airoso siempre; 
entraba a los quites con gran valentía; jugaba 
con los toros, y quieras que no, le arraqcaba nu- 
tridos aplausos ^1 público, que había venido dis- 
puesto a silbarlo. El sevillano también apretaba de 
firme ; pero ni aun esforzándose y exponiéndose a 
tomar una cornada, saliendo trompicado a veces, 
lograba hacer lo que el otro, sin esfuerzo ni ex- 
posición, aunque toreaba muy cerca y quieto. Y 
cuando el cordobés, luego de banderillear él solo 
a su primer bicho con tres pares que ni bordados, 
lo toreó de muleta magistralmente, y entrando a 
matar, corto y por derecho, lo despachó de un vo- 
lapié monumental, todos comprendieron que no ha- 
bía que hacer, que nadie podría arrancarle el cetro 
al coloso de Córdoba, y el favor del público cam- 
bió, mostrándose hostil al diestro que había de- 
fraudado las esperanzas de Sevilla. Todas las pal- 
mas eran para el Califa. A Paco mismo no le 
aplaudieron como merecía su trabajo én los qui- 
tes, ni los prodigios de valor que hacía para no 
quedar deslucido junto al maestro. La gente, en- 
loquecida con los adornos, elegancias y temeri- 
dades de éste, parecía haber olvidado la estocada 
recibiendo de Paco, la suerte que por falta de hU 
gados, según decían los entendidos, ya no ejecu- 
taba ningún estoqueador. Antes de salir el sexto 
toro, el pobre Manolo, sentado en el estribo de la 
barrera, lloraba de despecho. Paco pasó por delante 

156 

Digitized by VjOOQIC 



EL EMBRUJO DE SEVILLA 

de él, rugó las cejas y colocándose en los tercios 
de la Plaza esperó la salida del toro que le toca- 
ba matar. Era un pavo de seis hierbas, tan gran- 
de como cornalón. 

«¡Vaya una perita en dulce que me ha echao 
mi suegro 1», se dijo, y volviéndose hacia el palco 
del ganadero quedóse mirando en aquella direc- 
ción con ojos retadores. 

El toro salió barbeando las tablas y casi coge 
al Templaíto, que le tiró el primer capote. Cortaba 
terreno, no hacía caso del engaño, se iba al bulto. 
Los peones sólo podían correrlo de burladero a 
burladero. El marrajo se colaba por debajo de 
los percales. Parecía toreado; el público, que es- 
taba en antecedentes de lo que había pasado entre 
el ganadero y Paco, lo creyó así y empezó a pro- 
testar. 

«Este niño es capaz de echarme el público enei- 
ma», pensó el excelentísimo señor de Míguez, tra- 
tando de ocultarse detrás de Pastora y Rosarito. 

— Padrino, ¿ le ha enseñado usted latín al toro 
para que hable con Paco? — interrogó ésta última 
con mucha soma. 

— Le echao un toro con toda la barba para que 
se luzca — respondió el ganadero, muy quemado. 

— Por mi parte, le agradezco la intención. 

— Papá, me parece que esta tarde te cargas la 
gran bronca — exclamó Pastora riendo. 

Pepe Míguez, avergonzado de la charranada del 
padre, bajaba la cabeza. 

157 



Digitized 



by Google 



CARLOS R E Y L E S 

Paco, mordiéndose los labios, miraba ya al toro, 
ya al palco del ganadero. De pronto el jabonero se 
le arrancó. Parecióle al mozo que se le venía encir 
ma una montaña. Se abrió de capa y le dio un lari^ 
ce sin moverse, a pesar de que el toro se acostaba; 
al segundo salió trompicado, y cayó de espaldas. 
Revolvióse el toro y lo hubiera empitonado sin la 
oportunísima intervención del cordobés, que lite- 
ralmente le envolvió la cabeza en la capa y se lo 
sacó, pero también sufrió una colada, y esta vez 
fué Paco, que ya se había puesto en pie, el que 
estuvo al quite. El público les hizo una gran ova- 
ción, armándole luego una bronca al ganadero. 
Muchos increpaban al Presidente, y le pedían 
que volviese el buey asesino al corral. Paco, pá- 
lido de ira, le hacía señas al público de que se 
calmase y dejara al toro en la arena. Para cortar 
por lo sano, le tiró al bicho la montera y lo espe- 
ró con los brazos cruzados. La muchedumbre, so- 
brecogida por aquel acto temerario, enmudeció. 

— ¡Dios nos asista 1, ¿qué va a hacer este chi- 
co? — exclamó D. Gaspar incorporándose. 

— Pues darle un quiebro — respondió Cuenca. 

— ¿A ese toro ladrón?, imposible, lo va a co- 
ger... 

— Ahora verá usted lo que es quitar el hipo. 

— Yo no quiero verlo — declaró Míguez, cerran- 
do los ojos. 

El toro se había arrancado con las de Caín. 
Paco, vibrando de coraje, lo veía venir. La seda 

158 



Digitized 



by Google 



EL EMBRUJO DE SEVILLA 

y el oro del traje de luces brillaban menos que 
los ojos del torero. «Vente, vente por uvas, que 
yo te voy a dar lo que te hace falta, ladrón», pen- 
t,aba viéndolo llegar, y en la mismísima cabeza 
le dio tan rápido y ceñido quiebro que el toro, 
perdiendo el equilibrio al derrotar, cayó de oísti- 
Uas. El mozo, rápidamente, reculó algunos pasos 
y esperó otra vez a pie firme. El toro tornó a 
arrancarse ; Paco lo dejó^ llegar casi hasta él y le 
dio otro quiebro por el lado contrario. El toro se 
fué de hocicos sobre la arena; al pararse quedó 
jadeando con la lengua fuera. El griterío de la 
electrizada multitud ensordecía. Paco, sin oír, sin- 
tiendo hervirle la sangre en las venas, les gritó 
a los picadores: 

— ¡ Duro con él y no olvidarse de lo dicho ! . 

Alegre se adelantó al toro templando el palo, 
y cuando estuvo en suerte, lo volvió, no sin gran 
estupefacción del público, recibiendo el encontro- 
, nazo con el regatón. El toro suspendió al jinete 
y al caBallo en el aire, y como una masa informe 
los arrojó contra la barrera. Tabarda también le 
volvió el palo al jabonero, y sufrió ub terrible po- 
rrazo, del que quedó tendicto en la arena sin cono- 
cimiento. 

— ¡ Picadores, picadores 1- -gritaba el público 
delirante. 

Alegre tornó a montar, se escupió la mano, arro- 
jó el castoreño al tendido, y gritando «Vaya por 
ustedes», se adelantó al toro paso a paso, con 

«59 

Digitized by VjOOQIC 



CARLOS R E Y L E S 

grande estilo, y tanto se echó sobre el palo para 
castigar, esta vez de veras, que al caer el penco 
con las tripas colgando, cayó él sobre los morri- 
llos del toro. Los dos matadores entraron al quite. 
Viendo al picador en el suelo y en inminente pe- 
ligro, el Califa se fué a la cola y Paco se colgó 
de un cuerno. 

— ¡ Ole los valientes !, a ese gachó no hay quien 
se la gane — gritó un chulo. 

Lejos de intimidarlos el tremendo poder del 
toro y las terribles caídas que daba, los varilar- 
gueros, enardecidos, se disputaban los puyazos 
como los matadores los quites. Caía un picador 
y ya estaba el otro en suerte. El toro, furioso, se- 
guía destripando pencos. La Plaza se venía aba- 
jo de aplausos. Las rosas de sangre florecían en 
la arena y en los pómulos de la afiebrada turba. 
Una racha de exaltación heroica dilataba los pe- 
chos y ponía en las bocas un gesto trágico. 

— ¡Duro, duro con él, que ya es nuestro 1... — les 
gritaba Paco a los picadores. 

E iban los ardorosos jinetes a la cara de la fie- 
ra, y se hundían los cuernos en el vientre de los 
jacos y las garrochas en los morrillos del toro. 

— ¡Caballos, más caballos!... — ^seguía gritando 
el público, ebrio de emoción. 

Después de un lucido recorte, el Califa qui- 
tóse la montera, y, sin soltarla, se la puso al toro 
en el testuz, permaneciendo en aquella arriesgada 
posición algunos instantes. Era una temeridad tra- 

i6o 



Digitized 



by Google 



EL EMBRUJO Dí SEVILLA 

tándose de aquel bicho, que sólp quería coger. En 
el quite siguiente Paco aguantó tanto al darle 
una verónica, que el toro hii;o un cerrado círcu- 
lo en torno del mozo, tirándole cornadas. Al re- 
matar la suerte, aprovechando el • destronque ;que 
sufría el jabonero, hincó una rodilla en tierra y 
le rascó la frente. 

En los palcos, los tendidos y las barreras la 
gente gritaba frenética, como poseída por furiosa 
locura. Cuando tocaron a banderillas quedaban 
seis pencos en la arena florida. El cordobés le co- 
gió la diestra a Paco, y juntos, sahidando al públi- 
co, que los aclamaba, fueron a sentarse al estribo. 

El toro, que gracias a la faena de los matado- 
res había estado bravo, aunque asesino, en el pri- 
mer tercio de la lidia, volvió a mostrar las avie- 
sas intenciones de la casta. Salero y Templafto, 
por más que hicieron, sólo lograron clavarle me- 
dio par de banderillas cada uno, y efeo a la media 
vuelta y saliendo de naja. Por delante no había 
quién le entrase. Paco observaba atentamente la 
faena del toro. El Califa y Manolo, también. Sonó 
el clarín. Gazpacho le presentó al matador la mule- 
ta y el estoque. • 

— Dame la Tizona^e dijo Paco. 

— ¿ Qué va ústéd a hacer con ese avechucho? — le 
preguntó Manolo. 

— Primero, brindárselo a mi hermaniyá; des- 
pués, veremos. 

Manolo y el Califa se miraron sorprendidos. 

i6i 



C. Rbtlbs: El embrujo de Sevilla, 



Digitized 



byGoé^le 



CARLOS R E Y L E S 

-irM^ire usted que el toro está jecho un ladrón 
— cbservó este último—. Échelo afuera de un go- 
lletazo; no merece otra cosa. 

-T-El . animalito sólo pide que se le arrimen — 
respondió Paco buscando con los ojos a su her- 
mana. 

En los tendidos, comprendiendo que iba a brin- 
dar, cosac que sólo los matadores hacen cuando 
los toros son muy nobles y creen posible lucirse, 
íse ' preguntaban las gentes si el temerario mozo 
había {jierdido el juicio. Éste plantóse debajo del 
palco del Sr. Míguez, juntó los pies, y con la mon- 
tera i en alto y el cuerpo arrogantemente echado 
hacia atrás, subrayando cada frase con un movi- 
miento del brazo, dijo con voz firme y potente : 
.; — Rosarito, hermaniya: brindo por España, la 
bien Plantada del mundo; brindo por las hembras 
salerosas y los mozos crudos de mi tierra, y ¡ ole !, 
por tus amores y por los míos — y arrojó la montera 
con tal ímpetu que fué a dar contra la b^i:an4a 
del palco. . * 

— Nunca he visto ni más valentía ni más arro- 
gancia-^-declaró D. Gaspar. 

— Paco es así, lo hace todo metiendo .el pecho 
y de poder a poder — dijo Cuenca—. Cuando a un 
hombre dje éstos lo acompaña la suerte, se traga 
al mundo. 

El- toro f /estaba en las mediús, dominando el re- 
dondel con su fiereza. Paco pronunció la frase 
sacramental : 

162 

Digitized by VjOOQ IC 



EL rnUBRUlO DE SEVILLA 

— l,Fuera todo el mundo 1 

Y se fué a. él con los trastos de matar en la mano 
izquierda. Salero, a pesar de la orden dada, intentó 
seguirlo^ y entonces Paco, volviéndose, insislió : ^ 

— Fuera he dicho. 

Manolo y el Califa. hablaron algo y lo siguie- 
ron a cierta distancia. Don Gaspar, Cuenca y Mí- 
guez se habían parado inquietos. 

— Pero ¿qué va a hacer este chico ?-^repetf a 
D. Gaspar. 

— ¿Por qué no le corren el toro?~preguntaban 
algunos. 

— No ha querido — respondían otros. 

— Quiere probarle al ganadero lo que es la ver- 
güenza torera, y se lo probará — aseguró un es- 
pectador, dirigiéndose a los que hablaban detrás 
de él.* 

Y los tres amigos, ansiosos, vieron que Paco, 
muy tranquilamente, sin apresurarse, llegaba a la 
cabeza del toro y se plantaba frente a él como 
si fuese de madera. 

— No cabe más frescura — exclamó D. Gaspar — . 
Este chico se me antoja el valor de la mismísima 
España de Carlos V y de los Conquistadores ante 
el peligro y la muerte. 

El tord miraba encampanado aquella cosa in- 
móvil y refulgente que tenía delante. De pronto, 
lanzando un bufido, dio media vuelta, alejándo- 
se algunos pasos; luego, volviéndose, se encam^ 
panó otra vez. Paco permaneció quieto. 

163 

Digitized by VjOOQ IC 



C AÉ L O^S R E Y L E S 

—Ha asustao al toro — repetía, rieado, la gente. 

Paco, acercándose lentamente, lo tanteó con la 
izquierda, y el toro/ dio un paso atrás. Cambi(^ la 
muleta dé jnano y se la metió en el hocico ; el 
toro reculó otro paso. No tomaba ^el trapo; tenía 
los ojos fijos en el vientre del torero. Ést/t^ notáoi- 
-dolo, sonrió y se íüjo: uSi tú sabes latín, yo tam- 
bién; verás» ladrón», y tapándole la cara total- 
mente con-ia mul^a, al propio tiempo que, por 
debajo de ella, le pegaba un sonoro puntapié en 
el hocico, gritóle: 

— ^^¡ Vente, alma mía!... 

El bicho dio una arremetida feroz. Paco se lo 
echó por delante, se pegó a las costillas y ya no 
se desprendió de él. A cada muletazo le crujían 
los. huesos al animal, que se revolvía furioso tiran- 
do terribles derrotes. Diestro y toro formaban una 
epiléptica pelota^ Los adornos y cáb0s de la cha- 
quetilla votaban por el aire ; el trapo subía y ba- 
jaba impetuosamente. 

— Ya se ha apoderado de él, ya €s suyo — ^gritaba 
Cuenca fuera de sí—. | Viva España, que es inga- 
nablel 

Un clamorieo ensordecedor estalló en las barre- 
ras, en las gradas, en los palcos. Los oles y los 
vivas reventaban como bombas. Aquetta' faena, 
nunca vista, parecía una pelea de perros. V se- 
guían volando los adornos y los cabos. Media cha- 
quetilla flameaba en jirones. Una rasgadura de la 
taleguilla dejaba ver los calzoncillos blanoos. E>es- 

DigitizSdbyCiOOglC 



EL EMBRUJO DE SEVILLA 

pues de un muletazo de mucho castigo el toro qtie- 
dó quieto e igualado. Paco, sin apresurarse, lió, 
se perfiló, se echó el estoque a la cara, y entró a 
matar con Ímpetu, al mismo tiempo que el toro em- 
bestía, y se le vio acostarse sobre el morrillo^ hun- 
dir el estoque hasta las péndolas en la carne blanda 
y caer de rodillas del encontronazo. La fiera se 
revolvió, -buscándolo. Paco, en vez de levantarse, 
ebrio de bravura, presa del vértigo heroico, sin- 
tiendo acaso que había llegado el momento de 
darle a Sevilla el espectáculo de la valentía sobe- 
rana que esperaba de él, abrió los brazos en cruz 
y mondó el pecjio en actitud de supremo desafío. 
El toro humilló y engendró el viaje. Los rostros 
se desencajaron, los ojos se salieron de las órbitas. 
Oyéronse exclamaciones, juramentos, gritos de ho- 
rror, y en seguida un jubiloso y delirante clamorea^ 
El toro había, rodado por tierra y quedado con las? 
cuatro patas en el aire; el torero estaba en pie,! 
erguido, ceñudo, fiero como Don Juan delante dell 
Comendador. Y como si aquella muchedumbrr^fwi^ 
nética hubiese establecido, repentina y distinta- ^ 
mente, la relación íntima entre la bravura arro- 
gante e indomable del Burlador y la valentía re- 
tadora del descendiente de los vizcondes de Mi- ; 
randa, algfuien gritó primero, y mil bocas repitie- \ 
ron después, esta frase que fué rebotando por 
todos los ámbitos de la Plaza: 

— ¡Don Juan Tenorio ha resucitao!... — mien- 
tras los admiradores más entusiastas se arrojaban 

i6s 



Digitized 



by Google 



CARLOS R E Y L E S 

a la arena y corrían hacia el matador para levan- 
tarlo tm hombros. 

A Faco le parecía que el compacto y revuelto 
gentío que lo aclamaba, era una sola criatura, un 
monstruo enorme, un monstruo de mil cabezas, con 
mil ojos fulgurantes, con mil bocas sanguinosas y 
un solo corazón, que él, Paco, había hecho palpi- 
tar y que palpitaba por él. 



Digitized 



by Google 



VII 



AL encontrar a Paco en la caseta del «Círculo 
de Labradores», le dijo Pastora apresurada 
y nerviosa : 

— 'Hace media hora que te busco. Hablemos ; no 
tenemos tiempo que perder. ¡Ay, Pacol, si me 
quieren un poquitin, tienes que cortar por lo sano. 
Yo no puedo más. Desde hace tres años a esta par- * 
te mi vida no es vida. Por causa tuya reñimos con 
papá a menudo. A toda costa quiere casarme, y 
(íómo yo le echó los pretendientes al corral, es- 
tallan las broncas. Y cada vez peor, y yo me pre- 
gunto qué va a suceder eft lo futuro, ahora que 
está' contigo que arde. 

Paco sonrió'. 

-^¿Porque le pateé el toro e hice' que foápica^ 
dore^^le volvietaft elpalo?.\. Ptíés'dile de nii par- 
te que con tddos ios bueyes que me eche haré igual. 

— ^¡Páfto; Paco f, antepones tu ofgullo a ntiestro 



Digitized 



by Google 



CARLOS R E Y L E S 

cariño. No debías enconar los resentimientos que 
desgraciadamente existen y que se agravan cada 
día más entre tú y él. Piensa que, al fin y al cabo, 
es mi padre y el padrino de tu hermana ; que Ro- 
sarito y Pepe se quieren, y que también a ellos 
puedes hacerles mucho mal. 

Después que dejaron a Rosarito en su casa, el 
ganadero, muy quemado, le había dicho a Pas- 
tora : 

— No quiero que tengas relaciones de ningún 
género ni con Paco ni con su hermana. ¡Ea, se 
acabó I El niño ése se complace en faltarme a la 
consideración que me debe y herirme donde sabe 
que me duele t más. ¡Cuidado que volverle el palo 
a mis toros 1, es mucho cuento, y encima patear- 
los, para darme en la cara! ¡Me las pagará! Y 
hasta Rosarito empieza a sacar las uñas. ¿Viste 
la puyita que me soltó en la Plaza? Quieren gue- 
rra, guerra tendrán. Por otra parte, ya sabes que 
el conde de^ Peñablanca me. ha pedido tu mano 
y qtie no ignora el antiguo noviazgo tuyo con 
Paco. Nada de ambigüedades. Es necesario que 
definas la situación una vez por todas. Estás per- 
diendo el tiempo lastimosamente y m¡e tienes muy 
contrariado. Yo no quiero casarte a la fuefrza» mas 
sabe que si, como espero, aceptas ej ofrecimiento 
del conde, colmarás mis ambiciones y me harás 
muy dichoso ; si por c^prichío o porque d otro te 
tira rehusas, yio^,con mucha pena, si, con mucha pe- 
na, resp^aré tu voluntad en eso; pero mientras 



Digitized 



by Google 



EL EMBRUJO DE SEVILLA 

viva me opondré a que te cases o tengas amores 
con un torerillo. Con éste no quiero partir peras. 
Mañana sin falta debes dahne la coifltest^ión. 

— ¿ Y tú qué piensas responder ? — preguntó Paco 
asi que Pastora lo puso en Conocimiento d6 lo que 
ocurría. 

— Que te he querido^ que te quiero y que siem- 
pre te querré... 

— ¡Pastora!... 

— Pcto con eso no hacemos nada, Paco. Es pre- 
ciso que tú ponjg^as algo de tu parte para sacarme 
del infierno en que vivo. Si tú quisieras, todo se 
arreglaría. En el fondo, mi padre,, aunque echa 
. humó contra ti, porque has herido su amor pro- 
pio, te quiere y te admira. Hoy, después que ma- 
taste el primer toro, le oí murmurar: «la valentía 
dé ese chico asombra; no es la valentía de los 
toreros, es la valentía de los Grandes de España». 
Escucha, ofrécele las píaces ; pídele mi mano, df- 
ciéridole que, por complacerlo, sí ^1 lo exige, te 
cortáMs ese adminículo qUé llevas en la nuca. 

Paco hizo un gesto de asombro. 

— Es tín sacrificio, ya lo sé; pero ¿no merezco 
yo que sacrifiques algo |>or mí? — concluyó ella 
aproximándose y envolviéndote en ej doble encan- 
to de la mirada cariciosa y la sonrisa provocadora. 

Bl le cogió la mano y le dijo : 

— Es precisamente por tí, que no puedo hacerlo. 
¿ Cómo quieres. Pastora, que me presente a soli- 
citar tu mano, después de haberlo hecho el conde 

1^ 



Digitized 



by Google 



CARLOS R E Y L E S 

de Pefíablanca, sin poder darte nada de lo que 
él te ofrece y ni siquiera asegurarte el bienestar 
a que tú estás acostumbrada ? ¿ Cómo retirarme de 
los toros sin poseer la gloria y la fortuna que sólo 
me harán digno de tr? 

— Ya eres célebre, Paco; además, sé que vol- 
viste a adquirir «La Barrancosa» con su dehesa y 
todo. Eso representa más de lo necesario para 
poder vivir decentemente. ' ' 

— Es vetdád; pero quedo muy empeñado. Me 
hace falta mucho dinero para salir a flote. Sólo 
los toros pueden procurármelo. 

— Entonces... 

Paco reflexionó algunos instantes y luego dijo: 

— El amor todo lo puede, Pastora. Cuando es 
verdadero no necesita la absolución de nadie para 
existir. Someterlo a esta condición o a la otra es 
empequeñecerlo. ¿Quieres que sea enteramente 
sincero contigo, que te hable a cartas vistas?. Pues 
bien ; yo desearía que me quisieras por encima 
de todo, con el beneplácito o sin el beneplácito 
de tu padre, torero o no torero- Pedir permiso 
para quererse paréceme herejía; imponerle condi- 
ciones al amor, un sacrilegio. Yo sabría conquis- 
tar tu cariño en cualquier torneo, pero no mendi- 
garlo a la puerta de la iglesia. Te quiero y basta ; 
¿qué me importa lo que piensen y quieran los de- 
más a ese respecto ? Tó, no ; tú no obras con igual 
entereza, y eso me apena, me irrita y me llena Sde 
resentimiento contra ti, 1 Pastora, Pastoral — aquí 

17a 



Digitized 



by Google 



EL EMBRUJO DE SEVILLA 

SU VOZ se hizo suplicante — , quiéreme como soy ; 
yo siento que he venido al mundo para darle a los, 
españoles un gran espectáculo. Déjame con mi 
chalaura; no trates de arrancármela; me darlas 
una puñalada en mitad del corazón. Si te opones 
a ella harás que te consideré como enemiga acé- 
rrima de lo miOy de lo más Paco Quiñones que hay 
en tu Pado. Sm la embriaguez del peligro, sin la 
locura de jugar con la muerte, sin la admiración 
'del pueblo, sin los aplausos, sin los triunfos la vida 
no tiene para mí ni pimienta ni sal.- Antes de to- 
rear, no lo sabía ; pero ahora lo sé. Quiéreme como 
soy, Paátora. Piensa que no soy un torero como 
los demás ; piensa que no busco sólo el pcemé y 
las palmas, como yo mismo me lo figfuraba hasta 
hace muy poco. Arriesgo el pellejo por razones 
más íntimas y poderosas, porque el toreo es la 
expresión exacta de mi manera de sentir y de pen- 
sar. Sólo toreando soy por entero Paco Quiñones. 
Pastora, te \o pido con el alma, si realmente de- 
seas ser mi mujer, mi compañera, qtfiéníme como 
soy. > 

Ella bajó' la mirada y permaneció silenciosa. 
Luego suspiró y dijo : 

— j Ay, Paco !, siento que eri ese entierro no 
me das ninguna vela. Tote quieres a ti y me quie- 
res para ti, pero no me quieres por riif, como yo 
deseo y debía ser. Y, francamente, te diré qíie tu 
egoísmo me subleva un poco, 'también yo tengo 
mis resentimientos contra tí. Si tú tienes tu orgu- 

171J 



Digitized 



by Google 



/ (ÍARLOSREYLES 

lio, yo tengo el mío. Y tu orgullo y el mío son 
dos cosas que no casan bien. Yo no sabría hacer 
dichoso a quien sólo me quisiese a medias. Hice 
todo lo que humanamente podía hacer. Por ti re* 
nuncié y seguiré renunciando á los titéalos, las ri- 
quezas y las vanaglorias que me ofrezcan todos los 
condes y los marqueses <teh musido; Por híI, ¿ re- 
nunciarás tú, sabrás renunciar al provecho ya la 
gloria de tu carrera? Te ruego que stAcefamente 
me lo digas. No témás hacerme sufrirí Ha llegado 
el momento' de 'hablar claro. 

El tono impefioso de la 'moza lo irritó. 

— Pastora, tú no me quieres ; n<> me quieres co- 
mo yo soy, que es lo mismo que no quererme... 
— dijo. * ^ 

— No eludas ifli pregunta, Paco... 

— Renunciaré a eso que tú llamas desdeñosa- 
mente el provecho y la gloria de mi carrera cuan- 
do tenga un nombre ilustre y una fortuna que poner 
a tus pies.' 

— Yo tío necesito esa; contigo, pan y cebolla. 

— ^Yo sí ; considera que de otro modo la diferen- 
cia entre los dos sería demasiado grande y me sen- 
tiría humillado. Prefiero la nnierte a eso. 

— ¿Es tu última palabra? 

Sus miradas se cruzaron como dos estoques. 

— Sí, Pastora... 

—Adiós, Paco... — concluyó ella, y girando sobre 
los talones, ^ alejó. 

A poco la vio en un apartado rincón hablando 
17a 

Digitized by VjOOQ IC 



EL EMBRUJO.de SEVILLA 

con el conde de PeñaManca. Entonces Paco se 
acercó a una marquesita de Madrid, muy alegre y 
pizpireta, y empeaó a cortejarla sin sombra de di- 
simulo. Hacía largo rato que en ^so estaba, cuando 
un i^rupo de amigos, entre los que venía D.' Gas- 
par,^ se acercó a ellos. 

— 'Queremos ver bailar sevillanas a Pastora. Sólo 
tú puedes acompañarla. Ya sabes que es una dan- 
zarina extra — ^le dijo D. Gaspar después de haber- 
le besado la mano a la marquesa. 

— I Yo I... — exclamó Paco. 

— Sf, tú. Pastora nos dijo que éontigo las baila- 
ría porque os entendéis muy bien. Además, la gen- 
te desea verte tanto a ti como a ella. Rosarito y 
Míguez formarán la otra pareja. Ya están alií los 
guitarreros. 

— ¡ Ande usted, ande usted !— insistió la marque- 
sita. 

Paco vaciló todavía algunos instantes, pero ob- 
servando que Pastora lo ^miraba 'como desafíán- 
dolo, se levantó diciendo : 

— ^Lo qoe ustedes quieran. 

Y de nuevo Pastora y Paco se encontraron frente 
a frente. Sonaron las guitarras y las castañuelas; 
una onda de lirismo y emoción poptdar barrió la 
tiesura de la sala. La g^nte se agrupó en tomo 
a las dos parejas. Los cuatro bailarines, sobre todo 
Pastora, tenían bien acrisolada sú reputación de 
tales, aun entre el pueblo, que los habla visto bai- 
lar muif^hás Veces en las casetas dé la feria. Con las 

, DigitizedbyVjOOQlC 



CARLOS R E Y L E S 

ventanillas de la nariz crispadas, los labios trému- 
los y los ojos húmedos y fosforescentes, Pastora 
miraba a Paco de un modo singular, como si exa- 
minase al enemigo con el cual va uno a medirse. 
Paco sonreía con el oeíio fruncido. 

«Me quisistes, me olvidastes, 
Me volvistes a querer.» 

rompió a cantar una señorita, y entonces él la vio 
entornar los ojos, sonreír, echar los JDrazos a lo al- 
to, como en un voluptuoso , desperezo, y ejecutar 
garbosamente la salida de las sevillanas. Bailaba, 
no como la niña candida y graciosa, sino como la 
hembra que sabe, y, llena de intención, despliega 
sus seducciones. A cada vuelta, a cada giro, a cada 
vuelo del pie, quiebro de cintura, revoloteo de los 
ojos o sonrisa dislocadora, parecía mostrarle a Paco 
todos los hechizos del cuerpo y del rostro y decir- 
le : «Mira lo que te pierdes». Él jamás la había vis- 
to bailar con tanta pasión, ni ha^r tal alarde de sus 
encantos. Desconcertado, al principio bailó in^u- 
radamente, sin meterse en feorina; pero Ic&ego, enar- 
decido por las provocaciones de eDa, lo hi¿o con 
calor y gallardía. 

■^¡ Vaya ton las cosas que se trae esa ñifla bai- 
lando K— murmuraban los hombres. 
' Las damas mostrábanse más parsimoniosas. Al- 
gxxntó encentraban eí baile de Pastora demasiado 
movido y deíscócado; otra* decían que bailaba, no 
como, una señorila, sino coiho una bailadora de 

Digitized by VjOOQIC 



EL EMBRUJO.de SEVILLA 

«El Tronío»^ En el fondo, todas envidiaban el 
que los caballeros^ y ea particular los entrados en 
años, se la comieran con los ojos. Al hacer la figu- 
ra ñnal le. dijo ella muy bajito: 

— ¡Adiós, Paco!... 

— ¡Adiós, Pastoral...— respondió él en el mismo 
tono. 

Y esquivando las efusiones de los amigos y la 
curiosidad de las mujeres, que deseaban conocer al 
héroe del día, y le eran presentadas por grupos, se 
escurrió por eníife el gentío y salió del baile. 

«Esto se acabó y requeteacabó», decíase, sin 
oír el jaleo de las casetas, ni las músicas de los tea- 
trillos diseminados por la feria, ni ver otra cosa 
que la imagen de Pastora en el momento que le de- 
cía: «¡Adiós, Pacol». La llevaba como remacha^ 
da en la retina. Una racha de celos y sensualidad 
enardecía y enfervorizaba el. manso cariño que has- 
ta allí le había inspirado la moza. Y sentía sed de 
vino y sed de efusión. Los amigos de Sevilla y de 
Madrid le habían dicho que a la salida del baile lo 
esperaban en Eritaña para celebrar su triunfo con 
una juerga mayúscula, pero cuando subió a, la mur 
ñola no sé hizo conducir a la famosa venía, sino a 
«El Tronío». 

El últímb cuadro había terminado^ Paco tomó 
posesión dé uno de los gabinetes, pidió Jerez 
N. P. .U. y le envió un recado escrito a la Trianíe- 
ra, que decía así : i 

«Puriya : 

i75 

Digitized by VjOOQ IC 



CARLOS R E Y L E S 

¿ Quieres que cenemos solítós los dos ? He venido 
a buscarte porque sólo a tu lado estaré hoy a gus- 
to. Te espero. — Pacú.n 

Apuró una tras otra dos cañas y li^o encen- 
diendo un pitillo, se puso a pasear por la pieza, las 
manos en los bolsillos de] pantalón, los ojos en el 
suelo. Vestía de frac, y lo llevaba con tanta soltura 
como el traje corto. No poseía la elegancia correcta 
y seca del inglés ; pero sí, en alto grado, la varonil y 
desenfadaba del noble español. Por lo demás, la 
prenda venía de Londres; se la había hecho Paco 
allí cinco años atrás y era la primera vez que se la 
ponía después de haberse hecho torero, porque era 
también la primera vez, después de adoptar su pro- 
fesión, que concurría a un baile de sociedad. En 
los teatros y demás espectáculos públicos se había 
presentado siempre hasta entonces de corto, y de 
corto, luego que se hizo célebre, y en palmitas, lo 
recibían en los clubs que de nuevo empezó a fre- 
cuentar. A los ojos de todos Paco dejó de ser el 
4- señorito de rumbo, que se había hedió torero, para 
convertirse en el niño mimado de la fortuna y en el 
prototipo de lo más andaluz de Andalucía. 

— ¡ Ole ios milores con salero ! — le dijo la Pura 
al entrar, y luego, poniéndole las manos en los 
hombros y mirándolo con ternura y admiración a 
la vez, exclamó — : ¡ Paco, Paco, casi me has he- 
cho morir de miedo y de gozo I Salí enferma de 
la corrida. ¡ Chiquiyo, vas a volver loca a Es- 
paña I 



Digitized 



by Google 



EL EMBRUJO DE SEVILLA 

— ¿ De veras, te gusté tanto ? 

— ¡La mar!... Nunca sentí en la Plaza lo que 
hoy : ganas de reír, ganas de llorar ; a veces me 
parecía que me hundía en un pozo muy negro y 
muy hondo ; otras, que me subían al cielo en bra- 
zos los serafines. No te puedes imaginar... ¡Y co- 
mo yo todo el mundo : los hombres despampanaos, 
las mujeres chalaítasl 

—¿Tú también?... 

— ¡ Yo la, primera ; y que no lo sabes tú, gra- 
nuja!... 

— Sí, lo sé ; pero repítemelo muchas veces. Nun- 
ca me cansaré de oírlo. 

— Sí, Paco; desde que hablamos en la freiduría 
estoy chalaila por ti. ¿Qué tienes tú para guillar- 
nos a todas así? 

— El demonio andaluz en el cuerpo — respondió 
él con su risa blanca — , que es el ansia loca de es- 
pantar a los hombres y de que me quieran todas las 
mujeres. 

— ¡Charrán!... 

— -... Y en particular tú. Pero el que enloquece no 
soy yo — ^añadió, cesando de reír — , sino el redon-*\ 
del. Sí, Puriya; el redondel nos ekctriza, nos \ 
transfigura, nos convierte en héroes legendarios. \ 
Yo estoy seguro que el público se imagina^ en su 
entusiamo, que el torero es España y el toro d Des- 
tino, y delira viéndolo desafiar arrogante y luego 
burlar la ira de la fiera, y vencerla, y dominarla, 
y, finalmente, tenderla muerta a sus pies. Lo que 

177 

C. KhtlF** El embrujo de SevilU, 12 

Digitized by VjOOQ IC 



\^' 



CARLOS R E Y L E S 
^nos recuerda tan a lo vivo nuestra valentía de otras 

r 

w 



/, 



épocas, nos transporta y embriaga. El que las evo- 
ca cumple acaso un alto fin. Yo lo presentía, pero 
no lo sentí hasta que te oí discurrir sobre tu baile. 
Pensando, pensando en lo que hablamos aquella 
noche, ¿recuerdas?, y luego de mañanita, en la 
Giralda, de golpe me conocí más, vi más claro en 
mí y adiviné lo que el pueblo de mí esperaba. En 
gran parte te debo el triunfo de hoy, Puriya. Y por 
eso, en lugar de irme de juerga con mis amigos, 
el cariño y la gratitud me han traído aquí para 
^ correrla sólo contigo, porque se me antoja que tú 
sola me comprendes y quieres como hace falta que- 
rerme y comprenderme. 

— ¡Paco, Pacol... — exclamó ella, cogiéndole la 
cara entre las manos y bebiéndole el alma por los 
ojos — . Yo no sé cómo te quieren los otros, pero 
siento aquí, algo que me dice que te quiero más y 
mejor que nadie. 
"^ — ^Tú me quieres torero, ¿verdad? 

— ¡ Te quiero por todo lo que tú eres ; por todo 
lo que tú llevas en ti ; porque me gustas de corto 
y de largo, y porque se me ocurre que, a la vera 
tuya, soy otra mujer, una mujer capaz de un 
amor muy grande, pero muy grande 1... 

— ¡ Puriya 1... 

— ¡Pacol... 

Y sus bocas ávidas se fundieron en un beso. Paco 
la sintió desfallecer en sus brazos, ifiientras experi- 
mentaba él mismo una embriaguez dulcísima, un« 

178 



Digitized 



by Google 



EL EMBRUJO DE SEVILLA 

deleite inefable, que le dilataba el pecho y ahon- 
daba la respiración. 

— Pura, Puriya, te quiero ; te quiero con los rea- 
ños del alma. Nunca he querido así — ^le murmura- 
ba él al oído — . Te tengo en los brazos, siento tu 
corazón palpitar contra mi corazón ; siento el con- 
tacto de tu cuerpo divino y la voluptuosidad in- 
mensa no ahoga la ternura infinita. 

— Así, así deseo que me quieras ; así te quiero yo 
a ti. ¡Ah, qué felicidad, Paco! — musitaba ella, 
apretándose dulcemente contra él — . Sentirse, no 
deseada brutalmente, sino querida. Yo siempre, 
desde que te conocí, deseé y esperé que me quisie- 
ras así. ¡ Paco, Paco mío ; Paco de mis entrañas !, 
¡quisiera tener diez y seis años y ser mocita para 
entregarme a ti en cuerpo y alma 1 ¡ Ay, no puede 
ser, y eso me hace sufrir, me atormenta día y no- 
che 1 Temo no ser bastante digna de ti... Y, sin 
embargo, puedes creerlo, a pesar de todo, a pesar 
de mi vida arrastra, esta Pura, que te quiere, no 
ha sido de nadie, sino tuya, sólo tuya. 

— Lo sabía, y por eso te quise y te quiero. Yo 
sé que lo que eres ahora para mí no lo fuistes ni lo 
serás nunca para nadie. A mí me pasa algo seme- 
jante, Puriya : sólo contigo, entiéndelo bien, sólo 
contigo, he sido y puedo ser lo que realmente soy : 
Paco puro, Paco total. Y yo quiero serlo. Desde 
hoy en adelante tú y los toros. Esa será mi vida. 

Ella, levantando la cabeza y mirándolo con los 
ojos muy abiertos, le dijo : 

179 



Digitized 



by Google 



CARLOS R E Y L E S 

— Paco, tú has reñido con Pastora, ¿verdad? 
— Sí, y esta vez definitivamente — lluego, brindán- 
íáote uoa caña y cogiendo él otra, agregó— : Cho- 
i ca, Puriya ; brindemos por nuestro amor, que será 
i la cosa más bonita y salada del mundo, porque 
'■ olerá a Jerez amantillado y a claveles reventones 
•y a sangre de toros. 

^''Y con los labios trémulos de pasión y húme- 
dos de vino tornaron a unir sus bocas en un beso 
ancho y hondo. 

En los gabinetes vecinos oíanse floreos de vigüe- 
las, acompasados taconeos, oles y palmas. De pron- 
to al temple cálido y angustioso del Pitoche llegó 
como una queja hasta Paco y la Pura. Se sepa- 
raron y sentaron frente a frente, y mirándose, Paco 
vio a Pastora y la Pura al Pitoche. 



Digitized 



by Google 



VIII 



CUENCA trabajaba con ardor. Había empezado 
hacía seis semanas el retrato de la Pura y le 
daba los últimos toques, esas pinceladas maestras 
que son al cuadro lo que la sal y las especias a las 
comidas. La bailadora, vestida con el traje de cola 
y faralaes gitanos, y ceñido el busto por el rojo 
mantón de talle que había lucido la primera noche 
en el café, posaba concienzudamente, mientras el 
pintor, para distraerla y sin darle reposo a la mano, 
le recitaba pasajes del Romancero o le refería epi- 
sodios caballerescos o galantes de. las guerras en- 
tres moros y cristianos. Durante las ausencias de 
Paco, a quien sus contratas lo tenían Casi siempre 
alejado de Sevilla, las únicas distracciones de la 
bailadora eran los paliques del taller y las visitas 
que, acompañada del pintor, hacía a las iglesias, 
los monumentos públicos y 4os museos de la ciu- 
dad. No se cansaba de ver, admirar y menos de 
oírlo discurrir sobre cosas que a veces no com- 

i8i 



Digitized 



by Google 



CARLOS R E Y L E S 

prendía bien, pero cuyo atractivo sentía siempre. 
Cuenca hablaba no como dómine pedante, sino 
a la manera de un artista curioso, erudito y apa- 
sionado por todo lo que fuese descubridor de lo 
humano, y particularmente de ciertos aspectos de 
la realidad española, que a la Pura, por su bai- 
le, también le interesaban sobremanera. El roce 
con artistas y gentes refinadas le habían dado el 
gusto del arte y el deseo de instruirse; pero no 
leyendo, porque los libros se le caían de las ma- 
nos, sino viendo y oyendo. Cuenca era tan sin- 
tético y rotundo en sus observaciones como en su 
pintura. Por medio de una observación acerta- 
da, una anécdota oportuna o sabrosa compara- 
ción, le resumía la personalidad de un artista o el 
alma de una época. Y eso era lo que ella apete- 
cía, cosas substanciales y animadas, no discursos 
latosos. En el primer paseo que dieron juntos, el 
pintor quiso mostrarle los vestigios que aun ate- 
soraba la vieja Hispalis de la dominación Roma- 
na, y al pie de las Columnas de la Alameda le re- 
citó el romance de Sepúlveda, el cual, de acuerdo 
con las crónicas de Alfonso el Sabio, supone que 
las tales columnas fueron allí dispuestas por las ma- 
nos de Hércules ; le hizo ver los restos de la impo- 
nente y sombría muralla torreada y almenada que 
defendía la ciudad de César contra la saña extran- 
jera, y deteniéndose en la puerta de Córdoba, le ex- 
plicó los sucesos que en su hosca torre y en la 
vecindad de ella se desarrollaron : la prisión de San 

182 



Digitized 



by Google 



EL EMBRUJO DE SEVILLA 

Hermenegildo ; el martirio de \as divinas alfareras 
Santas Justa y Rufina ; las escenas del famoso con- 
vento de Capuchinos, enfervorizado por el recuerdo 
de San Isidro y San Leandro, y la mística inspira- 
ción de MuriHo; Andando, le mostró cierto sitio 
cubierto de jaramagos, donde cuenta la leyenda 
que una bruja le predijo a Julio César que sería ase- 
sinado si volvía a la Ciudad Eterna, por lo cual 
los romanos, cumplido el lúgubre vaticinio, le die- 
ron a la antigua Hispalis el nombre de Civitas Se- 
villae, ciudad de la sibila, de donde le vino Sevilla, 
Luego, sentados bajo el emparrado del ventorro 
que se veía al pie de las desoladas ruinas de Itálica, 
le declamó enfáticamente la famosa oda de Rodrigo 
Caro, mientras apagaban la sed con unas cañas de , 
manzanilla fresca y olorosa. Vinieron después las I 
largas visitas al Alcázar, la Catedral y las iglesias 
de pórtico gótico y minarete árabe, que no habían 
aún acabado de recorrer. Divertía a Cuenca la cu- 
riosidad infantil y los graciosos disparates que se 
le ocurrían a la bailadora cuando se corría a opinar 
sobre tal o cual obra de arte, y a la Pura la sola- 
zaban y a veces le hacían cosquillas en todo el cuer- 
po la verba inagotable y el ingenio chispeante del 
pintor. 

— ¡ Pero qué salao es este tío feo ! — decíase a me- 
nudo escuchándolo. 

Cuando Paco estaba en Sevilla se iban los dos 
solos a los pueblos vecinos, donde nadie los cono- 
cía y podían pasearse juntos sin reparo alguno. Al- 

183 



Digitized 



by Google 



í 



CARLOS R E Y L E S 

morzaban en cualquier venta o mesón, entre cha- 
lanes y arrieros, y cogidos amorosamente del brazo, 
visitaban las curiosidades del lugar: una vetusta 
iglesia románica, la casona de escudo carcomido, 
balconada de hierro forjado y puerta claveteada, 
perteneciente a alguna fajnilia desaparecida o veni- 
da a menos ; un patio soledoso, un frontis barromi- 
nesco. Paco no era tan erudito ni diserto como 
Cuenca; pero lo que decía parecíale a ella muy 
sabroso y puesto en su punto, porque, de cerca o 
de lejos, se relacionaba con ellos y le hablaba al 
corazón. Además, para interesarla o conmoverla, 
no necesitaba Paco hablar ; bastaba que le oprimie- 
se el brazo dulcemente, y de inmediato ella sen- 
tía lo que sentía él delante de un lienzo patinado 
por los años o un paisaje cuajado en la melancolía 
crepuscular. A veces, olvidando que estaban delan- 
te de una Purísima, Paco le murmuraba al oído 
cosas muy dulces o la besaba furtivamente. Cada 
vez mostrábase más rendido ; pero no presuroso 
pctt* hacerla Suya, y ella, asqueada del sensualismo 
grc^ero de los hombres, se lo agradecía con toda el 
alma. Sin embargo, un día, en Santiponce, salien- 
do del convento de San- Isidoro del Campo, donde 
habían admirado algunas tallas magníficas de Mon- 
tañés y la tumba de la infelice Doña Urraca de Oso- 
rio, quemada viva por orden del Justiciero, le dijo 
Paco: 

— Puriya, cada vez se me hace más penoso se- 
pararme de ti. Estoy deseando echar fuera las co- 

184 



Digitized 



by Google 



EL EMBRUJO DE SEVILLA 

rrídas que aún me restan por torear para estarme 
siempre a tu vera — ^y bajando la voz, que se hizo 
soplo cálido, añadió—: A tu vera, y solos, solos 
y lejos, en el campo, en «La Barrancosa», ¿ te gus- 
taría? Estoy prqmrando la casa para recibirte — 
y muy bajito, p«x> con mucho garganteo, le cantó 
antes que ella pudiera responderle : 

«Vente conmigo al molino 
Y serás mi molinera.» 

¿Vendrás? Di que sí. ¿Cuándo va a ser eso? 

—Muy pronto ; yo lo deseo tanto como tú ; no 
lo dudes, pero... 

— ¿Hay un pero?... 

— ^Un pero que es una perita en dulce, Paco. No 
sé cómo decírtelo. Antes de irme contigo, para ser 
tuya, tuya como de nadie fui, tuya toda entera, 
quisiera yo tener el alma limpia de telarañas y es- 
tar segura de mí misma, segura de hacerte dichoso, 
segura también de que tú me harás dichosa a mí. 
Si no te quisiera tanto y no pusiera tantas esperan- 
zas en nuestro cariño, no tendría esas preocupacio- 
nes — ^y temiendo haberlo disgustado, añadió apre- 
tándose contra él — : Tú no dudas de k) que te digo, 
¿ verdad, Paco ? Pronto terminarás las contratas de 
este año, serás libre; yo también, y entonces, tú 
para mí y yo para ti... 

Paco bajó la cabeza y guardó silencio. Después 
de algunos instantes preguntóle : 

— ¿ Y qué son esas telarañas, Puriya ? 

185 



Digitized 



by Google 



CARLOS R E Y L E S 

— Recuerdos, querencias del tiempo viejo, que 
me impiden todavía ser como yo me he propuesto. 

A pesar del encendido amor que le inspiraba 
Paco y la repulsión que sentía por el Pitoche, la 
bailadora comprendía que algo quedaba del viejo 
cariño ; algo, una memoria obscura y tenaz de los 
sentidos, una raíz profunda que no había muerto 
ni quería morir. Lo aborrecía, y, sin embargo, cier- 
to sentimiento enrevesado y morboso, en que se 
mezclaban en dosis caprichosas el odio y la piedad, 
la repugnancia y la carnal atracción, hacia él la em- 
pujaba, la empujaba... Si el alma no, la carne, a 
pesar de los pesares, le había permanecido instin- 
tivamente fiel al chulo que la perdió. Más de una 
vez, en brazos de otros amantes, hubo de confesár- 
selo con pena y vergüenza. Verdad que a nadie ha- 
bía querido de la entraña ni tan tiernamente como 
a Paco. El hondo y suave cariño que éste le inspira- 
ba la convertía en otra mujer, capaz de todas las 
ternuras; borraba el pasado, la purificaba; pero 
la idea obcecadora de que las «gitanas de los gita- 
nos son» continuaba, no obstante, atormentándola, 
aunque sólo de tiempo en tiempo y con menos vio- 
lencia que antes. Esas eran las telarañas de las 
que quería ella limpiarse ; el p¿ro que era una perita 
en dulce. 



— ¡ Ea, descanse usted ! — exclamó Cuenca, po- 
niendo la paleta y los pinceles sobre un escabel. 

i86 



Digitized 



by Google 



EL EMBRUJO DE SEVILLA 

La bailadora descendió del estrado o tabladillo 
donde posaba y se plantó frente a la tela. 

— ^Tira de espaldas... Esa Pura es más Pura que 
yo — dijo — . Así, aunque más fea de lo que soy, 
me gusto más; me parece que digo más. Y todos 
esos tíos dicen más y parecen más vivientes que el 
modelo. Por primera vez contemplo un cuadro fia-**! 
meneo pintado que no parezca un cromo. Los otFes.^ 
pintores de escenas andaluzas mojan los pinceles en , 
agua ; usted, maestro pintor, en vino ; en Jerez 
unas veces, en Valdepeñas otras; vino blanco y 
vino tinto, vino siempre : cuando aplicado ligera- 
mente, oro y sangre ; cuando espeso, la bandera es- 
pañola : huevos con tomates... en la sartén negra. , 

— ¡Tiene usted la mar de gracia!... — exclamó^ 
Cuenca riendo a carcajadas — . Eso que usted aca- 
ba de decir encierra más verdad y es más penetran- 
te que lo aseverado hasta ahora por los críticos so-^ 
bre mi pintura. Que pinto con betún y bermellón, 
como si los negros, los amarillos y los cárdenos no 
fueran toda la pintura española ; que mi luz es luz 
de bodega, como si no fuese luz de bodega la dc^ 
Velázquez, la de Zurbarán, la del Greco ; que mis 
cuadros no tienen perspectiva, ni aire, ni fondo. 
Bueno, ¿ y qué ? Lo importante es que esos moni- 
gotes que están ahí vivan, respiren y digan lo que 
son, no pasajeramente y según la moda del día, 
sino clásicamente, eternamente. Y a mí me parece 
que lo dicen. Vea usted esos rostros : no son perso- 
nas, son entidades. 

187 



Digitized 



by Google 



CARLOS R E Y L E S 

El lienzo, de vastas dimensiones, se titulaba 
Arriba, y tenía por asunto el cuadro flamenco de 
«El Tronío». Sobre el tablao, en prin^r término, 
veíase a la Pura en el momento de efectuar el des- 
plante final de su baile ; el fondo, en figuras 
de tamafío casi natural, lo componían los otros ar- 
tistas, dispuestos en círculo y en sus actitudes más 
peculiares. Otro lienzo, concluido antes, hacia pare- 
ja al primero, y era como su antítesis. Se titulaba 
Abajo, y representaba la parte inferior del tablao o 
dormidero de las brujas con las mamas de las ar- 
tistas apiñadas sobre el sofá, las cabezas caídas 
o echadas hacia atrás, las bocas abiertas, los po- 
bres cuerpos desarticulados. Aquellas escenas an- 
daluzas, de tonos sordos y expresión patética, no se- 
ducían ni encantaban los ojos como las telas bri- 
llantes de Fortuny o las páginas graciosas y sabro- 
sísimas del Solitario ; pero ejercían la irresistible 
atracción de lo que revela el fondo doliente y miste- 
rioso de la humana criatura, de lo que muestra 
la angustia del vivir. Allí se sentía rugir, de tiempo 
en tiempo, el torrente subterráneo del enigma y del 
drama que cada uno lleva en sí; se percibían 
.«sas expresiones fugaces, esos relámpagos de lá fi- 
sonomía que muestran la prístina condición del ser. 
A semejanza de las seguiriyas, las alnoas de aque- 
llas criaturas subían a pique del fondo del mar, del 
fondo de la personalidad, mostrábanse un instante 
en la superficie del rostro y se volvían a las profun- 
didades. 

Digitized by VjOOQ IC 



EL EMBRUJO DE SEVILLA 

— Mi pintura — solía asegurar Cuenca — es cante 
hondo. Yo pinto soleares y seguiriyas. 

Covacha entró y puso una sopera llena de gazpa- 
cho en la mesa, larga y angosta, de bordes talla- 
dos y llave de hierro, que había entre las dos ven- 
tanas, bajo cada una de las cuales veíase un ancho 
y muelle sofá tapizado de damasco morado y cu- 
bierto de cojines. Cuanto ganaba el pintor, que no 
era mucho, gastábaselo en cacharros, muebles anti- 
guos de poco precio, alfombras alpujarreñas y cu- 
riosidades artísticas, que a veces iban más allá del 
alcance de su bolsa y lo dejaban empeñado. Y co- 
mo tenía ojo experto y no descansaba en sus re- 
buscas, solía hacer muy afortunadas adquisiciones 
de objetos raros, telas viejas y tallas envilecidas 
por torpes repintes o estofados groseros, que des- 
pués de limpias y restauradas, resultaban de gran 
valor. Así, y poco a poco, había logrado adquirir 
una buena cantidad de muebles y curiosidades : bar- 
gueños de muertos oros y marfiles cadavéricos, ar- 
cenes de tosca labra, adustos sillones fraileros, 
fragmentos de retablos, tapices y casullas, que re- 
saltaban de un modo singular sobre las desconcha- 
das paredes y las anchas piedras del suelo. 

— Ahora nos tomaremos con gracia fina este gaz- 
pachito serrano — dijo el pintor, disponiendo sobre 
la mesa un mantel de colores, algunos platos sope- 
ros de tosca fábrica gitana y dos botellas de man- 
zanilla sanluqueña — . En esta época ningún breba-'n 
je iguala las virtudes y excelencias del calducho an- 

189 



Digitized 



by Google 



CARLOS R E Y L E S 

daluz. El gazpacho es merienda y refresco. Su re- 
putación remonta a los tiempos bíblicos, y entre 
los griegos y los romanos gozaba de gran predica- 
mento. Aquí, en Sevilla, siempre fué sopa popular. 
\^l Cuántas hambres' no ha engañado el gazpacho ! 
Don Pedro lo comía acompañándolo con copiosos 
tragos de agraz, que no es otra cosa que el hacaraz 
morisco. 

—Venga el gazpachito; tengo una gazuza más 
que regular. Pero diga usted, maestro pintor, ¿ no 
esperamos a Paco ? Ayer dijo que vendría. 

— Paco entrará por esa puerta así que yo empie- 
ce a llenar los platos — contestó Cuenca, metiendo el 
cucharón en la sopera — . El recibir toros enseña a 
ser puntual. Romero, Paquiro, Redondo, el tuerto 
Domínguez, todos los matadores que ejecutaron 
aquella suerte, tuvieron fama de puntuales. Paco 
no había de ser una excepción. Ya llega... ; ahí lo 
tiene usted. 

En efecto, la puerta se abrió y apareció Paco, 
acompañado de Tabardillo, que traía un paquete 
debajo del brazo. 

—Aquí traigo para usted, señora— exclamó el pi- 
cador-anticuario, abriendo el paquete — , una mara- 
villa de esas que sólo sé veri en los museos : una 
cosa que es el acabóse de la escultura... y que se 
puede comprar por dos pesetas, como quien dice. 

— Puriya, no te dejes dar coba— interrumpió 
Paco. 

— ¡Cobal... Ahora mismo lo va a decir Cuan- 

IQO 



Digitized 



by Google 



EL EMBRUJO DE SEVILLA 

ca. Prepárese usted, maestro pintor, para recibir la 
arremetida de un miura, quiero decir, una emo- 
ción de chipén. 

— ¿Qué es ello, hombre?... 

— Casi na, una tontería de virgen ; una virgen de 
Alonso Cano. Así, •como suena. Y que es de 
Alonso Cano como yo soy de Seviya. Tiene la 
marca de fábrica, el cuño, esa cosa única de Cano, 
que es como la divisa del ganadero en los morri- 
llos del toro : indica la procedencia. 

Y tirando al suelo el ancho para andar más pron- 
to, deshizo el paquete con grande cuidado y puso 
sobre la mesa una virgencita tallada en madera. 

— Véanla ustedes, y díganme si es o no es una 
maravilla. . . Cano cantando. Cano de una vez. Cano 
por los cuatro costaos. 

Los tres se acercaron y contemplaron la esta- 
tuita llenos de asombro y delectación. No men- 
tía Tabarda; aquel pequeño objeto era realmente 
un prodigio de arte, simple y exquisito a la vez ; 
realista y místico en una sola pieza. 

— ¡Cómo reza la pobrecita !— exclamó la Pura. 

— ¡ Sí, cómo reza y cómo llora I — añadió Cuen- 
ca — . No se puede pedir más simplicidad, más 
emoción, más gracia. Esta pobre virgencita, humil- 
de y pura como un huevo, es, a no dudarlo, la 
hermana menor de aquel San Francisco de la co- 
lección Odiot, que es, a mi entender, la obra maes- 
tra de Cano. Parece mentira que manos teñidas 
en sangre, inocente, acaso, hayan podido ejecutar 

191 



Digitized 



by Google 



CARLOS R E Y L E S 

obras tan puras y serenas. Cano, como Herrera el 
Viejo, Valdez Leal, Ribera y tantos otros grandes 
artistas de aquella época, tenía el genio vivo y la 
mano pronta, lo cual no le impidió ser el más mís- 
tico de los escultores españoles. Mató, sin más 
trámites, a la esposa infiel ; por rivalidades del ofi- 
cio casi envía al otro mundo de una estocada al 
pintor Llano y Valdez, que tampoco era manco, y 
tuvo muchos duelos y pendencias, de los cuales sa- 
lió siempre con fortuna, porque era de ánimo en- 
tero y manejaba la espada como el buril y la bro- 
cha. Pertenecía a la casta brava de los conquista- 
dores y los aventureros, los santos y lo6 picaros; 
a esa casta de donde salieron Cortés y Alonso Con- 
treras, aquél, que de pinche llegó a comendador de 
Malta ; Santa Teresa y la monja Alférez, la niña de 
familia noble que, abandonando el convento donde 
iba a profesar, vistió el traje de soldado y se hizo 
famosa, guerreando en España e Italki, por su bra- 
vura, reyertas, homicidios y fechorías, y cuya exis- 
tencia, rota y huracanada, conservando incólumes, 
entre rufianes y bandidos, la fe y la vii^inidad^ 
le inspiró a Pérez de Montalván su mejor come- 
dia, a Calderón la asombrosa Devoción de la Cruz 
y a Moreto el admirable San Franco de Sena. Cano 
era un místico y un espadachín. De él o de su dis- 
cípulo, Pedro de Mena, debe de ser un crucifijo 
muy curioso que tuve ocasión de admirar en Éci- 
ja. La cruz, con punteras de plata afiligranada, 
era de madera recubierta por amarilloso pei^ami- 

192 



Digitized 



by Google 



EL EMBRUJO DE SEVILLA 

no, sobre el cual el Cristo, finamente esculpido y 
de una anatomía estupenda, cobraba extraordinario 
resalte. Y bien, señores, tiranck) de la parte supe- 
rior, salía de la cruz una daga. 

— ¡ Jesús, ya la estoy viendo, y se me ponen los 
pelos de puntal — exclamó la bailadora. 

—Semejante barbaridad sólo podía ocurrírsele a 
un artista español— aseveró Paco. 

— Esas barbaridades nos hicieron grandes — repu- 
so Cuenca al punto, y luego, quitándose la blusa 
de tela azul, que se ponía para trabajar, añadió — : p/ 
Crucifijo y puñal : he ahí un símbolo de la vieja í 
España. Ahora no hacemos barbaridades, y por j 
eso andamos tan decaídos. 

— ^Y si las hacemos, nos dan cada paliza que 
Dios tirita — argüyó Tabardillo — . ¿Han leído us- 
tedes en El Liberal de hoy el desastre de la Haba- ' ; 
na? Toda la escuadra del almirante Cerrera a pi- 
que, como ayer en Cavite la de Montojo. ¿Qué di- 
rían los Reyes Católicos si levantasen la cabeza? 

— La bajarían y harían lo que esta virgencita : 
rezar fervorosamente — respondió Cuenca, y sus 
ojos claros se ensombrecieron — . Nosotros, para 
soportar las calamidades que van a sobrevenir y 
rehacernos, debemos rezar de otra manera : no de 
rodillas ni en la iglesia, sino en pie y frente al yun- 
que, a todos los )ainques. El trabajo es la única ple- 
garia que hoy llega a los pies del Altísimo. Por lo 
pronto, comamos nuestro gazpacho ; hay que vivir. 

Cabizbajos y en silencio sentáronse alrededor de 

C. RsTLU: Bl embrujo 0$ StvilSa, nr^^f^]^ 



CARLOS R E Y L E S 

la mesa. Durante algunos momentos sólo se oyó 
el repique de las cucharas y tal cual hondo suspiro. 
De pronto el pintor, indicando con el brazo estira- 
do la grande tela de Don Quijote y Sancho, 
dijo: 
y — Cuando yo pinté ese cuadro, símbolo del he- 
roísmo español que no acierta a encarnarse en 
obras y vaga extenuado y macilento por las lla- 
nuras de la Mancha, no sabía a dónde iba el ca- 
ballero de la Triste Figura. Ahora, lo sé: iba a 
reconfortarse y cobrar nuevos alientos a las Pla- 
zas de Toros, mientras Sancho, rezagándose, tor- 
cía para Cavite... No es el quijotismo, sino el san- 
chopancismo el que nos ha llevado a la pérdida 
de Cuba, último florón de aquella espléndida co- 
rana colonial que nos legaron los Reyes Catoli- 
zeos. Acaso es un bien. Reducidos a nosotros mis- 
^ mos; obligados a cultivar el propio jardín, quizá 
sabremos hacer otra vez obra de varones, obra de 
machos cogotudos. Santiago y cierra España. Sí, 
seamos españoles, españoles de nuestro tiempo; 
concentrémonos en las Plazas, que son nuestros 
gimnasios y nuestras palestras, para derramarnos 
luego por toda España y después por el mundo — ^y 
echando la cabeza hacia atrás, y con el tono que- 
ji^mbroso y el ademán enfático de los malos acto- 
res, continuó: — Caballero del ideal, no desdeñes 
por prosaica la moderna aventura del trabajo, por- 
que éste lleva en sí la enjundia de muchos ideales 
y es el más fiel servidor de la grande esperanza 

«94 



Digitized 



by Google 



EL EMBRUJO DE SEVILLA 

del hombre en que esos ideales se congregan y 
funden. Pero, ¿ qué camino seguir ?, ¿ qué métodos 
emplear? Las divergencias de parecer son múlti^ 
pies y grandes. Cada doctor propone una pócima 
diferente. A mí, aunque simple y pecador, se; me 
ocurre que lo primero será conocernos, saber lo 
que somos y lo que pretendemos ser, y en segui- 
da indagar en qué y en qué no concuerda nuestro 
instinto de dominio y nuestra ilusión vital, los 
grandes resortes de la vida intensa, con la grande 
esperanza de libertad, justicia y amor, que es, por 
excelencia, la ilusión vital del hombre, lo que lo 
hace vivir humanamente, lo que legitima sus as* 
piraciones superiores, triplica sus fuerzas y lo in- 
cita a bregar sin descanso bajo la greña del sol. 
¿Cómo encauzar sin menoscabo, sin bastardear- 
nos, las viejas energías de la raza en los canales 
de la actividad moderna? ¿Cómo ser modernos sin 
dejar de ser españoles castizos? 

Cuenca Hizo punto y se quedó mirando absorto 
las vigas del techo. Tabardillo carraspeó, mondó el 
pecho y, derramando torvas miradas, dijo senten- 
ciosamente : 

— Aquí hay mucha miseria — y lanzó un escupi- 
tajo de costadillo. 

— ^Y mucha ignorancia — afirmó Paco. 

— Y mucho orgullo — añadió la bailadora. 

— Miseria, ignorancia y orgullo, terribles, pero 
no incurables males. Si quisiéramos, si tuviéramos 
voluntad firme, los conjuraríamos. Contra la mi- 

«95 

Digitized by VjOOQ IC 



J 



CARLOS R E Y L E S 

seria, trabajo; contra la ignorancia, aprender; 
contra el orgullo, viajar. Lo difícil es descubrir 
el resorte propulsor, el estímulo que nos dé la di- 
vina apetencia de enseñoreamos del mundo, de 
prolongarnos en el tiempo y el espacio. 

Paco, sonriendo, argüyó: 

— Olvidas, Jarete, que nosotros, los andaluces, 
estamos hechos para la juerga, no para el tra- 
bajo. 

-—El trabajo es juerga cuando se trabaja con 
gusto. Eso de nuestra ingénita pereza es cuento, 
Paco. Más energías derrochamos nosotros en bai- 
lar que otros en majar el hierro. Empleémoslas 
en producir las riquezas materiales y espirituales 
que necesitamos. Pero, { ay I, no creemos en nada, 
nos burlamos de todo, y ese escepticismo de pata- 
lees nos mata. Los españoles tenemos que fabri- 
carnos a toda costa una nueva y grande ilusión 
vital ; una Dulcinea, que no sea Aldonza Lorenzo, 
y que nos induzca a cometer placenteramente mu- 
chas fecundas locuras. ¿Cómo encontrar la fór- 
mula del trabajo deleitoso? 

— ^Yo, por mi parte, ya la encontré — aseguró la 
Pura entre seria y risueña — . Cuando bailo, lo 
hago con deleite y mucha conciencia, como si es- 
tuviese diciendo misa o quisiera revelarle al pú- 
blico un secreto muy gordo... 

— ¡Tienes la gracia por arrobas, Puriyal — ex- 
clamó Paco cogiéndole la mano y besándosela — . 
También a mí ahora me pasa algo de eso. Ade- 

196 



Digitized 



by Google 



EL EMBRUJO DE SEVILLA , 

más del parné y las palmas, busco otra cosa : decir- 
les a las gentes toreando no sé qué; descubrirles 
un misterio, no sé cuál. Y eso es lo que me de- 
leita. 

— Pues yo, señores, confieso— declaró Tabarda c^ 
algo mohino — que el picar toros y el vender anti- 
guayas no me divierte. En cambio, cuando emba- 
durno un cacharro que me ha salfo bonito, y lo 
pongo en el homo, y resulta la cochura lo que yo 
quiero, siento un goce tan grande como el que de- 
bió de sentir la Virgen cuando parió el niño Dios. 

— Es que tú no eres picador, ni anticuario de <- 
ley, sino alfarero— replicó Cuenca — . Uno sólb 
es lo que haccTcón gusto. Y yo les digo a ustedes 
que si todos los españoles trabajasen revelando su 
secreto y descubriendo su misterio como usted, 
Pura, baila, y ttS, Paco, toreas, y tú, Tabardilk), 
fabricas cacharros, sabríamos mucho más de nos- 
otros mismos; tendríamos más enjundia castiza y 
cobraríamos la antigua pujanza. España posee ¿Z 
grandes energías espirituales, sólo que están en 
las entrañas de la tierra, ocultas y sin empleo. 
Descubrir filones, hacer posos muy hondos y sa- 
car afuera el material propio, he ahí lo que nos 
hace falta. Inútil es echarle la culpa de nuestra 
decadencia a los Austrias, a los Borbones, a los 
malos Gobiernos ; ni pensar que la triaca def mal 
está en la Monarquía, la República o el socialis- 
mo. Hace siglos que todos, cada cual en lo suyo, 
veníamos preparando la pérdida de Cuba, porque 



Digitized 



by Google 



CARLOS R E Y L E S 

rmdiéy en lo suyo, hada lo suyo. Nos fuimos in- 
fieles, y la suerte nos fué infiel. Al salir y alejar- 
nos de nosotros mismos, perdimos el sentido de 
la realidad fecunda, dejamos de oír las voces ins- 
piradas de la tierra nativa. Volvamos a la tradi- 
ción, no de las formas, como quieren muchos es- 
píritus momificados, sino de las substanciiÉS, que 
toman las modalidades impuestas por los tiempos 
sin cambiar de esencia nunca, antes bien, decatan- 
do y acendrando de época en época su esenciali- 
dad. Ya hay barruntos de ese deseo de abrir po- 
zos hondos y sacar a luz el material castizo. Rena- 
ce la assulejería ; renace ti admirable arte de los re- 
jeros ; renace la moda mudejar de tallar el ladri- 
llo con el mismo primor que la piedra. Los pinto- 
res desentierran al Greco y a Váldez Leal ; los es- 
critores a Góngora y a Gracián ; los arquitectos 
empiezan a ver al enigmático Churriguera, y todos 
a sentir lo español. Y aquí está la Pura, bailadora 
de buten, doctora del tablao, que nos va a descu- 
brir ahora mismo, con su interpretación coreográ- 
fica de la malagueña, una faceta del alma anda- 
luza. 

La bailadora les había prometido que esc día, 
después del gazpacho, les iba a mostrar algo de 
los bailes que estaba imaginando. 

— Vaya por la faceta — contestó riendo — . Anda, 
Paco, coge la guitarra y cántame bajito las ma- 
lagueñas del Chacón. Todos sabemos que las ma- 
lagueñas no se bailan ; yo voy a interpretar bai- 

198 



Digitized 



by Google 



EL EMBRUJO DE SEVILLA 

lando, no lo que se oye, sino lo que se ve cuando 
se escucha ese cante. Figurarse, señores, un patio 
sevillano, con su surtidor, sus columnillas, friso 
de azulejos y tiestos de flores. En la casa, algnien, 
con mucho estilo y mucho sentimiento, como si 
llorase cantando, se templa por malagueñas; us- 
tedes, aquí, en el patio, T^en lo que la voz canta: 
es la peniya andaluza que despierta y se engala-^ 
na para salir bonita; luego, al empezar la copla, 
el querer que gime y habla de pasión, celos, tor- 
turas y puñalaítas traperas ; después, el sollozo que 
aprieta la garganta, y por último, las arrancas 
de llanto que parten el corazón. Anda, Paco, ven- 
ga de ahí; el toque debe ser muy lento, el cante 
muy hondo y garganteao. Entre rasguido y rasgui- 
do una pausa. Yo me envuelvo en el mantón y 
salgo bailando, venga... 
La guitarra sonó : 

Prim... prím... prim... prim...' 
Prim... prim... prim... prim... 
PitiVfrín, pirirín, pin, pun. 

A cada rasguido la Pura avanzaba un paso, se 
detenía, volvía la cabeza a un lado y a otro e iba 
sacando la cara del embozo. Marcaba el compás 
con los pies y el cuerpo. Cada nota era un golpe 
de tacón y una actitud, golpes y actitudes que por 
momentos se unían sin solución de continuidad y 
remataban en cadenciosa y expresiva danza. Cuen- 
ca y Tabardillo la contemplaban absortos. Paco 

\ '99 



Digitized 



by Google 



J C'ARLOSREYLES 

ponía sus cinco sentidos en tocarle como ella que- 
ría. Del floreado mantón salió primero la cara, en 
seguida el cuello fino y nervioso, después el busto. 
Era como una rosa que se abría. De pronto, en 
una rapidísima vuelta, despojóse enteramente de la 
joyante prenda, y el cuerpo, de líneas divinas, que- 
dó al descubierto, ya ondulando voluptuoso, ya re- 
torciéndose dramáticamente, cual si lo agitaran ora 
los goces, ora los dolores del amor. Los movimien- 
tos de las manos y los brazos no le iban en zaga en 
elocuencia a los arrestos, los desplantes, los gol- 
pes de cadera y los vuelos del pie con que tra- 
ducía plásticamente las palabras de la copla. Aquel 
baile no se parecía a las sevillanas, ni a los tan- 
gos, ni a las alegrías, aunque se compusiese de los 
pa^)S y actitudes más características de ellos ; era 
una danza menos movida y graciosa, pero más in- 
tencionada y expresiva. Lo que los bailes clá- 
sicos apuntaban solamente, aquí aparecía exterio- 
rizado y dicho. 

Covacha y el mozo de cuadra, atraídos por el 
jaleo, se Kabían introducido sigilosamente en el 
taller, y de motu própHo escanciaban el vino, con- 
templando pasmados ^ mismo tiempo a la bai- 
ladora. Comprendían que estaba inventando, y la 
miraban como quienes ven operarse un prodigio. 
El rostro de la Pura se Había transfigurado ; ya no 
era la gachí dulce y placentera, sino la hembra 
brava, la terrible moza juncal, cuyas sonrisas enlo- 
quecen, cuyas miradas matan. Sus desmayos, sus 



200 



Digitized 



by Google 



EL EMBRUJO DE SEVILLA 

furíasi sus retorcimientos parecían los de una pi- 
tonisa delirante. Cuenca la contemplaba extático, 
palpaba con los ojos el alma nebulosa y barroca del 
cante, vela la malagueña de cuerpo entero. Ta- 
barda también la veía. Paco sólo veía la hermo* 
sura, el garbo y la sal de la bailadora. «¿ Qué se- 
cretOy qué misterio nos revela la Pura en este ins- 
tante?», preguntábase el pintor tratando de anali- 
zar las extrañas emociones que experimentaba. 
«Esas angustias, esas postraciones, esas soberbias, 
¿ son las suyas o las de la raza ? Esa pena, que quie- 
re mostrarse con la cara bonita, ¿ es la pena de la 
andaluza o la pena presumida y galana de Sevilla ? 
Esos desplantes provocativos y esos resignados qué 
más da, ¿ son los de la chula o los del pueblo an- 
daluz ? Ese lloro altanero y ese querer y no poder, 
'¿ es el de la Pura o el del orgullo español ? ¿ Es po- 
sible que tanta pasión, tanta fiebre y tanta ansia 
violenta no vayan a ninguna parte?» 

Covacha y el mozo seguían escanciando el vino. 
Las botellas vacías, los caballos muertos, se iban 
amontonando. De tiempo en tiempo le alcanzaban 
una caña a la bailadora; ésta la apuraba de un 
gcdpe, sin interrumpir su baile, y la devolvía sin 
mirar. Lo mismo hacía Paco al ser servido, ejecu- 
tando con la mano izquierda alguna afiligranada 
falseta mientras que con la derecha bebía. Nadie se 
acordaba de Cavite ni de Santiago; todos, incluso 
los doméstioos, sentían con fuerza inaudita el an- 
sia dt vivir y el andaluz placer de gozar sufríen- 



Digitized 



by Google 



CARLOS R E Y L E S 

do. «¿ Es posible que tanta pasión, tanta fiebre y 
tanta ansia violenta no vayan a ninguna parte?», 
continuaba preguntándose el pintor. De pronto la 
Pura se puso muy pálida, llevóse las manos al co- 
razón y sacudida por violentos sollozos se dejó caer 
sobre el sofá. Paco la estrechó sobre su pecho, y 
acariciándola como si fuera una chiquilla, pre- 
guntóle : 

— Puriya, ¿qué tienes, qué es eso?... 

— Nada, Paco, es la lloradera ; ya pasará. ¡ Ay, 
Dios mío! Me ahogo, darme de beber y no me 
pregfuntéis nada. 

Tabardillo le alcanzó un vaso lleno. Todos la 
miraban con ojos enternecidos. La Pura bebió ávi- 
damente y se acurrucó contra Paco. Éste sentía so- 
bre el pecho el desordenado golpear del corazón de 
ella. 

— ¿Tienes ganas de llorar? 

—Sí... 

— Llora, Puriya, desahógate... 

— ¡ No ha de tenerlas ! — exclamó Tabardillo — . 
Yo soy un picador de toros y también las tengo. 

— Y yo — añadió Cuenca. 

— I Josú lo que se trae esta criatura bailando 1 1 Va- 
ya canela fina ! Cuando yo les decía que iba a ar- 
mar una revolución en el baile, sabía dónde me 
apretaba el zapato. Nada, señora — ^agregó inclinán- 
dose sobre ella — , si la mandamos a usted a Cuba, 
en lugar de los acorázaos, ganamos la guerra. 

— No me haga usted reír, Tabardillo, que no 



Digitized 



by Google 



EL EMBRUJO DE SEVILLA 

tengo ganas — exclamó la bailadora llorando y rien- 
do a una. 

— Covacha, abre las ventanas, que entre el aire — 
ordenó Paco. 

— Dejémosla tranquila algunos instantes — pro- 
puso Cuenca, y haciéndoles señas a Tabarda y los 
domésticos para que lo siguieran salió del taller. 

La Pura no usaba corsé. A Paco le parecía que 
la tenía desnuda entre los brazos. Sentía el calor 
de su cuerpo, la morbidez de sus carnes, las duras 
turgencias de sus pechos, y tanta emqción volup- 
tuosa no empañaron ni un instante la grande ter- 
nura que la bailadora le inspiraba : «Es extraño 
— se dijo — ; Paátora, la niña, sólo me inspira aho- 
ra deseos carnales, y ésta, la gachí de tronío, amor 
puro» y luego, pegando su rostro al de ella, le mur- 
muró al oído: 

— Puriya, deseabas que te quisiera bien ; pues 
bueno, bien te quiero. 

— ¡Ay, Paco!, no me lo digas, porque me da 
mucha pena — musitó ella. 

— ¡Penal... 

— Sí, Paco de mi alma, porque quisiera ser para 
ti pura como esa virgencita y no puedo. En eso 
pensaba bailando; en eso y en otras cosas muy 
tristes. I Ay !, ¡lo que se sufre cuando se quiere de 
veras!... 

— ^Todas esas desazones pasarán cuando estemos 
solitos los dos en «La Barrancosa». 

— ¿Verdad que sí? Tuya, tuya, sólo tuya. ¡Si 
203 



/ 



Digitized 



by Google 



CARLOS R E Y L E S 

Dios quisiese dejarme morir a tu vera ! Dime, Pa- 
co, este querer que te tengo, ¿es lo que se llama 
amor fino ? Me gustarla que más finoUs no lo hu- 
biese en el mundo. 

Él, por toda respuesta, la besó en la boca. 



Digitized 



by Google 



IX 



ERANDO en Sevilla ni ana sola noche dejaba 
Paa> de concurrir a «El Tronío». Al terminar 
cada cuadro la Pura descendía del tablao, atrave- 
saba la sala, arrancando a los parroquianos al pa- 
sar oles y vivas a España, e iba a sentarse a la 
mesa del astro y sus satélites : Cuenca, Míguez 
y Tabardillo. Cuando concluía el espectáculo, 
. ausente el espada y el picador, los amigos la acom- 
pañaban hasta la puerta de su casa, una casita 
muy cuca, blanca y florida, adquirida por la baila- 
dora tiempo atrás y que bajo la dirección experta 
del pintor había refaccionado y estaba concluyen- 
do de amueblar. El patio, muy pequeñito, resul- 
taba una verdadera monería, f Veinte columnillas de 
rosado ladrillo y capiteles de lo mismo, esculpi- 
dos como si fuesen de mármol, sostenían las gale- 
rías altas, cubiertas y con balconcillos de trecho 
en trecho, de los que pendían, a modo de repos- 
teros, vistosas mantas jerezanas* Los azulejos del 

«05 



Digitized 



by Google 



CARLOS R E Y L B S 

zócalo eran de cuerda seca, diseñados por el pin- 
tor. Una fuentecilla de cerámica trianera, rodea- 
da de tiestos de flores, ocupaba el medio del patio, 
hecho de piedrezuelas redondas con camineros de 
trabados ladrillos y olambrillas. Ornaban las pa- 
redes, entre columna y columna, ya pequeños cua- 
dros formados por cuatro azulejos de los que lla- 
man de montería, embutidos en los muros ; ya sim- 
ples platos de gusto hispano-^rabe, imitación de 
los antiguos maneses. Gallardas palmeras en tina- 
jas de barro cocido sin vidriar, sobre pies de hie- 
rro, alegraban los ángulos del patio, por cuyos 
corredores, veíanse dispuestos sobre pequeñas al- 
fombras atpujarreñas, algunos muebles de indus- 
tria sevillana, baratos, pero muy decorativos, y 
hasta media docena de mecedoras de madera pin- 
tada y asiento de enea. En el muro frontero a La 
cancela, Cuenca había tendido un nuintón de Ma- 
nila y formando sobre él flamenco trofeo, compuesto 
por una guitarra colocada verticalmente ; dos pan- 
deretas, representando escenas del tábUto a cada 
lado de ella; debajo un castoreño de picador y 
arriba^.una rufa montera. El toldo que defendía el 
patio de los ardores del sol, era de lona, ornado 
por ancho fleco y ufia caprichosa franja bordada 
burdamente con lanas de colores, a la manera de 
las jáquimas de los borricos. La tamizada luz fun- 
día armoniosamente tanto impetuoso y diverso co- 
lor, resultando un conjunto no sólo pintoresco, 
sino bien equilibrado. 

ao6 



Digitized 



by Google 



EL EMBRUJO DE SEVILLA 

— Esto está muy sabroso — solía decir Cuenca sa- 
tisfecho de su obra. 

Cuando la Pura salía del café sola con Paco so- 
Han entrar de pasada en la buñolería de la tía Cu- 
rra y permanecer allí un par de horas, platicando 
amorosamente y haciendo proyectos para el fu- 
tufo. Los parroquianos de «El Tronío» conocían 
los amores del torero y la bailadora, y también las ¿^ 
fatigas que por ella pasaba el Pitoche. Éste no lo 
ocultaba ; sus coplas, cada vez más tristes, hacían 
transparentes alusiones a la desdichada pasión que 
lo tenía tan magro, verdoso y sombrío. Su cante 
se había hedió más sordo, más opaco, más hondo. 
A veces no parecía que cantaba, sino que lloraba. 
«¡Ayl ¡Cómo le duele 1 ¡Cómo canta ahora este 
gachó hy, decían las buenas gentes que iban al 
café a oírlo sufrir^ Se acodaban sobre las mesas, 
y con los ojos brillantes como si fuesen de cristal 
y dilatadas las ventanillas de la nariz, sufriendo 
voluptuosamente, oían salir de la boca del cantador 
el rosario de sus ayes, de sus lamentos, de sus pe- 
niyas negras. Los adornos y pasos de garganta 
convertíanse en gemidos, en estrangulados sollo- 
zos, en llanto ahogado que por veces estalla y 
chilla. Su voz, que se había vuelto un tanto aguar- 
dentosa y desgarrada, tenía acentos cálidos, no- 
tas de violoncelo e inflexiones sumamente expre^ 
sivas. La Pura no quería oirlo y lo oía ; lo oía con 
penoso deleite. El Pitoche, acaso sospechándolo, 
parecía cantar sólo para ella. Los ojos negros y 

207 



Digitized 



by Google 



CARLOS R E Y L E S 

cavados del cantador la buscaban, se prendian al 
rostro de la bailadora y era como si le estuviesen 
declarando lo que sentía. Paco fingía no obser- 
varlo ; la Pura miraba hacia otra parte o se ponía 
de espaldas al cantador. Incesantemente éste se 
hacía el encontradizo y procuraba trabar conver- 
sación; pero ella lo dejaba con la palabra en la 
boca y seguía su camino. En el iablao la jaleaba 
más que ningún otro artista, implorándole, al mis- 
mo tiempo con los ojos, la limosna de una mirada. 
Mas ella no se daba por aludida. Mientras se ves- 
tía lo sentía toser en la saleta. Y a la llegada y a 
la salida del café estaba segura de encontrarlo en 
la puerta, esperándola para darle las buenas no- 
ches. La persecución del gitano la ofendía, y le- 
jos de ablandarla, irritábala más contra él. Lo 
que la ablandaba y conmovía era verlo tan abatido, 
tan humilde al presente en el querer, cuanto antes 
había sido soberbio y duro. Una vez que entraba 
sin la doncella a «El Tronío», le salió al encuentro 
el Pitoche y le dijo casi sollozando: 

— Pureta, ten compasión ; ¿ no ves que tus (tes- 
víos me están matando? 

Iba a responder secamente ; pero la mirada an- 
gustiosa del cantador la contuvo. Reportándose 
contestó : 

— ¿Y qué quieres que yo le haga. Pitoche? Si 
no pretendieras lo imposible, lo que no puede ser, 
no te pasaría eso. 

Él bajó lá cabeza y dijo : 
208 



Digitized 



by Google 



EL EMBRUJO DE SEVILLA 

— Yo no pretendo que me quieras, puesto que 
tú quieres a otro; lo único que te pido ca que no 
seas tan desdeñosa, tan cruel, porque eso me deses- 
pera, me güerve loco. - 

— ¿ Y qué he, de haccir ? 

-^No darme con las puertas en las nances cuan- 
do te hablo ; jacerme la caridá de oirme. Hasta a 
los condenaos a muerte se les concede una gra-^ 
cia. Yo no he cometió otro delito que quererte, y 
sin esñbargo me has condenao y me estoy mu- 
riendo, muriendo de pena* 

—No son las penas las que te acaban. Pitoche, 
sino :1a desastrada vida i que llevaí^. 

— JBebo pa ajogar este come come del queré que 
no me deja viví — dijo animándose, y aproximando 
su rostro al de eila, continuó^t- : j Pureta, Pur^a j te 
quieto, te quiero más que a mi mare, t^ quiefo 1 
Todo lo, que hice por olvidarte, por arrancarme esta 
espina . envenena quia llevo aqhf, iué ihútih Mi mal 
\ no tiene reniedio ; me siento perdió*., y bebo, bebo. 
Me mato por no matar. Si tú supieses las ideas ne- 
gras que toe pasan por la jetó cuando te veo tan 
derretía con él mientras yo trago quina y rabio. 
¡Ayl... Si tú me quisieras un chispitín, yo no lo 
cataría y sería más güeno que el pan. Anda, Pu- 
reta, quiéreme tanto así. Dime que no lo has ólvidao 
too ; que recuerdas entoavía a Pitoche «1 bueinov a! 
Pitoche que te lavaba toíta cuatido estuvistó ma^ 
la ; al Pitoche que afanaba golosihas para que las 
coimeras tú. 

209 

C, RvYueñi El embrujo de SevilU , 14 

Digitized by VjOOQ IC 



CARLOS R E Y L E S 

— Ahí lo tienes ; si te dejo hablar oigo cosas que 
no quiero oír. 

— Déjame que me desahogue una vez siquiera, 
mu jé. 

— No puedo ni quiero escucharte, Pitoche. 

— Lo haces por él, ¿verdá? — interrogó el gita- 
no apretando los dientes y achicando los ojos, que 
de suplicantes se tornaron rencorosos y amenaza- 
dores. 

— Por él y por mí, y jK)rque no me da la real 
gana. ¿Quieres saber más? 

Cogiéndola por un brazo y apretándoselo vio- 
lentamente, exclamó el cantador fuera de sí : 

— Pues yo te digo que por las buenas o por las 
malas me escucharás. 

— ^Yo te respondo, malange — gritó ella rechazán- 
dolo — y que ni por las buenas ni por las malas. 

El Pitoche, iracundo, levantó la mano, ella lo 
desafió con la mirada; luego, haciendo un ges- 
to despreciativo y encogiéndose de hombros, se 
alejó. 

Algunos días después, estando el cantador sen- 
tado, como de costumbre, en el dormidero de las 
brujas mientras la bailadora se vestía, se le acercó 
Argüeyo y le dijo misteriosamente : 

— ¿Sabes lo que hay, Pitoche? Me he enterao 
7 que el pájaro toma el olivo. Hoy baila por última 
vez. Se va a «La Barrancosa» con el señorito Paco. 
El Ñañe me lo dijo. 

El Pitoche nada contestó. Argüeyo Jo contem^ 



Digitized 



by Google 



EL EMBRUJO DE SEVILLA 

pió un instante con sus ojillos torvos y luego pre- 
guntóle : 

— ¿Qué piensas jacer? — ^y observando que el gi- 
tano lloraba añadió — : Eso no es lo que jacen los 
hombres, Pitoche. 

— ¿ Y qué puedo jacer yo, mardita sea mi 
suerte? 

— Impedirlo. 

— ¡Impedirlo!... Y ¿cómo? 

— Metiéndote de por medio con una navaja en 
la mano. 

— ¿Y con qué derecho, pelmoBO? 

— Con el derecho que le da a todo hombre su 
queré, si es hombre. Y si lo es, no se deja quitar 
ni por el mismísimo beato Pablo . la hembra que 
quiere sin correrla, sin jugársela. Lo demás son 
cuentos. No seas panoli. Yo siempre que quise a 
una gachí me la jugué. Y por las buenas o por las 
malas me salí con la mía. 

— Con esa niña no hay malas que valgan — ar- 
güyó el Pitoche descorazonado — . Es una mujer 
que está por encima de nosotros, Arguello. 

— Esa niña es como toas. Si la dejas que se cres- 
ca te gana terreno y te lleva de calle. Pero si al 
alzar el gallo, le endiñas un par de caites, vendrá 
a lamerte la mano. A sacudía y remonta, nadie le 
gana a la Pulida, y la tengo más suave que un 
guante. Las mujeres toas son unas... — concluyó 
sentenciosamente. 

— A la Pura si le endiñas un cate,, te lo devuelve 



Digitized 



by Google 



y 



CARLOS K E Y L E S 

con un tiro en ancas. ¿Le pegarías tú a la reina 
una gofetá?, pues es lo mismo. La Pura es una 
reina en lo suyo, y está acostumbra a que chicos y 
grandes la sirvan de rodiyas. Es poderosa, guapa 
y querida. Los cates no la alcanzan. ¿Mira cómo 
la trata el señorito Paco ? No cabe más finura, no 
parece sino que fuese su novia. Y no dirás que 
ése no es un hombre. La Pura se lo merece too, 
¿estás?, y toos la respetan como si estuviese so- 
bre un altar. ¿ Había yo de arrancarme por petene- 
ras siendo, entre los que la rodean, la última carta 
de la baraja ? Bonito papel iba a jacer yo. 

— Por lo visto le tienes tanto miedo a ella como 
a él — conjeturó Arguello insidiosamente. 

Volviéndose hacia su compañero y recalcando 
mucho las palabras, mientras le metia los ojos en 
los ojos, respondió el Pitoche : 

— No me hagas de reír, que tengo el labio par- 
tió. Miedo no le tengo a ella, ni a él, ni a ti — y 
luego, cambiando de tono, añadió— : Lo que yo 
tengo es otra cosa, que tú no puedes comprender, 
porque eres muy bruto. Arguello. Perdona que te 
lo diga. 

— Y a mucha la honra; el ser bruto me ha im- 
pedido dejarme corre las espuelas por las muje- 
res y manosea por los hombres. A ti el quinqué 
te sirve para que te lleven por las narices aqué- 
llas y te birlen las novias éstos. 

— Eso se verá. Antes que sea de otro, el presi- 
dio, la horca... 



2Í2 



Digitized 



by Google 



EL EMBRUJO DE SEVILLA 

— Ahí quería verte, Pitoche. Al fin te pones en 
el terreno dé la verdad* Esa niña fué tuya y es tuya 
por el aq^iel del primer ocupante, y serás un man- 
dria, un buey manso y huido, si queriéndola de 
chipén, te la dejas quitar por un señorito pampline- 
ro, que sólo la querrá para que le haga gracia un 
rato y, luego, a tomar... er sol. ¿ Qué diría toíta Se- 
villa de ti ? Hasta los chiquiyos se te reirán en las 
barbas. Y ella te despreciará más. Por el contrario, 
si haces una hombrá, volverá a ti, tenlo por seguro. 
Quizá es eso lo que espera para volver a la que- 
rencia, la hombrá, la metía de pecho, los hígados 
en el querer. No hay gachí, rica o pobre, alta o 
baja, que no se disloque por el gachó que se echa 
a lo hondo por ella. Lo que te digo va a misa ; es 
más verdad que el Evangelio, no lo olvides — e 
incorporándose y poniéndole la mano en el hom- 
bro, agregó — : Escucha, Pitoche ; si necesitas de 
un amigo, aquí me tienes pa lo que gustes man- 
dar. 

Después del primer cuadro, al descender los ar- 
tistas del tablao y dirigirse la Pura a la mesa de 
Paco, que estaba solo, le imploró el Pitoche, por 
lo bajo : 

— Pureta, óyeme dos palabras; tiempo te sobra 
de hablar con ése. No tengas malas entrañas, 
mujé. 

— Anda y que te pelen— replicó ella de mal ta- 
lante. 

Habían convenido con Paco que esa noche ce- 
213 



Digitized 



by Google 



CARLOS R E Y L E S 

narían juntos en «El Tronío», para irse de ma- 
drugada al campo, y estaba, en lugar de conten- 
ta, inquieta y nerviosa. «Me da el corazón que va 
a suceder algo. ¡Como no meta la pata esa asaú^ 
ral.,. No estaré tranquila hasta verme en «La Ba- 
rrancosa», repetíase a cada momento. 

— ¡Ay, Puriya, no sabes cuánto deseaba que 
llegase este instante! — le dijo Paco, tendiéndole 
las dos manos. 

Sentándose- frente a él, y mirándolo como si le 
dijera con la mirada, dulce y burlona a una : «Ya 
sé que estás chalaito por mí», contestó la baila- 
dora : 

— ¿Me quieres mucho, Paco? 

— Más que a nadie quise en el mundo. Te llevo 
en el alma como un clavo metido hasta la cabeza. 
Hasta delante de los toros pienso en ti. En la úl- 
tima corrida se me coló un jabonero del Duque, 
por debajo de la muleta ; me enganchó, y al su- 
bir por el aire, como un cohete, sólo acerté a de- 
cir : «Adiós, Puriya». 

— I Ay, qué guasoncito está el tiempo ! 

— Que un toro me ase a cornás si no es cierto 
lo que te digo, Puriya — aseguró él muy serio — . 
Cuando me perfilo para matar, me acuerdo de ti. 
«¡Vaya por mi niña!» — me digo — y entro por 
uvas, lleno de coraje y confianza, como si en la 
cola estuvieras tú con la Soleá, para hacerme el 
quite. Sí, te quiero, como nunca quise. Y es que 
tú, Puriya, no eres para mí sólo una mujer, sino 

214 



Digitized 



by Google 



EL EMBRUJO DE SEVILLA 

todas las mujeres juntas, porque reúnes, fundidas 
en tu palmito garboso y en tu cara bonita, las 
gracias de las demás, haciéndole palmas a la tuya, 
que es la más salada. Eres — como dice Cuenca — 
el paradigma del garbo. Cuando te veo bailar, se 
me antoja que veo, no a la más, salerosa de las 
trianeras, que eso, siendo el acabóse, es poco tra- 
tándose de ti, sino a la mismísima Triana, de 
mantón de Manila y pollera gitana. Por decírtelo 
todo : desde que te hablo, me saben mal las cañas 
de vino que no bebo en tu compañía, ¡y sabe 
Dios si me gusta a mí el vino!... 

— ¿Y me querrás siempre así, Paco? Mira que 
yo contigo seré muy celosa; mira que yo no par- 
tiré peras con nadie ; mira que te quiero para mí 
sola. Y tú eres muy tentao de la risa. 

— No soy, era — corrigió Paco — . Tuve muchos 
líos y corrí muchas juergas, sobre todo, desde que 
empecé a torear. ¿Qué quieres?, el oficio lo pide. 
Cuando se arriesga el pellejo de continuo, se sien- 
ten deseos imperiosos de olvidar el peligro, de 
querer y apurar ávidamente todos los goces de la 
vida. Considera, Puriya, que cada toro que sale 
por la puerta de los chiqueros, trae mil muertes 
en los pitones. ¡Y lu^o, las tentaciones son tan- 
tas ! Así que Jlega la celebridad, los admiradores 
y los amigos te marean con toda suerte de fiestas ; 
las damas más encopetadas te envían billetes que 
huelen a gloria, y las mocitas se te desmayan si 
les echas una flor. Ahora el mujerío me aburre, y 

Digitized by VjOOQIC 



CARLOS K E Y L E S 

las juergas me apestan. Sólo estoy a gusto cuan- 
do estoy a tu vera. 

Luego hablaron de lo que harían en ((La Ba- 
rrancosa». Paco se proponía introducir grandes re- 
formas en el cortijo, y tentar de nuevo las vacas 
y las becerras, a fin de seleccionarlas rigurosamen- 
te, no dejando para cría sino las que obtuvieran 
muy buena nota. El ganado era de buena casta ; 
los toros que salían de. la dehesa, cumplían ; pero 
Paco encontraba que la antigua ganadería de su 
tío se embastecía de tipo y degeneraba en bravu- 
ra, y que le hacía falta una buena escarda y un 
cruce acertado para vcdverla a su primitivo es- 
plendor. 

— La tienta como yo quiero hacerla, me llevará 
todo el invierno. Cuenca y Tabarda estarán con 
nosotros ; los chicos de la cuadrilla vendrán a 
echar su cuarto a espadas frecuentemente. Verás 
qué bien lo vamos a pasar. Ayer salieron para «La 
Barrancosa» las jacas de campo... y los cajones de 
manzanilla. De mañanita montaremos a caballo y, 
pun, pun, pun, a recorrer el cortijo y ver pastar 
el ganado. Te enseñaremos a acosar. Cuenca, Ta- 
bardillo y Alegre, son muy buenos garrochistas. 
Me verás capotear las becerras ; bregaremos todo 
el día, y por las noches, al amor de la lumbre, 
cante y baile. ¿Con que... te resulta la combi- 
nación ? 

En el segundo cuadro, luego de bailar el Ñañe, 
le dijo el Pitoche a los tocadores : ' 

216 



Digitized 



by Google 



EL EMBRUJO DE SEVILLA 

— Venga lo mío. 

Y después de un temple muy hondo, cerró los 
ojos e hizo su especial salida por malagueñas. 

Soolo con laa peeena míaoaaaaaa... 

— ¡ Ole, los buenos cantaores I — gritó una baila- 
dora. 

— ¡ Viva quien sabe y puede I — ^agregó el Ñañe 
solemnemente. 

Tú t« vaaaaaas... 

Prosiguió el Pitoche, aplanando la nota finaf, 
hasta dejarla morir, para recogerla después de un 
silencio y dilatarla, como en un angustioso la- 
mento : 

Aaaaaa y yo me queooooo, oooo, oo 

Solo con laa peeena míaaaaa, aaaa, aa, 

Quiero orvidarte y no pueoooo, oooo, ooooooo, oo, 

Tras ti se me va la víaaaaa, aaaaa, aa, 

Mi mal noooo tieneeee remediooooo, ooo, oooooo, oo. 

Y tanto sentimiento derramó en aquella copla, 
que la moza que estaba junto a él le difo realmen- 
te conmovida : 

— ¿Pero, qué tienes hoy. Pitoche? Por estas, 
que son cruces ; tu cante hace daño. 

La Pura no quería escucharlo, y lo oía ; lo oía, 
experimentando sensaciones extrañas que removían 

217 

Digitized by VjOOQ IC 



CARLOS R E Y L E S 

los légamos y sedimentos del pasado, y lo traian 
vivo al instante presente. 

((Las lágrimas se me saltaaaaan»... 

Más que cantando, continuó sollozando el can- 
tador. 

Siempreeee... 

— ¡ Ay, cómo sufre el pobrecito I — exclamó la 
bailadora de marras. 

El esfuerzo que hacía el gitano le congestiona- 
ba el rostro y dilataba las venas de las sienes. 
Cada verso era un puro quejido, un prolongado 
lamento, un llanto que ya arreciaba en retorcidos 
sollozos, ya moría en un J ay I sin fin. 

eeeeee que de ti me acuerdooooo, oooo, 

Las láaaagrímas se me saltaáaan, aaan. 

No sé de qué ni por quéeee, eeee, eeee, eeeeeeee, ee, 

Pero lloro cooon el almaaaa, aaaaa. 

Las lágrímaaaas se me s£^ltaaaa, aaaa, aaaaa, an. 

Y la voz se quebraba, como rota por la pena. 

Llovía a cántaros. Los pocos parroquianos que 
en la sala había escuchaban embebecidos. En me- 
dio de la tercera copla tuvo el Pitoche un acceso 
de tos y no pudo continuar. La Pura palideció; 
Paco frunció el ceño y dijo : 

— Me da el corazón que el gitano te camela to- 
davía y que tú... 

— No pienses mal, Paco, porque me ofende- 
218 



Digitized 



by Google 



EL EMBRUJO DE SEVILLA 

rías — interrumpió vivamente la bailadora — . Sabes 
bien que lo aborrezco. Daría no sé qué por no 
haberlo conocido. Nunca comprenderé por qué lo 
quise, pero, ¿qué quieres?, me da lástima verlo 
sufrir por mi causa. 

El Pitoche se sentó en una mesa y se puso a be- 
ber en compañía de Argüeyo. Después que la Pura 
bailó en el último cuadro, despidióse de sus com- 
pañeros y le pidió a Paco que la acompañase al 
camarín. 

— ¿Al camarín? — interrogó éste. 

— Sí, tengo miedo que ese tío me venga otra vez 
con ruegos y lloros. Me vestiré y luego subiremos 
a cenar. 

Y salieron juntos. 

— ¿Lo ves. Pitoche? — dijo Argüeyo — . Era lo 
que yo decía ; la paloma se las guiya con su palo- 
mo. Y tú, ¿vas a permanecer de brazos cruzaos? 
Quedarás a la altura de un zótano. Y nadie querrá 
alternar contigo. Pitoche, eso no pue ser ; recapa^ 
cita el seniio y entra en conocimiento. La honra 
es la honra, y hay que salir a los medios por ella. 

El Pitoche nada contestaba y seguía bebiendo. 
El rostro, demacrado y endrino, se le había afi- 
lado y ennegrecido más desde algún tiempo a aque- 
lla parte. Los ojos aterciopelados parecían más 
grandes, más prominentes los pómulos, y las ore- 
jas, como descoladas del cráneo, caían hacia ade- 
lante. Un gracioso pozuelo, que al sonreír se le 
formaba antes en la mejilla izquierda, habíase tro- 

219 



Digitized 



by Google 



CARLOS R E Y L E S 

cado en profundo surco. Argüeyo seguía peroran- 
do y sirviéndole aguardiente. De pronto el Pitoche 
lo interrumpió diciéndole : 

— Me estás jaciendo mucho daño, Argüeyo. Dé- 
jame en paz ; yo sé por dónde debo templarme. 

Argüeyo miró en derredor, la sala estaba de- 
sierta. 

— ¿Tienes herramienta? — le preguntó, y como el 
Pitoche hiciera un gesto negativo, sacó su navaja 
y se la puso en la mano disimuladamente. Luego se 
embozó con garbo en la capa de esdavina bordada, 
y dándole un fuerte apretón de manos al cantador, 
dirigióse a la puerta. Desde allí lo observó algunos 
instantes, y diciéndose «Ya está carga la bomba», 
salió. 

El Pitoche subió a los gabinetes. Sólo había uno 
ocupado. Acercóse a la puerta y miró por el aguje- 
ro de la llave. La Pura estaba sentada sobre las 
rodillas de Paco. Ambos se besaban apasionada- 
mente, murmurando ternezas y protestas de amor. 
El Pitoche sintió como una desgarradura interna, 
y tuvo que hacer violentos esfuerzos para no gri- 
tar. El corazón se le salía por la boca. Los celos, 
unos celos rabiosos, lo hacían temblar de pies a ca- 
beza. Incorporóse, cerró los ojos y apoyó la cabeza 
contra el muro. Así permaneció largo rato ; luego 
tornó a mirar. Paco y la Pura se habían levantado 
y se disponían a salir. Cuando abrieron la puerta 
se encontraron de manos a boca con el cantador, 
que parecía un lívido espectro. 

220 



Digitized 



by Google 



EL EMBRUJO DE SEVILLA 

~¿ Qué se le ofrece a usted, cámara ? — preguntó- 
le Paco sin la menor sorpresa, como si hubiera 
esperado aquella intempestiva aparición. 

— Se me ofrece este encarg^to : de aqui no sale 
usted con esa mu jé como no sea pasando por 
arriba de mi cuerpo, mal amigo y mal toi^ro. 

La Pura lo atropello, y metíéndde los dedos por 
los ojos, le dijo : 

— ¿Y quién eres tú, nudange, para atravesarte 
en mi camino ? ¿ No soy más libre que el -aire ? 
¿Te debo algo? ¿No te dije desde que pisé el 
café que no quería ninguna clase de relaciones con- 
tigo ? ¿ No ves, pelmazo, que estás metiendo la pata 
hasta el cuadril? 

— Lo que tú quieras, Pureta ; pero <|e aquí no sa- , 
les con ese hombre — replicó el gfitano, sumiso y 
amenazador al mismo tiempo. 

— Puriya, te ruego que no le respondas ni una 
palabra más al tío curda este. Dame el brazo y va- 
mos andando — interrumpió Paco tranquilamente; 
y luego, dirigiéndose al cantador, añadió — : Y en 
cuanto a usted, grandísimo mamarracho, o se qui- 
ta de ahí o ío quitó yo. 

Y como el Pitoche permaneciera inmóvil, k) co- 
gió por los hombros y lo lanzó como un saco de 
huesos contra el muro de enfrente. El Pitoche abrió 
la navaja y sé abalanzó sobre el torero. Un bas- 
tonazo de éste en la muñeca lo desarmó ; luego sus 
manos se clavaron como tenazas en el cuello del 
cantador, cuyo rostro empezó a amoratarse. Los 



321 



Digitized 



by Google 



CARLOS R E Y L E S 

ojos se le salían de las órbitas; la lengua le coU 
gaba de la boca como una piltrafa de carne escar- 
lata entre los dientes de un perro. La Pura mirábalo 
aterrorizada y movida a la vez de súbita piedad, 
una piedad que venía de muy lejos, de los abismos 
del alma, y la conmovía profundamente. De la gar- 
ganta del Pitoche salían sonidos estrangulados. 

— ¡ Pur... eta 1 — ^acertó a decir. 

La bailadora comprendió que le pedía auxilio, e 
instantáneamente resucitó en ella la Pureta de an- 
taño. El viejo amor de la chula por el golfo que 
la había perdido estalló en su pecho como un in- 
cendio voraz. 

— ¡ No lo mates, Paco ; no lo mates, indino 1 — 
gritó con ímpetu de loca. 

Paco seguía apretando. El Pitoche se retorcía 
desesperadamente. De pronto el torero abrió los 
brazos, lanzó una sorda queja y cayó de espaldas. 
El gitano miraba a la Pura sin atreverse a creer lo 
que veían sus ojos; ésta también lo miraba a él 
como una demente trágica. En la diestra tenía la 
navaja tinta en sangre... 

— ¡Tú, Pureta, tul... — exclamó él, compren- 
diendo al fin. 

— ¡ Dios mío, qué he hecho ! — exclamó ella, y sus 
piernas se doblaron. 

El Pitoche la sostuvo, y sosteniéndola descendie- 
ron por la escalerilla, a tiempo que un embozado 
entraba furtivamente en el gabinete donde, ináni- 
me, yacía el torero. 



Digitized 



by Google 



LA Pura despertó con el espíritu revuelto, la gar- 
ganta seca, el corazón oprimido. Creía salir de 
una terrible pesadilla. Abrió los ojos desmesurada- 
mente, y haciendo un esfuerzo trató de poner en or- 
den sus ideas. Aquella habitación de techo bajo, pa- 
redes desconchadas y pobre mueblaje no era la 
suya. Sobre una mesa de pino blanco, cubierta de 
hule del mismo color, vio una botella de aguar- 
diente y dos vasos de vidrio ordinario. Tirado sobre 
un sillón tapizado de bayeta roja, dormía el Pitoche 
con ia boca abierta y el jopo pegado a la sudoro- 
sa frente. La Pura lo miró algunos instantes sin 
comprender. Luego, lanzando un grito, escondió 
la cara entre las manos. 

— ¿Qué he hecho. Dios mío, qué he hecho? — 
clamó mesándose el enmarañado cabello. 

El Pitoche saltó del sillón, y, aproximándose, 
trató de calnoarla. 

Digitized by VjOOQIC 



CARLOS R E Y L E S 

— Pureta, ten sentío, no te azares; no hay por 
qué. Nadie sabe na... y yo estoy aquí, a tu vera, 
para sacar la cara por ti. ¡ Ea, niña, valor ! ¡ Lo 
pasao, pasao, y a vivir 1 — ^y quiso besarla. 

Ella lo apartó bruscamente. 

— Por lo que tú más quieras, no me toques — ex- 
clamó con tan honda y visible repugnancia, que el 
Pitoche quedó como petrificado. 

— Pureta — dijo al fin—, ¿va a continuar lo de 

anoche? Yo a quererte y tú a golverme las es- 

^ paldas. Por mí hiciste lo que hiciste, y aluego... 

No te comprendo, Pureta. 
/ —Yo tampoco me comprendo, Pitoche. No puedo 
comprender lo que pasó; no comprendo nada. 
¿Por qué herí a Paco, queriéndolo con todíi mi 
alma? ¿Por qué estoy aquí, en tu casíi, aborre- 
ciéndote? ¿Es posible. Señor? — y luego añadió 
sordamente — : Y tan posible... Pero no puede ser ; 
yo sueño, deliro, estoy local... 

El Pitoche reflexiona algunos instantes, y lue- 
go dijo: 

— Eso de que me aborreces, Pureta, es una figu- 
ración tuya. Por más que lo digas yo ntiaca lo 
creeré, porque te conozco y sé que tienes mu güe- 
nos centros. Tú no mé aborreces, o mejor dicho, me 
y aborreces y al mismo tiempo^ allá, en tus adentros, 
me guardas costancia. Sí ; me quieres, aunque tu 
amor propio no lo quiera y no te lo confieses por 
orguyo. Lo que ha habió efttre los dos no se órvi- 
da, Pureta. Nunca podrás orvidá qUe yo soy el 

a»4 



Digitized 



by Google 



EL EMBRUJO DE SEVILLA 

primer hombre que te tuvo en sus brazos, el hom^ ^^ 
bre que te hizo mujé y que fué contigo mu malo y 
mu güeno. Tú me llevas en la sangre y en la san- 
gresita de mi cuerpo yo te llevo. Lo demás son in- 
fundios y pamemas. 

La bailadora no oía las palabras del gitano. Esí- 
cudriñando en los pliegues y recovecos de su con- 
ciencia, obscurecida por mil sentimientos contradic- 
torios, trataba de recordar y explicarse lo sbcédidtx. 
Pero no podía ; la angustia y el horror impedíanle 
pensar. Sólo veía a Paco en el momento de des- 
plomarse abriendo los brazos ; sólo oía el sordo 
lamento que se escapó de su boca al caer. El resto 
se le aparecía confuso, lleno de lagunas y como 
imágenes achatadas contra la memoria y no níti- 
das y de bulto. 

Cuando pegándose a las paredes y sigilosamen- 
te descendieron la escalerilla de «El .Tronío», le par 
reció a la Pura que los escalones gemían y que un 
negro abismo se abría a sus plantas y la tragaba. 
Y empezó la desesperada fuga de los dos como al- 
mas en pena por las calle más lóbregas de Sevilla. ^^ 
Parecían huir de su propia sombra. La noche esta- ' 
bá todavía negra y tormentosa. De tiempo en 
tiempo un lívida claridad tremaba en el cielo, y en- ♦^ 
tonces las calles, las casas y las iglesias, por delante 
de las cuales iban pasando, tomaban aspectos 
alucinantes, formas animadas y monstruosas. La 
Pura se persignaba y seguía avanzando sin rumbo 
fijo y con los ojos llenos de las tétricas visiones 



225 

Digitized b 



C. Rbylbs: El embrujo de Sevilla. ^^,^^^^ ^^ Goé^lc 



CARLOS R E Y L E S 

de los lienzos de Valdez Leal, de Morales, de Ri- 
bera. Las callejas se le antojaban antros medrosos 
-donde hacían penitencia o desesperados se retor- 
cían extraños ascetas ; los edificios, moles que se 
movían y hablaban ; las torres, gigantescos y af i- 
•feudos capuchinos del Greco o aK)njes lívidos de 
Zurbarán, 

— Pero ¿dónde vamos? — le preguntaba el Pito- 
<5he^' jadeando. 

—Anida^ anda...*— contestaba ella. 

Y seguían la dramática carrera por la ciudad, to- 
da sonorosa de los amores y los crímenes de Don 
Pedro el Cruel. Y mientras caminaban recordaba la 
•Pura con pavor las leyendas y las tradiciones de que 
Cuenca le había metido un relleno romántico en el 
•magín, murmurando al mismo tiempo : «j Paco, 
Paco mío ; Paco de mis entrañas», como uno de esos 
pegajosos sonsonetes o mareantes taravillas que nos 
obcecan y aturden. Desde «El Tronío» fueron a 
dar a la Alameda de Hércules, y de ésta al Al- 
cázar. Pasaron por la histórica calle de Bustos Ta- 
vera, donde se veía aún la casa de la bellísima doña 
estrella, codiciada por el rey Don Sancho el Bra- 
vo, y a cuyo hermano, por haber osado defender 
contra él, sin reconocerlo, el honor de la hermana, 
hizo perecer aquél a manos del mismísimo prometi- 
do de la bella, el cual, sin saber contra quién ni 
de qué afrenta se trataba, había jurado a su señor 
vengarlo y guardar el secreto. Y éselavo'de la te- 
rribíe fidelidad del hidalgo, cumplió la palabra em- 

226 



Digitized 



by Google 



EL EMBRUJO DE SEVILLA 

peñada, sabiendo que asesinaba su dicha, y preso 
y condenado a muerte, guardó el secreto, sabiendo 
que, por guardarlo, perdería la vida. Pasaron por 
la calle de María Coronel^ aquella que por esca- 
par al deseo lujurioso del rey Don Pedro se abra- 
só adrede d rostro con aceite hirviendo^ a fin de 
destruir la belleza que inocentemente ponía a peli- 
gro su honra ; la misma que, por escapar otra vez 
a la persecución de que era objeto, se hizo ente- 
rrar en un pozo abie^lto en la huerta del convento 
en que vivía retirada, el cual pozo inmediata y 
milagrosamente se cubrió de flores. Pasaron por 
la antigua calle de Candilejo. Allí, el mismo ga- 
lante y aventurero rey había muerto en riña a un 
hombre; allí estaba el ventanillo desde el cual una 
viejecita, alumbrándose con un candil, presenció 
la sangrienta escena y delató al matador. Pasaron 
por frente del Alcázar, y la Pura rápidamente re- 
memoró el espeluznante drama de la sala de la 
Justicia, los cuatro jueces prevaricadores sorprendi- 
dos en ^us chanchullos, decapitados in continenti y 
expuestas sus cabezas clavadas en las paredes, como 
ejemplo de la sañuda rectitud del Monarca. Lue- 
go, entre otros sucesos, acudió a la memoria de la 
bailadora el episodio de D. Fadrique, perseguido 
como un jabalí a través de las galerías y estancias 
del castillo y muerto a cuchilladas y alabardazos en 
el cuarto del Maestre. Pasaron por delante de la 
adusta Torre del Oro, donde cantaron su canción 
épica los lingotes del Perú y suspiraron tantos 

227 

Digitized by VjOOQ le 



CARLOS R E Y L E S 

prisioneros, cual si fuese a una arca y fortaleza. Si- 
guieron caminando de prisa.; la sombra de Paco le 
pisaba los talones. El paseo de Cristóbal Colón, cu- 
yos árboles gemían con el viento ; la Plaza de To- 
ros, la Cárcel, desfilaron como en una película 
cinematográfica ante los ojos de la Pura y el Pi- 
toche. 

— Pureta, que no pueo más — gemía éste. 

— ¡Anda, anda I... — repetía ella. 

Y continuaron dando vue|^ y revueltas por ca- 
llejuelas lóbregas y tortuosas, hasta entrar en una 
sórdida taberna, espoleados por las ansias locas de 
beber, de matar el recuerdo, de borrar el pasado. 
Apuraron dos copas ávidamente; luego dos más, 
después otras dos. De vez en cuando la Pura lan- 
zaba un hondo suspiro, se estremecía y lloraba. 
Entonces el cantador le decía muy quedo : 

— Pureta, te estás delatando tú sola ; disimula 
mujé, y bebe. El aguardiente too lo cura. 

Y bebían. El rostro desencajado de la bailadopa 
parecía de cera ; pero sus ojos verdes, como agran- 
dados por. el terror y bruñidos por las lágrimas, 
fulguraban en la semiobscuridad del tenducho con 
extraño fuego. Entraron dos hombres muy mal en- 
carados, tomaron asiento y pidieron de beber. Uno 
de ellos llevaba un bombín abollado y crasoso, el 
otro una gorrilla de seda negra ; ninguno de los 
dos tenía cuello. Se acodaron sobre la mesa y em- 
pezaron a platicar casi en secreto. La Biira supuso 
que eran dos esbirros disfrazados, y el Pitoche 

228 



Digitized 



by Google 



EL EMBRUJO DE SEVILLA 

dos timadores de los que abundaban por aquellos 
lugares, casi tan mal famados como antaño el Com- 
pás y el Corral de los Naranjos. 

— Pureta, oculta los briyos, tápate la cara y has 
que me estás escuchando. Aquí le afanan sl uno 
hasta el aliento. Si no disimulas estamos perdíos 
también por ese lao — dijo el Pitoche. 

Y acercándose más a ella empezó a cantarle por lo 
bajo coplas y más coplas, que la Pura oía con dolo- 
rosa delectación. Aquel cante, aquel beleño que el 
gitano le vertía en los oídos anestesiaba su pena más 
que el alcohol ; abolía por arte mágico el presente 
y la sumergía en una especie de semi*inconsciencia. 
Cuando el Pitoche se detuvo le dijo la Pura : 

— Canta, canta... 

Y siguieron bebiendo y cantando. Y vino la em- 
briaguez, y luego, en la alcoba del Pitoche, a 
que éste la arrastró, el abismo sin fondo del sueño. 



— Ves, el destino nos junta : de hoy más esta- 
mos remachaos el uno al otro — continuó el Pito- 
che con mal disimulado gozo — . Dime que me quie- 
res una miajiya, Pureta, No tengas mala sangre, 
no me hagas pasar más tormentos. Mira que estoy 
en las boqueas. 

La rabia que sentía contra sí misma se tornó 
contra él, sobre quien, de súbito, echó el fardo pe- 
sado de su propio extravío. 



Digitized 



by Google 



CARLOS R E Y L E S 

— He dicho la verdad, te aborrezco y te aborre- 
ceré siempre — le declaró, experimentando un gran 
alivio, porque le parecía que con aquella palabras 
le permanecía fiel a Paco y lo vengaba. 

— Pero, ¡mardita sea mi alma I, entonces ¿por 
qué salistes a mi defensa? ¿Por qué te emborra- 
chastes conmigo? ¿Por qué estamos aquí jun- 
tos...? — ^gimió el Pitoche, y su rostro se contrajo 
como si fuese a llorar. 

—'No lo sé, no me lo preguntes ; déjame en paz 
-—contestó la Pura cerrando los ojos — . Estoy mala, 
tengo calentura. Mis manos arden, mi frente abra- 
sa. Dame de beber. 

Él le cogió la mano y dijo cambiando de tono ! 

— ¡ Verdad que tienes calentura I 

Y muy solícito le alcanzó un vaso de agua fres- 
ca, sacada del botijo que, suspendido de una cuer- 
da, colgaba dd techo en un ángulo de la alcoba. 
Luego, creyendo que el miedo a ser descubierta 
la ponía en aquel estado de angustia y exaltación, 
añadió : 

— ^Ten calma, Pureta. Nadie sabe na; no po- 
drán descubrirnos, y si nos descubren diré que he 
sío yo... 

La Pura abrió los ojos ; lo miró algunos segundos 
y tornó a cerrarlos. 

— Tü no piensas sino en la pareja de la Guardia 
civil, y yo sólo pienso en Paco... Pensar que a 
estas horas está agonizando, quizá muerto, y que 
soy yo, yo, yo... 1 — . Y abrazándose a la almohada 



250 



Digitized 



by Google 



EL EMBRUJO DE SEVILLA 

murmuró entre sollozos^ : ¡ Paco, Paco mío, Paco 
de mis entrañas 1... 

El Pitodhe tuvo impetu9.de estrangularla* Luego, 
reconociéndose incapaz de hacerle el menor dañp 
e incapást de defenderse siquiera contra el mal que 
la bailadoia le hacía, sintió una gran piedad de 
sí mismo, acompañada de sentimientos desmaya* 
d<» y mórbidos que lo hicieron llorar por ella mien- 
tras elbi Doraba por otro» Lágrimas redondas y 
pesadas como garbanzos le rodaban por el amo- 
jamado TostrOi 

La Pura, notándolo, tuvo piedad y le dijo : 

— Perdóname, Pitoche.,, 

-^■Quiérelo^ peco n<> me lo digas. >j — sollozó el 
gitano — ^porque 3ro también, ] malas púnalas me 
peguen !, qttiwo y sufro, i Quién lo dijera que por 
ti, Pufeta, había yo dé pasar las moras. Me miro 
al espejo 'y no, me reccmozpo* No tengo gusto pa» 
na. Vivo de- i^restiao« Hasta la voz estoy perdien- 
(k>, I miardita sea la leche, que mamé 1 

E incorporándose empezó a darse de testarazos 
contra las paá'edes. En seguida se sirvió un vaso 
de Rute ; lo apuró ávidamente y yplvió a sentarse. 
La Pura no. supo qué^ decirle, y permanecieron ca- 
lladoé lai^o . miio^ él sorbiéndose las lágrimas, . 
ella nwrando al techo. 

— En vez de desespeíamos debíamos averiguar 
lo que pasa — ^arguyó el Pitoche después, jfa perfec- 
tamente repyesto de su repentina locura — . Voy a 
pasarme por el café como quien no quiere. jia. cosa, 

231 

Digitized by VjOOQ IC 



CARLOS R E Y L E S 

y aluego por el corral de los Jabanillas. ¿Te pa- 
rece ? Cierra por dentro, y si llaman^ no abras. 

Se abrochó la americana, se peinó frente a un 
pedazo de espejo clavado en la pared y salió. Ape- 
nas dejó de oir sus pasos, la Pura tiróse del lecho, 
acomodóse las ropas, pues había dormido vesti- 
da y calzada, compuso el peinado en un abrir y 
cerrar de ojos, y cubriéndose con el mantón de 
espumilla negro se dirigió a la puerta. Lu^o, ya 
con el pestillo en la mano, tuvo; miedo de salir 
sola, y volviendo grupas, dejóse caer en el sillón 
de bayeta. 

«De hoy más estamos remachaos el uno al otro», 
se dijo repitiendo la frase del Pitoche, y olvidando 
un instante su angustia se entretuvo en indagar 
hasta qué punto el destino volvía a encadenarla a 
su antiguo amante. Confesándose que por ef mo- 
mento le^ era necesario ; que sola no podría llevar 
la carga pesada del crimen, aquilató el oprobio de 
su situación y sintió áisco de sí misma ymás odio 
contra el cantador. Al regresar éste la encontró tan 
ceñuda y torva, que le padeció otra mujer, una 
mujer que él no conocía. 

— ¿Qué' hay? — preguntó poniéndose en pie de 
un salto, y notando él contento del Pitoche agregó 
con el rostro iluminado por una súbita esperan- 
za— : ¿Vive? ¡Habla, habla!... 

—La Providencia ha estao al quite ; nos hemos 
salvao, Pureta... Nadie sospecha ná de nosotros. 
Toos creen que la puñalaíta la dio la mano de Ar- 

232 

Digitized by VjOOQ IC 



EL EMBRUJO DE SEVILLA 

güeyo. En el gabinete encontraron su navaja, y •^ 
pa mejó, pásmate, mujé, el gachó no podrá dela- 
tarnos, que apareció esta mañana seco 4^ un tiro 
en el puente de Triana — ^y arrojando al aire el aft" ' 
cho y castañeando los dedos marcó algunos pasos 
de baile mientras exclamaba lleno de crapulosa 
alegría: — ¡Viva lamare que me parió tan serra'^ 
no I ¡Salvaos, Pureta, salvaos I... 

— ^Y . a mí qué me importa eso — gritó ella ira- 
cunda — ; pero no ves, mala sombra, que mue- 
ro por saber lo que es de Paco... ¿Vive, di, ha- 
bla?... 

El Pitoche se detuvo de golpe y la miró estupe- 
facto. Luego su rostro se ensombreció. Con voz 
ronca dijo mientras se sentaba en el borde de la 
cama: 

— Vive; pero está mu malo. No ha podio decía- *^y^ 
rá ná. 

Y luego pensó: «Si muriera too quedaría arre- 

La Pura volvió a ponerse el mantón. 

— ¿ Te vas ? ¿ Me dejas muriendo y desampa- 
rao?— rclamó el Pitoche. 

Sin responder ni dignarse mirarlo salió la Pura. 
Pasaba una manóla, la tomó y se hizo conducir al 
taller de Cuenca. Cabizbajo Covacha se paseaba 
por el patio de la cuadra. Al divisarla corrió a ella 
y le preguntó : ^ 

— ¿ Sabe uste4 lo que ha ocurrió ? 

— Sí, por desgracia lo sé ; ¿y qómo sigue ?... ¡ Ay, 

233 



Digitized 



by Google 



CARLOS R E Y L E S 

Covacha, por Dios, no me dé usted una mala 
nueva I 

— Desde que lo trajimos está en un ser, sin co^ 
nocimiento, entre la vida y la muerte, tirando argo 
pa la vía cochina. ¡Pero ha visto usted qué mala 
pata! Salir la suerte con esa tripa rota ahora que 
too nos iba al pelo: las contratas a porriyo, el 
dinero a espuertas. Vamos, que eso no debfa ser. 
¿Quiere usted hablar con el maestro pintor? Él le 
dirá lo que han dicho los médicos. 

— Sí, Covacha, llámelo usted ; digale que aquí 
espero — respondió la Pura entrando en el taller^ 
iluminado débilmente por una lámpara de petró- 
leo. 

Sus pasos resonaron como en una iglesia. 
Aunque estaba habituada a la lobreguez y hos- 
quedad del recinto, de noche le pareció más tétri- 
co. Las sombras colgaban de las paredes como 
grandes crespones ; las figuras de las telas cobra- 
ban en la semiobscuridad fantástica vida. La bai- 
ladora se dejó caer en el ancho diván, sobre el 
que se echaba todos los días para descansar de 
las incómodas posturas a que Cuenca, olvidándose 
de que era de carne y hueso, la condenaba du- 
rante horas enteras. Aquel sofá, que por asiento 
tenía un mullido coIcHonete de poner y sacar, le 
servía a Cuenca de lecho por las noches, sólo 
con disponer sobre él las sábanaá y las mantas, 
cosa que Cuenca hacía personalmente. En el me- 
dio del taller, sobre dos caballetes, y ya comple- 

234 

DigitizedbyVjOOQlC . 



EL EMBRUJO DE SEVILLA 

tamente concluidos, se veían las dos telas «Arri- 
ba», o «El Triunfo del tablao», y «Abajo», o «El 
dormidero de las brujas». La Pura sintió por pri- 
mera vez y en toda su fuerza el dramático con- 
traste de los dos lienzos, y tuvo un escalofrío. 
í<Yo tambi^Q descenderé de ahí arriba ahí abajo, 
quizá más abajo aún», se dijo, y quedóse miran- 
do las telas absorta, sin respirar, los codos apoya- 
dos sobre las rodillas, el rostro entre las manos 
crispadas. Cuenca la sorprendió en aquella postu- 
ra» Tan absorbida estaba, que no vio al artista 
hasta que lo. tuvo delante de ella. Una mirada fur- 
tiva y rapidísima le bastó para cerciorarse de que 
no sabía la verdad. Por él se enteró que Paco tenía 
interesado un pulmón, que su estado era grave, 
pero que los médicos esperaban salvarlo si no so- 
brevenía ninguna complicación. 

— ¡ Dios lo quiera I — exclamó la Pura gimien- 
do — , daría la vida porque así fuese. Y pensar,.. 
l^yh ¡qtié pena más grande!, ¡qué tormento!, 
¡ qué angustia ! ¡ Si usted supiese Cuenca, lo que 
pasa por mí ! No sé cómo vivo todavía. 

Él se sentó junto a ella, y cogiéndole la mano, 
le dijo: 

— Cálmese, Pura; es preciso tener esperanza. 
Paco salvará, el corazón me lo dice. La fiebre ha 
disminuido un poco. En cuanto a Argüeyo, ya ha ' 
pagado su crimen. Murió como debía morir, de 
un tiro en la cabeza. Lo malo es que el pobre 
Brageli irá a presidio, aunque no por mucho tiem- 

«35 

Digitized by VjOOQ IC 



CARLOS R E Y L E S 

po: lo hirió en lucha leal y con la misma pistola 
de Argüeyo. Y no hay duda que el móvil del cri- 
X men fué el robo. Le encontraron en los bolsillos 
al muy granuja la cartera y el reloj de Paco. Todo 
está claro. Lo que no comprendo es lo que hacia 
Paco solo en «El Tronío». ¿Cuándo lo dejó usted? 

La Pura quiso responder y no pudo. Cuenca no- 
tó su extrema palidez ; creyó que iba a desvanecer- 
se y le dio a beber una colmada caña de manza- 
nilla. 

— Es debilidad — murmuró la bailadora — ; no 
he probado bocado en todo el día. 

— Beba usted, eso la entonará. Voy a ver si ha 
terminado la consulta de los médicos. Le envia- 
ré a usted algunas golosinas. Luego bajaré y le 
comunicaré lo que haya. 

— ¡ Por los clavos de Cristo I, vuelva usted pron- 
to... — exclamó ella. * 

Cuando Cuenca volvió encontróla durmiendo 
sobre el sofá. Su rostro, afinado por la palidez, 
denunciaba mortal fatiga. Tenía la boca crispada 
como la del niño próximo a llorar ; los ojos cerra- 
dos parecían dos grandes violetas. 

El pintor la contempló algunos instantes, luego, 
cogiendo su manta de campo, la cubrió con amo- 
roso cuidado y tornó a salir. 



Digitized 



by Google 



XI 



CUENCA tornó a subir a las habitaciones supe- 
riores» Los chicos de la cuadrilla y varios 
amigos estaban en el comedor ; el Sr. Míguez, su 
hijo Pepe y algunos señores de fuste, entre ellos 
el Obispo, el Capitán General y el Gobernador, en 
la sala, y junto a la cabecera de Paco, Rosarito y 
Pastora. Muy temprano, estando acostada toda- 
vía, recibió ésta la noticia por boca de Pepe, a 
quien Cuenca le había escrito comunicándole lo 
ocurrido. La moza lanzó un grito, llevóse las ma- 
nos al corazón y se desmayó. Luego, ya repuesta, 
sin curarse de la presencia de su hermano, se 
arrojó de la cama y empezó a vestirse de prisa 
y corriendo. 

— Yo no sé si está bien lo que haces. Pastora 
— le dijo Míguez camino de la casa de Paco. 

— Yo lo sé, Pepe; está muy bien. 

— Papá se pondrá hecho una furia. 

Digitized by VjOOQIC 



V 



f 



CARLOS R E Y L E S 

— Pues que le den un caldo. Mi novio se muere 
y a cuidarlo voy. Mientras esté grave, no me se- 
pararé de su lado ni de día ni de noche. Papá se 
opuso a que Paco me hablase, pero no pudo hacer 
que mi corazón no lo quisiera. Lo quise y lo quie- 
ro, ¡eal, ¡lo demás son cuentos 1 

— Pastorita, no desbarres. Primero y principal, 
tú no eres la novia de Paco, sino la novia del mar- 
qués de Peñablanca; segundo, tú no eres libre, 
no puedes hacer lo que te dé la real gana. 

— Para mí, Paco siempre fué mi novio. Al mar- 
qués nunca lo pude tragar. Papá lo sabía ; si hay 
escándalo, la culpa será suya. En cuanto a lo de 
no ser libre, te equivocas, Pepe. Tengo veintitrés 
años, y la firme voluntad de disponer yo sola de 
mi corazón. - 

— Escucha, hermaniya ; haz lo que quieras, pero 
a mí no me metas en líos — replicó Pepe, que, a 
la buena de Dios, era muy egoísta cuando se tra- 
taba de su tranquilidad — . Que no sepa papá mi 
participación en esta fuga, porque esto es una fuga^ 
con todas las de la ley; desacato de la autoridad 
paterna, abandono del hogar y el restó, que es lo 
peor... 

— Nada de mentirolas — interrumpió la moza — . 
Así que me dejes en la casa de Paco, te vas a la 
nuestra y le comunicas a papá mi resolución. 

— Eso es, para mí el hueso de la corrida... 

— Haz por mí, Pepete, lo que yo he hecho por 
ti en tantas ocasiones. Rosarito te lo agradecerá. 

238 

Digitized by VjOOQ IC 



EL EMBRUJO DE SEVILLA 

— ¡Todo sea por Dioís! — concluyó Míguez con- 
vencido con el último argumento — . Si Rosarito y^ 
y tú crees que está bien hecho lo que haces, bien 
estará. Ustedes saben más de eso$ tiquis miquis 
qtie yo. Te coofesaré que si no fueses mi hermana, 
tu arranque me parecería muy castizo, muy salao, 
y te diría: ¡ole Us niñas sabiendo querer! 

— Ahora píáfle a Dios que salve a Paco, por- / -^ 
que, de lo contrario, te quedas sia hermana ; tomo ' 
los hábitos. 

— [Qué estás diciendo, mujer! 

— Lo que oyes. Algo me dice que yo tengo la 
culpa de lo que sucede. Yo debí permanecer erre 
que erre en mi querer. 

Al desembocar en la callejuela donde se levan- 
taba la casa de Paco, le dio a Pastora un vuelco 
el corazón. La calle estaba cubierta de paja. Api- 
ñada multitud estacionaba frente a los balcones; 
mujeres del pueblo, rezando, pasaban en hilera 
por delante de la puerta, que guardaban Cova- 
cha y Gazpacho. Los hermanos llegaron a ella 
llenos de angustia y ansiedad. 

—¿Qué hay, Dios mío? — ^acertó a preguntar 
Pastora más muerta que viva. 

— Aquí estamos esperando lo que Dios quiera 
que sea. El señorito sigue igual. Suban ustedes, 
suban — respondió Covacha. 

. La moza estuvo a punto de desvanecerse, y se 
agarró a su hermano para no caer. La cabeza le 
daba vueltas, el corazón se le salía por la boca. 

239 

Digitized by VjOOQIC 



CARLOS R E Y L E S 

Los señores que había en el zaguán, el patio y 
la escalera, le abrieron paso muy solícitos, des- 
cubriéndose muchos de ellos respetuosamente, co- 
mo en signo de aprobación. Todos conocían los 
contrariados amores de Paco y Pastora, y apre- 
ciaban en lo que valía la conducta de la moza. 

—¿Han visto ustedes el colorcito que lleva la 
niña? — exclamó uno de aquellos señoresr— . Ganas 
me han dao de decirle : ¡ Ole ahí, las mujeres su- 
friendo con ríñones! ¡Cabayeros, por esa puerta 
ha entrao la Virgen del Carmen, y la muerte, que 
andaba por aquí rondando, no tiene más remedio 
que tomar el olivo ! 
— Dios lo oiga a usted — suspiró otro. 
— Que sí, hombre ; con una hembra así a su vera 
no hay cristiano en el mundo que quiera morir- 
se. Mire usted, yo estaba muy preocupao y añi- 
gido, como que tengo por Paco, más que cariño, 
verdadera pasión. Y ahora respiro confianza. Algo 
me dice aquí dentro que salvará. 

Covacha y Gazpacho tenían que hacer esfuer- 
zos inauditos para contener a la gente, que se 
agolpaba en la puerta y quería entrar. Sólo deja- 
ban pasar a los conocidos. Por la tarde, la calle 
quedó interceptada ; los coches no transitaban por 
ella ; aun marchando a pie era difícil abrirse paso 
hasta la casa. La noticia del gravísimo estado del 
torero había corrido por toda Sevilla, y toda Se- 
villa acudía al sitio donde el ídolo popular, el hé- 
roe de chicos y grandes, luchaba con la muerte. 

240 

Digitized by VjOOQ IC 



EL EMBRUJO DE SEVILLA 
Los rostros delataban honda y i sincera afticeión. 
Los chiouelos permanecían quietos y graves. AU 
gtitias viejas» mirando extáticas a los balcones, co* 
rrían las cuentas del rosario. En lasiglesiais y las 
capillas particulares se encendían muchos cirios 
por la salud de Paco. ^ 

Cuando Rosarito vio entrar a Pastora, le echó 
los brazos al cuello y le 4Í jo : 

—¡Cuánto te agradezco qoe hayas venido, Pas- 
tora ; pero, a la verdad, no esperaba menos de ti ! 

— ¿Cómo está Paco?... * 

— Aáfl no ha recobrado el conocimiento. Ha per- 
dido mucha sangre. Ven a verlo. Lástima que 
no pueda reconocerte paira agradecerte la visita. 

— No vengo de visita, Rosarito; vengo a icui- 
darlo junto contigo. ' . »< 

— Eres muy buena. Pasten-a — mnarmuró Rosarho 
tornándola a abrazar. i *-* 

Entraron en la habitación. Unid lamparilla de 
aceite iluminaba a medías la estandá. En la ^mi- 
obscuridad de la alcoba,^ ^rostro afilado y lívido 
de Paco parecía de marfil; Pastora s€f* acercó tem- 
blando y cayó de roditías junto" al léféhd. Cdn'la 
mano de él entm las suyas y bíh-áÁdolo como mi- 
ran las Dolorosas, lloraba silenciosamente» koisa- 
rito se hincó del otro lado de^ la caííiáí Y allí ^ler- 
manecieron las dos, hasta que entró la enfermera 
con unos potingues qtie puso sóHí^e el escritorio 
salamanquino, donde ya había dos cubetas de pbr- 
celanay algunos frascos y Varios paquetes de gasa 

a Reyli.: El embrujo de Sevilla. ^.^^^^^^^ ^^ Gdfogk 



CARLOS R E Y L E S 

y de algodótii Al levantarle la cabexa para darle 
de beber un medicamento, Paco abrió los ojos, 
y reconociendo a Rosarito y a Pa$tQr^, mormuró : 

— ¡Pobre^as^ no afligirse!... .. 

Mígucz, después de hablar coa Cuenca y Ta- 
barda y hacerse referir al pormenor lo sucedido, 
tomó a su casa para darle al ganadero H recado 
de Pastora. El despacho estaba en el piso bajo, 
y allí se dirigió el -mozo, seguro de eapontrar a su 
padre leyendo los diarios o revolviendo papeles. 
Era una habitación amplia, con dos ventanas a 
la calle. Parecía un museo taurino. Adornaban 
las paredes hasta una docena de formidables ca- 
bezas de toros, cuyos nombres, célebres en los 
anales del toreo por su bravura o algún hecho 
especial, le daban lustre y fama a la divisa y al 
hierro de la famosa ganadería del Sr. Míguez, 
una de las más largas de Andalucía. Allí estaba 
el temible Carcelero, .un retinto de grandes y afila- 
dos pitones que había muerto once caballoís y he- 
rido do$ matadores^ A la derecha de aquella histó- 
rica testa, ye4ase.Ia dej toro que aguantó 19 varas 
y c¿^usó la Qíiuerte de ¡un banderillero de fuste, y 
a la Í2;quiei'da la <le) último cornúpeto estoqueado 
pq^ el gc^n jPiomínguez. Luego seguían colocados 
a igual distancia y, aUura otras siniestras cabezas, 
entrf la^ que figuraba la del cárdeno que le había 
dado a Frai^uelo upa tremenda cornada, y la del 
jabonero qu^ despué$ de picado y banderilleado, 
acudió a Jaj yoz del vaquero y se dejó caspar la 

Digitized by VjOOQIC 



EL EMSlíU JO :DAE' &EVÍLLA 
frente; De 1^ o^ej^^^,^^ algy^ios de fquelloí^^ tro- 
feo» €5$pelu?nant^ colgaban las b^nc|?íiUas 4^ lujo 
con ^yel^s habían adornado Ips iporriUosi 4?l 
mornido cogote de otrp^ la^ hi^tpri^das otoñas, 
que osí€íl^taro;i. ínnumer^bl^esi ^tra,t03, de, torfirf)^,^ 
pintura, y fotografías de acoso§, t^iept^s, y fs^nag. 
c^Aiperas, cuaj^lp^n Ipa b|a^cp§ murqi^., Un quadro 
de ébano atesoraba, qpmo reliquias, la,s coJiet^s^ 
de algunos ¡estoqueadores c^lebre^, entre i^U^s.la, 
del Gordit<¡v la de Boc^negra, y la del Chicorro. 
Debajo de él, nietida en la vaina y coloQad^i hori- 
zontaliner)te, atraía la^ atipnción ,4el curioso la. es- 
pada que el Taío le envió a Lagartijo ^omo rer 
cuerdo al retír^^r^e del jpficipx. YíjBJos muebles: de 
caoba y Jacaranda, qoe ha^^n.pe^t^fi^cida a los 
fundadores de la ncJbleza rucal de la familia,. amue- 
blaban la esitancia. Lanosa de escríi^ir, cubierta 
de papelotes y revistas taurina^: f^a L44i<^, íí' 
T^reOf Sol y Sombra, y otf as ;4e.,ffie,no^: cun- 
tía, pcupabja el espacio entrej J4S;,4pst yentjajaas. 
El muro que las separaba ^st^i^aba, f^^ guisa ífle 
escudo o guerrera panoplia, las garrochas de tjen-, 
tar, las si|las vaqueras^ la^ m^ntaa, lo^ ^'ones 
bordados primoroi^amente, la?^.:<espuela¡|.,y ^^osf re^. 
tratos, en traje de campo y a caballo, de los 4^ 
líltimosi poseedores »i|e la dehesa, el abuelo\ y el 
padre de D, Antonio, por; lqS( chales sentía é^te 
una especie de orguUosa.yen^rafiiófi. Eran dos 
buenos mozos de ojos duros, patillas de boc» de 
hacha y empaque de bandoleros. En la pared 

i \ 

f \ DigitizedbyVjOOQlC 



CARLOS R E Y L ES 

frontera y en tamaño más pequeño, veíase la bo- 
rrosa fotografía de D. Diego Hidalgo Barquero, 
canónigo de la Catedral y criador del lote de va- 
cas bravas que con otras dos procedentes de Vi- 
cente José Vázquez y del conde de Vistahermosa, 
sirvieron de base para la formación de la opulenta 
ganadería, que se iban pasando de padres a hi- 
jos los Míguez, y que constituía el orgullo y el 
timbre de honor de la familia. El actual propietario 
se placía en aquel ambiente taurino más que en 
ninguna otra habitación de la casa. Allí despa- 
chaba sus negocios, recibía a los amigos íntimos y 
se entretenía leyendo continuamente y consultan- 
do los registros de sus vacadas y las crónicas de 
los toros suyos que se corrían. 

Cuando entró Pepe, agitado y con el rostro des- 
compuesto, el buen señor lo miró por encima de 
las gafas y le preguntó: 

— jHola, Pepe I ¿Qué te pasa? ¿Ocurre algo? 

— I Una friolera! ¡Anoche le han dado a Paco 
una puñalada y está gravísimo! Fué Argüeyo, el 
cantador, por robarlo... 

El ganadero se incorporó, pegó un puñetazo so- 
bre la mesa, y arrojando el puro que fumaba, ex- 
clamó: 

— ¿Qué estás diciendo?... Pero, Señor; eso no 
puede ser. ¡Paco mal herido, Paco, gravísimo!... 
¿Estás seguro de lo que dices? 

— ^Vengo de su casa. 

— ¡ Jesús, Jesús f, esto fes el fin deí mundo. SI 

244 

Digitized by VjOOQIC 



EL EMBRUJO DE SEVILLA 

Paco, se las guiya se acaba el torep. An4a, di 
que enganchen ; vamonos all¿. Yo estoy muy mal 
cpn ^I, oyes, pero en estas circunstancj^fs todo 
debe olvidarse, ¿no te parece? Despáchal^,,^, y 
que Pastpra np se entere de na^la;» Le ,d^ía-un 
sofocón, y luego sería capaz de hacer ui^á bien 
sqna4a. . . . /; .,. 

a Aquí y^ a ser ella», ftepsó Pepe„ y, luego,, en 
voz alta, añadió: 

■P7Ya está hecha. Es^f mañana, en cuanto sifpo 
la noticia, me dijo que la acompañara ^^ la casa 
de Paco, y te mand^^ d^r.qiue mientras esté gra- 
ve, permanecerá a su lado. , .,, 

-r¡Que permanecerá a su laiíp!... 

— ajusto, de día y de noche... 

El ganadero ^t^fió la poca,, iba ^a decir algo gor- 
4o; luego se contuvo, metióse las manos en los 
bolsillos: del pantalón y empezó a pasearse de 
i^n extremo a otro del 46spachq, seguido por las 
miradas siniestras de los. cornüpetos. Pepe tam- 
bién lo seguía con los ojos, esperando que esta- 
llase la bomba^ Pero np supeidió así^ Al cabo de 
algunos minutos, D. Apitonio ordenó> sin levapr 
tar la cabeza: ,^ ,,. , 

— Di que enganchen. 

A P^pe ^stQ le pareció peor. Pensó que su padre 
se proponía ir a la cas^.^ de. Paco paja armar allí 
una bronca m^^yúscula y llevar^p a Pastorea, guan- 
do vplyió de ^ar la orden ^n/con^ró al ganadero sen* 
tajdo y ipipando tr^a^i^uilamepte. im enor;ne puro. 

Digitized by VjOOQIC 



i ^ ' C A R LOS R E Y L E S 

«Tanta 'filosofía me escama», se dijo después de 
naberlo observado algunos instantes. 
'" — ¿Qué dices de todo esto? — se atrevió a pre- 
guñtáí-: ' . > 

El ganadero^'^fen medio de una nube de humo, 
contestó: * > - v 

— Digo que Pastora ha obrado bien. Yo, en sú 
taso, hubiese hecho lo niismo. Pero hay que evi- 
tar las murmuraciones, y por eso voy a- casa de 
Paco, para autorizar con mi presencia allí el des- 
plante de la niña. 

Pepe vio el cieío abierto; sin poder contener su 
alegría, exclamó: . - "i f 

— Papá, ¿quieres que te diga una cosa? Eres 
muy salao... 

— Salao, no ; ^'castizo, sí — replicó el Sr^ Mí- 
guez — . En esta ocasión ño puedo olvidar que tu 
madi^e, que era una santa, se vio obligada a ha- 
cer algo semejante para casarse conmigo, porque 
mi futuro suegro, que, entre paréntesis, era muy 
bruto, /^no Ai'e podía ver ni en pintura, a causa de 
haberse dado' con mi padre de puyazos en el cam- 
po, a raíz de lina acalorada disputa sobre si los 
toros del uno tenían más casta que los del otro. Mi 
pobre Merceditas se arrancó de la casa, se refugió 
en un convento, se cortó el cabello al rape y se lo 
envió al buen señor con estas líneas : «No quiero 
cásame contra tu voluntad; pero como nunca po- 
dré olvidar al hombre que quiero ni querer a 
otro, he resuelto tomar los hábitos, si, mientras 

Digi*ized by VjOOQIC 



EL EMBRUJO DE SEVILLA 

dura mi noviciado, no cambias de parecer. Yo soy 
lá carne; tú, el cuchillo; corta por donde quie- 
ras.» Naturalmente, el hombre no cortó. Yo no 
quería que mi hija sé casara con un toreriyo, pu- 
diendo hacerlo con un príncipe, y me parece que 
tenía razón. Pero el toreriyo se ha hecho un to- 
rerazo, un soberano artista, el representante genui- 
lio de una cosa muy grande y muy nuestra. Pas- 
tora lo sigue queriendo^ y fcuando a una niña como 
esa se le filete ün novio én el mono, las muías, 
Pepe. Además, tú quieres^'a Rosarito, en lo que 
te alabo el gusto, y yo estoy hartó de hacer el ogro. 
Eb un papel que no me tira. Por otra parte, siem- 
pre quise a Paco, auhqüe estuviera muy abroncao 
córi él por lo que me dijo eri <(E1 Tronío» y por- 
que creí que se proponía desacreditar mi ganado. 
Pero sé de buena tinta, que en todas las Placas 
ha hecho lo que estaba en su nlanó para que mis 
toros cumplieran, y eso yo se lo agradezco con 
toda el alma. Y después, después..., reconozco 
que esttfve mal con él, y quiero enmendar la suerte. 
Tú sabes, Pepete^ que a bronco no me gáha na- 
die, pero a noble tampoco..., cuando me entran 
por el lado izquierdo. 

— Siempre esperé que te colocases en ese terre- 
no;* Es el que 'á ti te corresponde — declaró Pepe—. 
Y ahora ¿qué le vas a decir al cóndt de Pefía- 
bláHfcá?' ' ■'^'•'•'- ;" ^ ^ "" '^''"" ^ ■ '' 

Er^kñadero se rascó la cabeza, y luego con- 
testón ' ■ ' ' .'.-'••• 

347 

_,_-- — - ^ DigitizedbyVjOOQlC 



CARLOS R E Y L E S 

-:rX^ diré que si no ha sabido enamorar a la 
moza, la culpa no es mía. Pero no podía ser, Pepe, 
A mí se me subieron los grandes de España a la 
cabeza, y no pensé que una sevillana de pura cepa 
como, Pastora^ hija y descendiente de ganaderos 
^^, reseí^ bravas, que ^ sabe acosar y darse dos pa- 
tfítas con gracia fipa, no podía querer sino a un 
mozo crudo de su raz^ y de su medio. El conde 
hubiera sido en la. familia up Juan de Afuera; 
aquf. necesitamos un mozo de los nuestros, sea 
Paíjo u otro cualquier . ., . 

-^A pií me agradaría que fuese Paco. 

^-Y ^ mí, ahora, tambiéa. Y lo será. Él y Pas* 
tora se consideraron desde pequeñitos como no- 
yiqs ; tú lo quiera como a un hermano y yo como 
a un hijo. 

Un criado anunció , que el coche estaba listo. 

—Por lo pronto hay que pedirle a Dios que 
lo salve — C9ncluyó el Sr. Míguez cogiendo su 
sonibrero y su bastón — .Y que cure pjronto para 
que pueda cumplir sus compromisos de la próxi- 
ma temporada. Tiene contratadas la friolera de 
ochenta corridas, veinte en. Madrid, las cinco de 
la Feria de Sevilla, todas las de. San Sebastián, 
todas las de Bilbao, ¡qué sé yol... Además, mata 
él solo seis, a diez mil pesetas, entre ellas, dos 
mías, una en Madrid y la jOtra acá, y podrá hacer 
mucho, si quiere, por nuestra divisa. No quiero 
pensar en lo que sucedería si este percance tu- 
viera un desenlace funesto. Pero Dios no lo pcr- 

Digitized by VjOOQ IC 



EL EMBRUJO DE SEVILLA 

mitirá; Dios no puede permitir una catástrofe se- 
mejante. 

Mientras el coche se dirigía a casa de Paco, el 
ganadero iba pensando que éste era el yerno que, 
por muchos conceptos, le convenía más. No cal- 
culaba fríamente, pero no podía dejar de con- 
siderar las ventajas que le reportaría la entrada de 
Paco en la familia. El problema del casorio de 
Pepe y Pastora, resuelto; el auge de la ganade- 
ría, asegurado, porque Paco y Pepe, asociándose, 
podrían llevarla a las nubes; la liga de los mata- 
dores contra sus toros, disuelta, porque el novel 
estoqueador, que echaba más carne abajo que na- 
die en España, se luciría con ellos, y los otros, 
por no ser menos, recogerían velas. En fin, el 
cielo abierto por todo6 lados. 

Al descender del coche le dijo el ganadefo a su 
hijo: 

— Vete a la iglesia de San Lorenzo y dile al Pa- 
dre Simón que diga todos los días una misa can- 
tada por la salud de Paco, y mantenga encendidas 
diez velas de las gordas. 

«En el nombre de Pastora y en el mío haré en- 
cender otras diez», pensó Pepe echando a andar. 

Y he ahí por qué el Sr. Míguez se encontraba en 
casa de Paco discurriendo amablemente con el 
Obispo, el Capitán General y el Gobernador. 



Digitized 



by Google 



.. ., < . ...¡ 



J. i 



1 1 ' 



n< 



Digitized 



by Google 



XII 



MIENTRAS el estado de Paco inspiró serios te- 
mores, la Pura no salía casi del taller. Lle- 
gaba por la mañana tempranito; aparecía en la 
puerta como un espectro pálido y congojoso de la 
bailadora de antaño. La emoción le impedía hablar. 
Cuenca, así que la veía, apresurábase a tranquili- 
zarla. La Pura se dejaba caer en el sofá, pedía de- 
talles y hacía mil preguntas a las que el pintor res- 
pondía solícitamente y como si tratase de calmar la 
inquietud de un niño enfermo. Cuando supo que 
Pastora estaba en la casa, compartiendo con Ro- 
sarito los cuidados del herido, se puso líviida; sus 
labios temblaron y las lágrimas, lentas y pesa- 
das, empezaron a rodarle por las mejillas. Entonces 
él se sentó junto a ella, y le dijo : 

— ^No se ppnga usted así, no desespere usted; 
Paco salvará. Paco la quiere a usted entrañable- 
mente..., y sólo a usted. 

251 

Digitized by VjOOQ IC 



CARLOS R E 7 L E S 

— ¡ Paco ya no puede quererme ! j Ay, s¡ usted su- 
piera, si usted supiera!... — gimió ella. 

El pintor quedó confuso y perplejo, uniendo y 
sopesando en el magín aquel «ya no puede que- 
rerme» de la Pura, y el «charrana, más que cha- 
rrana», que a menudo repetía Paco en su delirio. 
«¿Qué ha sucedido?», se preguntaba, y no sabía 
qué pensar. El llanto, la perpetua angustia, la des- 
esperada aflicción de lal bailadora lo conmovían y 
llenaban de zozobra a la vez. Hacía cuanto estaba 
a su alcance para consolarla y distraerla, pero in- 
útilmente. Aunque al parecer, suspensa de las pa- 
labras de éli no lo o(ai; rumiaba sus propio^ pen- 
samientos. Cuando 1M3 atenta la creía, interrum- 
píalo para pedirle que subiese a las habi^cipnes 
superiores y se enterase si ^o había alguna nove- 
dtidc; Al volver, solía Cuenca encontraría anegada 
en llanto, o mirando al techo absorta, o puesta de 
hinojos y pon los brazos en cruz, frente a una vir- 
gen de talla antigua que había sobre un secretario 
de ébano, concha y marfil. Ella convirtió el mue- 
bleciUo en altar, poniéndole velas enc^endidas y flo- 
res, to mismo hizo en su casa con t|n? pequeño ve- 
lador donde reposaba, htémilde y pura como un 
huevo, la virgencita de Cano. Por las noches, 
se pasaba las horas rogándole fervorosamente. La 
oración aliviaba sus penas, fíra como un refugio 
cpntra e) come-cóme del remordimi,e^iío. Mientras 
di^logaba^^n la virgejupita no j^fríat tan ^rozmen- 
te. Y cuando no estaba en i^u casa q en el taller 

252 

Digitized by VjOOQ IC 



fez. EMBRUJÓLE SEVILLA 

<}e^ Cuenca, estaba ehí'Sstni Jacinto. Los ciciosar- 
díaií noche y áfet en•él^aílta^ de /la. .Virgen de la 
Esperanza. El tósim^^' la Divina Seaoiiav> iUinjif. 
nado I)ór Isa luz espedtraí de los .velones, fascinaba 
á la bailadora y la bada caier eñgwioaigSidas:éxía¡r^. 
sis de les qué lasacaba, jmra qoe.se rélifáse» La 
guardiáhá de ta iglesia. Su devoción e» tan poco 
Itteida comó^ antes su incredulidad ; {>ero como no 
tenía en sus atribulacidnes y angustias otro apoyo 
ni otro consuelo ni otra esperanza que la miseri- 
cordia divina, a ella apelabn. Velas, -misíis, ix>ga- 
tivás, pronj^ajs, todo le parecía poco para t)edir- 
le a la Virgen por la vida de Paco. Cuando éste 
empezó á mejbrar, cuando el' horror, de haber, ase- 
sinado al '^€r iquetnáá'q^iefía, dejó d!& tórtorarlaf,* 
la desesperatóó&i tornóse. resignada y profutida tris- 
teza, la tristeza del alma que iienuncia a toda ^s- 
péranía de ventura y soto *éjBperd deja vida pe- 
sares y sufrimientos^* Sabía- que^^t^aco no la enlata- 
ría 5 pero lo.que>etla temía tto^eía la /ustfeia >d¿ los 
hombres^ ánoíi jttstidia dePáteo. El miedo á^ «que 
la condéhásé ^¡n'óiMíl y iritk ápeía¿ióh la vohrfa 
loc^'.i Gc^bsa hubiéta ac^^do lOs más terribles 
martirios para obtener' stppeiiáótt; La idea de lavar 
con ítemo su jíaha empeÍ2Ó^ a dd^ninarla.* Y dfe sú- 
bito sintió, como al golpe del pico brota el* ftmnan- 
ti^Kdei fct^ toca dura, el añiia de sufrfrpór él y sa- 
cri6cáíi9elo;todo, indltisb>€ll 4iimenso querer qu^ le 
tehía, pai>a haícérlo' dichoso, pui^at^ su crimen y re- 
dimirse. Un resquicio, una rendija se abrió en su 



Digitized 



by Google 



CARLOS R E Y L E S^ 

conciencia obscura, por donde entraba un rayito 
de místiea luz. Y todo tomó entpnices a sus ojos 
un sentido nuevo. Las pinturas, la3 imágeiies, los 
retablos suntuosos, las tallas maravillosas que dia- 
riamente contemplaba en Ja iglesia, le hablaron 
de sufrimiento, de sacrificio, de e^iación. A me- 
nudo Cuenca la oía hacer reflexiona que parecían 
salidas de la boca de un penitente. Notando cómo 
la tristeza la iba enfermando física y moralmente, 
le habló así : 

— Pura, por usted . pasan co$aB muy extrañas. 
Esa almita está atravesando una crujida tremenda. 

— ^Tengo una pena muy grande, Cuenca. 

— ^Ya lo veo, y veo también que la mejoría de 
Paco no basta para consolarla. Sefiatl que hay otra 
cosa. Ignoro lo que ha pasado; pvero tengo la 
impresión que usted se tortura ¡más de la cuenta. 
Cuando se quiere como usted quiere, no se puede 
cometer a sabiendas ningún grave delito. Quizá 
usted exagera sU culpa, si es que alguna tiene. 
Viéndola tan atormentada hasta llegué 4 sospe- 
char que ;u$ted podía haber sido la causa ic^irecta 
de lo ocurrido, yi de ahí sus atrtbulacÍQnes. Pero 
después de la declaración de Paco... 

— ¿Paco. ha podido desairar?... — interrumpió la 
Pura agitadísima* 

— Sí, aaoch^; y dijo lo que. todos suponíamos, 
después de conocida la fechoría de Argü^yot que 
no sabía quién k) hirió, y que estaba solo cuando 
lo hírieroíiLs 

Digitized by VjOOQ IC 



El EMBSUJ O ,DE SEVILLA 

—Hft mentido— Q?#rinuró Ift iPiu-a, y.pcultó \^, ca- 
ra entre las manos. 

El wntot yolxió a quedar oonf usq. Lu^^, re- 
pprtáfidose y (ap^rt^ndo /Cpi> un ge^o áe^hndo 
las extrañasi.ponJQHims que lo ^isaltaban, le su- 
plicó : .. . ; , s 

— íPor todos, Jw ángples, de; la qi^^ celestial, 
sáqueme usted , de ¡l^, inc^rtidi^ii^re. on . (jue e/$toy I 
Abrase conmigo, confiese a mí. 3py ^ ,amigo de 
veras y la ayudaré a salir, del ati^^ader9,§ipi^quc está 
metida. U$ted $ola no puedecon J$i <;i)^Z(qu/Q U^va 
a cuestas, pprquQ usted lleva a cii^st^ una cruz^ 
Pura.(, ^ ., • . ., ■. . . '\^ .; . 

/^I Y twípep^a, Cuenqal 

-;-Dígame la verdad ,• yo $iento que puedo ha- 
cerle mncbp biw, ,,rí . ; i ,. . 

. — rSi^ te dijera 1^ verdad, perdería el único apdyo 
que tetxgQabpira. Usted rae. arrojaría de esta casa 
siApicjd^dí y.h^ría bífíl^ i .j oi n > , 

— ¿ iKMjego usitu^d sfí 60nfi4sa,cu%)ablddéíun gran 
delito? . i. ;/ ( .< . • j 

— Sí, ,de:U9 dblitOi.attrQ2... / ; 

— ¿Cometido adrede o sin querer? 

— 5¡Ayy Cuenca 1,. es lo que ytírígnturd. 

-7-£s; ii^cona4>rensible, poi^ite^: en fin^ usted es 
recta, honrada en st^s seqt^nientos, noble, leal; 
usted quiere a Paco, a Paco sólo,^yi deseaba ser 
suya^. CoQ$otenteflMflíte, no Iw podido obrar con- 
tra él. ' .•.■!■, .;.', -f •' ■ •) ..' ' ' 

— Y¿ sin embárgt>i> oblé, j Yo fui qnien lo hirió 

Digitized by LjOOQ IC 



CARLOS R E Y L £ S 

alevosameme..*, queriéndolo más qíie a las niñas 
de mis ojos! 

Cuenca míM' a la Fütñ fespafítado. No Ét atre- 
vía 'a creer lo ^ue había oído, y sospechó quéíel 
espíritu turbado de la (hiladora le hacía inventar 
aquella quimera. 

—¿Pero está usted en stí sanO juicio? — exclamó 
al fin-^. ¿ E§ posible que usted haya hecho eso? 
¿Y cómo, por qué? 

— A veces, me pregunto yo también si no estoy 
loca, pero no, no lo testoy, desgraciadamente, por- 
que si lo estuviera, sufriría menos¿ Nadie, nadie 
puede imaginarse en el infierno en que yo- vivo 
desde aquella noche fatal. ¿Porqué lo herí? Hasta 
ahora no he podido averiguarlo, y de ahí mi tor- 
tura, m¡ martirio, mi desesperación. Mil Veces me 
habría quitado la vid^ií si eso no me pareciera huir 
del castigo* Yo q^tiero sufrirlo ; quiero que Paco se 
vengue como lo entienda;- ^quiero que me pegue, 
qifó me abofdbáe'j^ra decirte mientras k> hace : te 
quise y te quiero. Para eso vivo. 

Se había erguido y vttiraAba^tbdil entera al ha- 
blar así. ^ ' <M . 

—¡ Paco, Paco;iñ{0| Paco de mis entrañas I— tcon- 
tinuó — . Si tú ptid|erf8vver d^itn> dé^ mi alma ; si 
y6 .pfudiéra explitavte ;: pero, ¡'ayl, ¿cómo explicar 
lo inexpli<^le?^J -. ; ^ r 'j ■ ' 

Sacudida pbr r^okátos^ sottozos^ CáiHó. Cuenca, 
con los ojos cerrados, parecía meditar. Luego se 
pasó varksiiTiecés la nxandpon^ta frente, y dijo: 

2^ 



Digitized 



by Google 



EL EMBRUJO DE SEVILLA 

— Pura, cuéntemelo usted todo, sin omitir ni el 
más pequeño detalle. Bien analizada, su acción, 
que parece abominable, quizá no lo sea tanto. Yo 
le ayudaré a ver claro en usted misma. Es posible 
que el conocimiento de la verdad intima le traiga 
a usted algún consuelo. Algo me dice que su culpa 
tiene muchos atenuantes. A veces un sentimiento 
generoso, un noble arrebato de pasión induce a co- 
meter una felonía. 

— ¡ Un noble arrebato de pasión induce a co- 
meter una felonía ! — repitió ella, como arrobada por 
repentina claridad — . ¿Verdad que sí? ¡ Ay, Cuen- 
ca, sus palabras me hacen mucho bien I 

El pintor continuó: 

— El grande cariño que usted siente por Paco, 
los tormentos que sufre, las lágrimas que incesan- 
temente brotan de esos ojos, ayer tan luminosos, 
hoy tan apagados, todo me habla en su favor. No, 
Pura, no tema usted nada de mí. Yo estoy segu- 
ro de absolverla. No creo que usted haya sido 
cap^ de cometer una infamia. Y aunque lo hubiese 
sido, no la arrojaría de mi casa sin piedad. El do- 
lor humano me inspira otras consideraciones. No 
le retiraría mi ayuda en los trances amargos por 
que usted pasa ahora ; la ayudaría a llevar su cruz. 

Ya no entraba mnguna claridad por los venta- 
nos ; sólo iluminaba ei taHer la luz macilenta de las 
velas que ardían en el improvisado altarclto. Sor- 
biéndose las lágrimas, con voz apagada y monóto- 
na, que parecía una lejana cantinela, la Pura le re- 

257 

C RxTLlt: El embfuj§ de SnUla, ^ 17 j 

Digitized by VjOOQ iC 



CARLOS R E Y L E S 

firió al pintor punto por punto la verdad de lo ocu- 
rrido y las angustias, los remordimientos y las mi- 
serias que vinieron después. Cuenca la oía silen- 
cioso y grave como un confesor. 

— Desde aquella noche terrible vivo muriendo, 
vivo desesperada — concluyó la bailadora — . Y co- 
mo si no fueran bastante negras mis torturas, el 
Pitoche las ennegrece más persiguiéndome con su 
cariño y recordándome como puede, por señas o 
por escrito, que estamos remachaos el uno al otro. 
Como no lo dejo entrar a mi casa, lo tengo de sen- 
tinela todo el día frente a los balcones. Cuando 
salgo, me sigue. A veces me cruza y me dice por 
lo bajo : «El que se va a morir soy yo, y tú me ha- 
brás asesinao.» A altas horas de la noche, se para 
medio borracho en medio de la calle, y me canta. 
Yo no sé si canta o si llora, sólo sé que con todo 
eso me vuelve más tarumba de lo que estoy. Me 
horroriza causar más daño del que he hecho ya ; 
quisiera ser caritativa. Al fin y al cabo el pobre 
tampoco sabe lo que le pasa ; va, como todos, don- 
de lo arrastra el viento ; p)ero no puede ser. Cuando 
pienso que por él, ¡ahí..., lo aborrezco, lo aborrez- 
co con toda el alma. Y no parará de asediarme y 
f reírme la sangre. Todos los días recibo una cartita 
suya llena de ruegos o de amenazas. ¡Ay, Cuen- 
ca, nunca se podrá usted figurar lo que es ahora 
mi vida I 

El pintor escuchaba con la cabeza recostada en 
la pared y los ojos cerrados. . 

258 



Digitized 



by Google 



h 



EL EMBRUJO DE SEVILLA 

Después de un largo silencio, interrogó la Pura : 
— ^Y Paco, i no le ha preguntado por mí... ni una 
soía vez siquiera? 

El pintor hizo un gesto negativo. Las lágrimas 
de la bailadora empezaron a correr. Le surcaban las 
mejillas lentamente y caían sobre la falda gota a 
gota. 

Cuenca le cogió la mano, y acariciándosela, dijo : 
— Lo que le pasa a usted, Pura, es terrible ; pero 
no desespere. No hay d elito que no re diman las lá- ? 
grimas, ¡y usted ha sufrido y llorado tanto!... 
Cuando nuestro amigo esté en condiciones de oír- 
me, le hablaré, le explicaré lo ocurrido, y él, estoy 
seguro, se hará cargo y perdonará. 



De vuelta a su casa se encontró la Pura con el 
Pitoche en el portal. Antes que pudiera abrir la 
cancela y entrar, le dijo él con voz suplicante : 

— ¡ Por la salud del señorito Paco I Te pido que 
me dejes hablarte, verte, aunque sólo sea algunos 
instantes todos los días. Ten piedá, mu jé. Escupo 
sangre, me estoy muriendo ; ¿ qué puedes temer de 
un moribundo? ¿Qué puedes temer del buró que 
está doblando ya? 

Ella, para sacárselo de encima una vez por todas, 
se dignó responderle : 

— No temo nada de ti. Pitoche ; pero el verte sólo 
me hace mucho daño. Y no quiero verte. No puedo 

259 



Digitized 



by Google 



7 



CARLOS R E Y L E S 

olvidar que, por causa tuya, por haber metido tú 
la pata, cometí un crimen espantoso y vivo en la 
desesperación. Tú has sido antes y ahora la mala 
sombra de mi vida. ¿ Qué compasión puedo tener 
por el que me hizo tanto mal? Vete ya, y déjame 
tranquila. 

— No sabía lo que hacía, Pureta ; me cegaba la 
pasión. Pero ahora no pretendo na. Yo sé que too, 
toíto tu corazón es de él ; pa mí, que tantísimo te 
quiero, no has dejao ni una miaja; pasensia. Yo 
no creo lo que creí cuando te vi con la faca en la 
mano. Creí que me querías ; que el cariñito serrano 
y la ley que me tuvistes un día, habían resucitao ; 
pero no era eso, era otra cosa; no sé qué. Perdí 
la esperanza, pero no el cariño, que me va consu- 
miendo. Mírame la cara, Pureta; mira los camini- 
tos del dolor que la surcan. ¡Pureta, Pureta, no 
me dejes morir desesperao4... 

— Eres tú el que se tira a matar. ¿ Qué puedo yo 
hacer ? 

— Darme el consuelo de cerrar los ojos con tu 
imagen en ellos. Mírame como se mira a los perros 
enfermos. Es too lo que yo pido, un poco de com- 
pasión. Piensa que yo no he cometió otro delito 
que quererte; contra toa rasón, ya lo sé; ¿pero 
quién manda al querer? Apiádate de mí. Lo que 
Cristo sufrió cargaíto con la cruz, es un grano de 
aní junto a las que estoy yo pasando por ti, Pureta. 
Hace ocho meses que mi tormento dura, y he per- 
dió hasta mi caliá de hombre. Lloro como una mu- 

260 



Digitized 



by Google 



EL EMBRUJO DE SEVILLA 

jé, rabio de celos y le pido a Dios que salve al 
señorito Paco, pa ve si, estando tú más contenta, 
eres menos bronca conmigo, no por mí, sino por él. 
Lo aborrezco, y le besaría los pies porque te per- 
donase y quisiera nuevamente, aunque me matase 
el verlo, Y porque tú lo quieres, muerto él y yo 
vivo, me cambiaría por él. Mira dónde he Uegao, 
que cuando te veo entrar en la casa del maestro 
pintor, del que también tengo celos, me consuela 
el f)ensar que, por consecuensia al señorito, del que 
tengo más celos entoavía, no serás de ese otro hom- 
bre. ¡Ay! Pureta, estoy loco perdió, y perdió sin 
remedio. En el café ando sin sombra de^sde que fal- 
tas tú. Pero cuando canto cierro los ojos y te veo 
tal cual ; por eso canto hasta que se me acaba la 
voz. Después viene la tristeza negra y el aguar- 
diente. ¡Mardita sea mi sino, que a sufrir no hay 
quien me iguale! Me van fartandito las fuerzas pa 
viví, y sólo vivo pa llora. No pueo come, no pueo 
dormí ; si no he muerto ya, es porque las lágrimas 
me alimentan. Te lo repito, Pureta; estoy en las 
boqueas, y mi única esperanza es que venga pronto 
la cierva a sacarme de este infierno ; el otro me pa- 
recerá un durce. Ten piedad, o despéname de una 
vez. Si me metieras un cuchiyito en el alma, te da- 
ría las gracias y te diría : ¡ Viva la caria flamenca ! 

Un acceso de tos seca y honda lo sacudió de pies 
a cabeza. La bailadora, compadecida, le dijo: 

— Entra, Pitoche, y siéntate en uno de esos si- 
llones. Te haré traer un poco de agua. 



f 



•/ 



Digitized 



by Google 



CARLOS R E Y L E S 

Antes que ella pudiese impedirlo, él cayó de ro- 
dillas y le besó los pies. 



Desde aquel día, el Pitoche iba a casa de la bai- 
ladora todas las tardes al anochecer, acompañado 
del Ñafíe, del cual se había hecho muy amigo. La 
Pura los recibía en el patio al principio, y luego 
en la saleta, que era más abrigada, y donde el can- 
tador tosía menos. Un brasero antiguo, con pro- 
fuso clavo, ardía en el medio de la pieza ; echando 
firmas pasaban el rato los dos artistas, mientras la 
Pura daba vueltas por la casa o se vestía en la ha- 
bitación contigua, que era su dormitorio. A veces 
el Pitoche cogía la guitarra y cantaba por lo bajo 
coplas y más coplas. Lo que no decía hablando, 
porque le estaba prohibido, lo decía cantando: 
cantaba su pena, su angustia, su irremediable des- 
amparo. La bailadora, pensando en Paco, oíalo 
con el corazón encogido. Consideraba que sufría 
del mismo mal, de un mal que no tenía remedio, y 
experimentaba como un total acabamiento de todas 
las fuerzas vitales. Entonces caía de hinojos a los 
pies de la virgencita de Cano o se tiraba sobre el 
lecho, mordiendo la almohada para que sus sollozos 
no se oyeran. 

Generalmente, Tabardillo formaba parte de la 
tertulia. Venía a ofrecerle a la bailadora antigua- 
llas, alhajas y chucherías que le daban a vender 

262 



Digitized 



by Google 



EL EMBRUJO DE SEVILLA 

algunos amigos arruinados que entre la aristocra- 
cia tenia. La reunión se animaba. El picador era 
muy alegre y conocía a fondo el baile andaluz. A 
instancias suyas, sobre todo desde que Paco había 
entrado en una franca mejoría, el Pitoche tocaba 
para que el Ñañe mostrase algo de los bailes que 
estaban ensayando con la Pura. Ésta explicaba y 
hasta solía acompañar al bailador, pero sin darle 
nunca a aquellas escenas el carácter de jolgorio. 
Era un trabajo que le hacía olvidar, por algunos 
instantes, sus amarguras. A las siete se iban el 
Ñañe y el Pitoche. Tabardillo se quedaba a comer, 
y lo mismo Cuenca, que llegaba a las ochó. La 
bailadora le había pedido que viniese a acompa- 
ñarla un poco por las noches, que era cuando ella 
se sentía más triste y desamparada. Y él lo hacía 
de buen grado. Sentía por la Pura ternísima afec- 
ción. Sus dichos y ocurrencias lo llenaban de rego- 
cijo, y sus atribulaciones le inspiraban Ytn senti- 
miento extraño, en el que se mezclaban la admira- 
ción, la curiosidad y la ternura. La bailadora era 
para él un motivo constante de curiosidad y deleite. 
Sin querer analizaba, como hombre y como artista, 
las gracias, las ideas y los sentimientos de aquella 
criatura singular. Su persona y su alma le parecían 
las cosas más saladas del mundo. A cada instante 
descubría en ella honduras, asperezas, excelencias 
y exquisiteces, que eran como flores del sentir an- 
daluz. La Pura lo trataba con mucho cariño y lo 
regalaba con los platos que él más apetecía. Gene- 

263 



Digitized 



by Google 



CARLOS R E Y L E S 

raímente hablaban de Paco y a veces de cante y 
baile, pintura y toros. Guando no los acompañaba 
a la mesa Tabardillo, la bailadora se corría a ha- 
blar de sus tristezas. Sfempre le preguntaba si 
vA Paco no se había acordado de ella, y ante la nega- 
tiva del pintor, los ojos se le llenaban de lágrimas, 
y decía, poco más o menos, lo mismo. 

— Paco no perdona, no puede perdonarme, me 
detesta. Seguramente cree que lo he engañado, que 
me he burlado de él. Y no es verdad. Yo le juro 
a usted, Cuenca, que no es verdad. Lo quería como 
a nadie'quise en el mundo. Mi ambición más gran- 
de era vivir a su vera. El cariño que me tenía era 
mi felicidad y mi orgullo, y, sin embargo, lo herí 
para salvarle la vida al hombre que me había he- 
cho tanto mal y que yo detestaba. ¿ Por qué? ¿ Por 
qué? Dígame usted si no hay para volverse loca. 
Dígame usted si no parece una maldición — y con 
los puños cerrados se golpeaba la cabeza. 

El pintor contestaba invariablemente : 

— Yo creo lo que usted dice ; ya le he dicho que 
la juzgo a usted inocente. No desespere usted, 
Pura. 

Y no le decía más, porque la actitud de Paco no 
le dejaba abrigar muchas esperanzas de que aque- 
llo pudiese arreglarse. 

— Si quieres conservar mi amistad, no mientes 
^ siquiera el nombre de esa charrana — le dijo Paco 
cierta vez que el pintor quiso hablarle de la bai- 
ladora. 



Digitized 



by Google 



XIII 



PACO salió de los lindes de la muerte desapaci- 
ble y hosco. Ni los solícitos cuidados de Pas- 
tora y Rosarito, ni la amenísima chachara del pin- 
tor, ni las gracias de Míguez y Tabardillo, logra- 
ban sacarlo de su sombrío ensimismamiento. Ha- 
blaba poco y permanecía largos ratos con los ojos 
clavados en el techo, el ceño fruncido, las mandí- 
bulas apretadas, la expresión fiera. Lo que él lla- 
maba la charranada de la Pura, no le dejaba vi- 
vir; era una espina, un cilicio que lo mortificaba 
sin cesar. Y a medida que recobraba las fuerzas, 
la amargura convertíase en aversión. Su vanidad, 
-ssu orgullo, su machismo, enconaban, junto con los 
celos, los terribles dolores del amor burlado y es- 
carnecido. El pensar que mientras él sufría ella se 
refocilaba en los brazos del Pitoche, lo volvía loco 
de rabia y de pena. El mozo de rompe y rasga no 
podía resignarse a la idea de haber sido engañado 

265 



Digitized 



by Google 



1^ 



CARLOS R E Y L E S 

como un chino, y se proponía, en cuanto pudiese 
salir a la calle, vengarse cruelmente. Sin lavar con 
sangre la afrenta que había recibido y que le pare- 
cía llevar escrita en el rostro, sentía que no podría 
mirar cara a cara a los hombres ni arrimarse a los 
toros con la seguridad de sí mismo y la arrogancia 
de antes. «Es necesario que esa charrana y ese 
chulo indecente me la paguen, y me la pagarán», 
se decía. El ansia dolorosa de saber hasta qué 
punto había sido burlado, y la necesidad torturante 
de explicarse la traición de la Pura, también lo 
atormentaban de pontinuo. Pero por más que hur- 
gaba en la historia de sus amores con la bailadora 
y en el carácter de ésta, no podía descubrir ningún 
detalle revelador de la charranada. Sólo recuerdos 
dulces e impresiones placenteras, que le encogían 
el corazón y ponían un nudo en la garganta, acu- 
dían a su memoria. Entonces, si Pastora y Rosa- 
rito estaban allí dándole palique, sentadas, según 
su costumbre, sobre la cama a derecha y a iz- 
quierda de él, les tendía los brazos, y, sin proferir 
palabra, experimentando como una grata frescura 
interior, como una dulcísima sedancia, las mante- 
nía oprimidas contra su pecho largo rato. En aque- 
lla posición solía adormilarse, y entonce? ellas per- 
manecían quietas y mudas, a fin de no desper- 
tarlo. 

Una mañana entró Pastora a la habitación con 
el chocolate, y viendo a Paco más taciturno que de 
costumbre, le dijo: 

266 



Digitized 



by Google 



EL EMBRUJO DE SEV ILLA 

— ¡ Paquiyo, Paquiyo ! Tú tienes algo, tú sufres 
de no sé qué ; ¿ por qué no te abres conmigo? ¿ No 
te inspiro confianza ? ¿ Rosarito tampoco ? Debías 
estar contento, porque vas recobrando la salud, y 
estás triste. ¿Qué te pasa? ¿Qué ha pasado? Me 
da mucha pena ver que mi permanencia aquí no te 
causa mayor alegría. ¿No me quieres ya? ¿Vas 
comprendiendo que no te hago tan dichoso como 
te figurabas y yo quisiera hacerte? 

— Niña, no digas tonterías — replicó él — , porque 
te voy a dar un beso, no en la frente, ni en las me- 
j illas, sino en mitad de esa boca, capaz de darle 
tentaciones a un santo. 

— Déjate de zalamerías, Paquiyo, y dime la ver- 
dad. ¿Por qué estás triste? Papá ya no ,se opone 
a que sea tu mujer. Tampoco exige, como antes, 
que te cortes la coleta ; al contrario, ahora dice que 
eso sería un crimen. Yo te he demostrado que con- 
tigo, pan y cebolla. • ¿ Qué más quieres? ¿Qué te 
hace falta? Nqp hemos tomado los dichos, soy tu 
prometida ; pero si el casorio te repugna y lo de- 
seas mejor así, nos casaremos por detrás de la igle- 
sia. Si encuentras, como una vez dijistes, que estoy 
demasiado alta para ti, a causa de tu profesión, me 
arrancaré de mi casa y me haré bailadora. Ya no 
tengo aquel orgullo que tanto mal te hizo; ya no 
tengo voluntad propia, seré lo que tú quieras. Es- 
cucha, Paquiyo; te quiero tanto, que me gustaría 
perderme por ti. Yo sólo pido tu cariño, yo sólo 
quiero ser tuya. Lo demás me importa un cáncamo. 

267 



Digitized 



by Google 



CARLOS R E Y L E S 

¿ Puedo estar segura de él, Paco? ¡ Ay, mi instinto 
de mujer me dice que tu corazón no es sólo mío ! 

— Nada, que te ganas el beso en mitad de la 
boca — dijo él, riendo, y cogiéndole la cabeza entre 
las manos la besó por primera vez sobre los labios 
rojos, entreabiertos y húmedos como una cereza 
partida. Ella cerró los ojos, y su rostro tomó una 
expresión grave. Acariciándola, prosiguió Paco : 
. — Sí, Pastora, puedes estar segura de mi cariño, 

A pesar de los faldeos y los líos te quise siempre. 
Pero no quiero ocultarte que también quise a otra 
persona. La quise, para qué negarlo ;^ pero era un 
cariño muy diferente al que me inspirabas tú ; un 
cariño que se inclinaba más a la amistad ternísima 
que al amor. Mientras que el amor que siento por 
ti es amor con* todos los sacramentos, amor con 
toda la barba, como quien dice. Y la prueba es que 
el otro, los otros, nunca me impidieron seguir con- 
siderándote como mi media naranja. Sabía que 
tarde o temprano sefiías mía y yo tuyo. 

— ¡Qué corazón más puerco tenéis los hom- 
bres !... Y dime, Paco, a esa de la amistad terntsU 
ma, ¿la quieres todavía?... 

— La detesto... 

— Me gustaría más que te fuera indiferente. Ya 
sabes que del odio al amor se pasa por un puente- 
cito de oro. Por ahí se susurraba que bebías los 
vientos por una bailadora, y que ella andaba lo- 
quíta por ti. ¿Es ésa? 



— Ésa es. 



268 



Digitized 



by Google 



EL EMBRUJO DE SEVILLA 

-¿Y...? 

— Y habló, sin duda, la sangre gitana, y por 
defender al gitano que la había perdido y que de- 
testaba, segiín decía, me dio, adorándome, la pu- 
ñalaíta que me ha tenido a las puertas de la muerte. 

Paco quedó con la boca abierta oyéndola decir : 

— Quizá te quería demasiado... Las andaluzas te- 
nemos una manera de querer muy enrevesada. Per- 
dona y olvida, Paquiyo. 

Así que Paco empezó a levantarse. Pastora dejó 
de dormir en la casa; pero iba con Míguez a ella 
por la mañana y por las noches, a hacerle compa- 
ñía a su novio y distraerlo, porque a menudo era 
presa de negras murrias. Cuando encontraban allí 
a Cuenca y a Tabardillo sonaban los palillos, la 
guitarra y las palmas. Míguez bailaba sevillanas 
ya con Rosarito, ya con Paabora. A veces ésta 
se ponía una pollera gitana de cola y famlaes, un 
pinturero cordobés en la cabe^^a, un pitillo en la 
boca y salía bailando por bulerías con tanto picante 
y tanta salsa como la bailadora más cañí. Sus des- 
plantes, sus arrestos, sus taconeos, sin dejar de ser 
clásicos y muy intencionados, tenían un no sé qué 
de finos y señoritos, ajeno a la gracia del tablao. 
Cuenca y Tabardillo se miraban atónitos y como 
preguntándose de dónde había sacado la hija de! 
famoso ganadero aquel arte constmia<k> y aque- 
lla gracia gitana. Paco, contemplándola entonteci- 
do, la comparaba sin querer con la Pora. Y la 
Pastora Divina no salía perdiendo ; al contrario, su 

269 



Digitized 



by Google 



CARLOS R E Y L E S 

belleza incomparable triunfaba al fin, sobre todo 
cuando se enardecía y mostraba sin empacho todas 
las seducciones de sus ojos, de su boca y de su cuer- 
po, como si se hubiera propuesto destruir y arran- 
car de la mente de Paco la imagen de la otra. 

—Eres despampanante, Pastora — ^le dijo en cier- 
ta ocasión aquél con un fuego en los ojos y una 
expresión de ternura que la sorprendió. 

— ¿Les parece a ustedes que podría ganarme la 
vida en el tablao? — contestó la moza riendo, mien- 
tras sus pechos, túrgidos y provocantes, subían y 
bajaban aceleradamente — • Pues mira, Paquiyo, no 
me quieras y salgo bailando en «El Tronío». No 
rías, no bromeo; se lo prometí a la Virgen de 
nuestra parroquia delante de Rosarito. Pregúnta- 
selo : el tablao, si te salvaba y no me querías ; el 
convento si te llevaba de este mundo. 

De tarde venían a visitarlo los amigos. La sala, el 
comedor, los corredores y hasta el patio se llena- 
ban de gentes de toda las condiciones sociales, que 
por turno entraban a saludar al novel matador. So- 
bre la mesa del comedor había siempre algunas bo- 
tellas de Jerez y de manzanilla y varios platos llenos 
de aceitunas, rajas de jamón serrano, yemas de 
San Leandro, soldaditos de Pavía y otras tontunas 
a disposición de los visitantes. Por todas partes se 
formaban alegres corrillos, se charlaba y se reía 
gozosamente. Las cabezas de los toros, que Paco 
había muerto de tan magistral manera cuando 
tomó la alternativa, atraían en el ancho patio 

270 

Digitized by VjOOQ iC 



EL EMBRUJO DE SEVILLA 

las miradas de los aficionados. Éstos se comunica- 
ban en alta voz sus entusiastas impresiones. To- 
dos se conocían, tuteaban y trataban con la llaneza 
y cordialidad característica del pueblo andaluz. La 
campechanía de los magnates y la entereza y el 
buen humor de los humildes borraban las distan- 
cias sociales. 

Hasta al mismo opulento Sr. Míguez nadie lo lla- 
maba por su apellido, sino por su nombre, y lo sa- 
ludan, por lo común, con un «hola, D. Antonio» 
y la consabida palmada en el hombro, familiar y 
respetuosa a la vez. El ganadero se pasaba allí un 
par de horas todas las tardes, recibiendo ufano las 
felicitaciones de los amigos por el compromiso ma- 
trimonial de su hija con Paco y de Pepe con Rosa- 
rito, que ya era público en Sevilla y daba pie a los 
más favorables comentarios, entre otras cosas, por- 
que era uno de las grandes atractivos de la próxima 
feria. 

— Las mejores mozas de Andalucía, para los mo- 
zos más crudos de España. Hay que echar la casa 
por la ventana, D. Antonio — le decían, y el buen 
señor reventaba de gozo y orgullo. Sentía que pi- 
saba terreno firme, que aquellas proyectadas bodas 
estaban decretadas por el cielo y satisfacían un 
deseo común, una aspiración cuasi nacional. La 
admiración, el respeto, el cariño que inspiraba su 
futuro yerno entre grandes y chicos y las manifes- 
taciones de alto aprecio que chicos y grandes le 
hacían ; su notoriedad, comparable sólo a la del rey ; 

371 



Digitized 



by Google 



CARLOS R E Y L E S 

SU gloria, que dejaba también tamañita la de los 
hombres más famosos de la Península ; las pre- 
rrogativas, únicas en el mundo de que gozaba, ha^ 
lagábanlo como si fuesen ya cosa propia, y lo in- 
ducían a mirar como un crimen de lesa patria, o 
poco menos, lo que antes había exigido para darle 
a Paco la mano de Pastora : el que se cortase la 
coleta. 

P — Pero, señor, ¿en qué estaba yo pensando? — 
decíase — . ¿ Cómo no reconocí las prendas de Paco 
, y no vi, siendo ganadero de reses bravas, lo que su 
toreo, su valor y su persona representarían en esta 
tierra? Todos los marqueses, los condes y los du- 
ques juntos tienen menos importancia, significan 
menos que un matador cte toros de las circunstanr 
cias de Paco. El ifn^ lo dude, que se lo pregunte 
al pueblo. ¡ Y que tendrá poco dinero el niño así 
que pasen algunos anos I Y luego, ese niño es k> 
más andaluz de Andalucía ; un dechado de las cua- 
lidades que nosotros admiramos más; un cristal 
de la raza, como dtce el maestro pintor. En su- 

\^ma, que Pastora se casa con el amo de España. 
Con tales ideas no es extraño que al ganadero le 
rebosara el gozo y se interesase más que nadie en 
los asuntos de Paco. Todos los días echai)a largas 
paliques con él sobre las contratas que había fir- 
mado y las que iba a firmar, sobre los ganados y 
las siemi)ras del cortijo y lo que convenía allí hacer, 
y si iba al campo se corría hasta «La Barrancosa» 
y le traía noticias frescas de lo que en ella pasaba. 

27J 



Digitized 



by Google 



EL EMBRUJO DE SEVILLA 

Era el Sr. Míguea un representante típico de la aris- ^ 
tocracia rural que imperaba en Sevilla y le daba ca- 
rácter y color propios a la vida económica y a la 
vida social de la capital andaluza. Nada satisfacía 
tanto at ganadero como el que le dijesen que su ga- 
nadería fera la más larga y la rnejor llevada de Es- 
paña, o que le alabaran la brayura de. sus toros, o 
que le recordasen su^ hazahas de caballista. Adora- 
ba el campo, no sólo por el incentivo del lucro, 
sino por kis faenas de la dehesa particularmente : 
el acoso, la tienta, el hierre, el apartado de los to- 
ros, faenas en las cuales, a pesar de los años y el 
peligro, tomaba él todavía parte activa y principal. 
El frescor de las mañanitas campesinas le hacía cos- 
quillas en las narices y en el alma. Cogía la garro- 
cha como el Cid debió seguramente de empuñar la 
espada, y salía para el acoso al frente de sus criados, 
como el Campeador para la batalla a la cabeza de 
sus huestes. Cuatro o cinco veces por semana se po- 
nía el ancho y el marsellés, subía al coche de brega, 
un cascajo roñoso tirado por dos pencos enjaezados 
a la andaluza, pero sin cascabeles ni borlas, y fu- 
mando un puro y saludando a diestra y siniestra, se 
iba al cortijo, próximo a la ciudad, donde tenía la 
dehesa de reses bravas. A veces también iba de ma- 
ñana a caballo, y entonces los paseantes de las De- 
licias solían ver, al doblar la tarde, un grupo de ji- 
netes que, luciendo la airosa y pintoresca indumen- 
ta de los garrochistas, pasaba al galope tendido de / 
vuelta del campo. 

273 

C. )ÍKyi,ES: El embrujo de Sevillc, 18 ' 



Digitized 



by Google 



CARLOS R E Y L E S 

— ¡ Qué bien van 1 — decían las gentes, y los sa- 
ludaban con la mano. 

— No estará de más que te dieses, así que pudie- 
ras, una vueltecita por «La Barrancosa»— le dijo un 
día que encontró a Paoj en la cuadra — . Allí te re- 
pondrías más pronto y podrías ir tentando las be- 
ceras que tienes, y que son buenas, pero buenas, y 
entrenarte para las corridas de feria. Si quieres, to- 
dos te acompañamos, incluso Pastora. A ver qué te 
parece esta combinación. Nos vamos a mi cortijo, 
me ayudas a tentar mis becerras y de allí nos pasa- 
mos al tuyo, que está a un paso. ¿ Qué tal ? 

— Al pelo. Mañana mismo allá nos vamos, si us- 
ted lo desea. 

— ¡ No he de desearlp 1 ¿ Puedo contar con los mo- 
zos de tu cuadrilla ? 

— Cuente usted con ellos.^- 

El ganadero se fué a dar las órdenes del caso. 
Paco, después de acariciar sus jacas y darles un 
terrón de adúcar, cosa que no hacía desde que fué 
^ herido, entró en el taller de Cuenca. El pintor había 
salido. Las telas «Arriba» y «Abajo», recién bar- 
nizadas, ocupaban, puestas en sus respectivos caba- 
lletes, el medio de la sonorosa estancia. Al divisar 
el retrato de la bailadora experimentó Paco violenta 
sacudida. Se le nublaron los ojos y doblaron las 
piernas. La corva nariz se le puso blanca, y una ex-^^ 
presión feroz le contrajo y afiló el rostro. «¡ Charra- 
na, más que charranal», murmuró, dejándose caer 
sobre el sofá donde tantas veces se había sentado 

274 



Digitized 



by Google 



EL EMBRUJO DE SEVILLA 

con la Pura. En medio de la penumbra y del silen- 
cio de la estancia, el realismo brutal y la intensa 
vida de las dos telas le golpeaban los ojos y los se- 
sos. Y permaneció absorto una hora, acaso dos, es- 
cudriñando, hurgando, sondando con mirada dura 
y perforante la expresión de la bailadora, el enigma 
y el drama de aquella alma. «¿ Por qué, por qué me 
engañó?», preguntábase, y rechinaba los dientes. 

De pronto se abrió la puerta y entró la Pura. Sin 
ver a Paco se acercó al secretario de concha, con- 
vertido en altar ; cambió las velas, que estaban ya 
al consumirse, por otras nuevas, y puso en los va- 
sos algunas flores frescas. Luego se hincó y rezó, 
mirando a la Vii^n extasíada, el rostro iluminado 
como una lámpara, los brazos en cruz. Mil senti- 
mientos tumultuosos y cambiantes embargaban a 
Paco. Apenas daba crédito a lo que sus ojos veían. 
Por instantes pensaba si no era víctima de una alu- 
cinación. De súbito el afilado colmillo del despecho 
y los celos tornó a clavarse en su alma ; el exaltado 
machismo del mozo crudo imperó solo, y cogiendo 
la navaja que, abierta, había dejado el pintor so- 
bre la mesa luego de partir el pan del desayuno, 
se incorporó. La Pura volvióse rápidamente, lanzó 
un grito, y con los brazos abiertos corrió hacia él. 

— ¡Paco, Paco de mis entrañas!... 

Él la rechazó violentamente, y lívido de cólera, 
exclamó : 

— ¡ Pura, mala mujer I... Entre la vida y la muer- 
te juré cortarte la cara, y te la cortó. 

.275 ■ \ 

DigitizedbyVjOOQlC '. 



CARLOS R E Y L E S 

Ella cerró los ojos y esperó sin hacer el menor 
movimiento la puñalada vengadora. Paco, al verla 
así, permaneció con el brazo levantado. 

— ¡ Anda, córtame la cara I—dtjo la bailadora — . 
I Mátame si quieres, para todo tienes derecho ; pero 
no dudes de mi amor ni creas que te engañé, aun- 
que las apariencias me condenen I Te quise siem- 
pre y te quiero. ¡Paco de mi alma!... 

Paco, cogiéndola por ios hombros y sacudiéndo- 
la violentamente, rugió : 

— ¡Embustera, charrana, más que charranal... 

N No te creo ni el bendito. Me engañastes, me vendis- 

tes, me heristes por la espalda alevosamente, como 

un ladrón. Tú solo querías a tu golfo, a tu chulo... 

Ella, cayendo de rodillas y sacudida ¡por hondos 
sollozos, protestó : 

— No, no ; mil veces no. Lk> detestaba y lo detes- 
to. Jamás pensé engañarte ni con él ni con nadie. 
Nunca me tocó ni con el dedo meñique. Toda Se- 
villa lo sabe. Mi anhelo, mi esperanza más grande, 
mi gloria eras tú... 

— Entonces, ¿por qué me distes la puñalaíta tra- 
pera ? ¿ Por qué te fuistes con él, dejándome en el 
suelo mal herido, agonizando?... ¿Ese era tu que- 
rer ? ¡ Gitana, dhula ! Yo debía marcarte el rostro 
para que todo el mundo te conociera ; yo debía de 
darte' de puntapiés y escifpirte en la cara. 

— ¡ Pégame, mátame ! — clamó ella abrazándose a 
las piernas de él — . Si eso es lo que yo deseo. . . No 
he querido salir de Sevilla esperando tu castigo... 

276 



Digitized 



by Google 



EL EMBRUJO DE SEVILLA 

Aquí me tienes pronta a sufrirlo. Muéleme a golpes ; 
mientras lo haces, te diré : te quiero y te quiero, y 
todas las torturas y todas las brasas del infierno no 
me harán decir otra cosa, porque esa es la verdad, 
Paco, aunque parezca mentira, y ahí tienes lo que 
me desespera.,. ¿Cómo comprenderás tú lo que yo 
misma no comprendo? ¿Cómo explicarte lo inex- 
plicable ? — añadió con profundo desaliento—. Pero 
por la gloria de mi madre te juro que no te engañé, 
que no te vendí. Cuando comprendí que ibas a ma* 
tar a un hombre por causa mía, no sé lo que pasó 
por mí : perdí el juicio. Acaso te herí para que no 
matases tú ; acaso en aquel momento dejé de ser 
la Pura que te quería con toda el alma, para ser 
la Pureta de antes. No lo sé, no lo sé, y la Virgen, a 
quien tanto le recé para que te salvara la vida y me 
iluminara, no ha podick> explicármelo. Después de 
aquella noche maldita he vivido muriendo por ti. 
Pregúntaselo a Cuenca : él me ha visto llorar, él 
me ha visto sufrir. Si tú conocieras mis tormentos, 
mis angustias, me perdonarías. Perdóname, Paco, 
o mátame. Sin tu perdón yo no puedo, yo no quiero 
vivir... 

Tenían tanto acento de verdad las palabras de la 
bailadora, que Paco no pudo no creerla. La an- 
gustia de aquel rostro demacrado por la pena, la 
aflicción de aquellos ojos enrojecidos por las lágri- 
mas lo conmovieron. Una piedad inmensa se apo- 
deró de él. Recordó las caricias, los besos de la 
Pura. La vio como hacía algunos instantes, rezan- 

277 



Digitized 



by Google 



CARLOS R E Y L E S 

do por él arrodillada a los pies de la Virgen, y el 
obstruido manantial de la ternura, que le había ins- 
pirado siempre la bailadora, brotó de nuevo. 

— ¡ Puriya ! . . . — exclamó. 

— ¡ Paco de mis entrañas 1— respondió ella incor- 
porándose. 

Y con arranque apasionado, con ímpetu de fieras, 
se abrazaron y confundieron sus besos, que pare- 
cían mordiscos ;. sus lágrimas, que parecían arro- 
yos, sus sollozos, que parecían rugidos. 



Luego, sentada en las rodillas de él, acariciándo- 
lo, le dijo : 

— ^¡ Ay, Paco ! Ahora me parece que respiro ; 
siento que podré vivir. ¡ Qué dicha más grande I 
Saber que me perdonas, saber que me quieres. Me 
iré de Sevilla bendiciéndote, Paco. 

— Pero, qué, ¿te vas a marchar?... 

— Sí, Paco, después de cumplir en Semana San- 
ta el voto que le hice a la Virgen de la Esperanza. 
Le prometí quitarme de en medio, sacrificar mi 
^ amor a tu felicidad sí te salvaba. No te aflijas, Paco 
mío. Créeme, eso es lo mejor. Yo siento que estor- 
bo, que soy una atnenaza para la dicha de todos — y 
con voz quebrada y haciendo esfuerzos inauditos 
para no llorar Continuó : — Yo no puedo ser tu 
mujer, yo no puedo darte urta felicidí^d completa 
como Pastora, que te quiere y no tiene mancha al- 

278 



Digitized 



by Google 



EL EMBRUJO DE SEVILLA 

guna. j Dichosa de ella ! Lo hago por ti, Paco ; lo 
hago por tu hermaniya, lo hago por mí, porque 
ese sacrificio, el más grande que yo podía hacer, 
es lo único que me permitirá vivir sin remordimien- 
tos y mirarme sin asco. Lo único también que me 
asegurará para siempre tu amistad, tu cariño sin 
recámara, todo ternura, como yo lo quería... 

Paco con penft comprendió que la Pura estaba 
en k) cierto, y no trató de disuadirla. Sólo dijo : 

— I Pobre Puriya I ¿ Qué va a ser de ti ? ¿ Cómo 
podré ser yo dichoso siendo tú tan desdichada? 

—Yo seré dichosa a mi manera, sabiendo que me 
quieres, que te acuerdas de mí. Te he hecho tanto 
mal, déjame que te haga algún bien. Mi mayor 
consuelo será saber que eres feliz y que en esa fe- 
licidad tengo yo alguna parte. Pero no me olvides 
del todo, Paco ; escríbeme a menudo. Cuéntame lo 
que haces. Y si no eres dichoso, dímelo; aunque 
esté en el fin del mundo, vendré volando. Y aho- 
ra, abrázame por última vez, bien fuerte, Paco... 

— ¡ Puriya, Puriya 1 . . . 

Y volvieron a abrazarse y a mezclar sus lágri- 
mas, esta vez infinitamente tristes, infinitamente 
dulces. 

Covacha anunció que el almuerzo estaba Servi- 
do. La Pura se fué. Paco quedó solo y como pe- 
trificado en medio de la estancia. Pocos minutos 
después entró Cuenca, que había encontrado a la 
bailadora en el portal. 

— Has hecho bien en perdonar, Paco — le dijo 
279 



Digitized 



by Google 



CARLOS R E Y L E S 

poniéndole la& manos sdbre los hombros — , yo te 
juro que esa mujer ds digna de tu cariño y de tu 
consideración. Nunca ixidrás imaginarte lo que ha 
sufrido, lo que ha llorado por ti. — ^Y precipitada- 
mente le refirió la confalón que la Pura le había 
hecha y las angustias y kw tormentos que él le 
había visto sufrir. 

Hablaban cogidos del brazo y paseándose lenta- 
mente por la estancia. De pronto Paco se d^«vo, 
y mirando a sü amigo con dulzura, y firmeza a la 
vez, le dijo : 

— Dime la verdad. Jarete ; tú la quieres, ¿ no es 
cierto ? 

Cuenca reflexionó. Nunca se había hecho, nun- 
ca había querido hacerse semejante pregunta. Ce- 
rrando los ojos, contestó : 
^ — Sí, Paco, la quiero. La quería sin saberlo y 
sin esperar nada. 

—¿Y ella?... 

— Ella te quiere a ti — agregó el pintor con un 
dejo de melancolía, pero resueltamente. 

Paco consideró algunos instantes aquel rostro 
donde se leía la tristeza del hombre que no había 
sido amado jamás, y meneando la cabeza, mur- 
muró : 

— ¡ Pobre Puriyá 1 ¡ Pobre Jarete 1... 

Oprimiéndose ambos el brazo, como consolán- 
dose mutuamente, salieron del taller, subieron la 
escalera y entraron al comedor, donde los espera- 
ban ya sentados y rebosando alegría' Pastora, Ro- 



Digitized 



byGoogls 



EL EMBRU ]^0 DE SEVILLA 

sarito y Míguez, tres sonrisas blancas, tres pares 
de ojos lucientes como húmedos borrones de negra 
tinta. 

— Trae usted cara de haberla corrido, Cuenca 
— exclamó Rosarito — . ¿Cuándo sentaremos el 
juicio? 

— El día del juicio final — respondió el pintor 
riendo — . Luego, observando que los novios se mi- 
raban y sonreían amorosamente, sirvióse un vaso 
de vino y lo apuró hasta la última gota. 



Digitized 



by Google 



Digitized 



by Google 



XIV 



Alas tres semanas de estar Paco en el cortijo 
dé D. Antonio empezó a tomar parte a ca- 
ballo en las faenas camperas y a capotear las va- 
quillas que se tentaban. Como toreaba muy para- 
do, lo hacía sin fatigarse. Salero, el Templaíto y 
tres peones más que habían venido expresamente 
jJara el caso corrían las becerras. Alegre y Tabar- 
dillo las picaban, estando al quite Paco y Pepe. 
Cuando salía alguna de aquéllas muy brava y re- 
voltosa, Paco cogía la muleta y el estoque, se iba 
a la cara de la bestia y se apoderaba de ella con 
algunos pases tan ceñidos y de tanto castigo, que 
la dejabsin jadeando y como clavada en el suelo. 
Luego, sin quitarse el puro de la boca, simulaba 
repetidas veces la suerte suprema, ya recibiendo, 
ya al volapié, vaciando con. grande limpieza y 
acostándose literalmente sobre los morrillos para 
señalar, con la mano abierta, el sitio de la hipoté- 

283 



Digitized 



by Google 



CARLOS R E Y L E S 

tica estocada. No se adornaba toreando* Sus acti- 
tudes eran sobrias y naturalmente escultóricas. Las 
vaquillas no lo trompicaban jamás ; pero a fuerza 
de paranrles solían rozarlo al pasar, dejándole la 
blanca y ajustada blusilla llena de largos pelos. 
Aun tratándose de animales casi inofensivos y con 
los cuales él jugaba, el toreo de Paco emocionaba 
por aquella manera genuinamente suya de aguan- 
tar las embestidas, pisar siempre el terreno de las 
reses, pegarse a ellas y llevarlas muy despacio en 
los pliegues de la muleta o del capote. Los otros 
diestros, que no podían torear sino abriéndose mu- 
cho de piernas y moviéndose, abriendo el compás, 
como decían los revisteros, se miraban y sonreían. 
Las que no sonreían eran Pastora y Rosarito ; ge- 
neralmente, estaban con el Jesús en la boca. 

— No hagas locuras, Paco; mira que nos estás 
poniendo muy nerviosas — ^le gritaba su hermana 
desde el palquillo que lucía la plazuela, y donde 
el ganadero, acompañado del aperador, tomaba no- 
tas gravemente, mientras las dos mozas aplaudían 
a los lidiadores, preparaban la merienda y repar- 
tían cañas de vino. De tiempo en tiempo Paco y 
Pepe subían al palquillo y descansaban, charlan- 
do un rato con su^ novias. Al terminar la faena, 
cosa que se hacía antes de la entrada del sol, a 
fin de que la noche no cogiera al ganado sudoro- 
so, ellas mismas les ayudaban a poner los curru- 
tacos chaquetones, les ataban un pañuelo de seda 
al cuello, y, colgadas del brazo de los mozos, re- 

284 



Digitized 



by Google 



E L E M BRUJO DE SEVILLA 

gresaban al caserío, amorosas y cordiales como dos 
recién casadas. Y la más extremosa era Pastora, 
y lo era natural y llanamente, sin ninguna especie 
de coquetería. Mostrábase ahora tan amante y ren- 
dida cuanto antes soberbiosa. Paco comprendía 
que había dicho verdad cuando le aseguró: «Ya 
no tengo voluntad propia ; seré lo que tú quieras. 
Me gustaría perderme por ti.n Este incondicional 
rendimiento lo enternecía y enamoraba cada vez 
más, a pesar del recuei:do vivo y constante de la 
Pura. De tiempo en tiempo sentía una punzada 
en el corazón y el nombre de la bailadora le .atra- 
vesaba la memoria como una flecha* Por las no- 
ches, solo en la alcoba, pensaba en ella mientras 
se desnudaba, y sus ojos se ensombrecían. 

— ¡Pobre Puriyal... ¡No podía ser !.. .—excla- 
maba al apagar la luz. 



Los trabajos de la dehesa, fuesen a caballo o a 
pie, resultaban para todos animadísima diversión. 
De mañanita salían al campo con los mansos por 
delante para apartar y traer al son de los cencerros 
y las zumbas el ganado que iba a tentarse por la 
tarde. Eton Antonio, Tabardillo y Alegre, garro- 
cha al hombro, marchaban adelante, y los novios, 
por parejas y en amoroso coloquio, detrás. Pasto- 
ra y Rosarito vestían pollera de amazona, chaque- 
ta corta y sombrero cordobés. Paco y Pepe, lujosa 



Digitized 



by Google 



CARLOS R E Y L E S 

vestimenta de campo. A poco el sol aparecía por 
detrás de un monte, entibiaba el aire, doraba las 
praderas y ponía anchas pinceladas de luz en los 
olivares y caseríos lejanos y como embutidos en el 
"horizonte. La paz campesina y la frescura matinal 
llenaban el ánimo de íntimo gozo ; la húmeda hierba 
despedía suave y penetrante aroma; los pájaros, 
gorjeando, ctescribían en el aire enredadas curvas. 
De pronto, una liebre salía disparada de entre las 
patas de los caballos ; los galgos y los novios echa- 
ban a correr detrás de ella. I>on Antonio y los pi- 
cadores se detenían y hacían comentarios. ((¿ A que 
se les va ? ¿ A que no ? ¡ Vaya una liebre con pier- 
nas I Ya está con ella el Canelo. Se le fué. ¡ Mi- 
ren ustedes como le entra la Negral,.. Otra vuel- 
tecita. ¡ Qué bien le ha salido Rosario al cruce I 
]Vaya una niña metiendo espuelas!... Ya están 
los perros encima. ¡Ahora, ahora 1...» Luego oíase 
distinto el cuae-ctuie de la liebre atrapada, y a 
poco volvían los jinetes a galope tendido, trayén- 
dola en alto como un trofeo, todavía viva y pata- 
leando. 

Una o dos veces por semana venía Cuenca al 
cortijo. Su verba amenizaba las comidas, las vela- 
das y las faenas camperas. Era un excelente garro- 
chista; pero en el redondel no salía de los burla- 
deros. Cuando más, a toro pasao, tiraba un capo- 
tazo, y adornándose volvía a su rincón, lo cual 
hacía prorrumpir a todos en gozosas risas, dichos 
y puyas. Paco tenía largos apartes con él, y en- 



Digitized 



by Google 



ML EMBRUJO DE SEVILLA 

tonces hablaban de la Pura. Ésta, después de la 
ultima entrevista con Paco, mostróse resignada, 
pero triste, y siguió componiendo sus bailes y en- 
cendiéndole velas a la virgencita de Cano. Luego 
le salió una contrata para un teatro de novedades 
de Madrid, y allá se fué «a matar bailando l^s ^ 
peniyas negras». La Prensa ^laudía unánime su 
arte sabroso y original, y observaba que los zuños 
<ie lo gitano y lo flamenco pasaban con la baila- 
<k)ra de Triana del tablao si escenario, y consti- 
tuían un género nuevo de peregrina sugestión. En 
las cartas que la Pura le escribía a Cuenca le ha- 
blaba sólo de sus triunfos teatrales y de Paco. «No 
le diga usted — le rogaba en la última — que estoy 
triste, porque se apenaría, y yo quiero que sea di- 
choso; pero dígale que me conserve su cariño, 
porque es mi único consuelo. En los primeros días 
de marao volveré a Sevilla ; después me iré por 
esos mundos de Dios bailando y llorando. Nunca, 
turnea lo podré olvidar. Yo no sabía, Cuenca, lo 
que eran las penas del querer fino ; pero esas peni- 
yas que me consumen no las cambiaría yo por to- 
dos los goces de este mundo. Sufrir por el hombre 
que se quiere es una felicidad que no tiene compa- 
ración.» 



Terminada la tienta de las vaquillas, dio co- 
mienzo el acoso y tienta de los becerros a campo 
abierto. Vinieron algunos amigos de «La Garro- 

j«7 



Digitized 



by Google 



CARLOS R E Y L E S 

cha» ; la casa se IWhó de gente ; desde la mañana 
a la noche reinaba en el cortijo extraordinaria ani- 
mación. Se oían de continuo risas y voces en Jos 
corredores y piafap<le caballos sobre las redondas 
^piedras del patio.i Los jinetes de historiados sa- 
l jones y mantas de ancho ñeco sobre el arsón de 
las sillas vaqueras iban y venían por los cerrados- 
ai galope de las jacas, má$ pintureras aún que sus 
ramos. Cada hombre era un cromo, cada grupo un 
^^[^^uadrojTodo era contento, juego, gozo en aquel 
trabajo, excepción hecha áe la faena de los pica- 
dores, que al tentar los bec^s de poder solían 
recibir algún rudo porrazo. Los garrochistas apar^ 
taban corriendo los toretes del ganado, los derriba- 
ban en medio de la carrera, empujánctolos diestra- 
mente con la garrocha puesta en el nacimiento de 
la cola, y los entretenían hasta que llegaban Ale- 
gre y Tabardillo para tentarles el pelo con do3 o 
tres puyazos. Según la codicia con que los toma- 
ban eran declarados los becerros aptos para la li- 
dia o condenados a ser bueyes. El ganadero hacía 
en un cuaderno pequefíito sus anotaciones y seguía 
el acoso. Por las mañanas corría el aguardiente; 
por las noches, el vino. 

En la dehesa de Paco la tienta se hizo más es- 
crupulosa y prolijamente todavía. Los becerros que 
no tomaban cuatro varas por lo menos eran desecha- 
dos. A las vaquillas también quiso someterlas 
a la prueba del palo, y a ciertas vacas de bravura 
dudosa las volvió a capotear, condenando como 



Digitized 



by Google 



EL EMBRUJO DE SEVILLA 

mansas muchas que otros ganacteros hubieran teni* 
dor por buenas. 

— Paco, vas a tener una ganadería superior — ^le 
decía D. Antonio — ; pero carita te va a costar. 

— Tengo que acreditar mi hierro, don Antonio 
— respondía Paco dando verónicas y largas — . Lue- 
go vendrán las tientas de manga ancha y el farné. 

Algunos días antes del Domingo de Ramos re- 
gresaron todos a Sevilla. En la capital andaluza 
sólo se hablaba de la Semana Santa y de la feria, 
de los Pasos que saldrían en las procesiones y de los 
toros que se correrían en la Plaza, del itinerario de 
las Cofradías y del orden y los carteles de las corri- 
das. Se hablaba mucho también de las bodas de 
Paco y Pastora, de Pepe y Rosarito, y de la pábli- 1^ 
ca penitencia que haría la Pura. Por la calle de las 
Sierpes se vendían el «Programa de las fiestas pri- 
maverales» y la «Colección de saetas» que cantaría 
ese año la Niña de la Cava. Detrás de las grandes 
vidrieras de los clubs, los cafés y las peluquerías de 
la famosa calle, repantigados en muelles sillones, 
viendo pasar la gente, los buenos sevillanos discu- 
tían las medidas adoptadas por las autoridades y 
las Cofradías para asegurar el éxito y esplendor 
de las fiestas. Esto del esplendor de las fiestas pre- 
ocupaba seriamente a chicos y a grandes. Todos, 
c^da cual en lo suyo, querían contribuir a ello. En 
las iglesias, mil manos prolijas componían, redora- 
ban y ornamentaban las andas, las historiadas faro- 
las y los palios de los Pasos. Las camareras de las 

389 

C. Retlfp: El embrujo de Sevilla. 19 

Digitized by VjOOQ IC 



CARLOS R E Y L E S 

Imágenes limpiaban amorosamente los mantos ma- 
ravillososy los finos encajes y las estupendas joyas 
que aquéllas habían de lucir. Cada Cofradía y cada 
Hermandad se esforzaba por ser la primera en im* 
portancia y pompa. Los hoteleros, los comercian- 
tes y los empresarios de toda suerte de espectácu- 
los trabajaban también por su lado. Las iglesias 
se vestían de gala, los escaparates ostentaban los 
mejores artículos de las tiendas, las gentes saca- 
ban del fondo del baúl los trapitos de cristianar. 
En el prado de San Sebastián se elevaban a toda 
prisa las alegres casetas y los teatruchos de la pró^ 
xima feria, de la semana de jolgorio que había de 
seguir a la Semana Santa, y que era como cúpula 
y remate de ésta. Por el pa$eo de las Delicias em- 
pezaban a verse, ejercitándose, los caballistas ja- 
carandosos, las manólas y los coches de tres, cuatro 
y hasta cinco caballos enjaezados a la jerezana, con 
cochero y lacayo de ancho, chaquetilla corta, faja 
de color vivo y polainas de flecos ; los lujosqf equi- 
pos, en fin, que lucirían los aristócratas, los gana^ 
deros y los agricultores adinerados en los desfiles 
de la feria o camino de la Plaza. Los patios, los 
balcones, las ventanas, florecían. Aparecían los 
cordobeses y los ternos flamantes, las mantillas ne- 
gras y las peinas de concha. Los hoteles estaban 
\ llenos. Caravanas de forasteros recorrían las calles 
y visitaban las iglesias, los museos, los jardines, 
los cafés de cante y baile, embriagándose poco a 
poco con los filtros de la ciudad bruja, hasta adop- 

3^ 



Digitized 



by Google 



EL EMBRUJO DE SEVILLA 

tar las posturas y los desplantes andaluces» Las inr 
¿lesas adquirían mantones de Manila, y los ingle- 
ses navajas de pico de pájaro. EvooQuáocas leyen- 
das, sugestivas tradiciones, efluvios de las grande- 
zas pretéritas y misteriosas ansias de vivir y gozar 
caldeaban el ambiente. Sonaban los nombres ád Ve- 
lázquez, Murillo, Zurbarán, Ribera, Colón, María 
de Padilla. Los muertos resucitaban y enfervori- 
zaban a los vivos. El hálito (te Santa Teresa y de 
Don Juan, el alma de los hidalgos,, los santos y los 
picaros transcendía de los sepulcros y se derrama- 
ba por las ruaSf cuna de muchas glorias, y donde 
se encontraban, según los sevillanos, las raíces de 
la majeza y del salero. ^ 

Y llegó el Domingo de Ramos, y empezaron por 
la tarde las procesiones. Venían de sus iglesias y 
parroquias al son lúgubre de los tambores, pasaban 
por la Campana, recorrían la calle de las Sierpes 
e iban a hacer estación a la Catedral. A lo largo y 
cada lado de esta calle se habían dispuesto hileras 
de sillas, que ocupaÉ)an, por dos pesetas, los curio- 
sos regalones, a fin de ver sin apreturas el desfile 
de los Pasos resplandecientes dé luces, oros y jo- 
yas, y resguardados por delante y por detrás de 
tina doble fila de nazarenos de túnicas, capas y an* 
tifaces blancos, celestes, morados, negros. Estosr té- 
tricos enmascarados Iteraban en la diestra enguan- 
tada un grueso blandón encendido y avanzaban so- 
lemnemente chorreando cera. De tiempo en tiem- 
po, los Pasos se detenían, no tanto para c|ue des- 



Digitized 



by Google 



CARLOS R E Y L E S 

cansasen los invisibles gallegas que a lomo los lle- 
vaban, sino para permitir a los espec^dores que 
admiraran las estupendas esculturas de Montañés, 
Roldan, Ordóñez ; la rique^rai de las peanas y los pa- 
lios, el bordado magnífico de las túnicas, los vesti- 
dos y los mantos cte las divinas Imágenes, y en- 
tonces de las ventanas y los balcones, llenos de gen- 
te, y que parecían negros enjambres humanos so- 
bre la albura de los muros encalados, partían como 
ñechas líricas vibrando en el aire las saetas, ese 
canto extraño y tenebroso que es un grito desga- 
rrador en la noche obscura del alma, un prolongado 
lamento que se descompone en sollozos y remata 
en arpegios y trinos. 



— Lo encuentro a usted triste, Cuenca — dijo la 
Pura sentándose en una de las dos sillas que habían 
alquilado en la Campana. 

Era el mejor sitio para ver las procesiones y oír 
cantar buenas saetas. Todos los años los cafeteros 
de aquel lugar, a fin de atraer al público, contrata- 
ban a las mejores cantadoras. Los Pasos se detenían 
expresamente bajo los balcones en que ellas esta- 
ban, para que, mirándolos enfiebrecidas, les canta- 
sen, Y la emoción religiosa, que a veces no acerta- 
ban a producir las Imágenes, la suscitaban las sae^ 
tas, sobre todo después de haber tomado los carac- 
terísticos perfiles del cante hondo, tan hecho para 

29a 



Digitized 



by Google 



EL EMBRUJO DE SEVILLA 

expresar el sentimiento andaluz. Eran saetas gar- 
gánteas, cante hondo, por lo tanto, retorcido y an- 
gustioso como las seguiriyas gitanas. Con aquel re- 
vulsivo emocional, el espectáculo religioso de carna- 
valesco tornábase trágico. Todos sentían, si no la 
tragedia del Gólgota, la tragedia del vivir ; si no la 
Pasión de Jesús, la propia Pasión. 

— No estoy triste, Pura — respondió Cuenca — ; 
pero le diré a usted : la Semana Santa, los Pasos, 
las ceremonias religiosas, los nazarenos, la fe de 
los humildes, y sobre todo las saetas, revu^en en 
mi alma muchas cosas y me llenan de pensamien- 
tos graves. La irresistible inclinación de este pue- 
blo a convertir en espectáculo lo mismo su alegría 
que su amargura, y solazarse con cualquiera de 
las dos, explican nuestras costumbres y me mueve ^ 
a considerarlo como un colega, como un artista 
que se recrea con los engendros de su fantasía. Las 
procesiones, las corridas de toros, los tablaos, son^ 
sus obras de arte ; es decir, los cuajos, los cristales 
puros de su gozo y de su pena. El pueblo no cree 
en los dogmas de la Iglesia sino de cierto modo ; 
pero cree a pies juntos en los dogmas de su Cofra- 
día, y se enorgullece como si de él fueran, de la ri- 
queza, el poder y el esplendor de aquélla. No cree 
en Cristo ni en la Virgen ; pero cree en su Cristo y 
en su Virgen. Sin duda muchos de esos nazarenos 
que van ahí piensan algo semejante a lo que yo pien- 
so cuando salgo detrás de Nuestro Padre Jesús del 
Gran Poder. No soy creyente ; pero voy con mi vela 

293 

Digitized by VjOOQ IC 



CARLOSREYLES 

en la mano muy grave, porque así declaro mi amor 
a lo nuestro y mi acuerdo, no con la religión de mis 
paisanos, sino con las aspiraciones superiores y las 
energias espirituales de que toda devoción, de que 
todo fervor es un símbolo. En lo que algunos obser- 
vadores superficiales llaman carnaval religioso hay 
mucha religión verdadera. Hasta los que se embria- 
gan o cotvtn juer guitas sordas en estos días de due- 
lo practican un culto y ejecutan actos de contri- 
ción... a su manera. El vicio, la sensualidad misma 
en elloi es comunión... 

Por la mañana y durante las primeras horas de 
la tarde habían recorrido algunos templos y exami- 
nado de cerca los Pasos que iban a salir. El pintor 
explicaba, la bailadora lo oía con el mismo interés 
de siempre, y a veces le hacía preguntas que en 
otra hubieran parecido estúpidas y que en boca de 
ella resultaban graciosísimas. Estaba más pálida y 
ojerosa. Los ojos apagados delataban la pena que 
roe y roe sin cesar. Vestida de negro, con mantilla 
de encaje y peina, parecía más fina y esbelta. Los 
hombres en las iglesias dejaban de mirar las Imáge- 
nes y la contemplaban absortos ; al atravesar las 
calles, los nazarenos inclinaban sobre ella el pun- 
tiagudo capirote y le echaban flores, mitad profa- 
nas, mitad religiosas. 

— Mire usted la Virgen de la Hiniesta qué bonita 
y espléndida viene — exclamó la Pura — . Es de Mon- 
tañés, ¿verdad? 

— Eso dicen. La primitiva, según cuenta Gk)n- 

2^ 



Digitized 



by Google 



EL EMBRUJO DE SEVILLA 

zalo Argote de Molina, gran aficionado a toros 
e historiador curioso, fué encontrada por un mari- 
nero a orillas del mar, medio oculta entre unas hier- 
bas que llaman iniesta, y la trajo a la iglesia, don- 
de se venera todavía, y puso en el altar de San Se- 
bastián. Cierto caballero la quiso para la capilla 
que tenía en el mismo templo, y allí la colocaron ; 
pero la Imagen milagrosamente se volvía adonde 
antes la habían puesto, y donde al fin, respetando 
su manifiesta voluntad, la dejaron. Fué la única 
Virgen que volvió a Sevilla entre las muchas que 
se llevaron los agarenos, y por eso la ciudad la 
eligió por Pátrona. 

— Mírela usted bien, Cuenca. ¡ Quién sabe cuándo 
la volveremos a veri 

El pintor pensaba efectuar en París una exposi- 
ción de sus obras, y había concertado, con la Pura 
partir juntos después de las corridas de feria. La 
bailadora trabajaría en el teatro Olympia de la mis- 
ma ciudad durante los meses de mayo y junio. Allí 
se proponía estrenar los bailes de su invención : la 
Seguiriya, la Saeta, la Malagueña, la Soleá, bajo 
la dirección artística de Cuenca, que estaba con- 
cluyendo de pintar las decoraciones y pensaba ob- 
tener con ellas un éxito mayúsculo. Él también la 
había ayudado a componer la acción y el aparato 
escénico de los números, que resultarían sabrosos 
y vivientes cuadros. La fiebre de las aventuras ar- 
tísticas a que se iban a lanzar anestesiaba las tris- 
tezas de la partida. Después de la temporada de 

295 

Digitized by VjOOQ IC 



CARLOS R E Y L E S 

París, la Pura marcharía a Norteamérica, y Cuen- 
ca, a Italia, donde tenía el propósito de residir dos 
o tres años. 

— Sí, quién sabe cuándo volveremos a ver juntos 
otra Semana Santa ; quizá nunca. 

— ¿ Por qué dice usted eso, Cuenca ? Aquí nos 
encontraremos algún día. Yo pienso volver siem- 
pre que pueda. Para eso hice mi casita. Quiero mo- 
rir en mi tierra. ¿ Usted no ? 

— Digo... yo también ; pero cuando nos veamos, 
después de una larga reparación, no seremos los 
mismos. Usted será otra y otro yo. Los momentos 
de goce íntimo o angustia y dolor que nos hicieron 
vibrar juntos y nos hermanaron no se repetirán. 
'Pero yo le juro. que siempre la tendré tan presente 
en mi espíritu como ahora. Usted no puede imagi- 
narse lo que representa para mí. Usted es para mí 
Sevilla, el símbolo vivo de las mieles, las sales y 
las hieles de esta tierra bendita. No podré pensar 
en ella sin pensar en usted. 

V — Yo no variaré, Cuenca — aseguró la bailadora 
gravemente — . No tema usted que varíe. De cerca 
o de lejos, seré su amiga, una amiga de chipén. 
Más que descastada y perra sería si olvidase los 
favores que le debo, y que, gracias a usted, vivo 
y soy un poco mejor de lo que era. Por otra parte, 
Cuenca, yo necesito de su amistad, necesito su apo- 
yo como mujer y como artista. Usted no me lo 
negará nunca, ¿verdad? Me he habituado a oír 
sus palabras, a seguir sus consejos, y sin eso no 

296 



Digitized 



by Google 



EL EMBRUJO DE SEVILLA 

sabría dar un pasito en la vida. Paco prometió es- 
cribirme, y lo hará, estoy segura. Lo que Iha pasa- 
do entre los dos no se puede olvidar, no lo olvi- 
dará ; pero no necesita de mi cariño para ser dicho- 
so, y a la larga... Usted, Cuenca, es otra cosa. Vive 
tan solo y desamparado como yo. No tiene árbol 
que le dé sombra. Somos astillas del mismo palo, 
somos hermaniyos en el aquel de pasar las moras, 
y me da el corazón que puedo serle útil, que me 
necesita usted una miajiya. ¿Me equivoco? 

Pasaba el Santísimo Cristo del Amor. Sus luces 
le ponían como una gualda aureola al rostro fran- 
ciscano de Cuenca. Con los ojos fijos en la bellí- 
sima talla de Montañés, contestó : 

— No, Pura, no se equivoca usted. Su cariño es 
el bien más precioso que yo poseo en el mundo. 
Fuera de usted, nadie me quiso con ternura. A las 
mujeres no les inspiré amor ni amistad verdadera. 
Figúrese usted si me será cara la suya. ¡ El arte es 
un gran consuelo, pero no basta. Es tan triste no 
tener quien se interese amorosamente por lo que 
uno hace !... A veces yo lo sentía, sentía mi soledad 
y desamparo, y me daban ímpetus de arrojar al 
suelo los pinceles. Desde que la conozco a usted 
trabajo con más g^sto. Aunque no la volviera a 
ver más, la pintaría siempre. Usted, que es una 
seg^iriya, será mi musa, y, si lo quiere, mi amiga, 
mi única amiga. No pretendo más. Sólo los feos 
— añadió volviendo los ojos hacia ella y sonriéndo- 
le tristemente — comprendemos y somos capaces de 

297 



Digitized 



by Google 



CARLOS R E Y L E S 

la amistad pura. Seremos amigos ; pero amigos de 
una vez : en las altas y en las bajas, de cerca o de 
lejos. Y ahora, si le parece, nos iremos a esa taber- 
na de enfrente y nos daremos dos latigogos con grar- 
cia fina... para sellar d pacto. 

— I Vamos andando, astiyitas del mismo palo, 
hermaniyos de áticas t... — ^respondió la bailadora in- 
corporándose, mientras que el pintor, echando a 
andar, se repetía, sin saber por qué, la frase de 
Paco: «¡Pobre Jarete! ¡Pobre Puriya!...» 



Digitized 



by Google 



XV 



DESDE el lunes hasta el jueves de madrugada si* 
guieron sin fatiga visitando iglesias, viendo 
procesiones y oyendo cantar. Tabardillo, a quien la 
afición a las antigüedades y el Arte le hacía gustar 
la charla erudita de Cuenca, los acompañaba y en- 
tretenía, porque, como buen sevillano, era picote- 
ro y retozón. Los tres juntos recorrían las calles, 
situándose en los puntos más estratégicos para ver 
el desfile de los Pasos, que conocían hasta en sus 
más ínfimos detalles, y oír a los astros de la saeta, 
que cantaban, generalmente, desde los balcones, 
mientras los novicios, jaleados por los amigos, se 
desgaflitaban en las esquinas, no tanto por devoción, 
sino para mostrar su estilo y facultades y hacerse 
conocer. Cuando pasó la Virgen del Refugio, de la 
parroquia de San Bernardo, donde se bautizaron 
tantos toreros, y que era la suya, Tabarda no pudo 
contenerse, y colocándose frente a frente de la Ima- 

299 

Digitized by VjOOQ IC 



CARLOS R E Y L E S 

gen, y mirándola arrobado, intentó cantarle. Pero 
por más esfuerzos que hizo no le salía la voz sino 
en forma de vagido apenas audible, lo cual no fué 
parte a impedir que continuase gesticulando y ac- 
cionando con brío hasta rematar su copla. Algo 
corrido y amostazado, se volvió hacia sus compañe- 
ros, diciéndoles con verdadero pesar : 

— Na, que no pue ser. Se acabaron pa mí las 
saetas. El mardito porrazo que llevé cuando le volví 
el palo al mig^eño me ha dejao estroncao y farto 
de respiración. 

— La voz es como la pintura, Tabarda — le dijo 
Cuenca para consolarlo — : a veces, sale, y otras 
veces no sale. 

— El baile, lo mismo — ^agregó la Pura a)n el 
mismo intento. 

Pero el picador siguió todo el día mohíno y ape- 
sadumbrado. 

Al despedirse esa noche de sus amigos, les dijo 
la bailadora : 

— Hoy no saldré^ quiero descansar, recogerme 
y tener un palique con la virgencita de Cano antes 
de cumplir la promesa que le hice a la Esperanza 
de Triana. 

Y llegó la madrugada del Viernes Santo, la ma- 
drugada en que la enK)ción religiosa de Sevilla 
llega al colmo. Los clubs y los cafés estaban 
abiertos; las tabernas y las botillería^ también. 
Numerosa muchedumbre deambulaba por las calles 
e iba concentrándose en la plaza de San Francisco 

300 

Digitized by VjOOQ IC 



EL EMBRUJO DE SEVILLA 

y en la Campana, o frente a los templos de donde 
saldrían las famosas procesiones nocturnas, las más 
impresionante3. Al sonar las dos de la mañana, las 
pesadas puertas de 1^ iglesia de San Lorenzo se 
abrieron de par en par, y la apiñada multitud que 
llenaba la obscura plazuela, el ánimo suspenso, 
contenida la respiración, afiebrados los ojos, hun- 
dió las miradas en las tinieblas del templo, fondo 
misterioso sobre el que se destacaban como fúlgidas 
apariciones en sus peanas de oro, plata y luz el 
Cristo del Gran Poder y la Virgen del Mayor Do- 
lor y Traspaso. Las luces de los cirios parecían 
rutilantes estrellas ; las llamas de los blandones, es- 
píritus que vagaban en las sombras. En medio de 
un silencio solemne, de un silencio preñado de an- 
siedad, empezaron a salir los negros encapuchados 
de dos en dos, el blandón de cera roja en la diestra 
enguantada, la cola de la túnica recogida sobre el 
brazo izquierdo, el paso majestuoso, el continente 
señoril. La mayoría iban desnudos de pies, otros 
con medias negras solamente, los menos con zapa- 
to de cuero y hebilla de plata, y avanzaban llevando 
cada uno en su blandón encendido así como la 
llama lívida y sutil de un fuego fatuo. Cuando el 
Redentor, conducido por invisibles Atlas, apareció, 
imponente y trágico, en la puerta de la iglesia, una 
doble hilera de fuegos fatuos, de espíritus, de almas 
en pena trazaba a lo largo de la calle dos fantás- 
ticas rayas de luz. Y partió la primera saeta, y lue- 
go otra, y otras, convirtiéndose la negra plazuela 



301 



Digitized 



by Google 



CARLOS R E Y L E S 

en un torneo de trinos, en una jaula de ruiseñores, 
canarios y alondras. Los bordoneos de las voces 
graves ^e confundían con los arpegios de las agi- 
das. El Paso, recogiendo las líricas ofrendas y el 
tributo de las miradas extáticas, atravesó la plazue- 
la seguido de un pelotón de viejas y mujeres del 
pueblo con vdas encendidas. Etetrás de ellas, en ac- 
titud sumisa y en hilera, avanzaban, descalzos y 
vistiendo negros ropones. Pastora y Rosarito, Paco 
y Míguez. Cumplían el voto que las dos mozas y 
Pepe le habían hecho al Señor del Gran Poder al 
pedirle por la vida de Paco, y al que éste se aso- 
ciaba en señal de gratitud. El pueblo los reconoció 
y se descubría ante ellos como cuando pasaban las 
Imágenes. La humillación de la riqueza, la cele- 
bridad y la hermosura, ante el Dios de los pobres, 
cargado con los pecados de todos, lo electrizaba 
y conmovía. El abatimiento del ídolo popular 
principalmente, humedecía los ojos y hacía palpi- 
tar los corazones. Los murmullos de asentimiento 
y admiración alternaban con las saetas. 

— Así, así — exclamaba una mujer con las ma- 
nos tendidas hacia ellos — ; los ricos edificando con 
su piedad a los pobres; los grandes de la tierra 
sufriendo lo mesmo que nosotros. ^ Ábreles los 
brazos, Señor del Gran Poder! 

— Las caras de las nifías parecen hostias, sus 
pies, nardos — le dijo el pintor a Tabardillo al ver- 
los pasar, y los dos se descubrieron respetuosa- 
mente. 

302 

Digitized by VjOOQ IC 



EL EMBRUJO DE SEVILLA 

— Por chef as o por nefas, el mataor se lleva las 
parmas-*-observó en voz baja Tabardillo — . Vea 
usted cómo lo mira la gente. 

— Es el prestigio de la coleta. 

Pastora y Rosarito iban en el medio, Paco y 
Pepe a los costados, y los cuatro caminaban con 
las miradas fijas en las potencias luminosas del 
Señor. Y siguieron desfilando los fantasmas de pun* 
tiagudos capirotes y ojos misteriosos, hasta que 
a su vez, deslumbrante de luces, perlas, oros y 
preciosa piedreria, atravesó la plaza y se detuvo 
en la calle la Virgen del Mayor Dolor. El cuello, 
que se doblaba bajo el peso de la estupenda coro- 
na, el pecho, las manos y hasta parte del vestido 
de 1^ Divina Señora aparecían cubiertos de sartas 
de perlas, collares de diamantes, cruces de esme- 
raldas, zafiros y rubíes*; sortijas, prendedores y 
dijes. Los terciopelos y las telas riquísimas des- 
aparecían bajo los bordados de oro, y los borda- 
dos de oro bajo las refulgentes alhajas; y aquel 
lujo profano, aquel alarde de asiática riqueza, le- 
jos de ensombrecer suspendía a la muchedumbre, 
que admiraba más que el rostro, el boato y el 
rumbo de la Virgen. Toda ella parecía una joya 
en el estuche suntuoso del palio. Y tornaron a 
oírse los arpegios, los trinos y los gorjeos fundi- 
dos en rítmica algarabía. Los dardos sonoros par- 
tían de todas partes. Algunas personas que no po- 
dían cantarle a la Imagen, le hablaban. Parado en 
el borde de la* acera con una botella de Cazalla 

303 

Digitized by VjOOQ IC 



CARLOS R E Y L E S 

colgada del cuello, un chulillo escandaloso, que 
apenas podía sostenerse en pie, la contemplaba 
sonriendo como un serafín. De su boca procaz 
brotaban palabras dulces ; de sus ojos revueltos 
miradas ternísimas. Gorrilla en mano, ajeno a lo 
que pasaba a su alrededor, le decía : 

— j Qué . saeta te cantaría ahora mismo, maresita 
mía, si no estuviese curda!.., ¡Y qué requeteboni- 
ta vas, lucerito del alba, pimpoyo der cielo, rosa 
der Paraíso!... ¡Yo no pueo ofrecerte más que 
mi jumera, pero a güeña voluntad no me la gana 
ni el mismo Dio. ¡Por eso la cogí gorda, pero 
gorda I Cada uno hace lo que pue, ¿ verdad, rei- 
na der mundo? Hasta que vuelvas a salir el año 
que viene no lo cataré. ¡ Por la devoción que te 
tengo, no me esampares, maresita der alma, ma- 
resita mía I... 

La Virgen se alejaba, y él seguía hablándole 
y saludándola con la gorrilla. tos primeros na- 
zarenos estaban ya en La Campana y todavía las 
tinieblas de la iglesia seguían pariendo encapu- 
chados, como si en su negra matriz se engendra- 
sen. Al fin, la plaza quedó desierta, el templo 
sombrío y silencioso. La claridad lechosa de la 
luáa se dejaba caer sobre los techados, como una 
"lluvia de algodón. Extinguíanse las vibraciones de 
las saetas. Algo se apagaba, algo moría en el am- 
bientei Algunas casas se fundían en la sombra; 
otras parecían enharinadas, como el rostro de un 
clown. 



304 



Digitized 



by Google 



EL EMBRUJO DE SEVILLA 

Cortando camino por callejuelas estrechas y 
tortuosas, el pintor y Tabardillo se dirigieron al 
«Pasaje de Oriente», a fin de reconfortarse con 
una suculenta jicara de chocolate, antes de tornar 
a ver el desfile de los Pasos en la Campana. Los 
patios permanecían iluminados débilmente por el 
farolillo que pendía sobre una imagen del Salva- 
dor o de la Virgen, ya de bulto, ya estampada 
sobre azulejos de cuenca o pintados. { Patios en-o 
soñadores, patios sonámbulos! El susurro de los 
surtidores en la soledad sombrosa les comunica- 
ba un tinte melancólico y voluptuoso a una, que 
no dejaban cuajar en tristeza las tinajas de pal- 
meras y las macetas de claveles y geranios. Algu- 
nos de aquellos patios eran grandes y hermosos, 
otros pequeñitos y cucos, todos misteriosos y 
como nostálgicos de no se sabía qué. 

Las mesas estaban ocupadas por extranjeros y 
gentes de pro, y tuvieron que aguardar un buen 
rato para que los sirvieran. La emoción religiosa 
abría el apetito y despertaba el buen humor. To- 
dos los parroquianos charlaban animadamente, 
los ojos brillantes, los rostros un tanto desencaja- 
dos. En un rincón, cierto señorito se hacía cantar 
saetas en voz baja por un mozalvete de condición, 
al parecer, inferior a la suya, pero no mal trajea- 
do. Al terminar cada copla, el señorito levantaba 
la mano, se echaba hacia atrás y le decía : 
«¡Olél», mirando luego a la concurerncia, como 
pidiéndole palmas para el cantador. Las saetas, 

C. Rbtles: El embrujo áe St9ilía» 20 

Digitized by VjOOQ IC 



CARLOS R S Y L E S 

cantadas en falsete, paredan venir de muy lejos, 
y resonaban, doloridas en el patio árabe del café. 

— Son las tres y media ; a las cuatro pasará por 
la Campana la Esperanza tríanera — dí|o el pintor 
al salir. 

— Si se encuentra con la Esperanza de los mar 
carenos habrá hule. El año pasado, recuerda us- 
ted, se fueron a las greñas las dos Señoras y hubo 
driazos y cabezas partías. 

— Este año no habrá caso, porque el Goberxia- 
dor ha tomado serías medidas, y las Cofradías se 
han entendido. Pasará primero la Macarena, así 
lo quisieron los dados, y después la Virgen de 
Triana, que lucirá las alhajas de la Pura, fista 
vendrá haciendo penitenda. ¿Lo sabia usted? 

— Lo sabe toa Sevilla. Armará un escándalo, 
con la simpatía que toos la tienen. 

-— '¡ Pobreciya I — suspiró Cuenca, y de^ués de al- 
gunos instantes de silencio agregó : — Por la tar- 
de veremos el Cachorro en el puente de Triana, 
y oiremos a las presas, que le cantan mientras los 
presos caen de rodillas. El Cachorro en el puente, 
reflejándose sobre las aguas del río, ¡ qué cuadro, 
Tabarda! Luego veremos otros pasos, visitare- 
mos otras iglesias ; ctespués vendrán las corridas 
y los jaleos de la feria. Recogeré cuantas impre- 
siones pueda, para llevarme a Sevilla remachada en 
los sesos y en el alma. ¡ Ay, Tabardillo I f Las que 
voy a pasar en tierra extranjera, cuando llegue 
esta época y no vea procesiones, ni toros, ni ná 1.;. 

306 



Digitized 



by Google 



EL EMBRUJO DE SEVILLA 

—Lo va pasa usted de r^gulÁ pa ab^jo-^^segu- 
ró el picador alfarero — , Yo no podría resistir. Y 
digame usted, maestro, ¿por qué s^M que a mí 
me dicen más, me hablan más a) alnMt 1m Vírge- 
nes que los Cristos? El Cachorro, de Rui? Gijón, 
el Cristo del Gran Poder, el de la Pasión, el dpi 
Amor de Montañés y el de la Salud, de Roldan, me 
hielan la sangre en lae venas, per^ la Virgen del 
Valle y la de la Estrella, de Montadé/s, I4 Maca- 
rena, de Roldan, y Nuestra Seftora' de la Presen- 
tación, de Astorga, me dislocan. ¿Será por el 
aquel de que son hembras? 

— Eso debe ser — respondió Cuenca, sonriendo. 

Ocuparon, no sin trabajo, sus sillas de la Cam- 
pana, que negreaba de g^iUís. Veíanse muchos 
sombreros anchos, muchas mantillas y mujeres en 
cabeza. Era un público muy distinto dd que ocu- 
pi^a los tinglados de la plaza de San Francisco. 
En la Campana sentíale, latir el corazón del pue- 
blo. Por eso Cuenca prefería aquel sitio. Ya ha- 
bía pasado la Macarena con su cortejo de nazare- 
nos y armados, y empezaba a desembocar por la 
calle de Tetuán la Hermandad de los Marineros. 
Se oía como un vago rumor de olas, que iba cre- 
ciendo a medida que los pasos se acercaban. El 
rumor fué convirtiéndose en confuso griterío. 
Cuenca y el picador se incorporaron inquietos. 

— Algo extraño ocurre— exclamó Cuenca. 

En aquel instante llegaron muy agitados Sale- 
ro y el Templafto. 

307 

Digitized by VjOOQ IC 



CARLOS R E Y L E S 

— Veniamos en busca de ustedes — dijo el pri- 
mero. 

— ¿Qué pasa? 

— Pues pasa que la Pura viene haciendo peni- 
tencia descalza j de rodiyas..., entre dos parejas 
de civiles. Dicen que se ha delatao. 

— Se viene delatando ella misma — ^añadió el 
Templaíto— ; a cada paso que da jura que fué ella 
y quien hirió al mataor, y pide que la castiguen. 
Pa mí que se ha g^erto loca. 

— Pero, ¿qué dicen ustedes? 

— Lo que usted oye. 

Ya había doblado el Paso la esquina, y se de- 
tuvo frente a los balcones donde cantaban la Niña 
de la Cava y Mariquita tras del Cuartel. La Virgen 
de la Esperanza resplandecía y lloraba de verdad 
bajo el palio de terciopelo y oro. Las luces de las 
velas cabrilleaban sobre el manto azul, que pare- 
cía un pedazo de cielo luminoso. Apretada muche- 
dumbre hervía detrás del Paso, mirando un claro 
donde, hincada, con los brazos abiertos en cruz y 
la cabeza caída sobre el pecho, gemía la bailadora. 
Vestía blanco sayal, ajustado al talle por un cín- 
gulo de esparto, y llevaba el cabello suelto. Las 
crenchas cobrizas y lucientes le cubrían el rostro y 
llegaban hasta cerca del suelo. La tela del ropón 
se había rasgado, y dejaba ver las rodillas desolla- 
das y algo de los muslos, mórbidos y del color del 
ámbar. Ya arrastrándose penosamente, ya cami- 
nando cuando no podía más, había venido desde 

308 



Digitized 



by Google 



EL EMBRUJO DE SEVILLA 

Triana siguiendo el Paso. Dos parejas de la Guar- 
dia civil, puestas allí por el Gobernador con orden 
de custodiarla, impedían que la gente se le acer- V 
case. Todos querían socorrerla en su aflicción, 
prestarle ayuda cuando parecía desfallecer, darle 
agua. Algunas mujeres la compadecían con expre- 
siones ternísimas, otras la miraban como tontas, 
otras se cubrían el rostro con el pañuelo. Honda 
conmoción sacudió al público de la Campana. La 
noticia, traída por Salero y el Templaíto, había co- 
rrido por todos los ámbitos de la plazoleta y subido 
a las ventanas y los balcones, atestados de gente. 
Cientos de espectadores, sintiendo que aquello no 
era comedia, sino drama, sufrimiento humano, se 
paraban sobre las sillas para ver mejor la extraña 
escena. Cuenca, tratando de explicarse lo que suce- 
día, sopesaba las misteriosas palabras que una no- 
che pronunció la bailadora hablando de su próximo 
viaje : 

— Antes de salir de Sevilla — aseguró — , quiero 
dejar bien arregladitas las cuentas que tengo con 
Dios y con los hombres. Eso sólo lo conseguiré a ^ 
fuerza de humillación. Y partiré, limpia como una 
patena, habiendo sufrido por lo que hice, y por él, 
por mi Paoo, todo lo que me era dable sufrir. 

De pronto rasgó el aire la voz aguda y potente 
de la Niña de la Cava. Apenas terminó su copla, 
en medio de un estruendoso clamoreo, lanzó la 
suya Mariquita tras del Cuartel. «Otra, otra», pe- 
día el público, que no se cansaba de oir saetas. Y 

309 



Digitized 



by Google 



CARLOS R E Y L E S 

empe^mn de titievo a cantar las doe, esforzándose 
por mostrar cada una mayor pujanza y sentimiento 
que su riral. En las pausas ofasé la voz doliente y 
lontana de la Pura, que decía : 

—Yo lo herí, queriéndolo más que a las niñas de 
mis ojos. ¡Paco, Paco mío, Paco de mis entra- 
ñas I... 

Cuando el Paso iba a ponerse en marcha, un 
hombre se adelantó con el sombrero en la mano y 
colocó enfrente de la Virgen, mirándola embebe- 
cido, los ojos lumbrosos inmensamente abiertos, 
los labios trémulos. La luz d^ los cirios reverbe- 
raba sobre su cara de niño perdió^ negrosa y buida. 
Profundas arrugas le partían las mejillas. Los tu- 
fos le llegaban a los pómulos, y dos mechas de 
pelo renegrido le cubrían la mitad de la frente, es- 
trecha y nudosa. Era el Pitoche. El público lo re- 
conoció y esperaba ansioso. Las cantadoras saca- 
ron el cuerpo fuera del balcón para oírlo. La gran- 
de fama del cantador, la historia de sus desdicha- 
dos amores y la presencia de la Pura en el trance 
en que estaba, los hacía husmear a todos las emo- 
ciqnes violentas, las angustias y las ansias que, 
sin darse exacta cuenta, apetecían. El Pitoche em- 
pezó a cantar como en sueflos : 

Llora, llora, maresita, 
Tu amor fué crusificao. 

Su voz clara y rotunda, aun en los trémolos y 
las notas graves, llenó la Campana. El daírdo so- 

Digitized by VjOOQ IC 



Lí EL EMBRUJO DE SEVILLA 

iflde nQfx>y la ñecha lírica, subía al cielo rápida y recta^ 
oyet como un cohete volador, y se deshacía allá arriba 
^ en una cascada de sollozos y gemidos que, vol- 
teando pausadamente, caían sobre ía muchedum- 
]^i bre absorta. No eran gorgoritos, ni fiorituras de 
^0 cantante italiano, ni queos de cantaor, sino d^ra^^ 
daciones del llanto, llanto que no puede cmitenerse 
j^E! y se derrama, a veces oprimido y estrangulado, a 
^' veces libre y torrentoso. Las notas salían de la gar- 
ganta, retorciéndose y penando, como salen los 
ayes del pecho. En realidad, no cantaba, lloraba y 
gemf a : 

Tu hijo, con su sangresita, 
Lavará nuestros pecaos. 

Las lágrimas le corrían por el amojamado ros- 
tro ; los labios, tumefactos, temblaban ; los esfuer- 
zos vocales que hacía para expresar todo su dolor, 
toda su angustia, le dilataban los tendones del cue- 
llo y las venas de las sienes ; y las manos, abiertas 
y crispadas, ya se tendían hacia la Virgen implo- 
rantes, ya se volvían a él y hundían en su pecho, 
como si quisieran arrancar de allí la pena que lo 
torturaba. En su transporte, no sabía si le cantaba 
a la Virgen o a la Pura; si el crucificado era él 
mismo o el Redentor ,* confundía los tormentos del 
Hijo y de la Madre con los tormentos de la baila- 
dora y los suyos propios ; pero la emoción que ex- 
perimentaba, sincera y honda, pasaba al público 
y lo conmovía hasta hacerlo sentir y sufrir lo que 

Digitized by VjOOQ IC 



-i 



CARLOS R E Y L E S 

él. Cuando, retorciéndose y como pariéndolo con 
dolor, acertó a cantar el último verso de la terrible 
saeta: 

Perdona a los que han llorao. 

estalló un clamoreo delirante. Pocos eran los que 
no tenían los ojos afiebrados y húmedos. De los la- 
bios de muchos salían exclamaciones extrañas, pa- 
labras incoherentes. El Ñañe y otros gitanos se 
rompían a tirones la camisa y el chaleco, para de- 
mostrar su emoción. El cantador, arrobado, sin oir 
ni ver nada, permanecía con los brazos abiertos 
delante de la Virgen, en la actitud que adoptó al 
terminar la copla. 

— Este tío chalao nos va a chalar a toos — repetía 
el picador, agitadísimo. 

— ijosú, Josú! — exclamaban Salero y el Tem- 
plaíto, sin poder decir más. 

Cuenca callaba, sin apartar los ojos de la Pura, 
que .seguía repitiendo : 

— Yo lo herí, lo herí queriéndolo más que a las 
niñas de mis ojos. Merezco que me emplumen, 
que me ahorquen. Él me perdonó, pero yo no me 
perdono... 

La Imagen resplandeciente avanzó como camión- 
do por encima de la muchedumbre. La baílaiwra, 
incorporándose penosamente, la seguía dando tras- 
piés. Al verla pasar tan sola con su pena, tan triste 
y desamparada, el pintor sintió que el alma se le ' 
iba tras de aquella criatura que él sólo podía con- 

312 

Digitized by VjOOQ IC 



EL EMBRU J O DE SEVILLA 

solar y por quien únicamente podría él ser conso- 
lado, y sacándose los botines arrojó el sombrero 
lejos de sí y fué a ponerse junto a ella, como ha- 
ciendo pública confesión de su cariño. 

— Aquí estoy, Pura, para ayudarla a llevar su 
cruz — le dijo cogiéndole la mano. 

Y la procesión loca entró por la calle de las Sier- 
pes. La multitud, delirante, pedía gracia para la 
bailadora y la animaba con palabras de amor. De 
algunos balcones le arrojaban flores. La luna se- 
guía vertiendo azares. 

— I Ole ahí los pintores con hígados ! — le dijo al- 
guien a Cuenca, sin asomos de burla. 

Delante de la Virgen, acompañado del Ñañe y 
un grupo de amigos, todos con las camisas y los 
chalecos en jirones, iba el cantador ebrio de fie- 
bre. Cada vez que el Paso se detenía, la bailadora 
caía de hinojos ; Cuenca, sosteniéndola, también, y 
entonces reinaba el silencio, y el Pitoche, él solo, 
cantaba. 

— Te estás tirando a matar. Pitoche — le decía el 
Ñañe, dándole de tiempo en tiempo un trago de 
aguardiente. 

— Eso quisiera yo, morirme ahora mismo— res- 
ponda él sombríamente. 

« 

*' Al salir la procesión de la Catedral, camino 
de Triana, el sol radiaba en la seda tenuamente 

/- 313 

Digitized by VjOOQ IC 



CARLOS R E Y L E S 

acul del espacio. Las llaman de las velas y los blan- 
dones parecían cloróticas. Los diamantes, los ter- 
ciopelos, los oros de la enjoyada Imagen brillaban 
menos; mas los ojos de la turba, que seguía pi- 
diendo Gracia en formidable coro y cantando sue- 
tas, despedían vivo fulgor. El acompañamiento del 
Paso engrosaba sin cesar. Sevilla entera sabía lo 
que venía ocurriendo detrás de él. Asegurábase, por 
otra parte, que la bailadora se había delatado por 
escrito pidiendo que la dejasen, por favor especial, 
cumplir su penitencia antes de arrestarla, y que se- 
ría internada en la cárcel de las mujeres al detener- 
se la Virgen, según inveterada costumbre, en aquel 
sitio, a fin de que las presas la viesen y le cantaran. 
El pueblo, insaciable de emociones, acudía de to- 
dos los puntos de la ciudad a la calle por dondQ 
descendía la procesión hacia Triana. Hasta los fie- 
les del Cristo del Gran Poder y de la Macarena 
abandonaban la escolta, que al regreso de la Ca- 
tedral los acompañaba a sus respectivos templos, 
c iban a formar en las filas de la Esperanza tria- 
nera. La Hermandad de los Marineros se sentía 
ufana de aquel sonado triunfo de su Virgen. Los 
nazarenos, tratando de conservar sus puestos de 
honor entre la multitud que los apretaba se decían 
en voz baja : «Nos hemos cargao a todos los Pa- 
sos y Uevao toítas las parmas de la madrugá.n 

Frente a la cárcel de mujeres el Paso se detuvo. 
Las presas se apiñaban a un ventano que había 
•n el zaguán para ver a la Divina Señora. Contem- 

3H 

Digitiz9d by VjOOQ IC 



EL EMBRUJO DE SEVILLA 

piándola con los rostros convulsos achatados con- 
tra los cristales, vertían lágrimas de arrepentimien- 
to, de piedad, de amor, de desesperación... Aquel 
grupo de criaturas miserablos así dispuestas y sin 
que se les viese el cuerpo, parecían un racimo de 
cabezas decapitadas llorando cada una, no la muer- 
te del Señor, sino la propia muerte. Una saeta par- 
tió de un balcón frontero ; otra, más doliente, salió 
de la cárcel. Eran madre e hija las que cantaban. 
Luego el Pitoche lanzó la suya con más emoción, 
con más brío, acentuando desesperadamente la pu- 
janza y tenebrosidad del lírico traspaso. A la luz del 
día la pena del gitano hacíase más visible y paté- 
ticS. Se le veía sufrir, se le veía llorar. Era como si 
estuviera relatando, con verdadera angustia el mar- 
tirio del Redentor y el propio martirio. Temblaba 
de pies a cabeza, y al tomar las aspiraciones hin- 
chábase y retorcía para prolongar las notas en in- 
terminables gorjeos, que eran sollozos y gemidos. 
De pronto se interrumpió, llevóse las manos al pe- 
cho y un caño de sangre obscura le salió de la boca. 
El Ñañe, Salero y el Templaíto lo sacaron de allí 
en brazos a tiempo que la turba frenética arran- 
caba a la bailadora de entre las manos de los civil? s 
y se la llevaba en triunfo. 



Digitized 



by Google 



Digitized 



by Google 



XVI 



AL mismo día en que con grande pompa y alar- 
de de andalucismo se efectuaron las bodas 
de «las mozas más saladas de Sevilla con los mo- 
zos más crudos de España», la Pura y Cuenca par- 
tían para Madrid en el rápido de la noche. Cami^ 
no de la estación, la bailadora quiso ver la ciudad 
toda entera desde lo alto de la Giralda, como lo 
hizo en compañía de Paco al día siguiente de lle- 
gar a Sevilla. Apoyada en el brazo del pintor subía 
la agria rampa, deteniéndose de tiempo en tiempo 
para descansar. Le faltaba la respiración y sentía 
como si tuviera las piernas de trapo. A pesar del 
abatimiento físico, no estaba triste ni tan cogita- 
bunda como antes. Al contrario ; cumplida la vo- 
luntaria penitencia, pasada la fiebre y la postra- 
ción que la siguieron, encontrábase en ese estado 
de profundo reposo y grata sedancia que experi- 
mentarse suelen después de sufrir una dolorosa 
operación. 

' 317 



Digitized 



by Google 



CARLOS R E Y L E S 

Cuando llegaron a la última plataforma aspiró 
una gran bocanada de aire y dijo esparciendo la 
mirada en derredor: 

— Aquí en este mismo sitio, Cuenca, estuve con 
Paco una mañana, una mañanita tan pura, que me 
parecía a mí el primer día de la creación. Había- 
mos pasado la noche juntos, bebiendo y cantando en 
casa de la tía Curra, a raíz de mi estreno en «El 
Tronío». Estábamos muy contentos y sentíamos 
que nos íbamos a querer de chipén y con tofta 
el alma. Hace un año apenas ; ¡ cuántas cosas des- 
pués!... A veces me pregunto st todo no fué sue- 
ño, pesadilla. He vivido hechizada por esta ciudad, 
donde todos son embrujos, al decir de Paco. Y no se 
equivoca. Contemplando a Sevilla tendida a núes- I 
tros pies y como abriéndonos los brazos, nos pro- 
pusimos, medio chalaos ya, conquistarla, hacerla 
vibrar, quitarle las mordazas que le impiden decir 
lo que quiere, lo que le anda por dentro, él con 
su arte, yo con el mío. Recuerdo sus palabras co- 
mo si las estuviera escuchando todavía. ¡ Cuánta 
fiebre! ¡Cuánto delirio! Mostrándome la Plaza 
donde pronto iba a probar, haciendo alarde de va- 
lor, que era él quien cortaba el bacalao en el to- 
reo, me dijo cosas que no olvidaré jamás. Concluí- 
mos prometiéndonos hacer barbaridades gordas y 
querernos una barbaridad. Y las hemos hecho, y 
nos hemos querido. Y ahora me voy sin alma, sin 
alegría, sin luz en los ojos. Me pareoe que camino 
como los ciegos, no veo nada. ¡ Ay, Cuenca!, todo 

318 



Digitized 



by Google 



K L EMBRUJO DE SEVILLA 

ha terminado para mí — agregó en medio de un hon- 
do suspiro. 

El pintor la miró apenado, y luego dijo repo- 
sadamente : 

— No, Pura ; no diga usted eso. Dentro de usted 
arde una lucecita que no brillaba antes, y esa luce- 
cita le permitirá ver infinitas cosas, que antes no 
veía, y gozar dichas inefables. Lo que ha sufrido 
usted ; lo que usted ha Dorado, Pura, no será inútil 
ni para su arte ni para su vida. Tampoco será 
inútil para los demás. Por lo pronto cuatro criaturas 
le deben la felicidad que gozan en este instante. Lo 
saben y se lo agradecen profundamente. Paco, stn 
usted, no hubiera sido lo que es ; comprendiéndolo, 
la quiere más y mejor que antes la quería. Podrá 
querer menos a Rosarito, menos a Pastora ; a usted 
la qtierrá siempre ig^al. Usted es la niujer que ins- 
pira. El Domingo de Resurrección, al concluir la 
corrida en la que demostró toreando y matando que 
con él acababan las mojigangas y empezaba la era 
del toreo trágico, del toreo subjetivo y transcenden- 
te, diría yo, se acercó a mi barrera a recoger el 
capote y me dijo : 

— ^Jarete, esta ovación, la más grande que 
he recibido, se la debo a la Puriya. Sin ella no 
se me hubiera ocurrido pensar lo que pienso 
ni hacer lo que hago delante de los toros. Ella 
me abrió la apetencia de la gloria y enseñó a to- 
rear mostrando el alma de la raza. Fué y será mi 
Musa. 



S19 



Digitized 



by Google 



CARLOS R E Y L E S 

— Sí, a veces me decía que yo también era un 
embrujo. 

— Y lo es, y no sólo para él, sino para muchos, 
para todos los artistas andaluces. Usted nos ha 
mostrado y sugerido muchas cosas, Pura. Lejos de 
haber terminado todo, empieza ahora para usted 
una existencia nueva. 

— Pero sin dicha, Cuenca — observó ella triste- 
mente. 

— La dicha a que usted se refiere no es la me- 
jor ni la más importante. Una criatura como us- 
ted puede y debe pasarse sin ella, si hace falta, 
para obtener una felicidad más noble y de más en- 
jundia. Usted es una inspiradora de dichas, e ins- 
pirarlas será la gran dicha suya. Cuando llegó aquí 
era sola, no tenía familia. Hoy la tiene, y muy nu- 
merosa. Todos somos a quererla ; Sevilla entera la 
adora. 

Entornando los ojos respondió ella : 

— Ignoro si lo que usted dice es cierto, Cuenca ; 
yo sólo sé que, a pesar de haber sido iodos muy 
buenos para mí, a pesar del cariño de Paco y del 
que usted me demuestra, tengo una pena muy 
grande. Vine para empaparme en las cosas de la 
tierra y sentir hondamente lo que ya presentía, y 
me vuelvo, ¡ay I, bien empapada... en la sangre de 
Paco, en la sangre de Pitoche, en la mía. ¡ Pobre 
Pitoche ! ¡ Dios me perdone el mal que le hice sin 
querer ! { Esta mañana cubrí de flores isu humilde 
sepultura ! ¡ Qué pequeñita y pobre es, Cuenca ! 

320 



Digitized 



by Google 



B L EMBRUJO DE SEVILLA 

Hasta que yo vuelva no tendráotras flores el po- 
breciyOé Ese sí que queda solo. 

— Como todos los muerto&.¿. La soledaiífdeíiloéj 
vivos es más dolorosa. ' - ~^ 

La bailadora tornó a suspirar y dijo: j 

—La vida es una cosa muy .triste, Cuenca. { 

— •Y^tambjéiijuaa. ^sa divina, Pura ; sobre todo 
cuando le es dado al mortal convertir las tristezas 
en bellezas, la fealdad y la miseria en donosura y 
esplendor. 

— En el fondo, Cuenca, ¿ está usted bien seguro 
que todo, eso no son engañifas, pamemas, infun- 
dios, chañaduras de artista? ¿Para qué nacemos, 
para qué vivimos? ¿Quién lo sabe? 

Cuenca riespondió riendo: 

— Un servidor... Nacemos y vivimos/para fabri- 
car ilusiones y nutrirnos de ellas. Son las realida- 
des profundas. 

' — ¡Las ilusiones!... a menUdo engañan. 

■írrEncantan siempre, y cuando se convierten en. 
desencantos es que está formándose un encanto 
nuevo. En Sevilla, donde la sangré corre Ipbr las ^ 
venas rápida y sube al cerebro brincando, el po- 
der de encantamiento es más general y visible que 
en otsas partes. Todos somos artistas, todos sabe- 1 ; 
mos fabricar ilusiones, todos vivimos soñando. Y h/ 
la facultad de soñar es un don del cielo. Quien 16 > ; 
posee en alto grado lleva dentro de sí el manantial ^ , 
de las supremas embriagueces. i 

Mirando a lo lejos preguntó la Pura: 



321 

C. Rbtlbs: El embntjo d$ SevilU» 



Digitized 



byCoogk 



CARLOS É E Y L ES 

— ¿ EsL^usted dichoso, Cuenca ? » 

El pintor vaciló un iiisíanteí} Juegp, encogiéndose 
de hombros y afectando indiferencia, afirmó^: 

— Sí, cuando pinto.,. 

Ella, pensando que también era dichosa cuando 
bailaba, exclamó meneando la cabessa : 

— |Asti|yitas del miísmoi pato^ bermatriyoé de 
ducasl... >! 

Guardaron silencio. Los dos contemplaban la 
ciudad ávidamente, como si quisieran apresarla 
con los garños del espíritu y chuparle los tuéta- 
nos. En lontananza, destacándose sobre un fondo 
de oro, Coria, Gelves, San Juan de Aisialfarache, 
Castilleja de la Cuesta, Cama, Santiponce... Cer- 
ca : el Alcázar, la Lonja, la Fábrica de Tabacos, 
el puente de Triana... Las palabras de Paco, que 
tantas veces se había repetido, acudieron' a )á me- 
moria de la Pura. Le salían del alma, oomo una 
oración y removían el limo dulce y tanibién el se- 
dimenio amargo de sus amores, de aqueUos amo- 
res 4jue, según él, habían de ser, la cosa más sa- 
lada del mundo, porque okrian a Jeress amonti- 
Uado^ a claveles reventones y a sang^ de toros. 
I ((Tierna alegre y tierra triste ; tierra de hechizos in- 
comparables y de realidaí^ sórdidas. [Cuántas co- 
sas, cuántas cosas L¿.rfoi3 Sultanes; los üéyes, los 
Conquistadores, los rsahtos^ 4osirtoceroi^ iles'idave- 
lés, lasprocesionesv la maiijsanilla,. tos^JtiangtDs, las 
soleares, Don Pedro,. Don Jíuán... Aquí onAi Colón, 
allí murió Herttán Cortés, allá 'está ebterrádo Guz- 

' Digitized by LjOOQ IC 



EL EMBRUJO DE SEVILLA 

man el Bueno, en aquel sitio escribió «Cervantes 
u^l Quijote», en ese otro habitó Santa Teresa! 
¡Vaya caisela y venga gloria! En SeviUa todo es \ 
hechizo, scntilegio, encantamíipttto. Mueve un ban-^ 
didó, y eÍ>e30t|Itor Gijón hace <del criminal 'un Cris- 
to ]narávittos0;r las niñas fkmen oims Audcetas y 
unas jaulas en los :bali¿oiie$, y q&srú por atte de 
magia, truecan en alegría la .miseria de la ciudad ; 
los vinos de oro convierten la pena en fiesta, el 
lloro en canto, el canto en lloro. Sí, aquí todos son I 
círculos mágicos : el sol, las calles embrujadas, los 
patios soñadores, las coplas quejumbrosas, las pro- 
cesiones trágicas, los tablaos dislocadores, tier^-a 
gorda en la que florecen todo el año los claveles 
rojos de la pasión y del salero. Y el más grande 
de todos los círculos mágicos la Plaza de Toros, 
el redondel divino. La arena amarilla parece un 
topacio luminoso, y ese topacio es un duro cri- 
sol donde se funden y aparecen, limpias de es- 
corias, las broncas virtudes de la. raza; un miste- 
rioso espejo, un espejo brujo, en el cual los espa- 
ñoles nos vemos como quisiéramos ser, como fue- 
ron los Grandes Capitanes, los Conquistadores, los / 
Misioneros»... Y mirando absorta al circo taurino 
murmuró : 

— Ahí lo vi, jugando con la muerte ; mostrán- 
dole a un pueblo la hermosura del valor. Y él me 
vio interpretando en el tablao lo que somos y lo 
que quisiéramos ser. Y nos embriagamos, y em- 
briagamos a Sevilla con los propios zumos de ella. 

323 * 



í 



Digitized 



by Google 



CARLOS R E Y L E S 

Cüeaicay después de consultar el reloj, dijo : 

— Es tarde» Pura; vamos, no teñónos tiempo 
que perder. ] Adiós, Sevilla de mi alma I... 

— Vamos, sí — respondió la bailadora. 

Y pensando acaso en las fiebres que comunicaba 
la ciudad bruja, exclamó con acento en el que se 
fundían ternezas y reproches : 

— j Seviya, Seviya, . Seviya I. . . 



)1 



k ' 



F I N 



^ 



13192U 

Digitized by VjOOQIC 



Digitized 



by Google 



Digitized 



by Google 




14 DAY USE 

RETÜRN TO DESK FROM WHICH BORROWED 

LOAN DEPT. 

This book is due on the last date stamped below, or 

on the date to which renewed. 

Renewed books are subject to ímmediate tecali. 



g^ 4 CLF 




gJDLP 

4.165 -5 P 



KEC'D LD 



'^^ 



¿tóüL 



JA N 31 '04 - a HV 



I 



ht.C'D LD 



^"'^ 9 '65 -12 M 



: vy ;v 



i r^ZC'D uD 



n:Dg4i96g65 



HftY2 7'64 ^PM 



*"^5 •6625RCD 



;¡Á^ 






n^ 



1^ 



REC'D LEÍ 



M5 '64-10 



i^JL 



2Qfab'65Vi 



LD 21A-40m-4,'63 
(D6471sl0)476B 



General Libraiy 

University of Caüforoia 

Bcrkeley 





^^^^^^^VB 0?8 lll^l 


UNIVERSITY OF CAUFORNIA LIBRARY ^H 




If^^^^^^^^^^^^Google^^^H